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GERMÁN ABDALA, ACCIÓN Y EJEMPLO

En medio de un creciente deterioro de la imagen de los legisladores nacionales, hay ejemplos en sentido contrario, entre los que sobresale el diputado sindicalista peronista German Abdala,  fallecido en 1993 y recordado aquí en un día muy especial.

Por Armando Vidal

Germán Abdala volvió un día, tras diecinueve operaciones y un año de ausencia. Llegó al recinto en silla de ruedas, más flaco, barba y pelo renegridos, pero el mismo espíritu. Fue el 12 de junio de 1992. La sesión había arrancado. Llegó al edificio concebido con tantos escalones insalvables para quien no pueda andar sobre sus piernas y apareció por el recinto por el hemiciclo casi a la altura del medio.

Lo levantaron de la silla y lo sentaron en una banca, en la última fila, justo enfrente de Alberto Pierri, quien presidía la sesión, y pareció no verlo. No estaba ninguno de sus compañeros del bloque de los ex “8”. Algunos oficialistas no quisieron darle la espalda.

Cálido, Lorenzo Pepe se levantó de su butaca, lo abrazó y lo besó.

Los radicales Juan Pablo Baylac y Marcelo Bassani, también.

Abdala estaba sentado entre los peronistas disidentes Tucán Rodriguez y Marta de Nardo.

Sonreía.

Tucán, un fueguino solidario, quiso pedir la palabra para que la Cámara le diese la bienvenida a este un guerrero de la vida y de la política. Debía pegar un grito para que Pierri reparase en lo que exactamente ocurría en frente suyo, y no lo hizo, porque Germán no quería.

Si hubiera querido llamar la atención habría ingresado con la silla por uno de los pasillos.

 “A ver si creen que buscaba un golpe de efecto”, confesó después a un amigo.

Enfrascada en la discusión por un pedido de informes, finalmente aprobado sobre la presunta fuga de Ezeiza de Daniel Sánchez, testigo en una causa conexa al Narcogate, la Cámara siguió sin prestarle atención.

En ese mismo momento comenzó su trabajo para la nueva etapa: habló con Rodriguez, De Nardo y Eduardo Ferreira (los tres integraban un bloque Afirmación Peronista afin a la otrora Guardia de Hierro) acerca de la necesidad de unir fuerzas.

Luego siguió sus sondeos con otros sectores con el propósito de sumar a los intransigentes Oscar Alende y Pedro García, al socialista Guillermo Estevez Boero, al latorrista Ricardo Molinas y al democristiano Héctor Gatti.

“Hay que formar un interbloque y que lo presida cualquiera, eso no importa”, explicó a un cronista.

Tenía otras metas: volver a la bicameral de seguimiento de las privatizaciones, pese a que había sido excluído de ella. “Lo que dijimos de Aerolíneas en su momento se cumplió en todo”, recordaba el hombre que -el dato pertenece a Alberto Dearriba quien autorizó a difundirlo en homenaje a la lucha de Germán- grabó la perorata de Roberto Dromi en la comisión bicameral para que se tuviera cabal idea de la genuflexión de un gobierno cuyo ministro decía que el país se hallaba de rodillas frente a Estados Unidos y los acreedores, lo cual posibilitó uno de los aciertos periodísticos de Horacio Verbistsky en la edición del domingo siguiente de Página /12 al difundir el texto completo de sus palabras.

Con la solidaridad económica de todos los legisladores -hubo una excepción cuyo nombre en señal de desprecio el cronista olvidó-, más la venta de la casa y del auto, su familia pudo ir costeando la deuda de sus últimas operaciones en Estados Unidos, aunque no toda, hasta que volvió a su banca y Marcela, su mujer, lo filmaba nerviosa desde el palco de Clarín.

Los senadores no fueron indiferentes.

Poco duró el respiro para el infatigable militante, padre de ocho hijos, procupado por una política “más humana” decía en medio de su dolor. Nuevas operaciones, una visita a Cuba como la última expresión de fe y poco después el fin, con sus restos incinerados en la Chacarita, el retrato de Alberto Dearriba en Página  /12 y el llanto desconsolado de Chacho. “Era el mejor de todos los que habíamos emprendido esta suerte de epopeya de volver al llano, de creer que nuestras esperanzas no habían muerto y de pensar que era posible, sin aparatos, estructuras o apoyos empresarios, recuperar por lo menos una parte de la confianza popular”, dijo en día de su homenaje.

Había declarado a una revista: “Moriré peleando”. Y lo hizo.

 - ¿Está conforme con la vida que le toca vivir?, le preguntaron.

-  Sí. Yo he vivido muy velozmente muchas cosas, muchas. Yo tuve que aprender a caminar tres veces. Yo me olvidé a la fuerza de caminar. Los músculos se me rompieron pero volví a mover las piernas. Yo sufro, claro, sufro porque mi viejo llora y me dice que daría cualquier cosa para cambiarme el lugar, para ser él quien esté en esta silla de ruedas. Pero así como sufro por esta melancolía de la enfermedad, lucho y lucharé hasta el fin. Hasta el fin me van a tener que seguir escuchando en el Congreso. Hasta el fin.

Y, como siempre, cumplió.