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DUHALDE, PASADO Y CONDENA

Tras dejar precipitadamente su gobierno de origen parlamentario, surgido en medio del fuego por la profunda crisis de diciembre de 2001 de la cual fue también responsable, Eduardo Duhalde quiere erigirse en la alternativa opositora. Algunas referencias sobre su pasado no vienen en su ayuda.

Por Armando Vidal

Eduardo Duhalde viene haciendo esfuerzos en los últimos años para ser visto como un político serio, con proyección de estadista, confiable para los sectores de poder y sensible a las necesidades sociales. Hasta ahora, al menos en la evaluación de las encuestas, está lejos de ser considerado tal como desea, al igual que quienes lo avalan.

Los grandes medios respaldan sus pretensiones, tal como se observa en el trato que le brindan, extensivo a su gente de confianza como Graciela Camaño, hoy la diputada golpeadora y hace diez años la negociadora en Diputados de la ley luego perpetuada por los sobornos en el Senado.

Eduardo Duhalde no puede escapar de su propio pasado como hasta parece probarlo el hecho de haber elegido el 20 de diciembre como el día del lanzamiento de su candidatura a presidente de la Nación, a nueve años de una jornada trágica que significaría el derrumbe del gobierno del radical Fernando de la Rúa como consecuencia de haber traicionado el mandato de las urnas de terminar con la herencia de los diez años de gestión menemista, en la que Duhalde tuvo destacada participación.

Duhalde, en política, tiene muchas deudas.

Por principio, le debe a Alberto Pierri haber sido el compañero de fórmula de Menem, en 1989. Y a Menem le debe haber sido vicepresidente y titular del Senado, área de grandes negocios de alguno de sus más estrechos colaboradores, como también puede verse en este página.

También le debe a Menem haber sido gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1991, que tuvo que convencerlo para que se transformara en un referente de la provincia, tras vencer a un solitario, romántico y honesto político como el radical Juan Carlos Pugliese, que hizo parte de la campaña con su propio auto (un Volswagen. 1500) y pagando de su bolsillo el combustible.

Duhalde le debe además a Menem, el caudal del fondo del conurbano que utilizó para armar su propia estructura dentro del PJ con la intervención de los intendentes, varios de los cuales todavía reinantes.

Duhalde debe esos apoyos a lo largo de la última década del siglo pasado. En la década que ya culmina, Duhalde le debe a Clarín y La Nación ser sus principales sostenes. También hizo algo por ellos al comienzo de su gestión.

Hace unos años, por no haber podido diferenciarse de Menem, perdió las elecciones parlamentarias de 1997 en manos de la Alianza y, dos años después, perdió la presidencial a manos de De la Rúa.

En el medio había comenzado la diáspora de sus fieles, entre ellos del propio Pierri que se alineó con Menem a partir de la segunda presidencia de éste, en 1995.

En 1994, como convencional nacional constituyente, siendo por entonces el político con mayor poder en la asamblea de Santa Fe, Duhalde convalidó el juego de gobernadores de provincias chicas, ansiosos por manejar los recursos naturales de sus distritos, lo que iba a desarticular el poder de la Nación en áreas estratégicas. El caso de la minería a cielo abierto de San Juan es el ejemplo más ilustrativo de estos tiempos.

Esa misma desorientación tuvo antes de 1991 y después con el tema de las privatizaciones que promovieron el FMI y el Banco Mundial y que consumaron Menem y el ministro que defraudó a la Fundación Mediterránea, Domingo Cavallo.

Duhalde puso los votos de la bancada bonaerense que le respondía.

Todos los duhaldistas sin excepción acompañaron ese proceso, desde la ley de reforma del Estado, de 1989 hasta la creación de las AFJP (24241), de 1994, con la que se privatizó parcialmente el sistema previsional. Allí está hoy, como diputado, Eduardo Amadeo, formando parte del llamado Peronismo Federal, el mismo diputado que en la votación de la ley no quería que hubiera fotografías de quienes votaban esa brutal transferencia del capital de los jubilados a cargo del Estado a manos privadas.

Todo estaba teñido de maniobras, presiones y trampas, de las que el escándalo del diputrucho, en 1992, fue la prueba más fehaciente. También está Graciela Camaño, la diputada oficialista que respondía al gobierno de Néstor Kirchner, motivo por el cual había sido elegida presidenta de la comisión de Asuntos Constitucionales sin ser abogada.

Luchar contra la mentira fue tarea de periodistas, no en algunos casos de sus medios, predispuestos a captar enormes tortas publicitarias, además de alguna que otra AFJP propia como también pasó.

Duhalde no convence ni siquiera a quienes quieren ser convencidos y espanta a peronistas honestos que se acercaron a él en los últimos tiempos y se encontraron entre sus compañías con Roberto Dromi, el ministro administrativista que despanzurró las empresas del Estado.

Ahora quiere volver pero su propio discurso en el que no sólo no aprendió nada de sus asesores desarrollistas sino que, además, desnuda su incapacidad para dejar de mostrarse como lo que fue y es: responsable con Menem, ahora su aliado, de una década todavía más infame por sus consecuencias que la de los años treinta.

Lo peor que puede esperarse del futuro es que sea el pasado.