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UN GOLPE INESPERADO

En lugar de lograr la ley que la misma oposición estaba dispuesta a aprobar porque así lo había hecho con la reapertura del canje en noviembre último, la jefa de Estado ante la propia Asamblea Legislativa en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso anunció el 1º de marzo que acababa dictar dos decretos para pagos de la deuda externa. Un golpe inesperado, más apropiado de autoritarios como Alberto Fujimori en los comienzos de los noventa en Perú, que luego del cuarto de siglo de democracia en la Argentina. Se nota el pesar y desilusión del autor por esa obstinación monarcal en el año que comienza el Bicentenario. 

Por Armando Vidal

El Congreso puede quedar a las puertas de una nueva clausura, una clausura de hecho al quedar atrapado en un conflicto de poderes que paralice su actividad. Surge ello de la evaluación, en primer lugar, del golpe menos pensado consumado el 1º de marzo y también de antecedentes históricos.

Ese golpe inesperado ante una Asamblea Legislativa provino de la jefa de Estado; lo amparó la necesidad de pagos de deuda externa y justificó –o al menos se pretende– el hecho de que el Congreso se halle ahora en manos de la oposición, o casi. Los antecedentes, en cambio, son señales que llegan desde hace un siglo.

Las responsabilidades comienzan por la jefa de Estado, pero comprenden también al Parlamento y a la Justicia, el comando pleno de la República.

De improvisada palabra donde Perón siempre leyó, Cristina Kirchner dejó pasar ese lunes la última oportunidad de entrar de buen modo a la segunda parte de su gestión y al Bicentenario como capítulo emblemático.

En vez de parecerse a Roque Sáenz Peña, a quien en 1910 el Congreso le dio la ley con la que el valiente conservador abrió el camino del pueblo a las urnas, optó más bien por su antecesor José Figueroa Alcorta que, dos años antes, había cerrado el Congreso con la Policía de Ramón J. Falcón por una disputa de poder.

Lamentable equívoco de quien no supera su obsesión por los espejos de los medios –siempre interesados e imperfectos–, ni tampoco valora como corresponde el ámbito de la Asamblea Legislativa, que con su arte de la improvisación igualó con una tribuna de cualquier otro lugar. Ni Néstor Kirchner se atrevió a tanto.

Todo consumado para preocupación de muchos ciudadanos que no despellejan su gobierno y temen por el futuro al que ella sí debió referirse y no lo hizo. De eso se trataba, no de meros comentarios de prensa. Hubiera sido beneficioso para todos que la Presidenta requiriera la necesidad de contar con la ley, en lugar de como hizo, incluso antes, de nuevos decretos que semejan los instrumentos del rey (en este caso, de la reina) en tiempos de la monarquía inglesa previa al poder parlamentario.

Un proyecto de ley del Poder Ejecutivo, con la clara identificación en sus anexos de los acreedores, enunciado por ella allí mismo, hubiera comenzado a quebrar un heterogéneo frente opositor. Son demasiados los allí mezclados en un conglomerado sin destino, debido al modo en que el estilo K interpreta las formas de gobierno, que tanta importancia tienen, según exhibe el primer artículo de la Constitución.

Era la hora justa para cambiar. El proyecto iba a contar con los bloques –probablemente con todos–, que acompañaron al Gobierno en la reapertura del canje, tal como se demostró en la sesión del 4 de noviembre último. La Presidente no podía ignorar que sobre 200 votos en Diputados, 167 lo habían hecho por el sí. Se opusieron los socialistas, Claudio Lozano y el sector de Eduardo Macaluse, pero radicales, macristas, duhaldistas y cívicos –lo que hoy conforma el peso de la oposición– lo hicieron a favor.

No hay diferencias que separen al PEN de los sectores representados en el Congreso que quieren pagar a quien sea y a toda costa, posición que se mantuvo inalterable desde el debate por la deuda externa en 1986 en la Cámara de Diputados, en tiempos del gobierno de Raúl Alfonsín. Además, ella nunca promovió ni como diputada (1997/1991) ni como senadora después, en especial a partir de 2003, la ley reclamada por la Justicia al Congreso en 2000 para poder castigar en el futuro a quienes, como Alfredo Martínez de Hoz, fueron sobreseídos en la causa Olmos por falta de esa figura penal.

El Congreso, carente de liderazgos consolidados, con excepción, quizás, de Elisa Carrió, la anti K de la primera hora, probablemente preserve la calma que el Poder Ejecutivo no tiene. Sería un error incurrir en lo contrario porque, en tal caso, darían justificación de existencia a las fuerzas oficialistas  en las Cámaras que, una vez más, han quedado desairadas por la Casa Rosada.

En ellas, está Néstor, el diputado callado, casi un símbolo de lo que se avecina.

*Editor de Congreso Abierto.

Volanta y título: ESTILO K / Los instrumentos de la reina

 Fuente: Perfil, 6/3/10