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UNA LEY PARA TODOS

En el debate más importante en su tiempo en el Congreso de la Nación relacionado convicciones y creencias, esta destacada intervención de la senadora por la provincia de Córdoba explica la razón y el sentido de la ley del matrimonio igualitario. Pondera la tolerancia y rechaza la cultura del odio."Tenemos que construir una auténtica cultura democrática basada en el diálogo", dice, Fue en el año del Bicentenario, el de la felicidad en las calles.

Por Norma Morandini (*)

Esta no es una ley progresista; no es porque queremos parecernos a Suecia que estamos legislando para garantizar derechos a aquellos que llamamos minorías, que son nuestros iguales, nuestros compañeros, nuestros vecinos, nuestros colegas, nuestros familiares. La verdad es que me cuesta muchísimo, no tengo argumentos, he buscado en todos los argumentos jurídicos una razón que me permitiera justificar por qué negar derechos a aquellos que son iguales.

De eso es de lo que quiero hablarles y tal vez rehacer una pregunta base: ¿creemos efectivamente que la democracia es el mejor sistema para vivir los argentinos? Seguramente todos vamos a decir que sí, pero la democracia tiene que querer decir para todos lo mismo. La democracia es el sistema por el que efectivamente las mayorías legitiman a los gobiernos, pero que ponen a prueba las minorías.

La calidad de una democracia se mide en cuánto puede garantizar los derechos de las minorías. Se ha hablado de prudencia y ese debería ser el atributo fundamental de un legislador.

La prudencia es que hagamos educación democrática, que utilicemos con responsabilidad el micrófono para explicarle a la ciudadanía, que legítimamente está asustada, que se trata de garantizar derechos porque eso es lo que nos manda nuestra Constitución. No sólo porque en su artículo 16 garantiza la igualdad ante la ley, sino porque tiene un corazón constitucional basado en los derechos humanos.

Esa bella utopía que se dieron los hombres a sí mismos después de la locura del nazismo. ¿Por qué me conmueven los derechos humanos? Porque hay una visión de sagrado en esta idea de que el ser humano porta derechos; no los adquiere, forman parte de él. Es el derecho que tienen las personas sólo por su condición de personas.

A veces somos tan tentados a analizar y hacer legislación comparada que poco reparamos en lo que sí deberíamos analizar, que es la cultura comparada. ¿Por qué será que Alemania, España y la Argentina han tenido que poner en el corazón constitucional ésto?

Tal vez para los suecos es una obviedad, pero para nosotros no lo es tener una Constitución subordinada a los tratados internacionales de derechos humanos. Por supuesto, como se ha mencionado, han ido cambiando pero ampliándose. Desde el año 1948, que fueron derechos civiles y políticos, pasamos a los derechos sociales, que tal vez lo que mejor los explica es el derecho a la información.

 * El poder de un derecho

Ya no es el derecho subjetivo de decir lo que pienso, sino el derecho que tiene la sociedad a tener una información de calidad, porque eso es lo que va a medir la calidad democrática. Y ahora tenemos los derechos culturales o derechos de la diferencia. No porque sean mejores o peores que otros, es porque se han ido ampliando. De modo que es cierto mucho de lo que se ha argumentado aquí.

Se nos dice que esto no es urgente, pero es sumamente importante tenerlo incorporado para todos. Porque nuestra obligación es poder generalizar a la sociedad todo ésto que forma parte del corazón constitucional. Debe saber la ciudadanía que no es el número de la mayoría lo que le da poder a un derecho.

Esta opinión mayoritaria de las firmas que nos han acercado, la legítima opinión de todos los que han salido a la calle a manifestarse, eso no es garantía de derecho. Porque tenemos que decir con honestidad, con firmeza, que la mayoría nunca puede ir en contra del bien común, que pertenece a todos, por minoría que se sea. El derecho no depende del número; el derecho depende de la universalidad.

De modo que me parece que tenemos que aprovechar y hacer todo el tiempo educación democrática, para que efectivamente la construyamos. Se ha hablado mucho de la cultura como construcción. Tenemos que construir una auténtica cultura democrática basada en el diálogo, basada en el respeto de las minorías. Tengo muchísimo para compartir.

Voy a tratar de hacer algunos aportes, en el sentido de lo que acá se confunde y sobre lo que también tenemos la obligación de hacer educación democrática. Si para la religión la sexualidad es parte de la ética, no lo es para el Estado ni para el derecho. La política y la religión no tienen ni la misma esfera, ni el mismo origen, ni los mismos medios, ni el mismo campo de acción, ni la misma finalidad.

¿Por qué nos estremecemos? Yo, personalmente, como creo que muchísimos –como la mayoría de los que estamos acá–, nos estremecemos cuando en el debate público volvemos a escuchar palabras de confrontación, palabras de guerra.

* Crear una cultura de la legalidad

El único antídoto, insisto, que nos puede evitar que volvamos a desquiciarnos es que creemos una cultura de legalidad compartida. Me han escuchado en este recinto; critico y me duele profundamente que se haga política con los derechos humanos.

Me duele profundamente que el pasado nos vuelva a enfrentar, porque si en la interpretación del pasado nos volvemos a enfrentar, ha ganado ese pasado autoritario. También me han escuchado decir que los derechos humanos no admiten interpretación; no son de derecha ni de izquierda.

La obligación que tienen los gobernantes, la obligación que tenemos nosotros, legisladores, es respetarlos, consagrarlos. Ninguna ley, no sólo ésta, ninguna ley que salga de este Congreso tendría que violar lo que, insisto, es el corazón constitucional de nuestra Constitución –decía Kant–. Esto lo tomé con relación a las presiones, que ha sido también otro de los temas que hemos tratado.

Tal vez tendríamos que aprovechar este momento, este debate, para debatir también lo que subyace a todo este debate. Decirles a nuestros ciudadanos, a aquellos que han llenado nuestros correos diciendo que los hemos defraudado o que los hemos traicionado, que esas son palabras horribles que tendríamos que erradicar de la política. Porque uno sólo puede ser leal a otro cuando se es leal a uno mismo.

De modo que estas son las cuestiones que también hay que debatir. Porque ¿qué mejor le podemos ofrecer a la ciudadanía que ser legisladores íntegros, que no ceden a presiones? Hoy son presiones visibles, pero hay otras presiones que devalúan también la actividad de legislar. La democracia tiene que tolerar la luz pública.

Venimos de tiempos de oscuridad, y lo que vemos ahora, que nos perturba, son fenómenos que ya existían, son personas, compatriotas nuestros, que han tenido el coraje de salir a la luz pública y hablarnos de lo que vivían en la oscuridad porque tenían que esconderse. Lo que tenemos que preguntarnos hoy y preguntar a la ciudadanía, es si estamos dispuestos a admitir toda la luz pública de un reflector y no conformarnos con que sea nada más que la luz de una vela. Espero y confío en que vamos a poder ir construyendo lo mejor. La ciudadanía nos tiene que dar la luz pública.

Conciencia, no religión 

Nuestro voto a conciencia no es un tema de conciencia religiosa, porque la relación con Dios es íntima. Todos tenemos una relación con aquello que tememos o con respecto a lo que nos subordinamos. Pero porque es íntima, no se debate públicamente. No hemos venido aquí a debatir cuestiones de tipo religioso. Nuestra obligación es resolver todo lo que tenga que ver –como aquí se dijo– con lo terrenal.

La religión cuida de la salvación, de las almas; y nosotros no hemos sido elegidos por nuestras convicciones religiosas, o por nuestras opciones espirituales. Aunque está íntimamente vinculado con que la relación que tengamos con Dios va a determinar la rectitud con la que vamos a obrar.

Pero la rectitud para hablar no es otra cosa que la honestidad, porque si podemos ser honestos con nosotros mismos, vamos a poder ser honestos con aquellos que nos han delegado su confianza. Señor presidente: sé que me estoy excediendo en el tiempo asignado para exponer, pero quiero referirme a otro tema fundamental, que es la tolerancia.

La primera pregunta que tal vez debí haber hecho y que dejo para el final, es la que ha sobrevolado cada uno de los argumentos de hoy en este recinto y en las audiencias públicas, referida a lo que define lo humano. Es decir, ¿qué define la naturaleza de lo humano? ¿Qué es común a todos nosotros?

El sexo es lo natural en lo humano, en hombres y en mujeres. Pero la naturaleza de lo humano, no la define el sexo. Lo que define la naturaleza de lo humano es la dignidad. Y el fundamento de la dignidad es la tolerancia. Y la tolerancia es una virtud que debemos adquirir y enseñar.

 ¿Por qué?

Porque vivimos separados, porque venimos de una cultura de desconfianza, de odio, de discriminación, de lastimarnos unos a otros. Por eso, ojalá podamos hacer realidad esto que se dice, pues son mucho más sabios, inteligentes y rectos los hombres si están reunidos, que uno solo que pueda tener una clarividencia. Este es mi compromiso.

Por eso apoyo esta propuesta, y no porque esté en contra de alguien, sino a favor de los derechos humanos y del respeto hacia todos, o sea, no a las minorías, sino a aquellos que son nuestros iguales, a aquellos que son los hermanos para la religión, los compañeros para la política, pero son nuestros compatriotas.

( *) Senadora independiente, ex diputada, periodista y escritora llegada a la política hace cinco años. Bloque Frente Cívico de la provincia de Córdoba. El texto es una parte de su exposición. La ley fue promulgada el 21/7/10.

Fuente: senado.gov.ar/versión taquigráfica 14 y 15/7/2010.

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