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CUANDO LA VERDAD NO IMPORTA

Viejo zorro de redacciones -que también supo manejar desde muy joven-, el autor no se defiende de las interpretaciones aviesas  de colegas sobre él  en torno del caso Nisman y de la influencia que le conceden en el Gobierno sino que da una lección práctica a partir de su última experiencia sufrida con artículos publicados por Nicolás Wiñaski y Gabriel Levinas en Clarín.

Por Horacio Verbitsky

Desde que el cuerpo sin vida del fiscal Alberto Nisman fue hallado en el baño de su departamento, me he cansado de advertir en contra de las especulaciones sin sustento y el estrépito de opiniones que confunden y angustian a lectores y espectadores, cuando no son puros intentos de manipulación.

Esto concierne por igual a periodistas y dirigentes políticos, tanto del gobierno como de la oposición.

He insistido en cambio en atenerme a los duros hechos, como se titula la nota que aparece en la página 6 de la edición de hoy.

Entre las excepciones a esta regla deprimente vale la pena mencionar a dos periodistas del diario La Nación, Jorge Urien Berri y Hugo Alconada Mon. Sus notas de estos días muestran que los hechos pueden ponerse por delante de las opiniones y que en este oficio hay lugar para la decencia.

Cuando se trata de medios masivos, el riesgo es que el público, sin acceso a fuentes propias, tome al pie de la letra versiones interesadas que se presentan como sucesos comprobados.

Una vez instalada, la versión se repite sin asomo de dudas y sobre ese dato ya asumido como incontrastable comienzan las opiniones a favor y en contra.

Cuando le toca a uno, es fácil advertirlo y tengo una larga experiencia. Pero esto sensibiliza para detectar cuando otros son víctimas de esa tergiversación e induce a ser cauto, sobre todo en episodios tan tremendos como la muerte del fiscal.

Un caso paradigmático se inició con una frase del jugador de tenis Guillermo Vilas, quien en un programa de televisión declaró que si el entonces presidente Carlos Menem “hubiera dicho lo que pensaba hacer, nadie lo hubiera votado”.

Un periodista se la atribuyó luego al propio Menem, otros la repitieron, los simpatizantes consideraron que era una picardía simpática, para los que no lo querían fue una repugnante muestra de cinismo y las opiniones taparon la verdad.

Haga la prueba de repetirles la frase a diez conocidos. Habrá incluso quienes recuerden el tono y el gesto con que le escucharon algo que Menem nunca dijo, acaso porque era más pícaro que Vilas.

Después piense qué nos enseñan esas respuestas sobre la construcción del acontecimiento, como se titula un libro del semiólogo de Clarín Eliseo Verón, que traduje del francés durante los años del exilio interno.

Esta semana fui involuntario protagonista de esa fabricación inescrupulosa de la realidad.

En la edición del viernes 23 de Clarín, el columnista Nicolás Wiñaski analizó las dos cartas de la presidente CFK sobre la muerte de Nisman y atribuyó a “fuentes oficiales con acceso a la intimidad del poder” que “la segunda carta presidencial tiene otra estructura porque se redactó influenciada por los argumentos y expresiones propias del presidente del CELS, Horacio Verbitsky, y del ex juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni”.

Agrega que “la segunda carta fue supervisada con más cuidado, y también por otros influyentes del poder K. Cristina tomó varios de los argumentos con los que Verbitsky criticó la denuncia del fiscal del caso AMIA. Lo citó como fuente, por ejemplo, para sostener que la acusación de Nisman era débil porque dice que el Gobierno le garantizó a los iraníes imputados en la causa que dejaría de buscarlos Interpol, algo que finalmente no pasó”.

Según Wiñaski, Cristina me “citó como fuente, por ejemplo, para sostener que la acusación de Nisman era débil porque dice que el Gobierno le garantizó a los iraníes imputados en la causa que dejaría de buscarlos Interpol, algo que finalmente no pasó”.

Es al revés: mi nota del martes 20 sobre Interpol se basa en la conferencia de prensa en la que Timerman leyó el mail de su secretario general Ronald Kenneth Noble, que desmiente a Nisman.

Que se sepa, Timerman es ministro de Cristina, aunque esto lo solucione fácil un humorista cordobés que en el mismo diario me llama Comandante Cristinista y dice que Timerman es mi subordinado.

La referencia a fuentes que no se identifican es un hábito generalizado en la prensa argentina y en cada caso todo depende de la credibilidad de quien transcribe lo que dice que la fuente le dijo.

Como regla general, cuanto menor es la seriedad del autor más ostensible es la operación.

La nota de Wiñaski es ambigua, sugiere más de lo que dice, pero su editor la simplificó en el título: “Un texto con letra de Verbitsky y Zaffaroni”.

Ayer, en el mismo diario, Gabriel Levinas dio otra vuelta de tuerca sobre la versión de Wiñaski. Dice que escuchó en radio “una nota que por su estilo reconocí inmediatamente escrita como del columnista Horacio Verbitsky. En ella, el autor sostenía con certeza que la muerte del fiscal Alberto Nisman era producto de un crimen, había sido asesinado. Me sorprendí al finalizar la lectura, ya que la carta había sido firmada por Cristina Fernández de Kirchner, quien había dado un vuelco fundamental en su opinión sobre la muerte del fiscal del caso AMIA. Un día después, en este diario, la nota de Nicolás Wiñazki (sic) aclaraba mi confusión inicial. La nota efectivamente había sido escrita por Verbitsky con la colaboración del ex juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni”.

Levinas afirma como prueba de la verdad algo que Wiñaski no dijo.

Lo que viene de ahora en más son derivaciones sobre por qué lo hice, cuándo, dónde, por qué razones y con qué resultados, más las consiguientes opiniones de cada emisor.

Esto no torna verdadero un hecho falso, directamente inventado, con intenciones aviesas.

Desde la muerte de Nisman escribí dos columnas en estas páginas y concedí tres entrevistas: a Cecilia Laratro, de la Televisión Pública, Gustavo Sylvestre, de C5N, y Wyre Davies, de la BBC.

En ningún caso afirmé lo que Levinas me atribuye.

“Es prematuro concluir si el fiscal general Alberto Nisman se suicidó o fue asesinado. Cualquier afirmación al respecto que no esté sustentada por constancias indudables de la investigación sólo tiende a capitalizar lo sucedido en una dirección u otra”, comienza la nota del martes 20 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/).

La del día siguiente no habla de la muerte del fiscal, sino de los endebles argumentos de su dictamen.

En las dos entrevistas prediqué cautela y me negué a lanzar interpretaciones sobre su muerte cuando la investigación recién comienza ( (https://www.youtube.com/watch?v= -y https://www.youtube.com/watch?v=7).

En la primera digo que no me animo a calificarlo de suicidio (cuando Sergio Berni y hasta la fiscal Fein lo afirmaban) pero que para sostener lo contrario, con lo que se conocía hasta entonces, había que forzar demasiado los hechos.

En ambas menciono el compromiso que el gobierno asumió con las víctimas del atentado, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2005, de reformar los servicios de Inteligencia.

Agrego que no lo cumplió y señalo la relación promiscua entre esos servicios y la justicia federal. Es lo que sostuve siempre en estas páginas, aun cuando al gobierno ese lecho no le parecía incómodo.

Y lo mismo sostuvo el CELS en un comunicado del 19 de enero, que se tituló “Atentado a la AMIA: la verdad y la justicia requieren decisiones políticas y judiciales firmes”. (http://www.cels.org.ar/comunicacion).

Donde se ha suspendido el control de calidad es posible escribir cualquier disparate. Ni siquiera voy a especular sobre las razones de Levinas para falsear la realidad, en forma tan burda y autodescalificatoria.

Sólo quiero dejar en claro cuál es mi posición para quienes leen y escuchan de buena fe, es decir la inmensa mayoría del pueblo argentino, harto de mentiras y operaciones.:

Título: La verdad, ¿a quién le importa?

Fuente: Página /12, 25/1/15.