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LO QUE CRISTINA NO HARÁ

En algún muro de los deseos, no de los lamentos, habrá un intersticio para dejar un pedido a los cielos, como el que aquí formula el autor de este artículo frente al mensaje ante la Asamblea Legislativa que el 1º de marzo (2010) brindará la Presidente Cristina Kirchner. Como si en algo pudiera ayudar a la consideración de su pedido dice que es el ciudadano que más discursos escuchó en ese mismo lugar y que el asunto que plantea debe ser atendido ahora porque en el Tricentenario será demasiado tarde.

Por Armando Vidal

Si la Presidente Cristina Kirchner, en su discurso de mitad de su mandato ante el Congreso de la Nación para inaugurar un nuevo período de sesiones ordinarias, leyera en lugar de improvisar su propio pensamiento, le concedería, mal le pese, una noticia a los medios. Pero eso no sería lo importante si la pieza, elaborada, analizada y escrita por ella, puede explicar con miras a la inmediatez del futuro que el Bicentenario es algo más que el paso irremediable del grito de Mayo de 1810 y de las urnas para la Argentina de la inmigración de 1910.

Todo el siglo XX podría ser visto, si ella así lo considera, como el producto dramático de una misma secuencia ante la cual a ella, la Presidente --y solamente a ella–- le toca decir las palabras quizás todavía. no encontradas acerca de este capítulo que concluirá en el 2016. Y en el que, probablemente, estemos frente a la última oportunidad de ser lo que anhelamos como Nación en lugar de resignarnos, de seguir así, a que sobre nuestros espacios vacíos converjan las oleadas inmigratorias del noreste del futuro, equivalentes, quizás, al desgarro patagónico del sur, con Calafate incluida. El Tricentenario será demasiado tarde para fijar políticas en tal sentido.

Esas palabras, las de ahora y las de ella, nuestra Presidente, deben trascender las miserias cotidianas, pequeñas y degradantes, al estar inevitablemente imbuidas del ejemplo de quienes se han obstinado en dar la vida por una Argentina inserta en la gran nación de la América del Sur, la Patria Grande de los Libertadores.

Donde leyó Perón, ella, nuestra Presidente, nunca leyó como si su condición de mujer, le permitiera hacerlo sin riesgo de error, error que los hechos han demostrado y que no vale la pena recordar frente a la importancia de lo que se avecina. O se comienza a cambiar ahora -y desde ahora se miden las palabras- o se acelera el desánimo, preámbulo de la despedida.

El mundo es una agitación  -también lo fue en 1810 y 1910-  pero por aquí, salvo por Lula cuando acepta privatizar parte de la Amazonia brasileña con toda la alarma que ello significa y no se preocupa por los ríos de las que depende un país de aguas abajo (y menos si se trata de la Argentina que no se lo reclama), todo está relativamente bien. El Chile de Piñera y la Colombia de Uribe, tienen por compensación al Uruguay de Pepe y la Venezuela de Chávez, donde el gran error del admirador de Perón consiste en desconocer al último Perón. Si hasta Bolivia, por fin, llevó a su clase social mayoritaria al poder.

Mal, mal no estamos pero si lo estaremos si en la Argentina el Gobierno termina allanándole el camino, como parece ser su decisión, a quienes nunca creyeron en un país soberano y colaboran a frustrar o al menos demorar lo que la misma Presidente señala en un reciente reportaje del canal Encuentro –el canal de la vida argentina-- como “un proyecto común y colectivo” en relación a la integración de pueblos hermanos. Pino Solanas podría decirlo mejor pero Cobos,  Macri, De Narvaez, Reutemann y Duhalde seguro que no.

 Para evitar la experiencia chilena, en la Argentina hay que extremar la importancia que tienen las formas,  estilos y hasta  modales. Todo suma a la hora de votar. O resta.

Quien esto escribe fue el único periodista que criticó a la Presidente por haber improvisado su discurso de asunción del mando, en diciembre de 2007. Costaba creer que ella hiciera con las palabras lo que Néstor había hecho con el bastón. Peor aún. No es lo mismo hablar desde una banca, todo sujeto a réplica y escasa repercusión periodística, que hacerlo como jefa del Estado en medio de una gran expectativa. Y la diferencia probablemente sea que todo Presidente debe tener siempre cuando habla los ojos en el mañana porque si lo hace enredado en los entreveros del presente desmerece su condición.

Los Kirchner nunca entendieron que para eso están los samurai como ahora Aníbal Fernández. 

Entre que Néstor no practica el arte de Cicerón y nuestra Presidente que no lee sus discursos ni siquiera en el Congreso, las palabras pueden flotar sin destino. O volverse en contra de quien las pronuncia por no haberlas pensado lo suficiente.

Difícilmente en el acto ceremonal que se avecina en el Congreso surjan de la improvisación y no de la lectura las palabras claves que oficien de consigna frente al llamado del mañana. Una consigna dirigida a levantar el espíritu si es que aún hay posibilidad de lograrlo. Un plan concreto y pensado de acción para estos dos años con bases de continuación cualquiera sea el próximo gobierno. No más arrebatos y menos a espaldas del Congreso. No más distracciones ni silencios en asuntos estratégicos como la depredación pesquera española en aguas argentinas o el tratado de la Barrick Gold entre Argentina y Chile que la Corte de Santiago limitó, con el Congreso y los grandes medios mirando para otro lado. ¿Y la deuda? ¿Pagar sin registro de acredores? Tanto entusiasmo es sospechoso, dice el prestigioso ex juez del caso Swift Salvador María Lozada.

Son tiempos de descuento, nada en la Argentina es desestimable y menos aún  cuando lo peor todavía no ha llegado. Para los Kirchner (¿sólo para ellos?) es ahora o nunca.

Léanse estas líneas como simples aspiraciones de escuchar lo que valga recordar de quien cree ser la persona que más discursos registró en ese mismo lugar, líneas escritas bajo la influencia del Bicentenario y  la esperanza en sus vientos de cambio, como en 1810 y 1910.

 

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