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CIEN AÑOS

Los cien años del Palacio del Congreso son motivo de esta especie de homenaje con la evocación de su historia por parte de un diputado cordobés que pasó por sus bancas y que aquí describe bellezas interiores y hechos históricos de las que ellas fueron testigos a lo largo del siglo XX, con excepción de los 23 años, 2 meses y 18 días en que estuvo cerrado por golpes militares.

Por Jorge Horacio Gentile (*)

Este libro cuya redacción y publicación fue decidido por la Asociación Argentina de Derecho Constitucional presidida por el profesor doctor Néstor Pedro Sagües quiere ser un homenaje a la institución más importante de la República, el Congreso de la Nación, investido por la Constitución, que le dedica un tercio de su articulado, cuya sede cumplió este año cien años de existencia.

El presidente José Figueroa Alcorta el 12 de mayo de 1906 inauguró el Palacio, que hoy ocupa el Congreso, y en su discurso ante la Asamblea Legislativa, presidida por el senador Benito Villanueva, expresó: “Quedais instalados en vuestro Palacio, la nueva casa de las leyes, en cuyo recinto nos es dado esperar que no se escucharán sino acentos elocuentes de controversia y debates concordantes con la tradición de intelectualidad y cultura de los Congresos argentinos”.

La construcción de dicha “Casa política”, como muchos años después la llamó el diputado César Chacho Jaroslasky, la dispuso la ley 3.187 de 1894, y un decreto del presidente José Evaristo Uriburu de 1895, creó una comisión “encargada de correr con todo lo relativo a la construcción del edificio (...) entre las calles Entre Ríos, Victoria ( hoy Hipólito Yrigoyen), Pozos y Rivadavia, para la ejecución de las obras proyectadas.

Dicha comisión adjudicó el primer premio al proyecto del arquitecto Víctor Meano, a quién se lo contrató para dirigir la construcción por otro decreto de 1896. La obra fue licitada, y un decreto de 1897 aprobó el contrato con el señor Pablo Besana y compañía, quien comenzó a construirla a principios de 1898, bajo la dirección de Meano. La obra concluirá, definitivamente, recién en 1946.

El Palacio, de estilo grecorromano, ocupa una superficie de 9 mil metros cuadrados, cuenta con 7 mil metros cuadrados de oficinas y más de 430 metros cuadrados de patios, pasando de 1.100 el número de aberturas entre puertas y ventanas. Tiene un subsuelo, piso bajo y tres pisos superiores.

El piso bajo constituye un basamento de granito gris sobre el cual apoya un inte columnio de orden corintio que abarca la altura de los dos pisos siguientes. El tercero forma el ático en que remata el edificio. Una amplia escalinata flanqueada por la rampa para carruajes conduce a un peristilo hexástilo con frontón triangular.

Sobre el peristilo se destaca una hermosísima cuadriga de bronce, obra del escultor italiano Víctor de Pol, descendiente de Marco Polo y que esculpiera también la estatua del Obispo Trejo y Sanaria que luce actualmente en el patio principal de la sede central de la Universidad Nacional de Córdoba, y en el ápice de los pabellones esquineros se elevan gráciles victorias aladas con sus largas trompetas.

Los grupos escultóricos de Lola Mora ocupan los laterales de la escalinata principal La cúpula del Congreso es lo más atrayente del edificio y de la ciudad de Buenos Aires.

Sobre el basamento cuadrado que emerge del centro del edificio apoya un tambor circular de 20 metros de diámetros, con intercolumnios jónicos y cuatro cuerpos salientes coronados de frontones. Ese tambor sirve de arranque a la cúpula de cobre ornada con nervaduras y focos de iluminación. Ésta termina con una corona profusamente decorada y un grupo de figuras quiméricas que forman pie al cuerpo del pararrayos. El piso del balcón que rodea a este último, se encuentra a 80 metros de altura sobre el nivel de la acera, en el eje de la entrada principal.

Desde la entrada de honor, que se usa sólo en los actos solemnes, se alinean el peristilo de acceso con su portal de cariátides, el vestíbulo, el hall, el Salón Azul, la sala de Pasos Perdidos, y, por último, el hemiciclo de la Cámara de Diputados.

* Texto original

El Salón Azul, intercameral, donde hoy está el templete con el libro en que fue manuscrito el texto original de la Constitución de 1853 por el convencional constituyecte Juan del Campillo y que lleva al pie la firma de los veintitrés convencionales que la aprobaron el primero de mayo de 1853; y a donde en 1974 fueron velados los restos de Juan Domingo Perón, el último presidente fallecido en ejercicio de su mandato, es un recinto de planta octogonal de gran amplitud, ricamente recubierto con mármoles de variados colores, en el que se destacan cuatro nichos ocupados por sendos jarrones de bronce de severo clasicismo.

En lo alto, un balcón circular contiene en su ámbito la bóveda de casetones, que abierta en su centro deja ver a gran altura el intradós de las grandiosa cúpula de 59,50 metros de alto sobre el nivel del piso, de la cual penden la hermosa araña de bronce de gran riqueza decorativa.

En la Sala de Pasos Perdidos se exhiben dos grandes telas que representan el debate de los Constituyentes del 21 de abril de 1853 (3,60 de alto y 5,42 de ancho), del pintor argentino Antonio Alice, siempre reclamada por la Legislatura de Santa Fe; y la apertura del período legislativo de 1886, hecho por el presidente de la Nación Julio Argentino Roca en el edificio de calle Victoria (3,47 de alto y 6,02 de ancho), obra del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes.

Luego viene el recinto de sesiones de la Cámara de Diputados de forma semicircular que tiene 26 metros de diámetro. En elevación comprende un piso basamento revestido de mármoles, en el cual se encuentran las portadas de acceso al local, un intercolumnio y un ático que contiene englobadas arquitectónicamente tres galerías superpuestas para público, con los correspondientes balcones. Un plafond de casetones y un amplio vitraux desplegado en abanico, forman el techo del local. El motivo decorativo central de aquel lo constituye un gran escudo nacional que abre sus rayos flamígeros rojoamarillentos, dando una nota de cálido color al ambiente.

Frente al hemiciclo ocupado por las 257 bancas, mesa de los ministros y mesa de taquígrafos se encuentra a mayor altura el imponente estrado del presidente de la Cámara, y, a ambos lados, los palcos bandeja. El Senado está en el ala derecha del edificio, sobre calle Hipólito Yrigoyen, y su recinto para los 72 senadores, es más reducido que el de diputados, y está cubierto también por un vitraux, dos galerías divididas en numerosos balcones apoyan sobre un basamento de mármoles blancos y rosadoamarillentos, donde se encuentran las puertas de acceso al recinto.

Cuenta con el estrado para el vicepresidente de la Nación, que preside ese cuerpo, asientos para ministros y taquígrafos, y todo su moblaje ha sido ejecutado en olivo de Italia.

La Plaza ubicada a su frente, donde está el Monumento a los dos Congresos -el de 1813 y 1816-, construido en Bruselas por el arquitecto Eugenio Duicque y el escultor Julio Lagae, completa la magnificencia del Palacio.

Al discutirse la ley 6286, de 1909 que dispuso hacerlo, el diputado cordobés Ponciano Vivanco propuso “un monumento al Congreso de Tucumán de 1816, y otro al Congreso Constituyente de Santa Fe, de 1853”, lo que fue aceptado por su colega comprovinciano Jerónimo del Barco, en nombre de la Comisión, y luego lo aprobó la Cámara; pero el Senado suprimió ese párrafo e injustamente la Asamblea de Santa Fe quedó fuera del Monumento, como la Constitución, muchas veces, de la memoria de los argentinos.

* Algunos hechos

En estos cien años por esta casa, pasaron ilustres diputados y senadores, que libraron inolvidables debates, sancionaron importantes leyes, tramitaron juicios políticos, escucharon a presidentes, jefes de gabinete, ministros, y jefes de estados de países extranjeros. Pero, también, se vivieron momentos difíciles, como cuando el mismo presidente que la inauguró, Figueroa Alcorta, lo clausuró con el auxilio de los bomberos, desde enero a mayo de 1908.

En la interpelación de Lisandro de la Torre al Ministro de Hacienda por el comercio de las carnes en 1835 fue asesinado en el Senado Enzo Bordabehere.

Un asalto, nunca esclarecido, dañó muebles durante la crisis de 2001.

El Congreso, según recuerda Carlos María Bidegain, estuvo cerrado durante 23 años 2 meses y 18 días en el siglo veinte durante los gobiernos de facto.

En los últimos años la función legislativa fue absorbida por el Poder Ejecutivo; mediante el uso y abuso de decretos de necesidad y urgencia, y de leyes o superponderes, inexplicablemente, delegados por el propio Congreso. No se dictaron las leyes exigidas por la reforma de la Constitución de 1994.

Las sesiones y debates se hicieron menos frecuentes, especialmente cuando hubo elecciones, lo que permitió ironizar a algunos de que la Constitución no rige en los bisiestos años electorales. El Jefe de gabinete no cumple con su deber constitucional de comparecer a informar mensualmente ante las cámaras. Los legisladores se dividen en innumerables bloques y partidos, de los que se mudan con poca vergüenza.

Duele escuchar aquello de que el Congreso se convirtió en una escribanía, que protocoliza las leyes que quiere el Ejecutivo y que mucha de sus bancas las ocupan quienes reniegan de la “tradición de intelectualidad y cultura de los Congresos argentinos”.

Espero que esto sea un mal estacional y que este centenario, homenajeado por este libro escrito por profesores y hombres dedicados al estudio de la Constitución, sirva para recordarle a diputados y senadores que en el edificio más importante de la República se alojan; además de distintas voces y elocuentes silencios, de brillantes luces y misteriosas sombras; las esperanzas más caras de los argentinos.

(*) Profesor de Derecho Constitucional de las Universidades Nacional y Católica de Córdoba y diputado de la Nación en el período 1987/1991.

Origen y fecha del artículo: Córdoba, mayo de 2006.

Fuente: profesorgentile.com.ar