A+ A A-

CALOI, EL MUNDIAL Y SU INGENIO EN RIVER

Brillante homenaje a Caloi  con lo que pasó en 1978 cuando Clemente le ganaba en la cancha de River la pelea por los papelitos a José María Muñoz y cargaba a Brasil por el triunfo argentino. Un muy grato recuerdo.

Por Héctor H. Dalmau

Las avenidas de Buenos Aires también tienen ese qué se yo, que inmortalizara esa balada de su manantial de bellezas el poeta Horacio Ferrer. Entre ellas, la Av. de Mayo, con sus reminiscencias madrileñas, que se dan patadas con el sesgo no español del Palacio Barolo con su galería de cúpulas llenas de frescos. Y, después ...

Y después el más que sesquicentenario Café Tortoni, reliquia porteña que fija en sus paredes la historia de la cultura argentina (1).

No hace falta estar piantao, para sentirse al momento de recorrerla, que uno es parte de esa historia, al tener de frente a la Plaza de Mayo, y a la espalda al Congreso de la Nación, un poco más allá de su unión con la avenida más larga del mundo.

Rara arteria capaz de amalgamar todo lo europeo, con el sentir de los cabecitas negras, por medio de ese milagro diario que producen los antiguos hoteles que albergan a los del medio pelo como yo cuando no se tienen parientes en la Reina del Plata.

La madre casualidad hizo que en 1978 cuando me encontraba alojado en uno de ellos, desayunando en soledad, justo el día en que 25 millones de argentinos, esperábamos la final del campeonato mundial, que esperaba ver por TV en el comedor del hotel, un señor de aspecto incaico se acercó para preguntarme si no quería comprar una entrada para ese memorable partido.

Dijo que con sus amigos preferían seguir recorriendo el país para lo que necesitaba armarse de unos pesos.

De curioso, sabiendo que en la reventa esas entradas se cotizaban muy caras, le pregunté a cuánto me la vendería, y para mi sorpresa lo que me pidió fue el costo, sin ningún tipo de recargo. Si bien no era para mi poca plata, con la irresponsabilidad que me es propia en determinadas circunstancias, la compré sin dudar.

Así fue como casi dos horas antes del partido estaba instalado de espaldas al río de Solís y debajo del enorme tablero luminoso, Autotrol, que brindaba a la multitud todas las informaciones.

Es muy difícil contar lo que sentía ante ese espectáculo irrepetible, con colores, cánticos y bombos. Y, además, algo que superaba quizás a todo eso: la puja que en ese momento se metió en la historia y que era la pelea entre el Gordo José María Muños, relator estrella de nuestro país, que yo escuchaba gracias a la pequeña Spika que había comprado especialmente.

Muñoz criticaba a los para él “mal educados” que arrojaban papelitos porque, decía, esa acción dañaba la imagen de la Argentina ante los ojos del mundo.

La pelea de Muñoz era con un indefinido bicho que aparecía en el Autotrol, diciendo: "Tiren papelitos muchachos”.

Ese día, en ese colmado Monumental, vimos dos partidos: Argentina vs.Holanda y Muñoz vs. Clemente, que así se llamaba ese simpático y amorfo personaje, que cada vez que aparecía en esa pantalla negra hacía estallar el aplauso de los hinchas.

A cada rato, daba vuelta la cabeza para no perderme al bichito que peleaba sin brazos contra tan importante medio de comunicación como era Radio Rivadavia a la que, por supuesto, yo, como tantos, estaba prendido.

Así fue que mirandolo me sorprendió el estruendo de ese monstruo de decenas de miles de cabezas, gritando con alma y vida el ¡¡¡goooooo!l! de Kempes, grito acompañado con una avalancha que al encontrarme desprevenido me arrastró unos diez escalones abajo, mientras recibía besos de tribuneros que en mi vida había visto ni he vuelto a ver.

Pero había algo en la fiesta que me ponía mal.

Y era que con más frecuencia que Clemente y sus arengas aparecían en el tablero mensajes publicitarios que decían:  Café do Brasil, Café do mundial.

Era más fuerte que yo y era lo único que empañaba la alegría que nos diera el Matador en el minuto 38, gol que no pude ver, al margen de cómo me sentía después de que Naninga empatara el partido faltando 8 minutos, y sin hablar de ese instante que paralizó al país, cuando Rep, descolocando al Pato Fillol, estrelló la pelota en el poste en el último segundo del partido.

Durante el descanso antes del obligado alargue, estaba tan mortificado, que no participaba de el bullanguero espectáculo que se desarrollaba en la tribuna.

Pensaba, incluso, que ese aviso del Café do Mundial, Café do Brasil, era yeta, mufa y todos los sinónimos conocidos,

A Dios gracia en el arco que estaba debajo de nuestros pies, Daniel Bertoni convirtió los dos goles del suplementario, que nos hizo felices hasta las lágrimas.

Durante los festejos, una hora más o menos, es decir la vuelta olímpica, la premiación y todo lo que siguió al triunfo, cada vez que salía Clemente saludando desde el cartel a su Argentina Campeona, aparecía esa, para mi, ya infame propaganda del Café do Brasil, Café do mundial, y/o al revés Café do mundial, Café do Brasil.

No podía entender por que en algo tan argentino, tenía que aparecer una propaganda del país de aguas arriba, al que ya miraba de reojo por aquellos tiempos, mientras estudiaba sus proyectos anti argentinos.

Esa bronca que, por ser como soy, empañaba mi alegría, se esfumó cuando me sorprendió otra ovación, enmarcada en fortísimos aplausos, que me hicieron mirar de nuevo al cartel.

Y la verdad es que terminaron mis tensiones y broncas, por lo que pude festejar como el que más.

¿Qué fue lo que hizo ese milagro?

Quién si no… el Negro Caloí, haciendo decir a su hijo, Clemente, el bostero, que paradito ocupaba todo el cuadro con las piernas cruzadas, en una actitud canchera propia de un porteño piola y con un mate en la mano, las siguientes frases para mi inolvidables; Mate da Aryentina, Mate do Mundial, Calentito el café ¡¡ ¿Eh...?!!.

Palabras que resumen la personalidad de quien supo desde el silencio de sus dibujos o sabios diálogos, movilizar los sentimientos populares más puros del ser argentino.

Nunca vi recogida por la prensa esa ocurrencia que me permitió disfrutar mejor aquella fiesta.

Yo, maestro en ese momento de los montes –lo fui durante casi un cuarto de siglo-, que a veces podía leer los diarios con atraso y que siempre los usaba para enseñar a leer a mis alumnos, desprovistos como hasta ahora de libros, esa tarde del 25 de junio de 1978, para mi nació Clemente.

Y así entré a querer sin conocerlo al Negro Caloi, que se llevó al cielo a Clemente, para que junto al Inodoro Pereira, del Negro rosarigacino (2) Fontanarrosa, ante la mirada inquisidora de Mendieta, le canten un Borombombun, Borombombun para los ángeles de Camerún.

(1) Nombre copiado por el francés que lo fundara, en 1858, de un establecimiento del Boulevard des Italiens, en el que se reunía la elite de la cultura parisina del siglo XIX.
(2) Rosarino, en el idioma carcelario de esa ciudad cuando era la Chicago argentina.