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MALA PRAXIS TRAS LA TRAGEDIA EN LA RUTA

La desgracia que le reservaba el destino a un periodista conocido y valorado como Eduardo Aliverti da lugar a revisar el modo en que se está ejerciendo el manejo de la información. Un rebote inesperado en las batallas por ley de medios que la Justicia tiene en suspenso como si nada fuera.

Por Armando Vidal

La discriminación es una facultad propia e inherente de la tarea periodística. Esto, sí; esto, no; esto va o no va; tapa, título de página, unas línas abajo, recuadro o nada; foto o no foto; comentario o silencio.

Todo editor es soberano, si de él depende, o bien éste tendrá que buscar al gran soberano para preguntar qué hacemos con ésto, damos, no damos; mucho, poquito o nada.

En un diario, la información ocupa el espacio que le deja la publicidad, un espacio que nunca sale en blanco porque información sobra, siempre y si no se construye. La misma lógica funciona para todos los medios gráficos y/o audiovisuales.

Por lo tanto, un viejo periodista sabe cuántas veces ejerció esa potestad y cuántas la ejercieron contra su trabajo y uno joven sabe bien lo que le espera.

Así son las reglas.

Reglas no escritas pero que rigen lo cual no significa que no se transgredan, lo cual conlleva, naturalmente, los riesgos propios de cualquier decisión.

Viejos peleadores los periodistas, peleadores contra los  que protagonizaban noticias, ahora, además, los periodistas pelean entre ellos, como parte de la pelea entre los medios.

Hay que decirlo: mérito del peronismo en la versión encarnada por Cristina Kirchner y antes, pero no tanto, por Néstor.

Todo se desató por la ley de medios audiovisuales que votó el Congreso hace más de tres años y que paró la Justicia.

Un poco de discusión entre los periodistas no le viene mal a nadie, pese a que cualquiera tenga un amigo en el bando de enfrente. Amigos a los que no siempre los separa la política como idea abstracta sino las posibilidades tangibles que posibilita.

Así fue como Jorge Lanata cambió de equipo. O para ilustrar con otro ejemplo de la vereda contraria, el de Orlando Barone que entre el Grupo Boedo o Grupo Florida de las páginas de cultura terminó optando por el grupo K del programa 6,7,8, -vidiera mucho más grande de lo que se cree- que este editor mira con interés y una sonrisa como lo hizo con la película Django, de Tarantino.

Es grato ver ganar siempre a los buenos.

Los boxeadores tienen reglas escritas: no pegar bajo el cinturón, no agarrar y pegar al mismo tiempo, no pegar en la nuca, etc. Ellos, que son lo máximo conteniendo la violencia (suena el gong y se separan; termina la pelea y se abrazan) acatan las reglas.

Los periodistas, que no las tienen, deben obrar en función de sus conciencias cuando se trenzan entre ellos. Muchos, no: atacan por la espalda.

Eduardo Aliverti es uno de esos combatientes, siempre lo fue, desde cuando leía panoramas políticos ajenos a cuando comenzó a escribirlos. Tipo frontal, cálido y claro, víctima ahora de una desgracia protagonizada sin querer por su hijo cuyas responsabilidades dirime la Justicia.

La arbitrariedad con falsa información o con interpretaciones perversas porque se trata de Aliverti es un acto de extrema bajeza, que es lo mínimo que se puede decir.

En medio de su dolor, él pide profesionalismo lo cual significa no hacerse eco de cualquier especulación, rumor o versión interesada sin el correspondiente chequeo.

Eduardo, herido como cualquier padre en la misma situación, sólo quiere que los colegas realicen responsablemente su trabajo. Un pedido que al mismo tiempo abre una ventana acerca del modo en que se está ejerciendo el viejo oficio. Y lo que se ve es la mala obra de malos periodistas y en algunos casos de malas personas.

 “Las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos”, diría Borges. Pero para eso también hay que saber la verdad, primera obligación de todo periodista.