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RECUERDOS QUE SON HISTORIA

Recuerdos que son historia del ex secretario general del Ejército: el propio cruce de los Andes al frente de una expedición en homenaje a la gesta sanmartiniana y la evocación del granadero Juan Bautista Baigorria, clave en el salvataje del Libertador en la batalla triunfal del 3 de febrero de 1813, San Lorenzo, Santa Fe.

Por Hugo Bruera

Acostumbro  analizar o relatar hechos a partir de anécdotas personales, que espero comprenda el lector y que sólo pretenden aportarle pertenencia “baigorriense” a los sucesos y escapar de las  rutinarias narraciones discursivas de las efemérides. Los destinos militares me han ligado con frecuencia a suelos en donde el Libertador forjó su fructuosa historia. 

Así mi primera asignación como subteniente, en la provincia de Corrientes, abarcaba el cuartel de Yapeyú, lugar donde don José de San Martín vio la luz y vivió hasta los tres años.

El templete que guarda los restos de su posible casa natal, custodiado por granaderos y las arboladas costas del Río Uruguay, agregan al pequeño poblado, otrora capital de las Misiones Jesuíticas, un halo de gloria que hace viajar la imaginación hasta finales del siglo XVIII, cuando cobijaba diez mil habitantes en una singular síntesis cultural hispano-guaranítica.

Ya de capitán, el destino me condujo a Mendoza, que también alberga las huellas imborrables de quien gobernara Cuyo, mientras se preparaba para la patriótica gesta. La frondosa alameda por él diseñada al final de la Avenida que lleva su nombre; los propios restos de su hija Merceditas en la Basílica San Francisco y el campo del Plumerillo son lugares donde cotidianamente uno se contacta con la ciudad sanmartiniana.

En 1990, por acuerdo entre el entonces gobernador José Octavio Bordón, el jefe del Ejército y el Colegio de Agrimensores, tuve el privilegio de conducir una expedición que, midiendo las distancias descritas en los partes de marcha originales de Gregorio de Las Heras, revivimos el cruce de los Andes,  jalonando los lugares de travesía y descanso de las huestes por el Paso de Uspallata, de modo que sirviera a las posteriores marchas turísticas y evocativas que se realizarían.

No puede uno dejar de emocionarse al contemplar y trepar esos inmensos cerros que perturbaban más el sueño del Padre de la Patria que los mismos enemigos realistas, según su propio decir.

Fue en el Perú, donde cumplí mis postreras funciones castrenses finalizando así mi carrera militar.

Salvando las enormes distancias, también San Martín vivió allí sus últimos años como General antes de ceder el mando a Simón Bolívar y pasar al retiro definitivo.

Mi leal secretario peruano don Pedro Choque Cueto, un moreno arequipeño (“Cual la silueta de Falucho el Negro fiel”, diría en su tango Agustín Magaldi), se encargó de armarme el itinerario de sitios que yo no podía dejar de visitar para revivir en mi espíritu los pasos del excelso militar argentino.

Así conocí la bahía de Paracas, genialmente elegida por el gran estratega y su estado mayor, lugar en que el mar es tan sereno como una laguna, permitiendo el desembarco de la tropa con que Arenales comenzó su campaña de Las Sierras. Recorrí Pisco, Chincha y Huacho, otros puertos que le permitieron llegar a Lima sin disparar un solo tiro. También, el Fuerte Real Felipe del Callao donde “ruge la mar sobre los muros del torreón”, según el tango citado. En el pequeño pueblo de Huauras pude subir al balcón desde el cual Don José declaró la independencia peruana antes que en la capital, en medio del imponente marco que brindara el Pacífico.

Finalmente me conmocionó el centro histórico limeño, imaginando esa Plaza Mayor transitada frecuentemente por las preocupaciones y sufrimientos del “Protector del Perú” hacia el Palacio Virreinal (Hoy Casa de Gobierno) y la elegante Alameda del Rimac, que invita a imaginarlo caminando con Monteagudo o Rosa Campuzano, buscando el sosiego de la tarea diaria. Finalmente el Puerto de Ancón que lo vio partir de regreso a Mendoza, con 44 años buscando el reposo del guerrero.

Pero volvamos a Pedro mi secretario y sus detallados recorridos históricos. Muy observador y cansado de escuchar que yo era de Baigorria, preguntó quién había sido ese hombre. Habiéndole relatado la acción del Combate de San Lorenzo, casi recriminándome, dijo:

- “¡Pero entonces era un Granadero! ¿Por qué le dicen Baigorria?

Avergonzado recordé que cuando la gente dejó de pedir el boleto a Paganini comenzó a pedirlo a Baigorria; que en los propios carteles municipales se menciona a secas su apellido. También en el nombre del periódico de mis colaboraciones y en nuestras charlas cotidianas. Su nombre era completo Juan Bautista

Le conté que en 1950, centenario de la muerte de San Martín, el presidente de la República, General Perón, sugirió a los mandatarios provinciales que, como homenaje, impusieran nombres sanmartinianos a los pueblos que aún llevaban el de los antiguos dueños de las tierras. Así, el entonces gobernador santafecino Juan Hugo Caesar rebautizó el nuestro,  entre otros (Capitán Bermúez, Fray Luis Beltrán, Sargento Cabral, etc.).

Relaté a Pedro los detalles del tránsito del ilustre americano por estas barrancas siguiendo a los godos hasta el combate en los pagos del Convento de San Lorenzo.

Reflexioné entonces que lo más importante del nombre de nuestra ciudad era perpetuar un Granadero, y todos (menos Pedro) abusamos en la omisión del título, por la natural inclinación humana a cosificar las personas, convirtiéndolas en un pedacito de bronce o en un cartel que nos incluye como habitantes, pero excluye el espíritu del ilustre.

Esto me refresca la anécdota de don Arturo Jauretche sobre el vendedor de bustos de próceres, que gritaba a su empleado: “bajame dos sanmartines, dos belgranos y un Sarmiento”. Agosto es un mes sanmartiniano y de vez en cuando no viene mal recordar que Baigorria…. era un Granadero, para renovar el orgullo de llevar el uniforme.

Título anterior: Viene en camino un bicentenario clave

Fuente: Periódico Planeta Baigorria, agosto, 2012.