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CONFESIONES DE UN POLÍTICO HONESTO

La honestidad en la carrera política es una carga según se desprende de la experiencia argentina, tema tratado aquí por un político honesto, que mitigó dolores y dio todo por los más necesitados. En Misiones fue intendente de su pueblo, diputado provincial, dos veces diputado nacional y subsecretario de Medio Ambiente de la Nación. Y siempre ignorado por los diarios.

Por Héctor H. Dalmau

Mis hijos, todos políticos peronistas-peronistas, en los almuerzos o cenas familiares, llegado el momento oportuno y siempre en son de chanza, elevando los ojos al cielo, preguntan a coro: ¿Por que Diosito, habiendo millones de políticos corruptos, vos nos encajaste un padre honesto?".

 Y añaden en pagana plegaria: “No hay derecho, nosotros no hemos conocido a ninguno, salvo el salamín que está sentado en la punta de nuestra mesa”.

Claro que después corren ellos y sus hijos a besarme y abrazarme lo cual me llena de gozo, que sin dudas superará los dineros dolarizados de los Fernández, y la serie de cualquier apellido.

Sin reproches, por supuesto, yo me trato de justificar y le echo la culpa a mi papá, que también podría hacer lo mismo respecto del propio, uno de los aparceros más fieles de los que anduvieran con Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, y otros fundadores de la Unión Cívica.

El abuelo Andrés era enemigo acérrimo de Bartolomé Mitre -decía que traicionó a esos radicales al inicio de la Revolución del Parque (1890)- y, de paso también, del socialista Enrique del Valle Iberlucea, aunque en este último caso nunca supe la razón ya que por mi lado valoro las razones por las cuales una de las calles que besa a La Bombonera, el templo de mi Boquita, lleva su nombre.

Ese abuelo que perdió todo en la política, que en 1939 vivía en la humilde casa de ferroviario de mi padre y murió en la pobreza, nos enseñaba aquello tan simple que dice “lo mío es mío y lo de los otros no se toca”.

Y, seguramente por lo mismo que la semilla no cae lejos del árbol, nosotros tomamos su ejemplo.

Pero admito que por empecinarme en ejercer mi mandato de decente, a veces me siento culpable de las precariedades, pocas pero precariedades al fin, de mis hijos.

Oficiar de decente entre mafiosos no es gratuito; más bien lo contrario.

No crean que me resulta fácil vivir en un departamento alquilado de dos ambientes, ni dejar para siempre de lado el sueño del olor del auto nuevo que nunca alcancé ya que la política fue para mi una novia demasiado cara.

Hay que respirar hondo, sentir orgullo por la elección realizada y aguantar la bronca cuando se palpa el enriquecimiento de compañeros y no compañeros en las incontables rutas por las que me ha llevado la política.

Y festejar con alegría cuando un nieto acompañado por su guitarra, cambiando un poco lo que Discépolo, escribiera en 1926, me dice antes de abrazarme:

 ” Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida. Ya me tenés bien requete amurado. No puedo más pasarla sin comida, ni verte así, jugando siempre al pavo”.

Y yo le contesto con el título de ese tango: Qué va chaché.

Desde que la política me expulsara por no prenderme en ningún ilícito -como una mordida enorme que obviamente rechacé-, más los efectos de la larguísima inactividad y los años, que se me cayeron encima de golpe, sólo tuve por delante la obligación de pagar facturas, incluyendo las políticas.

Por todo eso siempre se me presentan las palabras de mi padre, a quien le digo padre o papá, y no como me gustaría decirle cariñosamente Viejo porque murió muy joven, tanto que ni siquiera pudo sentir el orgullo de ver a su hijo intendente.

Para él, el primer cargo para ser un buen político, era el de intendente porque, decía, aseguraba que la política era una escalera en la que no se podían saltear escalones, convencido de que no hay profesión más noble que la de conducir pueblos.

Y aseguraba siempre que “el único oficio que se comienza desde arriba, es el de pocero; en el que –añadía- cuando más trabajas más te hundes”.

Pero además de estas reflexiones inolvidables para mí hubo una, con forma de consejo, cuando ya ciego y muy cerca de su muerte, me dijo: ” Piensa siempre que si eres honesto en tu carrera política, seguramente te transformarás en un traidor para la mayoría de tus compañeros”.

Así hablaba mi papá.

Y vuelve a entrar mi nieto con Discepolín.

¿No te das cuenta que sos un engrupido? ¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos? ¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido!¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!.

Adelantaba papá que en la vida política no tendría amigos, que sólo encontraría compañeros de rutas que siempre desembocarían en una bifurcación. Y que se abriría una nueva ruta, asfaltada y con banquinas, y amplios espacios de ida y vuelta, la de la corrupción. Y otra, que no pasaría de ser una picada de la selva, sin puentes en los arroyos, donde todo será difícil, y el avance muchas veces resultará inferior a los retrocesos.

Allí, me decía, deberás elegir en soledad, si es que no tienes familia, que serán tus circunstancias, al decir de Ortega y Gasset.

Y, como si fuera un profeta, no se equivocó.

Llegaron los momentos en que enfrentando la bifurcación, seguramente adelantándome a los tiempos oiría a mi nieto cantando:

Lo que hace falta es empacar mucha moneda, vender el alma, rifar el corazón, tirar la poca decencia que te queda. Plata, plata, plata y plata otra vez...

No crean que es fácil la elección, pero hay algo que no se puede superar, si uno se quiere considerar un bien nacido, y es el hecho de haber conocido la miseria de los demás en su más cruda expresión, ante la falta de comida, de remedios, de abrigo, de hospitales, y hasta de entierros dignos, que es el resultado de la corrupción de la clase dirigente.

Veinticinco años sufrí la impotencia que vivían mis vecinos, a los cuales sin nada, los ayudaba a nacer, a criarse, y hasta a morir, en medio de esa selva alejada (NdE: aquí el autor alude a su paso como maestro fundador y director de una escuela en Campo Ramón, Misiones, en la que estuvo todo ese tiempo, pueblo que lo ha distinguido poniéndole su nombre a una de sus principales avenidas, como se informa en Congreso Abierto en otra sección. Ver: buscar...).

 Ayudar a los que saben que de nada vale quejarse, porque nadie los atenderá, resignación piadosa que Dios les da.

Por eso nunca me convencieron, los versos discepolianos, que me apuntaban con el dedo diciendo:

¿Pero no ves, gilito embanderado, que la razón la tiene el de más guita?¿Que la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas? ¿Que no hay ninguna verdad que se resista, frente a dos pesos moneda nacional?.

Así fue como siempre hundí mis pasos en el barro, transitando por la difícil picada que eligiera, y mi familia no me reprocha, diciéndome “ somos pobres porque vos quisiste” sino que enseñaron a mis nietos, que el Abu, es pobre porque quiso ser honesto, antes que rico.

Y entre todos cuando Discépolo, me grita desde su tango:

¿Qué culpa tengo si has piyao la vida en serio? Pasás de otario, morfás aire y no tenés colchón.¿ Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio. ¡Vale Jesús lo mismo que el ladrón!.

Le contestamos con los dichos del agua subterránea, que le dice al poeta...

¡Que importa que mi vida bajo la tierra acabe!. ¡Los hombres no lo saben pero el Señor…si lo sabe!.

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