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ARGENTINA, UN DESIERTO

Desde hace ocho años está sin reglamentarla ley de política ambiental y,  por lo tanto, no rige. La falta de voluntad política para atender cuestiones elementales de la ecología, van transformando a la Agentina, aunque cueste creerlo, en un creciente desierto, al punto de estar acercándose a superar las peores regiones africanas. El monocultivo de la soja es letal para la tierra. Aquí hablan los especialistas a quienes desde el poder nadie escucha

 Por Emiliano Vidal

Al borde de superar a África, la Argentina tiene más del 75 por ciento de su territorio en vías de convertirse en un desierto, destino fatal de la otrora Pampa húmeda.

La destrucción de la cubierta vegetal, la erosión de los suelos, la falta de agua y el monocultivo de soja desmesurado y sin rotación son algunos de los factores que han acelerado el proceso de deterioro.

A ocho años de la sanción de la ley de política ambiental, que aún no fue reglamentada, se dirime esta problemática que compromete a las generaciones argentinas futuras.

Hace dieciséis años, en la Convención Constituyente de Santa Fe se incorporaron a la Carta Magna tres artículos que protegen el medio ambiente; el 41 que consagra el derecho a un ambiente sano, el 43 que crea el amparo ambiental y el 124 que reconoce el dominio de las provincias sobre sus recursos naturales.

Entre 1853 y 1940, existieron gran cantidad de normas protectoras de la ecología.  Algunas son la ley del primer Sistema Nacional de Parques Naturales (12103) y la creación del Parque Nacional Iguazú.

Si de constituciones se trata, la peronista de 1949 fue la primera en comenzar a proteger los recursos naturales en la Argentina. Tuvieron que pasar cuarenta y cinco años para que a instancias de una propuesta de Antonio Cafiero, tomando de modelo la Constitución española de 1978, se incorpora el mencionado artículo 41 en la reforma de Santa Fe.

Es desde entonces que tutela –o debería- la preservación del medio ambiente y los recursos naturales. Lo precedían una batería de normas y convenciones internacionales a favor de un ambiente sano.

También en 1994, la Argentina suscribió para luego ratificar dos años después, la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación para enfrentar el grave creciente deterioro de nuestra tierra.

La desertificación, también conocida como desertización, es el proceso por el que un territorio que no posee las condiciones climáticas de los desiertos -es decir zonas áridas, semiáridas o secas-, termina adquiriendo sus típicas características, a raíz de la destrucción de la cubierta vegetal, erosión del suelo y de la falta de agua.

El proceso de desertificación puede darse de manera natural. En otros casos, lo incrementa la mano humana. El 75 por ciento del suelo argentino sufre desertificación de variada intensidad y está superando al continente africano. Increíble pero cierto. “La desertificación y la sequía afectan el desarrollo sostenible por la relación que guardan con importantes problemas sociales, tales como la pobreza, la seguridad alimentaria y los problemas derivados de la migración”.

Es la opinión de Octavio Pérez Pardo, director de Conservación del Suelo y Lucha contra la Desertificación, dependiente de la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación. La Organización de las Naciones Unidas proclamó el 17 de junio como el Día Mundial de Lucha Contra la Desertificación y la Sequía. El fenómeno afecta a más de mil millones de personas en todo el mundo.

La Argentina, como se ve, no es ajena. La piedra en el zapato: la ampliación de la frontera agropecuaria y en especial, el monocultivo de la soja. Todo ello favoreció la deforestación y la falta de rotación de la tierra, aceleradores naturales del desierto.

 Las provincias más comprometidas son Santa Cruz, Neuquén, Chubut y Río Negro Mala soja. La superficie fértil de la tierra, el manto vegetal y los cultivos sanos son las primeras “víctimas” de la degradación de los suelos.

La consecuencia inmediata es falta de agua y menor cosecha de alimentos Las tierras argentinas al igual en otros países, se van secando ante el sobrecultivo, el pastoreo excesivo, la deforestación y las prácticas inadecuadas de riego.

* La soja acapara todas las miradas

 Para Roberto Casas, ingeniero agrónomo, director del Centro de Investigaciones de Recursos Naturales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), organismo dependiente del flamante Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, “la soja es extraordinaria como alimento y tiene una siembra directa.

Sólo que en los últimos años –remarca- dejó de aplicarse el sistema de rotación, es decir el cultivo de soja seguido del de trigo, girasol o maíz”. Para ser más gráfico dice que el monocultivo “es un atentando contra los suelos “. Cada vez más tierras de calidad son dedicadas a ese idéntico fin, sin prestar atención a la conservación de quienes deben hacerlo, mientras los agricultores y pastores pobres se ven obligados a utilizar tierras marginales.

En la Argentina, la ampliación de la frontera agropecuaria y sobre todo el monocultivo de la soja, favorecieron la deforestación y la falta de rotación de la tierra, acelerando la desertificación. La rentabilidad económica no puede estar por arriba de la rentabilidad social.

Si se sigue priorizando el cultivo de soja desmedido y la destrucción de los montes, las generaciones argentinas estarán en peligro, según la opinión del abogado Ricardo Mascheroni, ambientalista, docente de la Universidad Nacional del Litoral, coordinador del área de Medio Ambiente y Modelo Productivo de la CTA.

“El mercado –explica– no puede definir cómo tenemos que cuidar nuestro suelo, sin que esto signifique que uno está proponiendo eliminar la actividad agrícola. Hay que dejar de ser generadores de productos primarios, lograr exportar más pero cuidando los montes, sin desforestarlos, como se viene haciendo en mi provincia, Santa Fe”, desliza.

* Poca voluntad política

 Entre el 21 de septiembre y 2 de octubre del año pasado, la ciudad de Buenos Aires fue anfitriona de la novena cumbre de los 193 países firmantes de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. Mascheroni, que estuvo presente en representación de la CTA, afirma, sin ninguna clase de dudas, que falta voluntad política para enfrentar el flagelo.

En el caso de la Argentina, las idas y vueltas con la ley de protección los bosques, que tardó meses en reglamentarse y el veto a la ley de protección de los glaciares están en esa línea. Insiste en que no hay una fuerte legislación, que los montes siguen siendo destruidos en aras de la economía, que se arrasan hectáreas y que nadie parece entender que en la Argentina “no corre más el dicho que dice que con una cosecha nos salvamos todos”.

Otro especialista que utiliza una expresión contundente frente al inmediato futuro si no hay un drástico cambio. “Esto es un ecosidio”, dice.

Desde la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación se vienen desarrollando acciones a fin de promover estrategias para mitigar las consecuencias de la sequía y el mal uso de los suelos.

Bajo su ala está desde hace años el Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación (PAN) Dentro del Plan, se halla el Programa de Acción Subregional para el Desarrollo Sustentable del Gran Chaco Americano, a partir del cual Argentina, Bolivia y Paraguay, trabajan en forma conjunta para la ejecución de acciones tendientes a mitigar y revertir los procesos de desertificación y degradación de los suelos.

"La conservación del recurso suelo es fundamental en un país donde un alto porcentaje de ingresos provienen de la producción agrícola ganadera", sostiene Pérez Pardo en su condición del funcionario. Un plan que para Mascheroni “hay que apoyar” aunque, aclara, las propuestas son un paso pero no suficiente sino se ejecutan en cada sector del país específicamente.

La Argentina tiene grandes elementos técnicos pero –repite-debe aplicarse en cada caso en particular”. Desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), Casas propone por su parte generar más medidas preventivas que las denominadas correctivas.

“Proteger el suelo es fundamental y más si también queremos proteger la economía agropecuaria y ganadera nacional”, señala, mientras esboza la necesidad de pensar en una ley de conservación de los suelos. “De nada sirve explotar los suelos hoy si nada de ellos quedará mañana”, sentencia.

El guante lo toma Mascheorni, el abogado que se pregunta el por qué aún no fue reglamentada la ley de Política Ambiental Nacional (25675), de presupuestos mínimos que estipula el artículo 41 de la Constitución Nacional, sancionada en noviembre de 2002, el año en que se estaba apagando como se podía el fuego dejado por la severa crisis política e institucional del año anterior.

“Hay que dejar de lado los pensamientos individualistas porque al suelo hay que protegerlo ya, de inmediato, con una estrategia de acción compartida”, afirma. Para él –¿ sólo para él?– hay que dejar de lado las obras faraónicas que grafican otros intereses, como las de Puerto Madero, hay que volver a las economías regionales y, al tren, dice como símbolo pensando en un estilo de vida mejor de los argentinos no demasiado lejano.

Cuarenta y cinco años mediaron entre la Constitución de 1949 derogada por decreto y la reforma de 1994 y más de un cuarto de siglo de democracia lleva transcurrido sin que haya servido de mucho para evitar que la Argentina se vaya transformando en una de las peores regiones de África. Si la desertificación no se encara de inmediato como dicen los especialistas, lo que seguramente sobrevendrá mañana será la misma pregunta de siempre ¿cómo fue que pasó? La pregunta después de la muerte.

Volanta y titulo:  Ambientalistas alertan sobre los problemas que acarrearía la sojización de la pampa/  La desertización amenaza al campo.

 Fuente: Buenos Aires Económico, 28/2/10.