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ALFONSÍN HIZO TODO

Cedió con Menem, obsesionado con su reelección y, con ello, terminó con las batallas en el Congreso por cómo debía votarse la ley que declaraba la necesidad de la reforma. Todo lo hizo para evitar graves confrontaciones del pasado si el peronismo lograba la ley clave de modo irregular y, además, anhelaba introducir mejoras a la vieja Constitución. Firmó el Pacto de Olivos, presidió su bloque en la convención, trabajó intensamente y el 22 de agosto de 1994 cerró con este discurso

Por Raúl Alfonsín

No voy a efectuar un balance de la tarea realizada por esta Convención. Sería innecesario manifestar una vez más mis discrepancias con quienes sostienen que hemos acentuado el presidencialismo. Estamos absolutamente convencidos de que la historia ha de tomar esta reforma constitucional como un hito, fundamentalmente porque esta Convención ha terminado con el hiperpresidencialismo argentino.

Quería decir sólo esto. No voy a agregar otros conceptos que, con la mayor buena fe, han definido nuestra actitud en el aumento de las facultades del Congreso, en la definición de una mayor participación del pueblo en la vida democrática del país.

Simplemente quiero decir que estoy absolutamente convencido de que este es un triunfo de la política.

Seguramente muchas de las críticas que se han escuchado fuera de este recinto obedecen a que importantes sectores han advertido el riesgo del triunfo de la política. (Aplausos)

Ello es así porque nos quieren ver divididos y separados, pero aquí estamos cumpliendo cada uno su rol. Desde mi modesto punto de ubicación como presidente del bloque de la Unión Cívica Radical quiero agradecer, en primer lugar, la presencia de los integrantes de mi bloque, este maravilloso grupo humano que enorgullece a cualquiera que lo presida.

Asimismo quiero agradecer al bloque de la mayoría la receptividad que tuvo frente a los numerosos reclamos enfrentando muchas veces lógicas oposiciones de sectores del gobierno que actúan —y esto también hay que advertirlo— como cuidadores que en circunstancias especiales pueden estar más preocupados que otros sectores.

El gobierno debe prever la situación ante un eventual desborde. Sin embargo, y como aquí muy bien se ha señalado, hubo un bloque de la mayoría que, sin perjuicio de atender estas circunstancias, supo imponer permanentemente su voluntad de servir a la Nación con autonomía y con decisión para lograr una Constitución al servicio de los argentinos y no solamente del gobierno. (Aplausos)

Quiero reconocer también el esfuerzo que han realizado quienes sin ese compromiso fundamental de buscar el consenso traían sus preocupaciones siempre progresistas al servicio de la Nación y que, al mismo tiempo, empujaban soluciones que en muchos casos tuvieron acogida en cláusulas constitucionales.

Señalo también mi agradecimiento —por qué no hacerlo— a todos los bloques, aun los que están más alejados de nuestras convicciones e ideas; aquellos con los que más disentimos, porque podemos decir como aquí se ha señalado recientemente que todos, de una u otra forma, vinieron a legitimar esta Convención de los argentinos.

No hubo un solo bloque que obstruyera la labor que aquí realizamos. (Aplausos)

Todo esto se seguirá discutiendo de manera muy rápida y se podrá decir que teníamos razón en cuanto a que lográbamos una mayor seguridad jurídica, una mejor división de poderes y un mayor respeto al federalismo.

Pero no podrá negarse que hemos avanzado en la civilización política de los argentinos.

No podrá negarse que hemos avanzado en la búsqueda del consenso. Se ha dicho —y asumo la responsabilidad que me pueda caber— que ha habido errores en la búsqueda del consenso. Es probable.

 Lo difícil sería decir cuál era el camino para lograr una Convención Constituyente que por primera vez en la historia argentina expresara a la totalidad. (Aplausos)

* Errores y disculpas 

De todos modos parece que mi vida política estaría destinada a reconocer los errores y a pedir disculpas permanentemente desde las distintas funciones que he llevado adelante.

 Aun en el marco de esos errores creo que nadie puede negar que durante toda mi vida he reflexionado sobre esa búsqueda del consenso como una forma de afianzar la democracia, procurando encontrar en las instituciones la manera de superar los conflictos de una sociedad compleja.

Sé muy bien que muchas veces hemos actuado con vehemencia, pero nadie podrá decir de nosotros que hemos incurrido en el error de que nos habla don Juan Linz cuando se refiere a quienes actúan deslealmente desde la oposición.

Los consensos tienen distintos niveles.

Un primer nivel lo constituye el pacto de garantías que nos debemos entre todos, sintetizado en el estado de derecho, en la vigencia cabal de la libertad y en un mínimo de ética básica y fundamental que se traduce en el respeto a los derechos humanos.

Hay un segundo nivel de consenso, que es el de incorporar en esa búsqueda algunos elementos que profundizan la democracia en un doble sentido: en primer lugar —instrumentalmente—, porque ayudan a consolidarla, y en segundo lugar porque dan respuestas a requerimientos de la filosofía política.

Son los que permiten encontrar formas de democracia social que hemos vinculado tantas veces a la ética de la solidaridad, a la democracia participativa y a la modernización.

Estos dos niveles de acuerdo o de consenso podían introducirse en la Constitución, y solamente estos dos niveles, si queríamos hacer una Constitución para todos, que respetara el pluralismo.

Hay otro nivel de acuerdo o de consenso, un tercero y fundamental también, que es el que debe encontrarnos a todos los que pensamos en la necesidad de volver al Estado de bienestar y de encontrar la forma de asegurar para los tiempos la justicia social en la Argentina.

No podíamos incorporar cada una de estas cosas en la Constitución, porque no son motivo ni razón de la Constitución.

Lo que sí podíamos era asegurar la seguridad jurídica y la libertad para que sin miedo cada uno pudiera luchar para dar ese contenido social y económico a la democracia.

Pero nos hemos quedado ante el límite de hacer una Constitución para los argentinos.

Podrá mañana venir quizás a gobernar el país un partido que se vincule más a la izquierda o al centro-izquierda, y al mismo tiempo también podrá gobernar con esta Constitución alguien que esté ubicado en el pensamiento de centro-derecha.

Entonces, nos hemos limitado pero sobre la base —como dije al principio— de aceptar esa esencia ética fundamental que nos debe poner al lado de los que menos tienen, aun en el marco de la objetividad de cláusulas constitucionales que no pueden ir desgranando las distintas políticas en cada uno de los grandes temas que afligen a nuestra Nación.

Hemos hecho esto, y estoy convencido de que —como bien ha señalado el señor convencional (Norberto) La Porta— hemos puesto una bisagra a la historia, no tanto por lo que hemos incorporado sino por lo que hemos logrado, por esta actitud de cada uno de nosotros, por la presencia de este arco político total de la Argentina que estará diciendo a nuestros hijos y nietos que aquí los políticos hemos empezado a construir en la Argentina el futuro del país (aplausos), que no será posible que se encuentren mañana dos, tres, cuatro o cinco empresarios, por más poderosos que sean, para transformar el poder argentino en un poder parásito y vicario que excluya el de los representantes del pueblo en sus distintas vigencias y aspiraciones. (Aplausos)

Esto es lo que hemos hecho.

Aquí hemos empezado a trabajar en esto y me complace mucho que se lo haya advertido desde distintos sectores.

Estoy también convencido, señor presidente, de que habremos de sancionar las leyes que nos faltan, y sería bueno que lo hiciéramos en conjunto habida cuenta de que casi todos tenemos representación en el Congreso de la Nación.

Hay que poner en marcha unas veinte leyes todavía para lograr una instrumentación cabal de esta reforma constitucional.

¡Qué lindo sería que pudiéramos llevar adelante una discusión fructífera para que cada una de esas leyes lleve el sello de esta unidad nacional expresada en la Convención Constituyente de 1994! (Aplausos)

Quiero expresar mi agradecimiento y mis mejores deseos para todos, y dar finalmente mi palabra de reconocimiento al señor presidente de esta Convención (NdE: Eduardo Menem), que ha sido un ejemplo de rectitud y de ecuanimidad en la dirección de estos debates.

(Aplausos prolongados. Varios señores convencionales rodean y felicitan al orador.) .