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DESARROLLO O DECADENCIA

Periodista con destacados antecedentes, pocos saben de la formación de economista del autor de este artículo. Dice que sólo hay dos  caminos para la Argentina: desarrollar las fuerzas productivas o la decadencia. En la guerra civil norteamericana, donde también se enfrentaron dos modelos de país,  vencieron los industriales. Aquí, en cambio,  ganaron los latifundistas.

Por Norberto Colominas

La política nacional se encuentra ante una encrucijada. Los proyectos partidarios y las apuestas de las distintas fracciones del poder (campo, banca, medios, industria, multinacionales) sólo tienen dos objetivos posibles: desarrollar las fuerzas productivas o administrar la decadencia. No hay Plan C.

Todas las otras disputas institucionales, legales, por el cesarismo de Néstor o las carteras de Cristina, son astucias de tero: gritar lo más lejos posible de donde están los huevos. Desarrollo o decadencia. Esta parece ser la línea que divide aguas en la Argentina de hoy, y no la confrontación entre un proyecto progresista y otro conservador.

En un país del medio del pelotón, como el nuestro, no hay nada más progresista que promover las fuerzas productivas, ni nada más reaccionario que ponerle palos en la rueda.

Un proyecto de Nación no sólo requiere objetivos, planes, un equipo de gobierno, convicciones y audacia; exige, antes que nada, un sujeto histórico, en este caso una alianza entre una burguesía moderna y una clase obrera dispuesta a acompañar. Modelo: Brasil. En los dos primeros intentos que se hicieron en la Argentina del siglo pasado, al peronismo le faltaron empresarios y al frondicismo le faltaron trabajadores. Y a los dos le sobraron militares. Pero esto viene de lejos.

En la guerra civil estadounidense del siglo XIX se enfrentaron dos modelos de país. Ganó el norte industrialista, democrático, liberal, que en 150 años construyó un imperio.

En el enfrentamiento civil argentino de la misma época, por el contrario, ganó el sur, que a diferencia de sus pares norteamericanos no era esclavista sino que optó por traer mano de obra europea, pobre pero blanca, para trabajar sus campos, ya que los negros eran vagos y los gauchos mal entretenidos.

Nuestros prohombres del XIX eran latifundistas y como tales le declararon la guerra al indio, al gaucho y al negro al mismo tiempo. Objetivo: la tierra. El alambre de púa y los Remington fueron sus mejores argumentos. Amén de matar indios a mansalva en la campaña de Roca, promovieron el enfrentamiento entre indios y gauchos en la línea de fortines. Doble ganancia.

Con lucidez, Martín Fierro, que era gaucho de leva, y Cruz, que era milico, se exiliaron con la indiada después de batir a la partida, algo que nunca le perdonaría Borges a Hernández, que por eso prefería el Facundo, de Sarmiento, como libro fundador de la literatura nacional.

Para cerrar el círculo, a los negros sobrevivientes de la fiebre amarilla Mitre los mandó al muere en la infame guerra contra el Paraguay, de la que aún no se recuperaron ni Mitre ni el Paraguay. Los vencedores de la Triple Alianza inventaron un sistema electoral amañado, el “fraude patriótico”, para mantenerse en el poder. Así se encumbró la Generación del 80. El puerto sometió al interior. El vasto campo, ocupación de criollos, sometió a la naciente industria, actividad de gringos.

La Argentina devino en una gran estancia con muchos pobres y pocos ricos, que a diferencia de sus pares de Norteamérica no producían algodón sino cereales y carne. En la Europa de aquellos años un puñado de argentinos revoleaba agropesos como después los árabes derrocharían petrodólares. Tenían tanto dinero que viajaban con la vaca atada en la bodega de los barcos -más el correspondiente peón de cuadra- para darle leche fresca a sus hijos durante la travesía.

A la salida de la II Guerra Mundial Perón encabezó el primer intento de articular esa alianza entre burgueses lúcidos y trabajadores aliados, pero no hubo suficiente compromiso empresario y el estado debió ocuparse de casi todo. Si uno no quiere, dos no se casan.

Ese fue y sigue siendo el límite histórico del PJ. Ménem fue el único que lo traspuso -en los 90- cuando articuló una alianza atroz con el liberalismo, que dejó al peronismo herido de muerte porque se equivocó de burgueses: convocó a los que nunca quisieron construir una Nación, representados por los Alsogaray, los Macri y el almirante Rojas. Bueno, Ménem no pudo construir ni una provincia. Esto viene de lejos, decíamos. Tres años después del 55 el gobierno desarrollista de Frondizi cometió el grave error de desconocer el acuerdo político firmado con Perón (que le permitiera ganar las elecciones), lo que le enajenó el apoyo de la mayoría del pueblo. Una vez aislado fue presa fácil de los militares. Dos no se casan si uno no quiere.

La Argentina del Centenario todavía era gobernada por la generación del 80, a la que el optimismo no le duraría mucho. Sin poder asimilar las consecuencias del voto universal que propuso la Ley Sáez Peña, y que ya había generado tres gobiernos radicales, en 1930 el establishment decidió reemplazar el fraude patriótico por el golpe de estado y las urnas por las fuerzas armadas.

En cambio, la Argentina del Bicentenario es conducida por una administración que -aunque en minoría tras la derrota electoral- puja por el desarrollo en medio de una crisis generalizada del capitalismo, mientras la sociedad, perpleja, trata de intuir qué modelo de país se impondrá en 2011.

Ahora el festejo será moderado. Como a Perón, al kirchnerismo le faltan empresarios. Como al desarrollismo, al cobismo le faltan trabajadores y le sobran Carrió y De Narváez.

Sería triste perder otro siglo por no comprender que solamente un programa de unidad nacional para el desarrollo puede llevar a la Argentina hacia un destino exitoso, al que, por cierto, no está condenada, como cree Duhalde.Si invertimos la vieja fórmula podemos decir que sin Nación no hay industria sino maquila, que sin Nación no hay ejército sino guardia armada. Para que haya industria y ejército nacionales, para que haya modernización capitalista, para que prospere el empleo y aumente la producción de las fábricas y el campo, la investigación científica, la salud y la educación, es imperioso que la democracia del desarrollo subordine a la dictadura del atraso, que no solamente es reaccionario sino antinacional.

Fuente: Buenos Aires Económico, 3/12/09