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EE.UU, EL REVÉS DEL MODELO

Un especialista explica aquí el dilema que enfrenta Estados Unidos, estancada su economía debido al imperio de los negocios financieros sobre la producción y por importar más que lo que exporta. También Europa pone en remate el estado de bienestar. El caso inverso en la Argentina.

Por Norberto Colominas

No obstante el agónico acuerdo alcanzado por el Congreso de los Estados Unidos para evitar el default, el peso de las deudas está provocando una fuerte retracción en el sistema económico mundial, pero más claramente en el centro que en la periferia, habida cuenta de que la industria tiene mejores perspectivas en el hemisferio sur que en el norte, donde domina ampliamente la renta financiera.

Por ejemplo, Estados Unidos, que debe 2 de cada 5 dólares que se deben en el mundo, pero es acreedor de 3 de cada 5 dólares que se deben.

Si bien la diferencia es muy grande, su déficit comercial se ha vuelto crónico y su economía se estanca, porque renta no es igual a desarrollo.

Esto se ve claramente en el caso de Venezuela, un país que, no obstante una renta petrolera anual de 50 mil millones de dólares, sigue siendo un país subdesarrollado.

En paralelo estamos viendo los problemas que enfrentan las economías europeas más atrasadas, y aún Japón, de modo que salvo los tres fuertes de la UE (Alemania, Francia, Inglaterra), el BRIC (Brasil, Rusia, India, China) y los de rápido crecimiento en la última década (Sudáfrica, Australia, la Argentina), el resto de los países soporta serias dificultades.

¿Por qué ocurre esto?

El quebranto de los Estados Unidos se produce como consecuencia del dominio de las finanzas sobre la producción, hegemonía que al cabo de treinta años ha subordinado a la industria.

A diferencia de China y Alemania, EEUU importa más de lo que exporta. Ese déficit industrial acumulado es el mayor responsable de un endeudamiento progresivo que ya llegó a los u$s 14,3 billones de dólares autorizados por el Congreso.

Esa deuda va en aumento y está por alcanzar al PBI de u$s 15 billones, que apenas creció desde 2008.

Pero aunque el Congreso aumentará el techo de la deuda, el déficit comercial continuará creciendo si la industria estadounidense no se recupera, y en consecuencia también lo hará la deuda, reproduciendo el cuadro actual.

El otro componente del déficit comercial se debe a que la mayor parte del capital industrial norteamericano está invertido en el exterior.

Dicho de otro modo, en Estados Unidos la globalización juega a favor de la especulación pero en contra de la inversión industrial.

Por cada dólar del PBI mundial circulan hoy 20 dólares de especulación. Más allá de los partidos políticos y de la vida parlamentaria, en Estados Unidos manda el triángulo de poder que conforman Wall Street (renta financiera), el Pentágono (aparato militar-industrial) y el polo petrolero. Y a los beneficiarios de esas rentas no les preocupa la evolución de la industria ni de la tecnología, salvo en el segmento propio. Su peso en la estructura de poder es cada vez mayor.

Una prueba de ello es que Barak Obama no pudo retirar las tropas de Irak ni de Afganistán, como había prometido durante la campaña.

Otra es que no pudo extender la seguridad social más allá de ciertos límites, y ahora deberá reducirla para enjuagar un déficit que, como siempre, pagarán los que tienen menos.

Este cuadro económico y político, sumado a la crisis de las asimetrías del desarrollo europeo (impropiamente llamada “crisis del euro”) muestra los límites que tiene la acumulación del capital cuando gobierna la renta financiera, que en un período de expansión económica debe ser un auxiliar de la renta industrial, vía créditos, pero que hoy es su mandante. Así, la Europa menos desarrollada ve morir lentamente el estado de bienestar.

Ese es el precio que deberán pagar Grecia, Portugal, Irlanda, España (¿Italia?) para hacer frente a sus deudas. Y sin estado de bienestar la socialdemocracia no tiene razón de ser, como ya lo demostraron sucesivas derrotas electorales. El próximo fracaso del puño y la rosa se verá en España antes de fin de año.

El Tratado de Maastrich cometió el despropósito de crear una moneda común europea, el euro, antes de generar las condiciones de desarrollo sustentable común. ¿Cómo pueden tener la misma moneda economías tan disímiles como Alemania y Grecia?

Es algo tan absurdo como la convertibilidad de los 90, cuando la Argentina (con un PBI de 300 mil millones de dólares) adoptó la divisa de los Estados Unidos, que tiene un PBI cincuenta veces mayor. El impacto de un default de la primera economía del mundo, o bien la salida del euro de Grecia, por ejemplo, se sentirían muy fuerte en todas partes.

Un retroceso simultáneo del dólar y del euro (un escenario posible, aunque inédito) provocaría una revaluación obligada de las monedas de la periferia, en particular de China, Japón, los grandes del Mercosur ---que exportan manufacturas industriales y/o se benefician con los altos precios de los agroalimentos-- y de los países petroleros. Esta situación ya se está viendo en Brasil, que se prepara para librar "la batalla de las monedas", como la definió su ministro de Economía. También velan sus armas monetarias China y Japón.

En sentido inverso, se observan en la Argentina presiones cambiarias para una devaluación del peso, que el gobierno nacional trata de evitar porque eso supondría facilitar las importaciones y dificultar las ventas al exterior.

La devaluación es el reflejo condicionado de un sector industrial que no puede mejorar su competitividad por falta de inversiones, y de un sector agroexportador que pretende siempre más pesos por cada dólar que gana. La persistencia de la inflación le juega en contra del gobierno porque debilita el consumo y pone en riesgo el empleo.

Por lo tanto es necesario un aumento de la inversión y de la producción de bienes, para que una demanda estimulada no supere a una oferta insuficiente, reiniciando el ciclo inflacionario. Hasta ahora el gobierno ha manejado bien la aplicación de medidas contracíclicas.

Todo indica que en lo que resta del año y en 2012 se reforzará la oferta de créditos blandos al conjunto de la industria, como ya se hace con las pymes, y se avanzará con estímulos consistentes para la inversión extranjera, como ocurre en el sector automotriz.

En un país con las particulares características de la Argentina, para que la economía funcione bien el estado debe asumir las inversiones necesarias, aunque sean de riesgo, para que los privados puedan dirigir sus capitales a los sectores más rentables.

Pero la inequidad no termina allí.

Los privados disfrutan de las rentas de los 250 mil millones de dólares que tienen colocados en el exterior, casi un PBI. Si hacía falta una prueba de que no tenemos burguesía industrial, esta es elocuente.

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