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SANDLER, LIBERAL PERSEGUIDO
Héctor Sandler es como una epopeya bien argentina. El único legislador que en la historia parlamentaria vivió en el Congreso porque la Triple A lo esperaba afuera para matarlo reunió como político las diferentes gamas que lo llevaron como liberal desde la derecha a la izquierda. Un joven periodista lo rescata en este reportaje transformado en un paseo por su vida. Dice que Néstor Kirchner “era Rosas”.
Por Emiliano Vidal
Profesor en la Facultad de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, investigador, abogado litigante y animador de causas justas, todo al amparo de una filosofía liberal con espíritu nacionalista, Héctor Sandler es una rara habis de nuestra política. Renunció a su carrera militar por el golpe de 1955 y fue diputado nacional en dos períodos. Uno, en los sesenta y, otro, en los agitados años de la década siguiente. Lo hizo por un partido creado por el ex dictador Pedro Aramburu, al que trascendió con su propia e insólita obra: fue defensor de presos políticos, víctima persecutoria de la Triple A, al punto de tener que vivir encerrado en el Congreso antes del golpe del 76 y exiliado luego durante ocho años.
Rodeado de fotos, entre ellas la que lo muestra con Juan Domingo Perón en los setenta y con Raúl Alfonsín diez años después, Sandler hoy elogia el coraje de Néstor Kirchner. “Era Juan Manuel de Rosas”, dice.
- ¿Cómo se convierte de legislador nacional y representante del partido de Pedro Aramburu a ser defensor de presos políticos y de los derechos humanos en los setenta?
- Yo no me incorporo a Udelpa (Unión del Pueblo Argentino) por Aramburu. En 1958 se convoca a elecciones y yo sentía que había una gran falencia en los partidos políticos actuales. Veníamos de la década infame y el peronismo había estado casi once años en el gobierno. Un ex alumno mío me ofrece participar en un partido nuevo, con una plataforma novedosa, de un corte de economía liberal. Esto fue en Córdoba y vinieron a ese encuentro militantes de todo el país. Yo era profesor de Derecho Civil y quería aportar, ofrecer mis ideas. A Aramburu lo conocí después y fue así que yo que sólo quería participar y terminé siendo candidato a diputado nacional por Córdoba y la gente nos votó. Asumimos la banca y en octubre de 1963, el entonces presidente Arturo Illia envía al Congreso Nacional un paquete de medidas, reforma del Banco Central, ley de Abastecimiento, y yo me metí a fondo y comencé a salir en los diarios, porque tenía contacto con la prensa.
- ¿Y Aramburu que le decía?
-Nunca consulté con él qué decir y esto lo señalé en mi bloque, del cual era presidente. Yo defendía los intereses de los cordobeses en el Parlamento. Al presentarme a Aramburu, a quien había visto muy pocas veces, y ya como diputado nacional, él me preguntó que si lo que decía surgía de convicción, entonces que le diera para adelante. Vi en él a un liberal auténtico.
- Otro Aramburu…
- Cuando fue asesinado en 1970, se realizó una comisión de homenaje del que yo también formaba parte. Uno de los objetivos de esa comisión era un pronunciamiento de los derechos humanos. Al salir de la reunión, para mi estudio, me llama el diputado Libran y me dice que el abogado Néstor Martins y a su cliente Nildo Centeno habían sido secuestrados por la propia Policía Federal. ¿Qué podía hacer yo en plena dictadura de Onganía? Ir a la comisaría. Esto de Martins me ubicó entre la gente de izquierda. En la comisión de homenaje me criticaron por eso e inmediatamente presenté la renuncia. Yo jamás preguntaba en qué partido se militaba. Así fue como tiempo después, pedí por la libertad de Roberto Quieto. Entonces, decían que de comunista había pasado a ser peronista. Pero cuando estaba en la escuela militar también me pasó algo parecido. De ser llamado el alemán Sandler me decían el judío de mierda Sandler. Yo nunca di una voltereta, siempre fui el mismo. Recuerdo que el 22 de septiembre de 1955 pedí la baja de las Fuerzas Armadas porque no estaba de acuerdo con los bombardeos de junio y el golpe de septiembre de ese año para derrocar a Juan Perón. Y no era peronista.
- ¿Hubo un principio de entendimiento entre Perón y Aramburu?
- Nunca hablé a fondo de esta cuestión con Aramburu. Mi relación con él arranca realmente en 1966, poco después de ser derrocado Arturo Illia por Onganía. Hablo con Aramburu, y era una furia por este golpe. Estábamos en su casa cuando lo viene a visitar Adalbert Krieger Vasena y antes de hable, Aramburu le pregunta que opina de “esta desgracia de romper la democracia”, Vasena no dijo nada y no entendíamos el por qué. Al día siguiente Krieger asumió como ministro de Economía de Ongania y Aramburu lo cortó de cuajo. Ahí vi a otro Aramburu, nuestras conversaciones se profundizaron. Yo le sugería temas como el problema de la tierra, el rol del campo donde había que meter mano y hacer una profunda reforma agraria para dejar de lado el viejo sistema de derecho romano en cuanto a la propiedad de la tierra.
- ¿Aramburu político del 70 no era el Aramburu dictador antiperonista de los cincuenta?
- Aramburu comprendió que el peronismo no era un fandango, sino que era un enorme movimiento social, que nació el 17 de octubre de 1945, como fruto de una oligarquía terrateniente que le quitaba trabajo a los argentinos y Perón decía “la tierra es para el que trabaja”. Aramburu se transforma y comprende que el peronismo tenía una explicación histórica y había que darle nuevamente su lugar.
- ¿Y sus seguidores lo aceptaban?
- El 16 de septiembre de 1969, los vernáculos gorilas querían celebrar el golpe de septiembre de 55 y le sugerí que no vaya a ese acto del Luna Park, repleto de gorilas anti trabajadores peronistas. El me dice que tenía la obligación de ir. Pero el mismo día 16 paso por su casa y lo encuentro con una venda en un ojo y me dice que tenía un orzuelo y que no pudo ir al acto en el Luna. Hubo una evolución espiritual y política en el pensamiento de Aramburu. El creía que para pensar en democracia, había que pensar en los trabajadores, en las libertades y en el acceso a la tierra, libre de impuestos contra la producción y el trabajo. Y eso hablamos con Aramburu, los dos más solos que nunca, porque que Udelpa estaba proscrito por Onganía. Todo lo que escribíamos en los diarios, era mirado por él, y eran escritos filo peronistas o filo socialistas. Y en la Revista Esquiú, conteste las preguntas en nombre de Aramburu y él fijó posición al decir que la Argentina debía tener relaciones diplomáticas con todos. Y esto era para Cuba también. En marzo del 70, tras un viaje a Costa Rica, Aramburu me dice que tengamos cuidado porque para América latina iba a venir un baño de sangre, de la mano de los monopolios. Esa fue mi última conversación con Aramburu.
- ¿Cómo lo afecta la muerte de Aramburu, quien junto a Isaac Rojas, eran la cara de los peronistas fusilados?
- Aramburu había cambiado mucho. Recuerdo que en 1965, José Alonso, titular de la CGT estaba armando una huelga en reivindicación de los trabajadores y comienzan a llegar invitaciones. Estábamos en el partido, en Udelpa. El ingeniero Ondaz leía correspondencias, nada importante, hasta la invitación de la CGT y dice que no nos corresponde ir. Entonces pregunto por qué. Me explicaaa: “cada partido político tiene un carril político, el nuestro es la clase media, no la clase trabajadora”. Le respondí que no estaba de acuerdo, que Udelpa no podía ser un partido clasista y que la CGT era y es la casa de todos los trabajadores. Entonces, Aramburu me interrumpió y me preguntó si yo me animaba ir a la CGT. “Por supuesto”, le dije. Y fui a la calle Azopardo. Entraban todos, comunistas, vanguardia, socialistas pero cuando me presenté y dije Udelpa, me cerraron las puertas en la cara. Pasaron quince minutos, y el propio secretario general Alonso, me recibió, me escuchó y fui el niño mimado de la reunión. Conocí a todos los dirigentes sindicales de todos los sectores, con quienes entablé una muy buena relación, al punto que luego, en el Parlamento, me pedían cosas a mí.
- Infrecuente perfil el suyo…
-Yo siempre fui liberal, nunca gorila. Rodolfo Puiggros, a quien conocía de la facultad, me definió bien; me decía “el último liberal nacionalista”.
- ¿Cómo se intensifica su labor como defensor de presos políticos y su rol en la Asociación Gremial de Abogados?
- En política hay que conocer a los dirigentes adversarios. Eso es hacer una democracia. Yo le cedí mi despacho en Diputados a Rodolfo Ortega Peña que andaba como un vagabundo por los pasillos del Congreso porque no tenía lugar. Y lo compartimos. En cuatro días, Ortega Peña copó la oficina, y yo estaba contento. Me puso muy triste su asesinato a manos de la Triple A.
- Una relación que por lo que se ve no era tan inesperada…
- Viene a cuento decir que mucho antes, en mayo de 1969, se había realizado el Cuarto Congreso de Derecho Civil en la Legislatura de Córdoba, al que fui sin haber sido invitado. Mi enojo era que se convocaba un congreso de derecho civil, en Córdoba, a un año del cordobazo, bajo una dictadura y con cientos de presos políticos. Aramburu sabía que viajaba a la provincia. Pedí la palabra para plantear que debía levantarse ese congreso porque estaban bañadas de sangre las calles cordobesas por la represión y había cientos de presos. Se produjo un silencio terrible, inolvidable. El evento no se levantó pero me fui de un portazo ante el aplauso de todos los estudiantes de abogacía.
- Después vino la masacre de Trelew…
- El 22 de agosto del 72 estaba en el comité nacional del partido a ver si lo podíamos poner en marcha. Serían las 7 de la mañana cuando alguien me dice que fusilaron a los militantes en Trelew. Quede patitieso. Lo comunique inmediatamente y dije que teníamos que viajar a Trelew. Contactamos a los abogados, base de la Asociación Gremial de Abogados, juntamos plata entre todos y decidimos viajar junto a Mario Landaburu y Rafael Lombardi en una avioneta. Bajamos en Bahía Blanca a buscar al hermano de uno de los fusilados para reclamar en la cárcel el cadáver. En Rawson metimos un amparo y yo me presente ante las autoridades. Antes lo llame a Héctor Cámpora, delegado de Perón, a quien conocía desde que se formó el Frente Cívico de Liberación Nacional (Frecilina) del que Udelpa formaba parte, para comentarle lo que estábamos haciendo y que necesitaba su apoyo. Nos fuimos para la base Almirante Zar en taxi, seguidos de periodistas y familiares de los presos, era una caravana. Como conozco el lenguaje militar, pedí hablar con oficial de guardia y luego con el oficial de servicio. Fui visto como un loco, que había ido con veinte autos a pedir por los presos. Al regresar a Buenos Aires, aterrizamos en el sector militar de Aeroparque. Los tres abogados nos fuimos corriendo a buscar a los periodistas para denunciar la masacre.
- ¿Con los peronistas siempre se llevó bien?
- El peronismo de izquierda, Raimundo Ongaro, Montoneros, en fin… yo tenía diálogo con todos pero les decía que había que hablar de la reforma agraria. Lo mismo le dije a Raúl Alfonsín antes y cuando fue elegido presidente de la Nación. Yo soy liberal, pero no de los Anchorena. Todo pasa por la economía, antes y ahora, de Alfonsín a Cristina Fernández de Kirchner.
- ¿Cómo evitó que lo matara la Triple A?
- Habían matado a Ortega Peña y mi nombre apareció en una lista de la Triple A. Me la venia venir. Era un tipo molesto para el ambiente. El 11 de septiembre de 1974, antes de ir al Congreso, paso por mi estudio y veo un sobre que decía que en 72 horas debía irme del país.. Durante semanas pasaba la noche en distintos lugares, en casas de amigos. Hasta que logré hablar con Salvador Bussaca, vicepresidente de la Cámara de Diputados y le pedí refugiarme unos días en el Parlamento. Con mi esposa, nos armamos esperando a la Triple A. Bussaca no quería que siguiera refugiado en el Congreso y como no iba a renunciar a mi banca me mandaron a los Estados Unidos con la excusa de fiscalizar los comicios de noviembre de ese año.
- Cuando volvió del exilio, ¿porque no retomó la actividad política?
- Nunca dejé la política. Estuve exiliado en México tras la dictadura y antes del retorno de la democracia fundé el diario Democracia que duró hasta la llegada de Alfonsín al poder. Con todo lo que viví en esos años, creo que una buena forma de seguir en la política es la docencia. Desde hace años, tengo contacto con más de 200 estudiantes de Derecho y eso es lo que motiva a seguir militando para un país mejor.
- Usted formó parte del Congreso de la Nación en tiempos de la última presidencia de Perón, ¿cómo era esa Cámara de Diputados y la oposición en comparación con la actual?
- Esta oposición es nada, no tiene una sólo propuesta de gobierno, no debaten en serio. En 1973 entramos al Parlamento con la Alianza Popular Revolucionaria, junto a Oscar Alende y Horacio Sueldo. Pero nosotros éramos discutidores, no opositores para sólo impedir. Trabajamos por una economía de mercado, en denunciar los errores y sugerir soluciones. Era una oposición correcta. Hoy, sostener lo del 82% móvil para los jubilados es una irresponsabilidad absoluta, ¿como se paga?. Nuestra Cámara de Diputados no era más la actual pero tampoco inferior. Hoy, hay dirigentes de todos los sectores ( Elisa Carrió, Federico Pinedo, Pino Solanas, por ejemplo) pero ni una idea de cómo mejorar la economía. Esa es la tarea de la oposición, mejorar las propuestas del oficialismo. Por otra parte, no es lo mismo discutir el precio de la soja que la amnistía de presos políticos.
- ¿Cómo ve al gobierno de Cristina?
- Se ha mejorado en muchos sectores. Con Néstor Kirchner me identificaban muchas cosas. Sobre todo como iba al frente. Cuando Eduardo Duhalde en medio de un país fundido larga todo y convoca a elecciones, viene Kirchner del fondo de la historia, de Santa Cruz, va al frente y se la banca. Como cuando muchos no querían viajar a Trelew y yo si. Kirchner se jugaba, era Juan Manuel de Rosas ante una pobre clase política. Kirchner estaba desamparado políticamente y se aferró a los revolucionarios del 70 y ellos a él. Ahí arranca la historia.