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GUERRA POR LOS DESPACHOS

Un largo viaje por despachos que unos arrebatan a otros, en especial en el Senado; también por la llegada de destacadas figuras del peronismo al Parlamento en 1985 (Cafiero, Grosso y De la Sota) y la rebelión en contra de ellos de ignotos diputados del interior. Y el caso del radical Fernando de la Rúa que fue y vino de una Cámara a la otra, donde en Diputados llegó a ser presidente del bloque radical en lugar de César Jaroslavsky, que había cesado su mandato. El mal trato a Bordón en la Cámara alta y las reglas no escritas que también rigen la política en el Congreso de la Nación como el derecho de piso que tienen que pagar los recién llegados, lo mismo que en las cárceles.

Por Armando Vidal

 La guerra por los despachos en el Congreso, de modo muy especial en el Senado, refleja la relación de poder que tiene cada uno adentro de la corporación, incluyendo a quien se haya ganado afuera una buena imagen y llegue impulsado por ella. No se agota en eso porque valen también las acciones inspiradas en un oportunismo arrebatador de escasa dignidad.

En 1993, José Octavio Bordón, peronista mendocino, no lo tuvo en cuenta porque no lo sabía o lo había olvidado ya que su carrera en la escena nacional la había iniciado diez años antes cuando fue diputado. Lo cierto es que cuando llegó al Senado no tuvo otro despacho que el que alguna vez había pertenecido a su comprovinciana radical Margarita Malharro de Torres, uno de los peores ámbitos físicos para quien creía que la Cámara oficiaría de catapulta para su candidatura presidencial llegado el momento.

 No solo no le daban el trato preferencial a quien llegaba con votos propios y renombre ganado en los medios periodísticos, sino que se lo confinaba al reducto que reflejase la imagen que le concedían sus propios pares peronistas.

Bordón fue a parar al penúltimo lugar en la lista de las comodidades de esa Cámara que estaba bajo control del menemismo porque el último de los despachos fue para Fernando de la Rúa, radical que venía de un corto paso por Diputados, donde había sido presidente de bloque y no había estado a la altura de sus responsabilidades (ver DIPUTRUCHO).

Ambos en 1992 ya estaban posicionados como referentes ineludibles en la puja por las candidaturas presidenciales en sus respectivos partidos. Si Bordón y De la Rúa estaban frente a frente en sus aspiraciones, también lo estaban con sus oficinas: una frente de a la otra en el cuarto y añadido piso del Palacio Legislativo.

Despacho de tres por tres

Bordón heredó las dos oficinas de tres por tres de la alfonsinista Malharro, autora de la ley por la cual los hombres de ambas ramas parlamentarias cedieron a las mujeres el treinta por ciento obligatorio en la conformación de las listas de lo cual ya para entonces no parecían terminar de arrepentirse (ver GRANDES DEBATES).

De la Rúa fue a parar al escritorio de don Juan Trilla, que al término de su mandato de nueve años pudo haber sido auditor en representación del radicalismo si el partido no se hubiera opuesto.

Hasta ese momento, los mandatos de los senadores eran de nueve años y sus respectivas elecciones dependían de las legislatura provinciales, con excepción de la Capital Federal donde eran elegidos en las urnas, todo lo cual cambiaría al año siguiente con la reforma constitucional (ver SANTA FE,1994).

Por peronista, Bordón había soslayado el peso de las mujeres en su distrito cuyas incorporaciones obligadas a las listas habían comprometido al radical Raúl Baglini, quen llegaría a esa Cámara varios años después. En el caso del bloque radical, no sólo ya no había mujeres sino que su número había mercado a poco más de la mitad respecto de los 18 llegados en 1983.

En materia femenina, en el bloque peronista únicamente sobrevivía en 1993 la tucumana Olijela del Valle Rivas, que supo apropiarse como correspondía del envidiable despacho de Eduardo Menem cuando éste paso a ser presidente provisional de la Cámara. La peronista catamarqueña Alicia Saadi, en su paso por el Senado, reclamó y obtuvo dos concesiones: el conjunto de cinco oficinas de su padre, don Vicente Leónidas y también la misma butaca en el recinto hasta que tiempo después sería virtualmente expulsada por una desprolija jugada de perpetuación (ver GRANDES ESCANDALOS/OTROS).

Los senadores llegados en 1992 ocuparon como pudieron los despachos. El entrerriano Augusto Alasino, a diferencia de Bordón, tenía muy fresca la experiencia acuñada en Diputados, de donde acababa de salir. Y se instaló sin pedir permiso a nadie en las oficinas de la santafesina Liliana Gurdulich de Correa, donde funcionaba la comisión de seguimiento de las privatizaciones (que a diferencia de la letra del tango no fue fiel ni seguidora), ya que su dueña se había tenido que ir a la casa porque no pudo convencer de los beneficios de su reelección al flamante líder del PJ Carlos Reutemann, gobernador de la provincia. Alasino entró, colgó los cuadros, cerró la puerta y se llevó la llave.

Bordón era incapaz de de hacer algo comparable. Antonio Cafiero, en cambio, se entendió primero con su amigo radical, el senador saliente de su provincia, Adolfo Gass, quien no sólo le dejó el despacho sino un lugar en la lucha por la ecología.

Como el ex gobernador tenía un equipo de trabajo y el espacio, con todo, era reducido, optó por salir al amplio pasillo del tercer piso y ocuparlo con biombos, sillones y escritorios. Bordón no quiso obrar por las suyas. Y prefirió esperar, mientras sus secretarios atendían a la gente en un corredor.

El origen del maltrato tuvo por causal, no excluyente, declaraciones del mendocino a la revista Somos en las que fustigaba la Cámara a la cual todavía no había llegado. Grave error. Al porteño Carlos Grosso, peronista, en 1985, en Diputados, le había sucedido algo parecido.

 * Reglas no escritas

El poder de los viejos es el mismo que el de los regímenes carcelarios, según la jerga parlamentaria. Los últimos van a la cola. La nota de Osvaldo Baratta en Ambito Financiero, del 17 de agosto de 1993, titulada Diputados PJ electos: no hay chapa política que valga, anticipó lo que se avecinaba para la llegada a la Cámara que entonces comandaba el duhaldista Alberto Pierri del menemista Erman González, el cordobés Juan Schiaretti e incluso de Naldo Brunelli, que entró por el dedo de Duhalde a la lista de diputados bonaerenses.

Muchos, hasta el propio presidente Carlos Menem, dijeron que Erman iba a ser el presidente de la Cámara, lugar tradicionalmente reservado para un exponente del principal distrito. Debió haber hablado primero con Duhalde, a esa altura devenido en caudillo del peronismo bonaerense. La primera manifestación del poder de los que ya estaban la sufrieron, además de Grosso, Cafiero y José Manuel de la Sota cuando los tres llegaron a Diputados en 1985.

Entre el 18 y 29 de noviembre de ese año, los renovadores estuvieron a punto de dividirse, lo cual no le quitaba el sueño a José Luis Manzano, el joven de ascendente carrera que había dividido el bloque del PJ y desalojado del sitial al bonaerense gremialista Diego Ibáñez. El médico mendocino de tan rápida labia en el recinto como de reflejos, contaba con 21 votos propios para enfrentar a tan encumbrados adversarios en un bloque de 62 miembros, la parte gruesa de la representación de 111 con que el justicialismo había llegado a la Cámara en 1983 para ser la principal fuerza opositora a la bancada alfoninista que comandaba el entrerriano César Jaroslavsky.

Ibañez -padrino político de Manzano en Diputados-, había quedado al frente del llamado bloque Unidad (23 integrantes)en tanto que el herminismo que había tenido peso específico propio se había licuado en un bloque de ocho miembros.

El peronismo en su conjunto había visto mermada sus fuerzas en dieciocho diputados por el resultado de las elecciones del 3 de noviembre de 1985, donde Cafiero "por afuera" había vencido a Herminio Iglesias, quien también llegaba al Congreso sin que nadie se diera cuenta.

*Los votos se cuentan de a uno

Pese a lo que estaba en juego era -la recuperación del partido de Perón en el amanecer del poder alfonsinista- los votos en el Congreso se cuentan de a uno, ya que en las pujas internas todos dicen ser iguales entre sí. No hubo relación entre los votos que respaldaban a unos y les faltaban a otros por provenir de distritos menores. Pero entre pares, lo que vale es la antigüedad y en este caso la capacidad de preparar el terreno para cuando aparezcan los nuevos.

Manzano, que había vencido en una interna a Bordón, pero que luego perdió la general con los radicales, hizo gravitar más experiencia en ese terreno, que la que exhibía Cafiero, que había pisado muchas alfombras rojas como funcionario pero nunca las del Congreso. Cafiero, además, tenía su propia lucha dentro del partido como para meterse en la del bloque que en todo caso aspiraba a dirigir en la mayor armonía.

Toda una semana de negociaciones, con interminables reuniones, le abrieron bien los ojos: lo mejor era salir del medio. Allí había ante él gente desconocida que le decía que quería a Manzano. O Cafiero en el partido, Manzano en el bloque.

La intención original de Cafiero había sido excluyente: encabezar el bloque junto con Grosso pero la resistencia que encontró lo convenció de dejar de lado esa lucha. Bastante tenía con Herminio. Grosso, por el contrario, aceptaba ser presidente con Manzano de "alterno" –aspiraba a ganar la maratón entre los dos y no una carrera de cien metros-, pero los diputados peronistas del interior, los desconocidos para la prensa porteña, se opusieron.

Finalmente, Grosso declinó toda pretensión en nombre de la paz entre los peronistas. El paso al costado no lo ayudó mucho: Grosso no consiguió siquiera un puesto en la comisión de Biblioteca y terminó siendo vocal en la de Asuntos Municipales, bajo el comando del funebrero radical de Mataderos, Liborio Pupillo, a quien siempre le será reconocido haber velado los restos del asesinado ex diputado radical Mario Anaya cuando a otros espantaba la idea de perturbar con ello a la dictadura de Videla.

Don Liborio, a quien también siempre le será perdonado que haya querido evitar el descenso de Nueva Chicago por medio de una ley, cuyo proyecto presentó sin complejos, comandaba un grupo de trabajo que, entre otros, en 1985 integraban Roberto Digón, Roberto García, Miguel Angel Toma y Eduardo Vaca, renovadores igual que Grosso, todos ellos lanzados a una carrera que perdieron su meta el 9 de julio de l988 cuando Menem le ganó la interna abierta a Cafiero para la candidatura a presidente de la Nación.

* El peso de los desconocidos

A todos ‚sorprendió el poder de esos ignotos peronistas del interior, a quienes ya había seducido Manzano desde 1983. Y no sólo que impedirían que Cafiero-verdadera esperanza para la recuperación de la corona en manos de Alfonsín- tuviera al menos la posibilidad de pensar en ser el presidente del bloque sino que Grosso, que sí había pensado en eso puesto que su campaña electoral se basó en que llegaría al Congreso para transformarlo, terminase siendo despedido hasta un puesto raso de comisión.

A De la Sota no le fue mejor: vocal en Agricultura y Ganadería, además de Legislación General.

Sólo De la Rúa llegó a Diputados (1991) y fue bien recibido: sus correligionarios le dieron la presidencia de la bancada, en lugar de Jaroslavsky.

No fue sin esfuerzos por parte de la llamada Línea Nacional, a la cual pertenecía y uno de cuyos más grandes activistas era el diputado porteño Rafael Pascual, quien le cedió su despacho apenas llegado de un viaje a Israel donde se encontraba cuando lo eligieron antes de asumir.

Tuvo resistencia pese a la caída vertiginosa del alfonsinismo, el más afectado por la derrota del partido en las elecciones presidenciales de 1989 en las que Alfonsín se vio obligado a entregar la banda seis meses antes (ver GRANDES ACUERDOS). Como corriente interna, el alfonsinismo igual peleó para que el presidente no fuera él sino el entrerriano Ricardo Parente, quien logró un tercio de los votos.

La alianza de las distintas tendencias internas prefirió a De la Rúa, quien no sólo había triunfado en la elección de su distrito sino que crecía en el partido a expensas del propio Alfonsín. Colaboró a esa proyección del cordobés devenido en porteño el modo en que, en 1989, le habían birlado la banca en el Senado por una componenda peronista-ucedeísta (ver GRANDES ESCANDALOS).

De la Rúa, senador en 1973 y 1983, había retornado al Congreso en 1991 por la puerta de la Av. Rivadavia y dos años después volvía hacerlo pero por la de Hipólito Yrigoyen.

Pero esa Cámara, la del Senado, le reservaría un inesperado despacho final (ver GRANDES ESCANDALOS/SOBORNOS). /

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