A+ A A-

DOLOR DEL LIBRO PERDIDO

Periodistas, escritores, políticos e invitados especiales comparten en la Mesa de los Jueves,  un modo de ver la política, que es un modo de ver la vida. con sus encuentros en el tradicional restaurante El Globo. Siempre hay algo para dejar constancia, en buena medida en base a la memoria y la experiencia. Muestras que cuando lo justifiquen, como en este caso, dejaremos constancia como herrero que, por fin, se hace el cuchillo que necesita.

Por La Mesa de los Jueves

Víctor García Costa, el último político vivo de la Generación del Abrazo, es un coleccionista colosal de libros, documentos y  objetos de gran valor histórico. Escritor y periodista (fue director de La Vanguardia), es un socialista de formación marxista y un lector del diario La Nación, que desde el 6 de febrero, dejó de comprar después de 87 años. Lo dijo al aire, sin mirar a nadie y en voz baja, como una confesión:

- Después de de 87 años, desde hoy, no compro más La Nación.

Lo dijo alrededor de las tres de la tarde. en momentos en que, con seguridad, algún perro estaba levantando la pata en alguna plaza o calle de las tantas de la República que lleva el nombre del fundador del diario.

- ¿87 años?

- Sí. Y muchos más también.

Primero los comensales que tenía cerca y después todos prestaron especial atención como suele suceder en los tramos finales de la reunión en esa mesa habitual del restaurante El Globo, de 112 años y cuyo nombre propusiera Jorge Newbery, distinguido cliente de ese lugar de la calle Salta e Hipólito Yrigoyen.

Víctor García Costa nació con La Nación en la cuna porque su padre, periodista asturiano y republicano, lo leía para conocer el pensamiento del oponente que Víctor, ahora, llama enemigo.

No le falta razón pues se lo grita a la cara cada columna de cada domingo de Joaquín Morales Solá. Después de todo lo que pasó, demasiado odio para soportarlo.

Pero no, no es por eso, aunque él no dijo nada tras el inesperado anuncio. Sólo añadió que, en lo personal, no podía quejarse, que siempre recibió un buen trato; que incluso mantuvo una muy buena relación con Claudio Escribano y que el diario publicaba sus colaboraciones como, recordó, "la del libro perdido".

Y contó la historia dentro de la historia; una historia argentina, conmovedora y desgarradora, que tiene como telón de fondo un crimen atroz pero cuyo enfoque es el viaje desde una biblioteca hacia sus manos del libro de un jurisconsulto y cuyo comprador del ejemplar en cuestión dedicó a un periodista en 1933, el año a partir del cual se cuentan los 87 que tiene Víctor García Costa.

El lenguaje de los números concuerda con el relator: hace sesenta años que el autor de “Alfredo Palacios, entre el clavel y la espada” viene luchando desde su concepción marxista para que el socialismo camine por la misma vía del peronismo, como una instancia que lo trascienda en un futuro impredecible.

Es decir, quince años después que el partido fundado por Juan B. Justo en la última década del siglo XIX formara parte, igual que el PC, de la Unión Democrática, en 1946.

En 1961, la campaña electoral por una banca porteña en el Senado de la Nación, tuvo al socialista Palacios como el gran candidato apoyado por los jóvenes peronistas que lo llevaron al triunfo porque el eje de su campaña fue contra los presos políticos del Plan Conintes en el gobierno ambivalente del radical (UCRI) Arturo Frondizi.

Al poco tiempo Palacios logró la interpelación del ministro del Interior Roque Vítolo. Era el único opositor entre todos senadores del oficialismo y logró luego de una larga sesión dividida por cuartos intermedios que pasaban para otro día la lista de esos presos, lista con la cual en 2006, sesenta años después de las elecciones de 1946 que ganara Juan. D. Perón, los ex convictos o sus familiares cobraran la indemnización dispuesta. La gran mayoría eran peronistas pero no todos. También izquierdistas, al punto que el gobierno de Frondizi incluyó entre las organizaciones perseguidas al MIR-Praxis, de su hermano Silvio Frondizi, personalidad –y destino-, que motivan estas líneas y las que vienen.

Todo ese tiempo lo tuvo presente a García Costa, lo mismo que en los setenta con el retorno de Perón y el abrazo fraternal después del odio con radicales, socialistas y comunistas.

Ahora, sí, la nota. 

Por Víctor O. García Costa (*)

Inicialmente los vendedores pretendían que me llevara el lote, una pilita de libros, proposición que rechacé por poseer el resto. Sólo me interesaba ese libro, encuadernado a la rústica, con tapa dibujada e impresa en colores representativa de los arrabales del pueblo de Valoria. Se trataba de un ejemplar de una vieja edición popular de la Editorial Tor, apócope del apellido de su dueño, don Juan Torrendell, aquella empresa que editaba libros por millares de ejemplares que eran vendidos por monedas.

Seguramente, aunque en edición de batalla, salido algún día de 1933 de los tórculos de Tor con toda la soberbia del libro nuevo, intenso y con sus hilos tensos, con sus tapas coloreadas y brillantes, con sus páginas sin huellas de dedos ni humedades de encierro y con su lomo sin arrugas ni cuarteaduras, había quedado de pie en la biblioteca del primer adquirente o poseedor, pero el transcurso del tiempo y los dolores producidos por las veces en que habría quedado sin dueño y abandonado en alguna mesa de saldos habían dejado sus huellas en él.

Es posible que, cada vez que alguna persona se acercaba a la mesa de saldos para revisarla y pasaba uno tras otro los libros moviendo alternativa y rítmicamente los dedos índice y anular, haya querido que esos dedos se detuvieran en él, lo levantaran, airearan sus hojas y lo llevaran para que al leerlo despertara de su largo sueño, se le volviera a dar un lugar en una biblioteca, otra vez de pie, y se le permitiera mostrar orgulloso los datos bibliográficos en su lomo.

* Esperando a su dueño

El ejemplar del libro, rescatado por mí, es una obra de Máximo Bontempelli, destacado jurisconsulto y escritor italiano creador de un llamado "realismo mágico", que tiene por título El humorístico caso de Don Eteocles, herrero y falso homicida . El título original de la obra es La famiglia del fabbro y la versión castellana pertenece a Nicolás Olivari.

Todo hace suponer que su primer poseedor fue el citado Olivari, porque el ejemplar del libro está dedicado, con fecha incierta, un día de 1933, precisamente por Olivari al periodista y escritor rosarino Armando Cascella, que había dirigido la revista La Gaceta del Sur (1926-1927) y sería luego jefe de redacción de El Diario (1936-1937) y, más tarde, en 1939, año de iniciación de la Segunda Guerra Mundial, corresponsal en Europa de La Capital , de Rosario, y de la Agencia ANDI.

Cascella, que sería el segundo poseedor del libro, había publicado cuentos y novelas cortas en LA NACION y La Prensa , así como en El Hogar y Caras y Caretas . También había escrito y publicado Estética cotidiana y La tierra de los papagayos , a la que seguiría La cuadrilla volante , Premio Nacional de Literatura 1938.

La dedicatoria dice así: "Para Armando Cascella de su compañero en la traición del bel si suona ", expresión con la que, sin duda, hace alusión irónica a las tareas comunes de traductores (por aquello de "traduttore, traditore") de obras de Bontempelli, efectuadas por ambos. Cascella había traducido 522: un día de amor y locura junto al volante.

Olivari era, además de traductor y poeta, principalmente escritor y autor teatral. Había obtenido el Premio Municipal de Poesía en 1927 y como autor teatral otro Premio Municipal en 1930. Entre sus obras figuran La amada infiel, El gato escaldado, La musa de la mala pata, El hombre de la baraja y la puñalada  y La mosca verde.

Observé que sobre la tapa y sobre la portadilla el libro tenía, además, el estampado de un sello rectangular pequeño, impreso en tinta azul, con un nombre: Silvio Frondizi .

Al verlo y leerlo, años y episodios de horror, como en una película, pasaron raudamente por mi mente.

Como ha recordado Horacio Tarcus en su artículo "Tres hermanos, tres destinos", el viernes 27 de septiembre de 1974 un comando de las Tres A entró en el domicilio de Silvio Frondizi, en la calle Cangallo, y lo secuestró junto con su yerno, el ingeniero Luis Angel Mendiburu. Dos horas más tarde, en un comunicado, las Tres A se hicieron cargo del crimen, informando que a las 14.20 de ese día lo habían ajusticiado.

Su cuerpo, encontrado en los bosques de Ezeiza, tenía 50 balazos. En 1977, un comando del Ejército completó la obra: confiscó la biblioteca y papeles privados de Silvio Frondizi, distinguido profesor universitario, escritor y fundador del grupo Praxis de lo que se llamó la nueva izquierda argentina.

Ya no era el dolor del libro prestado, al que alguna vez se refirió el escritor asturiano Mario de la Viña en su trabajo "Doble dolor del libro prestado". No: era el dolor del libro perdido, que ha quedado sin biblioteca, que es como quedar sin casa, que ya no siente el calor de las manos que lo tomaban ni los dedos que pasaban cuidadosamente sus hojas, que ha quedado sin las lecturas que lo sacaban de esa situación material de vida humana objetivada, al decir de Dilthey, devolviéndolo cada vez a la posibilidad de transmitir su vida espiritual.

Cuánto dolor sufrió ese libro desde que fue arrancado de la biblioteca de Silvio Frondizi hasta llegar a la casa de compraventa de Ezeiza, ciudad que forma parte de la tragedia argentina.

Ese libro es como un símbolo de las bibliotecas saqueadas y quemadas por las hordas que más de una vez mostró la anticultura vernácula. Y en ese simbolismo, la aparición en Ezeiza, precisamente, del libro de Bontempelli ha sido como el relato, tanta veces contado, del perrito que se ha dejado morir al pie del sepulcro de su dueño, esperándolo.

Lo mismo iba a ocurrir aquí, con un libro, en Ezeiza. Pero ahora está entre mis manos.

(*) El autor es escritor y dirigente socialista.

Titulo: Dolor del libro perdido

Fuente: La Nación, 18/2/03.