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LA ELECCIÓN Y EL FANTASMA

Las urnas podrían ser preámbulo de hechos a la postre comparables con los de 1989 cuando Raúl Alfonsín se vio obligado a entregar anticipadamente el gobierno. Así se generaron las condiciones para la imposición de una política que destruyó la economía, la producción nacional  y, también, el Estado. A eso se lo llamó menemismo.

Por Armando Vidal

Las elecciones del 27 de octubre entran como una estocada en el gobierno que sucederá al actual en 2015, elecciones de medio término en el que  muchos de los que hoy llegan a la Cámara de Diputados pasarán al olvido. A treinta años de la democracia, lo que se avecina no se parece en nada al futuro.

Vienen, con más poder y amplio respaldo de los medios predominantes, quienes se negaron a investigar la deuda externa que dejó la dictadura, los que llevaron adelante la política de privatizaciones y sometieron al país a la justicia norteamericana de la cual hace muestra el cuervo blanco Thomás Griesa.

Muchos de ellos no pueden mirar de frente a quienes fueron testigos de sus acciones como en los casos de la privatización de Gas del Estado, YPF y el sistema previsional con la creación de las AFJP.

Como consecuencia de lo que hicieron -reflejo machacado desde la prensa partidaria de los negocios privados-, el sistema se desmoronó con el radical Fernando de la Rúa en la presidencia de la Nación, tras lo cual hubo que improvisar una salida, incluyendo la preservación de medios nacionales, luego de lo cual terminó siendo presidente un gobernador remoto que pasaba por ahí:  Néstor Kirchner.

Si algo dejó el kirchnerismo, que ahora emprende su repliegue, fue una selección de enemigos que, coincidentemente, lo fueron de Juan Domingo Perón, Arturo Illia y, muy especialmente, de Raúl Alfonsín.

Podría decirse que en el caso de Perón (sus dos primeros gobiernos) fue por lo que hizo, en tanto que en los casos de Illia y Alfonsín por lo que no quisieron hacer.

A Perón lo echaron bombardeando al pueblo, a Illia lo echaron con la Policía Federal y a Alfonsín lo obligaron a escupir sangre, como pedía Domingo Cavallo y a entregar anticipadamente el gobierno, obligando a los radicales en el Congreso a colaborar con el quórum y hacer mutis por el foro.

Alfonsín perdió las elecciones de 1987; en 1988 su sucesor natural, el peronista Antonio Cafiero, que había ganado la gobernación bonaerense en aquella elección, perdió la interna abierta con Carlos Menem, que era la candidatura a presidente de la Nación, y, tras ello, se montó un operativo de acciones confluyentes que se desató toda su fuerza, luego del triunfo de Menem contra el candidato radical, el 14 de mayo de 1989.

Ergo: declinaciones de Alfonsín, negociación en la que fue marginado el ministro del Interior, don Juan Carlos Pugliese, y que estuvo a cargo de Rodolfo Terragno. Esa era la sangre de la que hablaba Cavallo: la humillación.

¿Qué no le harán a Cristina entonces?  ¿Procurarán arrebatarle la presidencia de la Cámara de Diputados, aunque hayan dejado saber de intenciones en sentido contrario?

Cristina, responsable del armado de listas, priorizó jóvenes sin historia en lugar de viejos y respetados guerreros, como Jorge Taiana, finalmente empleado para pelear por espacios K en la Legislatura, lugar donde debió haber permanecido, por todavía inmaduro, Juan Cabandié. Ello lo pagará el oficialismo en los debates que se avecinan en Diputados, lo cual será público y palpable. Lo peor no estará a la vista ni se publicará, si es que se repite la historia, como muchos quieren.

El 10 de diciembre se cumplirán los treinta años del ejercicio de la democracia en la elección de los gobiernos. Y el año que viene, un cuarto de siglo de la experiencia de 1989, muestra de lo que es el poder al margen de la democracia.

Los enemigos de este gobierno -gobierno que hizo méritos para tenerlos y engrandecerlos- esperan, ahora, que hablen las urnas.

Mero trámite, mientras afilan sus cuchillas.

 

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