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CLAUDIO ANDRADA, EN ESA NOCHE DE ABRAZOS

Periodista querido, respetado, formado y culto, exigente pero comprensivo, falleció una noche de abrazos con sus viejos compañeros de Clarín, en tiempos de duros enfrentamientos del diario con el gobierno de CK por la ley de medios, conflicto en el que él tenía clara posición tomada.

En la noche del 30 de junio iniciada con la evocación del gordo Oscar Cardoso a un año de su muerte, tras un vaso de cerveza artesanal en un bar de San Telmo pensado para poetas y al final de una distendida caminata, murió Claudio Andrada, periodista, 76 años, casado, tres hijos -y seis nietos - del mismo corazón que, súbita e inesperadamente, dejó de teclear.

Profesó periodismo, dio y reclamó información precisa y supo de todas las materias.

Fue exigente por exigencia de formación. Su base por él tan ponderada fue la escuela primaria del ingenio Santa Ana, de su querida Tucumán, la de los cañeros en primer lugar, donde su padre era el administrador general. Vivió luego lejos de esa tierra a la que, ahora, se aprestaba  volver para recorrer los mismos lugares de soles y azahares.

Hizo el secundario en el Colegio Joaquín V. González de Barracas -vivía en Carapachay, tren y tranvía de ida y vuelta- donde conoció a Federico Bedrune, su amigo a lo largo de la vida y en los trabajos en los que estuvieron juntos, como en Clarín, por ejemplo.

En Buenos Aires también trabajó en radios y en la agencia Noticias Argentinas, antes de pasar al diario de la calle Piedras.

En 1972, había salvado milagrosamente su vida al saltar desde un segundo piso al vacío en el incendio con dos muertos del noticiero de radio Antártida (1).

Tuvo huellas de quemaduras en su cuerpo pero ninguna en su alma.

Ni aun jubilado, dejó de seguir la noticia. Su radio estaba siempre encendida, los diarios abiertos y leídos, los libros esperaban pacientemente su turno, en especial al atardecer y su PC era su ventana al mundo. Fue un consecuente lector de Congreso Abierto pero también un aportante de material, un consejero y, llegado el caso, un crítico complaciente por tratarse del trabajo de un amigo con quien, todos los días, se comunicaba. Amaba el tango, que bailaba lento y elegante, así como el fútbol, el rugby y el tenis aunque no tuvo los atributos de su padre y hermanos que sí se destacaron (su padre fue el 9 durante muchos años de Atlético de Tucumán). A él le bastaba con analizar y explicar.

No fue profesor de Geografía porque no pudo dejar de responder a los cantos de sirena del oficio que él hizo profesión como reflejó en sus notas en el diario en el que trabajó casi 25 años, entre las cuales sobresalieron las del juicio a los ex comandantes.

En política, compartía la necesidad de contar con una ley de medios audiovisuales que no fuera mero reflejo de los intereses de corporaciones privadas y tenía sobre el gobierno de los Kirchner la experiencia de lo que pasó con la política económica impuesta por los golpistas que pusieron fin a los gobiernos de Perón, Illia e Isabel Perón.

Luego de la presentación del libro Querido gordo Cardoso, donde compartió con tantos compañeros que nunca olvidó, Claudio sorprendió a su amigo con quién compartía recuerdos en ese bar, a la vuelta de la ex Biblioteca Nacional, con “debí haber escrito un libro, es más: el Gordo me instó y me hizo un contacto con Planeta, donde además me llevó. ¿Por qué no se me ocurrió decirle a él de hacerlo juntos ? ”.

Después siguió hablando de Oscar, relatos que se perfilaban como nuevos aportes para esa “biografía coral” de Silvia Mercado y Nancy Sosa.

Brillaban los ojos de Silvia cuando supo en el velatorio que Claudio tenía en la mano el libro en el momento que lo llamó el destino.

Su padre murió en sus brazos; Claudio lo hizo en los brazos de quien expresó a todos sus amigos y que lo sintió siempre como un hermano.

Creyente y reservado, dejó un profundo dolor pero también su bondad y su ejemplo.

(1) En el edificio de Maipú 555 funcionaban Antártida, Mitre, Excelsior, Splendid y la entonces muy popular y dueña de casa radio El Mundo. Todas allí concentradas por una disposición que databa de 1969 del controvertido contador Federico Fritchneck, una especie de secretario de medios en tiempos de la dictadura de Juan Carlos Onganía. El 21 de enero de 1972, se produjo un incendio presuntamente intencional en canastos de mudanza cargados de papeles –biblioratos, por ejemplo-, acomodados en un entrepiso con motivo de una mudanza en trámite de Excelsior y Splendid al edificio de Arenales 1925. El fuego que se extendió por los pasillos llegó hasta el sector lateral donde funcionaba el servício informativo de Antártida. La puerta abierta por alguien de los trabajadores allí encerrados ofició de succión a las cargadas ondas de humo y fuego que transformaron al ámbito en un infierno. Hubo dos muertos: el locutor Roberto Arenas, asfixiado y Mario Bacigalupo al saltar por una ventana sin saber siquiera adonde caía. Claudio Andrada sufrió graves quemaduras. También fueron víctimas de las llamas José María Gangitano, el cadete Gonzalo San Honorio y María Celia Verlini, que realizaba una pasantía. Según uno de los testigos, un bombero en esas mismas horas le contó que en el piso se habían encontrado ampollas que al parecer habían contenido el combustible. Andrada estuvo internado varios días y nunca fue llamado a declarar por el juez de la causa.

Nota: La observación realizada por Andres Cacho Farenga  compañero y amigo de Claudio Andrada -también periodista y como locutor una de las mejores voces de la época-, permitió corregir las referencias al accidente en el edificio de Maipú 555 donde funcionaba radio Antártida. En la nómina de emisoras que desde allí transmitían faltaba mencionar a radio Mitre. Gracias Cacho.