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PERÓN CAMBIÓ LA HISTORIA

Este artículo es un cuadro de pie de Juan Domingo Perón al cumplirse los treinta años de su muerte. Aporte de un periodista que sostiene sus opiniones con su propia conducta de vida. Una de las mejores piezas que, por su síntesis y precisión, se hayan escrito sobre el tres veces presidente de los argentinos, el hombre que cambió la historia, dice. Por ello, una recomendable lectura, en especial para las nuevas generaciones.

Por Carlos Eichelbaum

Solía ofrecer una explicación del fenómeno simple y contundente, mil veces repetida en su estilo refranero. También en su estilo daba una explicación incompleta: "No es que nosotros seamos buenos, es que los que vinieron después fueron peores".

Hubo bastante más que eso en el proceso por el cual Juan Domingo Perón, un coronel del Ejército con pasado reiteradamente golpista (1930 y 1943), con formación y experiencia política marcadamente elitista, se convirtió en el más importante, más duradero líder popular, líder de masas, de la historia argentina.

Cuando hace justo 30 años, el 1° de julio de 1974, Perón moría, la Argentina entraba por eso, con eso, en otra etapa, presentida en el sentimiento de orfandad, de angustia de casi toda la sociedad.

También había cambiado la historia, unos 30 años antes, el 17 de octubre de 1945, con su consagración como líder popular.

Ese 1° de julio del 74 se sobrecogían y lo lloraban casi todos: Los trabajadores, que lo habían acompañado desde el principio y habían aprendido de él, y le habían enseñado —en un proceso dialéctico de libro por la magnitud de sus contradicciones internas-, cómo se democratiza una sociedad periférica, cómo se hace más justa y autónoma a través de la generación de poder popular consciente. También muchos de los que lo habían odiado y combatido, y casi todos sus hijos.

Y lo lloraban todavía más sobrecogidos los que sabían que esa muerte era una confirmación definitiva del enfrentamiento implacable de dos bandos que invocaban su nombre y su herencia política.

Para alcanzar esa dimensión, para encarnar bisagras en la historia, Perón había recorrido un largo camino desde su nacimiento, en 1895, en Lobos, según la historia oficial. O en 1893, en la vecina Roque Pérez, como hijo natural de Tomás Perón y la india tehuelche Juana Sosa, según una investigación bastante contundente de Hipólito Barreiro.

Hasta 1941, fecha de su retorno de una misión oficial de dos años en la Italia fascista, su relación con la política extracastrense sólo había sido circunstancial.

Según su propia confesión, se había identificado como casi todos los oficiales de Ejército con el golpe con el que el general José Evaristo Uriburu derrocó en 1930 a Hipólito Yrigoyen, el mismo Yrigoyen al que después reivindicaría como la expresión del antecedente político más próximo al de su propio modelo de país. Incluso llegó a ser durante unos meses secretario privado del general Francisco Medina, el ministro de Guerra de Uriburu.

Pero en la Argentina del 41, con una Segunda Guerra de suerte todavía indefinida como contexto global y en los estertores de la "Década Infame", como contexto nacional, el tema del poder era el único que importaba, el único que se imponía.

El aplicado alumno del estratega alemán Carl von Clausewitz entendió que en la Argentina, en medio de la guerra, era hora de volver a la política por sus propios medios, por sus medios naturales. Ya, para entonces, las resistencias argentinas a las presiones aliadas para que se involucrara en la guerra habían frenado la llegada al país de productos industriales europeos, sobre todo británicos.

Una buena cantidad de talleres empezaban a crecer en tamaño y desarrollo como pequeñas unidades industriales en el proceso de sustitución de importaciones. Con ellos, crecía un nuevo proletariado nativo, en buena medida conformado por el "ejército de reserva", los desocupados y excluidos de la década anterior. La dinámica de la política superestructural estaba muy lejos de poder contener y expresar las nuevas realidades sociales. Conservadores y radicales alvearistas manejaban los poderes del Estado a través de componendas y fraudes "patrióticos", como salvaguarda institucional de los intereses de la Argentina tradicional, la de la producción primaria y las exportaciones agrícolas.

Perón fue uno de los argentinos que mejor entendió la etapa, que mejor "cabalgó la historia", según su propia definición de la esencia de la política. Una definición equívoca que está en el origen de la posterior emergencia de varios peronismos definitivamente antagónicos entre ellos. Un peronismo revolucionario —Evita, John William Cooke, Gustavo Rearte, la CGT de los Argentinos, las organizaciones peronistas armadas y de base- para el que Perón, como un jinete en pleno control, cabalgaba la historia para modificarla, y otro peronismo adaptativo —el vandorismo, el menemismo, el actual aparato del PJ- para el cual cabalgar la historia quiere decir estar siempre arriba de ella, en el lugar del poder.

En los comienzos de la década del 40, Perón cabalgó la historia primero a través de la formación de una logia militar, el Grupo de Oficiales Unidos, GOU, con el que participó de la preparación del golpe del 4 de junio de 1943 que frenó la elección como presidente del estanciero salteño pro británico Robustiano Patrón Costas.

Después, y para sorpresa y tal vez satisfacción de muchos de sus compañeros de logia, con una visión típica del nacionalismo oligárquico de los militares argentinos, a través del ejercicio de un cargo considerado menor, casi puramente burocrático: el Departamento Nacional del Trabajo.

Desde allí, Perón construyó lo que sería su base fundamental de apoyo social, los trabajadores organizados y, en aquel proceso dialéctico, generó también una identidad política y de lucha de la clase obrera argentina que la expresó por décadas y explicó a la vez casi todas sus mejores conquistas y algunos de sus peores fracasos. Cuando las distintas visiones sobre el sentido de la "revolución" del 43 hicieron estragos entre sus máximos dirigentes, Perón surgió como la encarnación hegemónica, la "necesaria" para esa etapa de la Argentina y su particular conformación social desde sus actividades en el Departamento, ya convertido en Secretaría de Trabajo y Previsión. Desde esa tarea, desde su relación con los trabajadores, nació el 17 de octubre de 1945, su entronización como líder nacional de masas.

Antes, a Perón le había cambiado su propia historia: conoció y se enamoró de Eva Duarte, destinada a encarnar el costado más clasista y radical del primer peronismo en vida, y como bandera después de su rápida muerte, el 26 de julio de 1952. Los casi 10 años de los dos primeros gobiernos de Perón, a través de una gestión con algunos rasgos autoritarios, fueron los parteros de la sociedad más democrática de América latina, en términos de distribución del ingreso, integración y movilidad social y reparto social de los espacios de representación y poder institucional.

Una organización social que sólo pudo revertir el trabajo -sangriento en muchos de sus tramos- acumulado de varias dictaduras militares y de algunos gobiernos constitucionales, con especial éxito, en este caso, de uno surgido del Partido Justicialista, el de Carlos Menem.

Lo que vino después del golpe que lo derrocó el 16 de setiembre de 1955 fue el inicio de los intentos de terminar con "el hecho maldito del país burgués", según una de las caracterizaciones del fenómeno peronista imaginada por Cooke. Esos intentos fortalecieron la aparición de un nuevo peronismo, el de la Resistencia, con sus procesos de radicalización ideológica y en los métodos de lucha, una realidad acompañada por Perón, desde el exilio, con un replanteo de la naturaleza de su liderazgo.

Fueron los años, 18, en los que forjó progresivamente la imagen y el discurso de un líder revolucionario.

Su retorno al país, en noviembre de 1972, fue posible en gran medida por la lucha de los sectores revolucionarios del peronismo, con métodos bien diversificados que incluyeron una respuesta a la militarización de la política -otra vuelta de tuerca para el discípulo de Clausewitz- impuesta por los regímenes militares y sus estrategias represivas.

Pero el Perón ya anciano de su último y breve gobierno no era un líder socialista. Aunque el 12 de junio de 1974, en aquella última aparición pública en la Plaza de Mayo, previa a su muerte, demostró que tampoco era el líder de una entente empresario-sindical a la que expresamente desautorizó como su pretendida heredera.

Volanta, título y bajada : El hombre que marcó el siglo XX / El perfil de un líder / Un jinete que supo cabalgar la historia de los argentinos. Sus orígenes, su formación, sus convicciones, su relación con el poder y con las masas. El estilo de un hombre contradictorio y decisivo que definió el destino de la política y del país.

Fuente: Clarín, 1/7/04