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CONGRESO MUERTO

Retrato del Poder Legislativo en 1995, a un mes de producida la reelección de Carlos Menem. El peso de la soledad y el silencio en el ánimo de un veterano cronista parlamentario. Quedaban en meras palabras los discursos en la constituyente del año anterior que hablaban de un nuevo Congreso.

Por Armando Vidal

El Congreso está vacío. Desde hace mucho tiempo está vacío. Sólo los legisladores, y no siempre, ocupan el escenario.

Extraños actores: prefieren actuar sin público. Las galerías ofrecen el testimonio de la época: nadie las ocupa.

Las leyes nacen sin testigos, salvo los periodistas (y no siempre).

Funcionarios, lobistas, los involucrados en cada norma, prefieren la platea para invitados de honor que flanquean el estrado en Diputados, o el Salón de los Pasos Perdidos, o directamente los despachos de los parlamentarios.

 Nunca las gradas.

Las gradas están vacías, ausente de pueblo que podría ejercitar su derecho a gravitar en un debate, con su aplauso, con su silencio y hasta con su protesta.

Lo mismo puede decirse del Senado.

Hubo otro tiempo. Las imágenes asoman fácilmente con sólo mencionar la ley gremial o la controversia por el tratado con Chile referido al Beagle durante la gestión del gobierno radical.

Un poco más lejos, hace más de veinte años, hubo algo comparable en Diputados por la ley de asociaciones profesionales.

Eran pleitos que dignificaban la historia, le dejaban su sello, su memoria y su emoción.

Ahora el Congreso está vacío y también cercado.

Cada vez que se insinúa una marcha hacia la Casa de las Leyes, los brazo derecho de la seguridad interna ordenan asustados que entrelacen las progresivamente más pesadas vallas de hierro.

Cuidado con los activistas, cuidado con los provocadores, cuidado con la gente, piensan.

Si el miedo es un atenuante, esos hombres -como el secretario administrativo de Diputados, Horacio Picado-, podrían ser excusados, salvo cuando se repara que la ``República'' no se puede debatir en la soledad de cuatro paredes.

Lo curioso es que la oposición participa del juego con su silencio.

Ni radicales, ni frepasistas, parecen preocupados en que el Congreso se mantenga vacío.

Sin gente en las galerías, no da ganas de estar en los palcos para cualquier cronista que pueda seguir el debate desde su sala de trabajo en el Congreso.

 Una vez verificada la transparencia al inicio de la formación del quórum –este periodista está marcado a fuego por el escándalo del diputrucho (ver GRANDES ESCANDALOS )-, da lo mismo una cosa que la otra.

Para ese espectáculo no hace falta la televisión: con el sonido alcanza.

En esta trampa, la del Congreso vacío, cayeron los chicos cuando se obstinaron en no dejar pasar a los actores, en su afán de impedir la sanción de la ley de educación superior.Si hubieran llenado los tres pisos hasta no dejar un hueco en las galerías, habrían verificado cuánto le costaba a algunos diputados aprobar una ley no sólo sin público: tampoco sin diputados opositores enfrente, ya que radicales y frepasistas no quisieron estar en el recinto.

Si los chicos, los mismos que no dejaban entrar a nadie, hubieran contra viento y marea, ocupado el espacio que el Congreso en una República con candados le negaba, otra hubiera sido la cuestión.

Por principio, la oposición no habría abandonado sus bancas.

Sólo hay un Congreso peor que el Congreso vacío: el Congreso muerto.

Los chicos no pueden ignorarlo.

Fuente: Texto del 12/6/95 para Clarín.