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ÚLTIMO MENSAJE DE PERÓN EN EL CONGRESO

El último mensaje del presidente de la Nación Juan Domingo Perón ante la Asamblea Legislativa para abrir un nuevo período de sesiones ordinarias fue el 1º de mayo de 1974 -que veinte años después de adelantaría para el 1º de  marzo- , en el que elogió a la oposición y al sindicalismo, habló del combate con la ley a la subversión, la integración ("Latinoamérica es de los latinoamericanos") y de la preservación de los recursos naturales tras lo cual describió los lineamientos de un modelo nacional para definir el perfil futuro de la Argentina. Luego de ser aclamado de pie, fue a la Casa de Gobierno y habló ante una multitud concentrada en la Plaza de Mayo en la que la juventud montonera encrispada hizo llegar sus enojos contra el gobierno y a la que. como un padre enojado, terminaría echando del lugar lo que fue acatado de inmediato y en silencio.

Por Juan Domingo Perón

 Antes de dar lectura al mensaje del Poder Ejecutivo, deseo presentar en nombre de éste, el más profundo agradecimiento a los señores Legisladores, que han hecho posible la aprobación de leyes que eran absolutamente indispensables.

Y en esto quiero también rendir homenaje a los señores senadores y diputados de la oposición, que con una actitud altamente patriótica no han hecho una oposición sino una colaboración permanente que el Poder Ejecutivo aprecia en su más alto valor.

En una ocasión solemne como ésta, ante un Congreso reunido en idéntica oportunidad a la de hoy, hace exactamente veinte años, dije al pueblo argentino dirigiéndome a sus representantes: "Nunca me he sentido otra cosa que un hombre demasiado humilde al servicio de una causa siempre demasiado grande para mí, y no hubiese aceptado nunca mi destino si no fuera porque siempre me decidió el apoyo cordial de nuestro pueblo".

La conformación de nuestra doctrina, que pueden aceptar todos los argentinos, porque tiene caracteres de solución universal - y que incluso, puede ser aplicada como solución humana a la mayor parte de los problemas del mundo como tercera posición filosófica, social, económica y política - constituyó la primera etapa de lo que podría denominarse la "despersonalización" de los propósitos que la revolución había encarnado en mí; tal vez porque yo sentía desde mucho tiempo antes vibrar la revolución total del pueblo, y estaba decidido, tal como lo expresé a los trabajadores argentinos el 2 de diciembre de 1943, a "quemarme en una llama épica y sagrada para alumbrar el camino de la victoria".

La doctrina fue adoptada primero por los trabajadores. "Yo los elegí para dejar en ellos la semilla". "Lo acabo de expresar: ¡Ellos fueron mis hombres!". "Elegí a los humildes; ya entonces había alcanzado a comprender que solamente los humildes podían salvar a los humildes".

Recuerdo que, cuando me despedía de la Secretaría de Trabajo y previsión el 10 de octubre de 1945, entregué a ellos todos mis ideales, diciéndoles más o menos, estas mismas palabras: "No se vence con violencia: se vence con inteligencia y organización"; "las conquistas alcanzadas serán inamovibles y seguirán su curso"; "necesitamos seguir estructurando nuestras organizaciones y hacerlas tan poderosas que en el futuro sean invencibles"; "el futuro será nuestro".

Antiguas palabras éstas, pero conservan aún toda su vigencia. Regresan hoy a esta alta tribuna para señalar el curso de nuestro irreversible proceso revolucionario y de una vocación nacional de grandeza, que no se pueden torcer ni desvirtuar.

Vivimos tiempos tumultuosos y excitantes. Lo que antes apareciera como simple hipótesis y, generalmente, como teoría negada o discutida, es hoy una realidad universal que está determinando el curso de la historia. La masas del Tercer Mundo se han puesto de pie y las naciones y pueblos hasta ahora postergados pasan a un primer plano.

La hora de los localismos cede el lugar a la necesidad de continentalizarnos y de marchar hacia la unidad planetaria.

Felizmente, este tiempo que nos toca vivir y dentro del que somos protagonistas inevitables, nos encuentra a los argentinos unidos como en las épocas más fecundas de nuestra historia.

Es un verdadero milagro el que podamos ahora dialogar y discrepar entre nosotros, pensar de diferente manera y estimar como válidas distintas soluciones, habiendo llegado a la conclusión de que por encima de los desencuentros, nos pertenece por igual la suerte de la Patria, en la que está contenida la suerte de cada uno de nosotros, en su presente porvenir.

Nuestra Argentina está pacificada, aunque todavía no vivimos totalmente en paz. Heredamos del pasado un vendaval de conflictos y de enfrentamientos. Hubo y hay todavía sangre entre nosotros; reconocemos esta herencia inmediata a que me he referido, y extraemos de ella la conclusión de su negatividad. Pero no podemos ignorar que el mundo padece de violencia, no como episodio sino como fenómeno que caracteriza a toda esta época.

Que caracteriza, diría a toda época de cambio revolucionario y de reacomodamientos, en que un período de la historia concluye para abrir paso a otro.

Nosotros hemos encarado la Reconstrucción Nacional. Entre sus más importantes objetivos está el de reconstruir nuestra paz. Lo lograremos. No hay nada que no pueda alcanzarse con nuestras inmensas posibilidades y con este pueblo maravilloso al que con orgullo pertenecemos.

No ignoramos que la violencia nos llega también desde fuera de nuestras fronteras, por la vía de un calculado sabotaje a nuestra irrevocable decisión de liberarnos de todos asomo de colonialismo. Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos.

Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósitos de alcanza en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo. Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen.

Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley.

Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente. Y la lograremos. Tenemos no sólo una doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie. Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar.

Triunfaremos, pero no en el limitado campo de una victoria material contra la subversión y sus agentes, sino en el de la consolidación de los procesos fundamentales que nos conducen a la Liberación Nacional y Social del Pueblo Argentino, que sentimos como capítulo fundamental de la liberación nacional y social de los pueblos del continente.

Las fuerzas del orden -pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden del cambio en profundidad- han de imponerse sobre las fuerzas del desorden entre las que se incluyen, por cierto las del viejo orden de la explotación de las naciones por el imperialismo, y la explotación de los hombres por el imperialismo, y la explotación de los hombres por quienes son sus hermanos y debieran comportarse como tales. Todo esto -y todos tenemos conciencia de ello- se encuentra en marcha. C

ada día que pasa nos acerca a las metas señaladas.

Ha comenzado de este modo el tiempo en que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Ésto sólo es ya revolución de suficiente trascendencia como para agradecer a Dios que nos haya permitido vivir para disfrutarlo. Estamos terminando con la improvisación, porque no sólo el País lo exige, sino que el mundo no admite otra alternativa.

Se percibe ya con firmeza que la sociedad mundial se orienta hacia u Universalismo que, a pocas décadas del presente, nos puede conducir a formas integradas, tanto en el orden económico como en el político. La integración social del hombre en la tierra será un proceso paralelo, par lo cual es necesaria una firme y efectiva unión de todos los trabajadores del mundo, dada por el hecho de serlo y por lo que ellos representan en la vida de los pueblos.

La integración económica podrá realizarse cuando los imperialismos tomen debida conciencia de que han entrado en una nueva etapa de su accionar histórico, y que servirán mejor al mundo en su conjunto y a ellos mismos, en la medida en que contribuyan a concebir y accionar a la sociedad mundial como un sistema, cuyo único objetivo resida en lograr la realización del hombre en plenitud, dentro de esa sociedad mundial.

La integración política brindará el margen de seguridad necesario para el cumplimiento de las metas sociales, económicas, científico-tecnológicas y de medio ambiente, al servicio de la sociedad mundial.

El itinerario es inexorable y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y aunque ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde ya un profundo nacionalismo cultural como única manera de fortificar el ser nacional, para preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan.

El mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema, sin que a su vez están integrados los países en procesos paralelos. Mientras se realice el proceso universalista, existen dos únicas alternativas para nuestros países: neocolonialismo o liberación. La pertinacia en levantar fronteras ideológicas no hace sino demorar el proceso y aumentar el costo de construcción de la sociedad mundial. Para construir la sociedad mundial, la etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños.

Esta es la concepción de la Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa, y sobre todas las cosas, sincera. A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice.

Queremos trabajar juntos para edificar Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada. Su triunfo será el nuestro. Hemos de contribuir al proceso con toda la visión, la perseverancia y el tesón que hagan falta. Sólo queremos caminar al ritmo del más rápido. Y teniendo en cuenta que no todos han de pensar de la misma manera, respetuosos de sus decisiones, habremos de unirnos resueltamente con quienes quieran seguir nuestro propio ritmo. Latinoamérica es de los latinoamericanos. Tenemos una historia tras de nosotros.

La historia del futuro no nos perdonaría el haber dejado de ser fieles a ella. Paralelamente, nos uniremos a la acción d los países del Tercer Mundo, con los cuales ya estamos unidos en la idea. Nuestra tarea común es la liberación. Liberación tiene muchos significados:

 • En lo político, configurar una nación sustancial, con capacidad suficiente de decisión nacional, y no una nación en apariencia que conserva los atributos formales del poder, pero no su esencia

• En lo económico, hemos de producir básicamente según las necesidades del pueblo y de la Nación, y teniendo también en cuenta las necesidades de nuestros hermanos de Latinoamérica y del mundo en su conjunto. Y, a partir de un sistema económica que hoy produce según el beneficio, hemos de armonizar ambos elementos para preservar recursos, lograr una real justicia distributiva, y mantener siempre viva la llama de la creatividad.

• En lo socio-cultural, queremos una comunidad que tome lo mejor del mundo del espíritu, del mundo de las ideas y del mundo de los sentidos, y que agregue a ello todo lo que nos es propio, autóctono, para desarrollar un profundo nacionalismo cultural, como antes expresé. Tal será la única forma de preservar nuestra identidad y nuestra auto-identificación. Argentina, como cultura, tiene una sola manera de identificarse: Argentina.. Y para la fase continentalista en la que vivimos y universalista hacia la cual vamos, abierta nuestra cultura a la comunicación con todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que Argentina es el hogar.

• En lo científico-tecnológico, se reconoce el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él. Hemos de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las escencias: todo conocimiento viene de Dios.

 • La lucha por la liberación es, en gran medida, lucha también por los recursos y la preservación, y en ella estamos empeñados. Los pueblos del Tercer Mundo albergan las grandes reservas de materias primas, particularmente las agotables. Pasó la época en que podían tomarse riquezas por la fuerza, con el argumento de la lucha política entre países o entre ideologías. Tenemos que trabajar para hacer también del Tercer Mundo una comunidad organizada. Esta es la hora de los pueblos y concebimos que, en ella, debe concretarse la unión de la humanidad.

Finalmente, la liberación exige una correcta base institucional, tanto a nivel mundial como en los países individualmente. La organización institucional tendrá que ser establecida una vez clarificado: qué se quiere, cómo se ha de lograrse lo que se quiere, y quién ha de ser responsable por cada cosa. Venimos haciendo en el País una revolución en paz para organizar a la comunidad y ubicarla en óptimas condiciones a fin de afrontar el futuro. Revolución en paz significa para nosotros desarmar no sólo las manos sino los espíritus, y sustituir la agresión por la idea, como instrumento de lucha política.

Hemos sido consecuentes con este principio. Así reunimos a los máximos líderes de los partidos políticos que no integran el Frente Justicialista de Liberación, en diálogo abierto y espontáneo con los Ministros del Poder Ejecutivo Nacional, y seguiremos haciéndolo en adelante.

La juventud argentina, llamada a tener un papel activo en la conducción concreta del futuro, ha sido invitada a organizarse. Estamos ayudándola a hacerlo sobre la base de la discusión de ideas, y comenzando por pedir a cada grupo juvenil que se defina y que identifique cuáles son los objetivos que concibe para el País en su conjunto. Este es el inicio. El fin es la unión de la juventud argentina sin distinciones partidarias; y el camino es el respeto mutuo y la lucha, ardorosa sí, pero por la idea.

Los trabajadores, columna vertebral del proceso, están organizándose para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la cual aspiran de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales. Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.

Los empresarios se han organizado sobre las bases que han hecho posible su participación en el diálogo y el compromiso. De aquí en más, el Gobierno ha de definir políticamente, actividad por actividad, y comprometer al empresario en una tarea conjunta, para que su capacidad creativa se integre al máximo el interés del País.

Para identificar el papel de los intelectuales, hay que comenzar por recordar que el país necesita un modelo de referencia que contenga, por lo menos, los atributos de la sociedad a la cual aspira, los medios de alcanzarlos, y una distribución social de responsabilidades para hacerlo.

Este proceso de elaboración nacional tendrá que lograrse convergiendo tres bases al mismo tiempo: lo que los intelectuales formulen, lo que el país quiera y lo que resulte posible realizar. A ellos toca organizarse para hacerlo. El intelectual argentino debe participar en el proceso, cualquiera sea el país en que se encuentre.

Las Fuerzas Armadas están trabajando en el concepto de guerra total y, en consecuencia, de defensa total. La verdadera tarea nacional es la de la liberación, y nuestras Fuerzas Armadas la han asumido en plenitud. La defensa se hace así contra el neocolonialismo y, el compromiso de las Fuerzas es con el desarrollo social integrado del País en su conjunto, realizado con sentido nacional, social y cristiano.

Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la Iglesia, nuestra visión del mundo y nuestro planteo de justicia social, por cuanto nos basamos en una misma ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres.

En cuanto a la mujer, estamos profundamente satisfechos, como mandatarios y como hombres, de su evolución en nuestra sociedad. Más de veinticinco años pasaron desde que la asignación del derecho de voto femenino terminó con su subordinación política. Nuestras mujeres mostraron desde entonces que pueden trabajar, elegir y luchar como los varones y preservar, al mismo tiempo, los atributos de femineidad y de esposas y madres ejemplares con que impregnan de afecto nuestra vida. Estas concepciones, que vienen fortificando nuestra acción presente y que constituyen nuestro programa grande para el futuro, configuran el contenido básico del Modelo Argentino que en breve ofreceremos a la consideración del país.

Nuestra Argentina necesita un proyecto nacional, perteneciente al país en su totalidad. Estoy persuadido de que, si nos pusiéramos todos a realizar este trabajo y si entonces comparáramos nuestro pensamiento, obtendríamos un gran espacio de coincidencia nacional. Otros países que han elaborado un estilo nacional tuvieron uno de dos elementos en su ayuda: o siglos para pensarse a sí mismos, o el catalizador de la agresión externa. Nosotros no tenemos ni una ni otra cosa.

Por ello, la incitación para redactar nuestro propio modelo tiene que venir simplemente de nuestra toma de conciencia. Como Presidente de los argentinos propondré un modelo a la consideración del país, humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. Si de allí surgen propuestas que motiven coincidencia, su misión estará más que cumplida.

El Modelo Argentino precisa la naturaleza de la democracia a la cual aspiramos, concibiendo a nuestra Argentina como una democracia plena de justicia social. Y en consecuencia, concibe al Gobierno con la forma representativa, republicana, federal y social. Social por su forma de ser, por sus objetivos y por su estilo de funcionamiento.

Definida así la naturaleza de la democracia a la cual se aspira, hay un solo camino para alcanzarla: gobernar con planificación. Habremos también de proponer al País una reforma de la Constitución nacional.

Para ello estamos ya trabajando desde dos vertientes: por un lado, recogiendo las opiniones del País; y por el otro, identificando las solicitaciones del Modelo Argentino.

Quiero finalmente referirme a la participación dentro de nuestra democracia plena de justicia social. EL ciudadano como tal se expresa a través de los partidos políticos, cuyo eficiente funcionamiento ha dado a este recinto su capacidad de elaborar historia. Pero también el hombre se expresa a través de su condición de trabajador, intelectual, empresario, militar, sacerdote, etc. Como tal, tiene que participar en otro tipo de recinto: el Consejo para el Proyecto Nacional que habremos de crear enfocando su tarea sólo hacia esa gran obra en la que todo el País tiene que empeñarse.

Ningún partícipe de este Consejo ha de ser un emisario que vaya a exponer la posición del Poder Ejecutivo o de cualquier otra autoridad que no sea el grupo social al que represente. Queremos, además, concretar nuestro pensamiento acerca de la forma de configurar las concepciones de cada grupo social y también de cada grupo político.

Concebimos que los criterios formalizados en bases, plataformas u otros cuerpos escritos que expresen el pensamiento de partidos políticos y grupos sociales, no pueden ser otra cosa que su versión de proyecto nacional. Esclarezcamos nuestras discrepancias, y, para hacerlo, no transportemos al diálogo social institucionalizado nuestras propias confusiones.

Limpiemos por dentro nuestras ideas, primero, para construir el diálogo social después.

Estas son, señores Legisladores, las principales reflexiones que, como Presidente de todos los Argentino me he sentido en el deber de traer hoy a vuestra alta consideración.