A+ A A-

MASACRE, JUSTICIA, CUARENTA AÑOS

En el día de la histórica sentencia por la Masacre de Trelew, un encuentro con documentos y papeles del juez Alejandro Godoy, un juez de la Constitución, en su propio departamento de la Capital Federal y con la evocación de su hijo. La cara contraria del camaronista  Jorge Quiroga. 

Por Armando Vidal

En su departamento porteño, Alejandro Godoy dice desde una revista abierta sobre su escritorio: “Matar hombres indefensos en una cárcel militar, sin juicio alguno, es uno de los más deshonrosos y cobardes crímenes de guerra”. Sabía lo que decía: fue el primer juez federal que

intervino convocado por los 19 guerrilleros fugados el 15 de agosto de 1972 de la cárcel de Rawson cuando tenían bajo control el aeropuerto de Trelew, después de fracasar el intento de secuestrar un avión para seguir a los seis jefes de las distinas organizadas armadas de la época que habían hecho lo propio con dirección a Chile.

En ese refugio intacto de la Av. Santa Fe -cerca de un shopping que, como todos, nunca debió estar en la mega capital-, Alejandro Godoy, hijo, exhibe documentos y habla de memoria sobre dichos, usos y costumbres de ese juez nacido en Lomas de Zamora, en 1917, hijo del arquitecto Salvador Godoy, el mismo que construyó el Palacio de Justicia de Córdoba.

Como rasgos para comprender lo diferente, la diversidad de vocaciones distingue a los Godoy porque Alejandro, el que habla, es un cirujano bucomaxilofacial.

Habla desde el mismo lugar donde su padre cerró sus ojos en 1996, rodeado de las mismas cosas que allí permanen.

Habla el mismo día en que horas antes se produjo el veredicto histórico por la Masacre de Trelew, del cual da cuenta en otra nota de esta portada Ronaldo Tobarez, joven periodista que ha venido brindado desde Chubut lo que la prensa tradicional porteña ignoró.

 “Ni pasiones, ni enconos, la Constitución, Lex dura lex est,” dice a modo de retrato del hombre del retrato que exhibe en sus manos: es don Alejandro con cara de profesor bueno y que lo tenía en su despacho de Rawson.

Para ese Godoy, el hombre que encarna a un juez debía aparecer en un plano alejado, lo cual no fue así para él antes y después de ejercer la magistratura.

Antes, por bien contrera, había estado seis meses preso en la cárcel de Devoto en el alumbrar del peronismo a mediados de los cuarenta, castigo que culminó merced a la intervención de su cuñado peronista Guillermo Nowell, el mismo que hoy es el decano de los oficiales del Ejército (97 años, coronel), de reciente aparición pública por haber sido víctima de un robo el 22 de septiembre, en el que perdió entre sus valores una colección de armas.

Y, después, después de haber sido juez a lo largo de doce años, por no dudar en dejar registro de sus opiniones políticas en distintos medios, así como un libro de relatos con más información que ficción (La Matrera y otros cuentos patagónicos), prologado por el ex senador nacional Hipólito Solari Yrigoyen.

Incluye en su largo peregrinar patagónico una descripción de las andanzas a comienzos del siglo XX de Butch Cassidy y sus bandidos, entre ellos Harvey Logan, cuyo expediente judicial rescató y donó a la biblioteca Agustín Alvarez, de Trelew, recuerda el hijo.

Dice Solari Yrigoyen en uno de sus párrafos: “Los que hemos tenido el honor de tratar al juez Godoy –un juez de la Constitución- hemos podido apreciar sus cualidades de charlista ameno, animador de estas tertulias que en la Patagonia se dan todavía con un esplendor incompatible con el ritmo febril de las grandes urbes”.

Llegado a la Patagonia en 1956 para ser defensor oficial en el juzgado de Rawson, había sido designado juez en Río Gallegos en 1963, desde donde cinco años después fue trasladado de nuevo, como titular, al lugar que ya conocía y que lo tuvo como protagonista crucial en la larga noche del 15 de agosto de hace cuarenta años, iniciada para él alrededor de las 20 ó 20.30 cuando el abogado Mario Anaya –luego diputado nacional por el radicalismo y después asesinado por la dictadura-  lo fue a buscar a su domicilio particular, encomendado por los propios prófugos.

Así tomó conocimiento de lo que sucedía en el Aeropuerto y de la existencia de muchos rehenes, entre ellos su propio secretario electoral, el escribano Miguel González Gass y su familia que formaba parte del grupo de pasajeros que se disponían viajar a Buenos Aires cuando irrumpieron los guerrilleros.

Fue el juez el primero en llegar para iniciar una tarea de intermediación que le permitiría presentar largo rato después la propuesta de rendición de esos jóvenes fuertemente armados -algunos con ametralladoras tipo PAN y otros con pistolas automáticas- a las fuerzas de la Marina que rodeaban el Aeropuerto, con la única condición de volver a la cárcel de Rawson.

Tras Godoy, en tanto, habían llegado el médico Atilio Viglione (quien años después sería gobernador y diputado radical), quien comprobó, uno por uno, que todos los jóvenes estaban en perfecto estado de salud y un grupo de periodistas locales, entre ellos Daniel Carreras, con la cámara de Canal 3 de Trelew; Pepe Castro, director de la radio de Puerto Madryn y Adolfo Samin, subdirector entonces del diario Chubut.

Pero, como se sabe, no fueron a la cárcel, los llevaron a la base Almirante Zar y los masacraron a la semana exacta de la fuga.

 “Matar hombres indefensos en una cárcel militar, sin juicio alguno, es uno de los más deshonrosos y cobardes crímenes de guerra” dice el juez Alejandro Godoy en la revista Nuevo Hombre (*), Nº 68, de agosto de 1974, el año anterior de su voluntario retiro de la Justicia para alternar el resto de su vida entre la casa frente al mar en Puerto Madryn y el departamento de la Av. Santa Fe en el que este escriba toma nota sobre él en el día de la sentencia largamente esperada.

(*) Revista del peronismo revolucionario que tuvo entre sus colaboradores a Roberto Sinigaglia, a Alicia Egurren de Cooke y Enrique Walker.