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COLOMINAS, LA OTRA HISTORIA

Un libro, todavía sin editar, cuenta una historia de una Argentina imaginada entre las grandes naciones a partir del legado de Perón a quien él eligió como vicepresidente, en lugar de , con la convicción de que reunía todas las condiciones para sucederlo porque presentía su muerte. Perón no se equivocó. El libro es de Norberto Colominas, periodista y escritor fallecido hace dos años, muy querido y respetado, aquí desbrozado por quien lo leyó cuatro veces, un abogado y periodista de esta generación, amigo del Colo y de varios de los amigos del Colo, entre ellos su padre. Un libro de ficción y realidades que también sirve para enseñar.

Por Emiliano Vidal

Hace exactamente una década, una novela aún no publicada, de Norberto Colominas, fallecido en febrero de 2017, se convirtió para quien esto escribe en un viaje hacia un pasado reciente de un país que no fue y que, para el autor, no era el relato de fantasías sino los sueños de un perdedor. Los párrafos siguientes no proponen más que  un pequeño reconocimiento al periodista y escritor, querido compañero en tantas redacciones para colegas de su tiempo. Y, en particular, a esta obra, que espera su editor.

Una obra, motivo de inspiración para quien leyó una copia más de una vez, generadora de anécdotas en encuentros con amigos y constante fuente de aprendizaje, por no hablar de una especie de apropiación de tan rica prosa, cargada de historia, política, filosofía, fútbol, ciencia e ilusiones.

El borrador en el procesador de la computadora comenzaba con la descripción de un escenario tan pesaroso como atrapante: una cola interminable abrazaba el edificio del Congreso de la Nación a pura despedida. Miles y miles de personas se alineaban de cuatro en fondo a lo largo de calles y calles. Habían venido del lado oscuro de la Patria: de Ezpeleta, de Don Orione, de Morón, de Llavallol, del interior lejano. Habían venido a decirle adiós a la esperanza.

El título de un diario sintetizaba el momento: MURIO, fue de los pocos de una sola palabra que se recuerden. Era el primer día del mes de julio de 1974.

A las 13.15, el entonces presidente de la Nación, Tte. Gral. Juan Domingo Perón, había fallecido y su vicepresidente se aprontaba su sucederlo. El mundo y la Argentina entera miraban hacia la Casa de Gobierno, adonde acababa de entrar en escena el joven vice, Carlos Cobián, el crack de apenas 34 años, viudo desde los 23, cuando su esposa, Ana Laura Hortiguera, falleció en un choque de autos.

Su padre, Esteban y su hijo Mariano, quien tenía sólo un año cuando murió su mamá, eran las dos personas que más amaba en el mundo, su pequeña familia de varones.

El muchacho –siempre en palabras de Colominas- había demostrado que le sobraban agallas pero carecía de experiencia política.

Perón había tenido sus buenas razones para elegir a Cobián como compañero de la fórmula que reemplazaría al binomio Héctor Cámpora/Vicente Solano Lima, que el 25 de mayo de 1973 habían llegado al gobierno como candidatos del Frente Justicialista de Liberación. Eran razones importantes que el viejo caudillo había evaluado con cuidado: Cobián no militaba en ninguna fracción del movimiento; no llegaba a la política para hacerse rico porque ya lo era, y varios tuvieron que trabajar mucho para que aceptara.

Su adhesión al justicialismo no admitía reparos. Tenía una formación envidiable y ningún otro argentino era o había sido más famoso que él a nivel internacional, ni siquiera el propio Perón, tampoco Carlos Gardel o Ernesto Che Guevara. Y era lógico: ni un militar sudamericano, ni un cantor famoso de la época ni un revolucionario podían compararse con el mejor jugador de fútbol del mundo en la era de la televisión.

Carlos Cobián había sido la estrella de la selección nacional que ganara los mundiales de Chile, 1962; Inglaterra, 1966, y México, 1970. Después de cada uno de esos grandes triunfos había viajado a Madrid para ofrecer su tributo a Perón: “Esto es para el museo del peronismo, General”.

Y las tres medallas de oro de la FIFA habían pasado sucesivamente de las manos del General a las de su secretario privado, José López Rega, para que las guardara “donde no se pierdan, López”.

Después de salir tres veces campeón del mundo con la Selección argentina, Cobián se había retirado a los treinta años, en la cumbre de su fama, rechazando ofertas millonarias para mudarse al fútbol europeo, donde no había actuado nunca, ya que solamente había jugado en Boca Juniors y en la Selección Nacional. También hubo tentadoras propuestas desde Estados Unidos, donde pronto llegaría Pelé para jugar en el Cosmos de Nueva York, pero el crack no aceptó.

Finalizado el Mundial del 70 viajó a Boston para hacer un post grado de Economía en Harvard, aunque estaba en Nueva York cuando lo sorprendió el llamado de Perón ofreciéndole la vicepresidencia, en junio del 1973.

Colominas recrea este particular diálogo entre las dos celebridades.

-¿ Y bien? ¿Vas a aceptar? , interrogó Perón al ídolo del fútbol.

 - ¿Usted cree que debo, General? , contestó el triple ganador de mundiales.

- Sí, claro, no me imagino a nadie mejor que vos para ese puesto. Y eso por muchas razones. Pero si aceptás, tené presente que vas a ser mi sucesor. Ya sabes que tengo un montón de años.

 - Pero los lleva muy bien, General.

- Disimulo bien los achaques, Carlos, querrás decir.

- ¿Puedo conocer las razones que tuvo para pensar en mí? , preguntó Cobián.

- Sos un buen justicialista, por convicción y no por interés, esa es la primera razón. Sos muy famoso y muy querido en todo el mundo y especialmente en la Argentina, lo que te convierte en un tractor de votos. Tercero, no estás alineado en ninguna de las corrientes del movimiento, de modo que al elegirte no tomo posición en la lucha interna. Y hay una cuarta razón: sos inteligente y tenés una excelente formación. Y una quinta: sé que no te va a temblar el pulso cuando tengas que tomar una decisión difícil. Esas son cinco buenas razones. Y todavía tengo más, pero no quiero que te sientas incómodo.

* El nuevo Presidente

Colominas sabe recrear los escenarios: El nuevo Presidente le habla al país la noche del día que murió Perón: “Ha muerto el hombre que más admiré, quien ahora descansará en el altar de la Patria junto a San Martín, a Belgrano y a Moreno”.

Toda una definición que no pasó inadvertida para muchos que se enfurecieron por la comparación; tampoco para los liberales, que le reprocharon el olvido de Alberdi, Sarmiento y Mitre, y para la izquierda, que protestó por la ausencia del Che Guevara. Tampoco les cayó bien a los nacionalistas, enojados por la omisión de Rosas, Facundo Quiroga y El Chacho.

Hay una máxima entre los escritores: la impronta personal, gustos y preferencias del autor suelen estar en sus creaciones.

Las dos primeras medidas de gobierno de Cobián fueron arrestar y enjuiciar a José López Rega y a otros cincuenta civiles, policías y militares por su responsabilidad en los asesinatos de la Triple A. Luego, tomó prestados cinco mil millones de dólares de los plazos fijos para cancelar la deuda externa del país.

Isabel Perón regresó de inmediato a Puerta de Hierro en compañía de su asistenta española y sus tres caniches, hablando de traición.

El flamante mandatario enfrentaba cinco problemas principales: las relaciones con las Fuerzas Armadas, los empresarios, los sindicatos, la Iglesia y la guerrilla, en ese orden de importancia, según Cobián,

Empezó por el final y le pidió a la Cancillería que ocupaba Antonio Cafiero que con la ayuda de Fidel Castro organizara una reunión con la cúpula de Montoneros en Cuba, oculta en medio de una visita oficial de tres días a la isla para tratar asuntos comerciales. El secreto era esencial porque si la reunión trascendía los militares pondrían el grito en el cielo.

Al iniciarse el encuentro el Presidente escuchó a los guerrilleros exponer los conocidos argumentos de un plan revolucionario y la caracterización de la etapa como “de transición”.

Después habló claro: “Ustedes pretendieron convertir al General en el jefe de una presunta revolución nacional y socialista, aunque semejante enunciado ya es un mamarracho. Les agradecería que no hicieran lo mismo conmigo. Y entrando en tema, las posibilidades son dos: o se suman a la construcción de un capitalismo criollo con un alto grado de autonomía, mercado interno fuerte, buenos salarios y justicia social, o siguen a los tiros. Si lo hacen habrá represión y antes o después la represión se transformará en golpe de Estado. Entonces mi gobierno caerá, aunque eso no es importante. Lo importante es que el Estado se volverá terrorista, como se ve en Chile y Uruguay. Sabemos además que el Pentágono tiene un plan hemisférico para favorecer la llegada de dictaduras al poder”. “El abandono del justicialismo es la única condición que les impongo. En cuanto a la militancia, pueden decirle que el peronismo se murió con el General, lo que hasta un punto es cierto. Y pueden decirle que Estados Unidos me advirtió que ustedes no pueden seguir dentro del justicialismo, lo que no es cierto, aunque creíble. En cualquier caso el alejamiento de ustedes del movimiento es un punto no negociable, salvo que renuncien públicamente a la violencia, entreguen las armas y se disciplinen a mi conducción, cosa que ustedes no harán ni yo les pediré que hagan”, remató el presidente argentino.

La siguiente negociación fue con la Confederación General del Trabajo. Se realizó en la quinta de Olivos. El Presidente escuchó a los dirigentes presentes y sus propuestas.

Carlos Smith, de Luz y Fuerza, propuso la creación de un Consejo Económico y Social encargado de seguir las grandes variables económicas y en particular la evolución de precios y salarios. El mandatario estuvo de acuerdo y sugirió, a su vez, que el nuevo consejo no fuera solo metropolitano sino que tuviera equipos provinciales.

Cobián despidió a los jefes sindicales con un regalo que endulzó la reunión: se crearía la Universidad Nacional del Trabajo con dirección de la CGT con aportes iguales del Estado Nacional y de los sindicatos.

Durante varios días Cobián aumentó deliberadamente la presión: envió un proyecto de ley por el cual los trabajadores y empleados serían los únicos acreedores privilegiados en caso de quiebra de una empresa, seguidos en orden de prelación por el ministerio de Trabajo (aportes patronales) y la AFIP (impuestos impagos).

El gobierno ayudaría a los trabajadores con créditos blandos -si se organizaban en cooperativa- para hacerse cargo de la compañía quebrada y preservar así las fuentes de trabajo.

Este panorama era desolador para los empresarios que quedaron al borde de la desobediencia civil y redoblaron sus contactos con los jefes militares. Entonces Cobián los convocó a la Casa Rosada junto a las sociedades del campo, previa reunión exitosa con la Iglesia Católica.

“Ustedes, que despreciaron a Carlos Pellegrini cuando propuso industrializar el país, no tienen derecho a la palabra. Ustedes, que apoyaron cuanto golpe militar hubo desde 1930, ahora hablan de democracia sin ponerse colorados. Ustedes, que violaron la Constitución o consintieron que fuera violada tantas veces, ahora hablan de seguridad jurídica. ¿Y ahora meten presión al gobierno… pero ustedes creen que el presidente de la Nación es un boludo?, bramó Cobián.

 El hilo se terminaría de cortar cuando el titular de una importante compañía de capital ingles expresó: “Ningún gobierno que pretenda completar su mandato desafía así a los empresarios”.

- ¡Pero yo sí lo hago! ¡Y usted se retira inmediatamente de mi despacho, caradura! ¡Fuera de mi vista!-, gritó el Presidente, furioso, poniéndose de pie.

El empresario primero se puso blanco y después colorado, se levantó y se fue.

“Quizá sea como ustedes dicen pero yo tengo algo más que advertirles y es esto: si siguen jodiendo juro por la memoria de Evita que los voy a destrozar. Soy orgulloso, soy duro y voy a pelear con todas las armas a mi alcance, que son muchas. Les aseguro que es mejor tenerme de amigo. Si tienen ideas innovadoras, propuestas para el desarrollo, proyectos de inversión, tráiganlos. Serán escuchados y si los proyectos interesan recibirán ayuda”. Palabras de Cobián,

* El futbolista, los "grav" y la gloria

A través de nombres verdaderos y personajes ficticios o paródiales de los reales, la novela de Colominas es un caracoleo que surfea entre el Cobián ídolo mundial del fútbol y el estadista que convertiría a la Argentina, además de una república soberana e industrial, en una enorme potencia militar a partir de un único descubrimiento: la energía gravítica. 

En el Mundial de 1962 en Chile, donde la Argentina no era candidata ni siquiera a pasar la primera ronda, el entonces técnico Juan Carlos Lorenzo convocó al goleador de Boca y del campeonato nacional, Carlos Cobián, de 21 años, quien había logrado esa distinción jugando apenas 25 de los 38 partidos del torneo de 1961.

Cobián hizo goles para todos los gustos. Todo el mundo lo pedía en la Selección, hasta los hinchas de River Plate, pero en esa época no era usual convocar a un pibe a la Selección y menos para jugar un Mundial.

En la competencia, tras vencer en el clásico sudamericano a Brasil, amplio favorito del público y del periodismo, todos con tantos de Cobián, la final culminó contra Checoslovaquia. La selecciónganó 4 a 2 y la Argentina se consagró campeón del mundo por primera vez en la historia de su rico fútbol, aunque ni los propios argentinos lo podían creer. Y Cobián, el goleador, fue declarado mejor jugador del certamen, postergando a Pelé y a Garrincha.

A la vuelta de Chile llovieron ofertas por Cobián, varias de ellas multimillonarias, pero el ídolo fue claro: “Si el club me compra 10 mil hectáreas en la zona de Mercedes, donde yo nací, firmaré por una década en Boca. Lo que pido son mil hectáreas por año, pero todas de una vez”.

Ese campo costaba unos 20 millones de dólares, un dinero que estaba de acuerdo con la fabulosa cotización del crack, aunque Boca no lo tenía. Rápido de reflejos, como dice la muletilla de los periodistas, Alberto J. Armando, que le había prometido a la hinchada que no vendería a Cobián “ni por todo el oro del mundo”, abrió una cuenta corriente a la que podían aportar los hinchas.

La colecta fue  fantástica.

Boca se aseguró a Cobián por diez años, hasta julio de 1972. El equipo de la Ribera obtuvo prácticamente todas las competencias que disputó. Después de obtener y convertirse en figura en los mundiales de Inglaterra 1966 y México, que se jugó en 1970, Boca lo dejó en libertad de acción como premio a su trayectoria con la azul y oro y en la selección.

El año anterior Cobián había completado su licenciatura en Economía en la Universidad de Buenos Aires. Después de su tercer campeonato mundial se radicó en Estados Unidos para cursar el doctorado en Harvard.

Colominas fue un adelantado…Boca y el poder… salvando las notorias diferencias, cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia.

Volviendo a la obra, con el mismo temple que desparramó a los mejores defensores en una cancha de fútbol, Cobián, ya jefe de Estado, relevó de sus cargos militares a los Videla, Viola, Menéndez, Suárez Mason, Camps y Saint Jean; al jefe de la Armada, almirante Massera y al jefe de la Fuerza Aérea, brigadier Agosti, bajo el delito de conjura para derribar al gobierno constitucional, es decir traición a la Patria.

Por las mismas razones fueron detenidos también los civiles Victoriano Calabrón, entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Alberio Alzagaroy, presidente de la Unión de Núcleos Democráticos (UND), y los empresarios José Antonio Martineitz de Dios y Herodes Cordeni. Finalmente, Cobián convocó al pueblo a rodear con un abrazo solidario la Casa Rosada y las gobernaciones de cada provincia, permanecer en estado de alerta y seguir con atención los acontecimientos.

Una hora después unas 100 mil personas ya habían rodeado el predio de la Primera Brigada Aérea de Morón, que estaba defendida por tres mil soldados de la Aeronáutica, aviones Pucará y helicópteros fuertemente artillados. Al mediodía unas 250 mil personas ocupaban la Plaza de Mayo y alrededores, número que se duplicó hacia las 17, cuando por primera vez desde que asumiera el cargo el Presidente habló desde el emblemático balcón.

En uno de los pasajes de la obra, el creador de Cobián describe que esa Argentina comenzaba a crear una burguesía nacional con un proyecto distinto al de 1945. Se fundaba en una asociación estrecha entre el capital privado nacional y los recursos públicos.

En la Navidad del año 1976, el gobierno de Cobián recibió a su par del Brasil para dar a conocer un proyecto tan particular como novedoso: las características básicas de la energía gravitacional descubierta por científicos argentinos, que consistía en ser un sistema de propulsión derivado de esa energía, es decir los motores gravítico, regidos desde y por la fuerza de gravedad. De allí su denominación: energía “gravítica”, fuente única e inagotable.

Después de algunos intentos fallidos, fueron creadas a base de ese elemento, naves capaces de hacer cosas que ningún aparato terrestre había podido realizar hasta ese momento. Los clasificados grav, eran máquinas con forma de platillos voladores que se elevaban suavemente para en centésimas de segundo salir disparadas a velocidades fantásticas y detenerse a unos mil metros de altura, como si una gigantesca mano transparente la hubiera atrapado.

La tecnología grav era un secreto de Estado que sólo conocían menos de cincuenta personas. El dominio de la energía gravítica permitió la construcción de barcos y aviones que revolucionaron primero las armas -era un arma aterradora- y después el transporte.

* Recuperación de las Malvinas

El recorrido de la obra de Colominas es una entelequia cautivante. Cuenta que en abril de 1979, los gravs, resultaron decisivos para vencer a Gran Bretaña y recuperar las islas Malvinas, usurpadas desde hacía 146 años.

Con el potencial bélico argentino se había clavado un puñal en el corazón del hemisferio norte: un lejano país de la América de abajo, dueño de una economía menos que mediana, grande en territorio aunque escaso en población, había logrado una tecnología militar imbatible. Después de que las tropas argentinas recuperaran las islas Malvinas sin oposición, Cobián decidió evacuar a todos sus pobladores.

Quería ocupar rápidamente las islas con pobladores argentinos.

Los motores gravíticos tenían una particularidad. Si alguien intentaba abrirlos sin las claves correctas --y sin cumplir con otros sofisticados requerimientos de seguridad-- se ponía en marcha un mecanismo secuencial irrevocable que provocaba una implosión.

Por precaución, nadie, ni el propio Presidente conocía todos los requerimientos de seguridad.

Carlos Cobián culminó su primer mandato en 1981 para regresar cuatro años después. “No estoy eligiendo a un sucesor sino a un continuador por los próximos seis años”.

El hombre elegido fue Antonio Cafiero. Al día siguiente de asumir, Cafiero, que había completado la fórmula con Carlos Smith, del sindicato de Luz y Fuerza, eligió como jefe de Gabinete a Oscar Alende. Colominas revive su pasado político en el Partido Intransigente y deja saber de sus afinidades. El neuquino Elías Sapag fue nombrado en el Ministerio del Interior y el socialista Alfredo Bravo en Educación. Sin que Cobián lo hubiera pedido, Aldo Ferrer fue ratificado en el Ministerio de Economía.

Antes, Cobián había cortado de un tajo al gobernador de La Rioja, Carlos Menem, las pretensiones de pelear la candidatura presidencial en elecciones internas.

A poco más un año para concluir su segundo período de gobierno, Cobián se dio el mayor gusto de toda su vida pública: inauguró ciudad San Martín, la nueva Capital Federal, ubicada cerca de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba.

La planta urbana partía de un gran espacio octogonal, la Plaza de la República, en cuyo centro se ubicaban la casa de Gobierno y el nuevo kilómetro cero. El nuevo distrito federal también poseía una importante antena de transmisión, la Radio “Porteña”, dirigida a pedido del Presidente por el periodista que más admiraba y conocía de sus tiempos de futbolista: Víctor Higo Morales.

* El nuevo hombre y el mito

La Selección argentina venía de perder inexplicablemente en la primera ronda durante el Mundial de Corea-Japón, en 2002. Ahora debía disputar las eliminatorias y acceder -como se esperaba- a la etapa decisiva de Alemania. Por primera vez desde que dejara el poder, Cobián sintió que podía retirarse. No volvió a actuar en política.

A los 71 años se fue a vivir a su campo de Mercedes, con su padre, ya muy anciano, y su hijo Mariano. Seguía siendo el argentino más querido y su influencia sobre la vida del país era palpable, aunque discreta. Recibía a todos los que quisieran verlo pero no hacía declaraciones públicas. La visita a Mercedes recordaba la peregrinación a Puerta de Hierro más de treinta años atrás, sólo que la residencia quedaba mucho más cerca, a 100 kilómetros de Buenos Aires.

Los sucesivos mandatarios no iban a verlo, lo que Cobián juzgó con acierto como una muestra de carácter aunque si la situación lo ameritaba, el ex mandatario y aún máximo goleador de la Selección, los asesoraba de la mejor manera.

A fines de 2004, el canto en las canchas argentinas era“boronbonbón / boronbonbón / para el maestro / la Selección”. Era un referéndum de hinchadas y Cobián no se podía negar.

Tan fuerte era la demanda que si el no aceptaba el cargo, cualquier otro técnico que resultara elegido hubiera sido repudiado por la gente. A principios de 2005, ya retirado de la política activa y muy a pesar suyo Cobián aceptó el ofrecimiento del Ministerio de Deportes para ser el técnico de la selección nacional que disputaría el Mundial de Alemania del año siguiente.

La última copa del Mundo, la quinta -1962, 1966, 1970, 1978, 1986 – había sido obtenida había sido casi veinte años atrás, también en México, con un Maradona brillante, quien tras el partido final con los alemanes, contestó ante la pregunta obvia de cómo se sentía después de haber ganado su primer Mundial.

La respuesta del Diego, inesperada, hizo reír a todos:

 - Comparado con Cobián, me siento así de chiquito.

- ¿Quién es el mejor, Diego? ¿Pelé, Cobián o usted?, fue otra de las previsibles.

Maradona fue sin titubeos:

- Cobián es el mejor, sin dudas. Ganó tres mundiales, en los que fue goleador; ocho títulos nacionales, un montón de copas Libertadores e intercontinentales, además de varias copas América. ¿Quién en su sano juicio puede animarse a competir con semejante estadística? Futbolísticamente hablando Cobián era casi inhumano: hacía todo bien. En cuanto a Pelé, en comparación con él no tiene con qué empezar, y respecto de Pelé y quien les habla, la cosa es más pareja, pero eso tendrán que decirlo ustedes.

Años después, Cobían llamaría a Fidel Castro para que reciba a Maradona por sus problemas de salud, en La Habana. Cobían quería a Maradona como si fuera un hijo. El Diego fue compañero de quien sería el futuro embajador en Cuba; su amigo personal, el radical radical, Chacho Jaroslavsky.

Antes de asumir, Cobián llamó al ex técnico para contarle que le habían ofrecido dirigir la selección y que no quería responder sin conocer su opinión. Marcelo Bielsa, un caballero, le dijo inmediatamente que tenía que aceptar y que en su concepto no había otra persona tan calificada como él para ese trabajo. Y agregó que si bien nunca había dirigido un equipo de fútbol, nadie podía enseñarle nada al ganador y goleador de tres mundiales.

Entonces Cobián suspiró aliviado. Su cuerpo de trabajo tenía entre sus filas a su compadre Carlos Bianchi, al profesor Santella y a Roberto Perfumo, como vocero de la Selección.

En el relato, Colominas imagina una selección campeona en Alemania tras vencer 4 a 1 en la final nada más y nada menos que a Inglaterra y conseguir su sexta copa mundial.

Al pitar el árbitro, Cobián aprovechó la algarabía para escabullirse y bajó al vestuario. Allí, a solas, se descargó llorando varios minutos bajo la ducha. Era su cuarto mundial, tres como jugador y este como técnico. Cuatro jugados, cuatro ganados.

Había cumplido. Había entrado en el Olimpo del fútbol.

¿Qué le quedaba por hacer más que escribir las memorias? Estos párrafos son un preanuncio del borrador de un potencial libro, tan particular como novedoso.

En tres veranos, más el que transcurre para la realización de esta nota, fueron las lecturas propinadas a mimetizarse con esta obra,  titulada por el autor Carlos Cobían , a la espera de que pueda alguna vez ser editada.

Ese era un sueño de Norberto Colominas.

Título: Carlos Cobián, un sueño de Norberto Colominas

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