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SECRETOS EN ROJO, UNA VENTANA AL PC

Los Nadra, comenzando por Fernando, el padre, son parte  de la historia del PC argentino, que merece ser conocida desde adentro, contada por Alberto, el menor. Vidas de dolores y de sueños frustrados. 

Por Armando Vidal

He aquí un libro en el que su autor cuenta una vida entregada a una causa política, por herencia de un padre que renunció a su clase social en su Tucumán natal para luchar por el comunismo en Buenos Aires.

 

Lo que dejó consignado en su libro Secretos en rojo el periodista Alberto Nadra, uno de los hijos de Fernando Nadra, recordado y respetado dirigente del PC hasta finales de los ochenta, es como una confesión interior al pueblo –a esa idea profunda de lo que la palabra implica- de los padecimientos que demanda comprometerse en pelear por un mundo mejor.

Como nudo de esa historia están las peleas dentro del partido entre un apellido emblemático contra un manojo de burócratas y trepadores de ocasión. Y demasiados indiferentes.

El editor leyó este trabajo entre sorprendido y dolorido por el enorme peso que significó para quien lo escribió hacerlo en varios tramos con los ojos puestos en el chico que fue, siempre preparado para eludir  la persecución policial, por lo tanto privado así de compañeros y amigos de la escuela y del barrio.

Más pleno y cómodo fue el papel del joven militante y confrontativo, en tiempos en que era dirigente de la Federación Juvenil Comunista, como el del hombre, miembro del Comité Central del PC, que a la postre rompería con el partido  y cortaría sus lazos de amistad con viejos camaradas, varios de los cuales, dicho sea de paso, cambiaron de bando. Peleas en un frente natural, el sistema y sus agentes, y también en el frente interno, el peor.

Alberto Nadra es el compañero de Leonor de toda la vida y el padre de Yamilé y Giselle; a las tres está dedicado el libro “porque juntas impidieron que perdiera ese don de soñar”.

Leonor es la hija de Jorge Canelles, uno de los hacedores del Cordobazo -29 de mayo de 1969-, entonces secretario general de la UOCRA y reconocido comunista, afín al lucifuercista Agustín Tosco. "Son más de 60 años de lucha y nunca pensamos en el beneficio personal, ni siquiera tengo casa propia, ni la tenía Tosco cuando murió", declaró Canelles, fallecido en 2002 a los 75 años.

Yamilé, abogada y Giselle, licenciada en ciencia política, son las autoras de Montoneros: ideología y política en El Descamisado.

¿Destino? Destino de amor y compromiso.

Para Alberto, romper con el PC fue como nacer después de casi 40 años atado a un mandato marcado inicialmente desde Moscú y soportado aquí por la acción de anquilosados burócratas de mando, de los que mucho se ocupa.

Un cometido que lo alcanzó y vio caer, devenido de aquella Revolución Rusa que conmovió a Occidente y puso de pie a los trabajadores en el mundo.

Y que en la Argentina mereció mejores intérpretes de la realidad cuando se produjo la irrupción del peronismo que aquellos que pusieron al PC al lado de la Sociedad Rural y la embajada norteamericana.

Fernando, el padre, pudo participar de la hora de los abrazos y mutuos reconocimientos en esa generación –que a él le tocó, pese a su juventud-, marcada a favor y en contra por Perón. Por eso mantuvo con él varias entrevistas, de las que dio cuenta en un libro escrito en 1975 y editado diez años después y por lo cual recibió duros cuestionamientos de jerarcas de su partido.

Alberto, como sus hermanos (Fernando, el mayor y Rodolfo), es la parte que sigue de ese capítulo..

Quien quiera seguir línea por línea ese derrotero que llega hasta la caída del muro y “el viraje” posterior del partido podrá comprobar el costo de crecer sin disfrutar de la plena libertad de ser. Y el costo siguiente de la injusticia y la desolación.

* Diferencias

Alberto nació cuando quien escribe aquí vivía a sus diez años en el mundo feliz de un hogar obrero donde Perón era como un dios hecho hombre y Evita una santa batalladora que encantaba a su madre. Su padre era un gremialista identificado con el gobierno y, por ende, defensor de las conquistas obreras, que en 1952 había perdido la conducción de la AOT en manos de Andrés Framini.

Otros trabajadores no peronistas y sus hijos no la pasaban tan bien. En especial, los comunistas pero no en la vida sindical, en la que eran antagonistas directos aunque convivían, sino por el comisariado político del peronismo, que de tanto en tanto dejaba abierto con un clavel rojo el piano de don Osvaldo Pugliese, remitido a un calabozo, con la orquesta en plena acción y milongueros peronistas pegados al escenario sin bailar.

En esos días vino Alberto al mundo.

El libro contiene una cantidad de revelaciones – sorprendentes para quien escribe estas líneas-, entre las cuales está la decisión de incluir la lucha armada, primera experiencia guerrillera en la Argentina, ligada directamente al Ché.

Todo un capítulo que parece parte de otra historia, a diferencia de todo lo que dirá sobre el papel de periodistas de la misma causa y la importante tarea de abrir en todo lo que se podía los espacios de la prensa convencional, con la participación del propio Alberto y su hermano Rodolfo, su hermano “del medio”, como él lo llama, cinco años mayor.

* Sueños que se esfuman

A fines de 1980, en un rencuentro familiar con motivo de su retorno con la familia luego de trabajar tres años en Moscú, Rodolfo, periodista, fue el primero en advertir acerca de una realidad que el padre desde aquí no percibía en esa dimensión.

“Viejo no va más. Es una gran mentira. Está todo podrido y tarde o temprano se nos va a caer encima” le dijo en tono descarnado.

“Algo se había desgarrado en el alma de papá” comenta Alberto al describir la escena con la reacción de Fernando Nadra, que se levantó enojado y se encerró en el dormitorio a donde lo fueron a buscar junto con la madre.

“Lo encontramos leyendo El Manifiesto Comunista a la luz del velador; quizás una suerte de exorcismo frente a los demonios, indescriptibles, que emergían”, recuerda.

Rodolfo Nadra fue luego el director del Sur, al que renunció en 1990 ante la oposición de la cúpula partidaria a acompañar un capítulo inevitable de inserción del PC en las grandes corrientes populares, de lo cual estaban dando cuenta las páginas del diario con las firmas de Eduardo Luis Duhalde, Rodolfo Mattarollo, Jorge Bernetti, María Seoane, Luis Salinas, Oscar Taffetani, Carlos Aznárez, Marcelo Birmajer, Carlos Polimeni, etc.

Para “el aparato”, en cambio, el viraje era un mero gatopartidsmo, especie de disfraz de lo que querían ser sus exponentes, con una  retórica ajena a las circunstancias y a la propia historia del partido como los encuentros de Patricio Echegaray con Enrique Gorriarán Merlo en La Habana.

El viraje, en la versión acomodaticia del comando partidario debía hallar la forma de trascender para lo cual le apuntaron a Fernando Nadra con el propósito de hacerlo cargar con la responsabilidad de la posición del PC en dictadura, aprovechando que se trataba de una figura conocida.

El impulsor de esa decisión era el propio Echegaray, aquel joven defendido por Fernando frente viejos burócratas que el pretendiente a secretario general del partido tenía por aliados.

Estaban en la sede de la redacción de Qué pasa y se hallaron a un tris de agarrarse a trompadas.

Alberto recuerda que tenía 37 años, 24 con la vida puesta en el partido.

Esta fue su respuesta:

- Se ve que siempre traicionaste a todo el mundo. Renunciaste al pacto de honor con Nando (por Fernando) para recuperar los millones y millones de dólares que se robaron –y roban- los testaferros de empresas líderes que nombró (Victorio) Codovilla…”

Siguió la catarsis, volvieron los insultos y algunos golpes se filtraron, dice Alberto.

El 14 de marzo de 1989, el comité central, tras un cambio del temario, en el que Athos Fava, Jorge Pereyra y, por supuesto, Echegaray –entre otros- se invistieron de inquisidores y acusaron a Fernando Nadra de personalista y fraccionista.

Hombre del partido, razón de su propia vida, Nadra renunció exactamente al año de su exclusión del comité central. Dejó que la historia lo juzgara, seguro de que sus hijos defenderían su buen nombre y honor, como lo hicieron frente a la falsedad y oportunismo a la hora de la coronación de Echegaray como secretario.

Cuenta Alberto sobre su padre: “Murió de tristeza el 22 de agosto de 1995. Mi vieja lo siguió después, en una suerte de continuidad de fidelidad mutua que se profesaron toda la vida”.

En ese tramo final, quien escribe lo conoció y trató a Fernando Nadra. Enseñaron mucho sus miradas sobre Perón. También, como Perón, Fernando sonreía pese a sus profundos dolores generados por la mentira, la ignorancia y la ambición

Por su lado, Alberto se aprestaba a afrontar el más duro de los peregrinajes de un militante desocupado como fue buscar trabajo después de dirigir medios del PC como Qué pasa y de ser corresponsal de Prensa Latina. Una relación posterior con Néstor Kirchner fue clave para un camino que se fue haciendo con el andar.

* Periodistas y sus desafíos

El libro es como un GPS para periodistas que en un momento lleva a la Av. Córdoba 652 11-E, al que Rodolfo llegó en 1966, según cuenta en el libro por pedido de Alberto. Allí explica lo que debía hacer durante su paso de tres años en Moscú para intentar sortear los rigores de censores que no admitían hablar de lo que estaba pasando en la Argentina.

Ni siquiera, dice, querían que en Radio Moscú, donde trabajaba, se dieran datos del comercio de granos que se publicaban en Buenos Aires.

Consejo que brinda Rodolfo para situaciones comparables: poner todo lo que se pueda para darle lugar al censor a que justifique su trabajo, con lo cual siempre algo pasará.

Diferente había sido en el departamento de la Av. Córdoba, transformado desde fines de los sesenta en un centro de encuentros y hervidero de ideas con colegas que se sumaban como Jorge Aulicino y Adolfo Coronato, “hasta su jubilación periodista destacado de Clarín”, señala y a quien Rodolfo había conocido en una escuela de periodismo.

“Lo llevé a Córdoba 652, desde donde se transformó en una importante pluma, participó también de La Calle y salió para El Cronista a finales de los 70”, dice.

Entre las visitas solían estar Rogelio García Lupo (Pajarito), cofundador de Prensa Latina en Cuba “y enorme, pero enorme periodista”, remarca sin exagerar y Oscar Serrat, “toda una vida en AP, hombre de lúcida y fina inteligencia del que también aprendí mucho”.

No falta, por supuesto, la referencia a Isidoro Gilbert, con quien, comenta, tuvo encontronazos cuando él se fue de Sur enfrentado con el partido “y él –diferencia- se quedó”.

Gracias a Secretos en rojo, quien escribe por fin entendió la razón de su buena suerte con la publicación en Clarín en marzo de 1980 de su nota enviada desde La Paz en la que anticipaba que estaba en preparación un golpe contra la presidenta constitucional Lidia Gueiler apoyado, decía, por un importante país vecino, que no era Brasil, con 400 millones de dólares para comprar voluntades en los cuarteles.

La nota salió al día siguiente, lunes, y generó una conmoción tan grande que por consejo del colega Andrés Soliz Rada el enviado especial de Clarín tuvo que salir rápido de escena.

El editor de ese domingo había sido Adolfo Coronato, el amigo que Ricardo Kirschbaum, llegado poco antes desde El Cronista, llevó a Clarín.

Hay más, mucho más de lo que aquí no se habla, como las acciones de difusión contra las atrocidades del Plan Cóndor, incluyendo la revelación en primer término de la histórica carta de Rodolfo Walsh a la junta.

Secretos en Rojo, un militante entre dos siglos, el libro de Alberto Nadra, fue editado por Corregidor, lleva un prólogo de Mario Lowry.

Imperdible.

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