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CUANDO EL COLORADO RAMOS TUVO SU PARTIDO

El autor, uno de los protagonistas de una experiencia política y cultural que identificó la izquierda con lo nacional, recuerda  aquí  los cincuenta años del partido que tuvo por estrella al Colorado Jorge Abelardo Ramos. Al final, la declaración del flamante partido, con un lúcido análisis de ese tiempo.

Por Luis Alberto Rodríguez

No fueron mil, ni cien, sino algo más de una treintena de compañeros en todo el país, algunos de los cuales nos reunimos y fundamos en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN). Fue en Buenos Aires, el 15 y 16 de junio, en la parte del frente de una casona alquilada de bajos, en Soler 3847 de Palermo viejo.

 

La circunstancia política de entonces estaba dada por la crisis, tanto de la sociedad argentina como la de los exangües partidos tradicionales, en los que se encontraba la izquierda portuaria, desvinculada del proceso histórico de las masas argentinas.

La concreción en una organización militante de la corriente ideológica conocida como Izquierda Nacional, tuvo en Jorge Abelardo Ramos a su inspirador y nervio. Éste pertenecía al grupo originario constituido por Aurelio Narvaja, Adolfo Perelman y Enrique Rivera (sin que ello signifique olvidarnos de otros destacados compañeros), grupo que había sentado las bases de dicho pensamiento.

Sin duda que a Abelardo le cabía lo que Castelnuovo dijera sobre Víctor Serge: “No pensaba para seguir pensando y hacer un oficio del pensar. Pensaba para poner en práctica su pensamiento”.

Esos forjadores dejaron una huella profunda porque no fueron hombres de nadie, sino leales a una causa. A este respecto es pertinente recordar la confesión hecha por Perón al periodista Esteban Peicovich: “Me pregunta usted qué epitafio desearía para mi tumba, me gustaría que dijera únicamente: “Aquí yace un hombre que vivió y cumplió una causa… Y esa gran causa fue la que lo hizo grande”.

El núcleo duro que acompañaba al Colorado lo constituía el tándem conformado por Jorge Enea Spilimbergo y el metalúrgico Manuel Fernando Carpio. En tanto que la plataforma operativa para el mencionado encuentro era la Librería del Mar Dulce, donde también funcionaba la Editorial Coyoacán.

En dicho lugar, salpicado por la simpatía de la querible Faby Carvallo, se lo solía ubicar a Ramos, motivo por el cual era un caedero de amigos y desconocidos. Ello sucedía por la vorágine de los acontecimientos políticos del país y también por la característica de la personalidad de aquél, que lo llevaba a relacionarse con infinidad de seres, pero fundamentalmente con personajes poseedores de aristas singulares, los que marcaban con su sello el paso de su tiempo histórico.

Allí conocí y traté, entre otros, a Arturo Jauretche, los mencionados Carpio y Spilimbergo, Ricardo Carpani, el Tucho Methol Ferré, Fermín Chávez, José María Rosa, Luis Alberto Murray, Enrique Oliva (François Lepot), Pajarito García Lupo, Enrique Pavón Pereyra, Ángel Pérelman, Alfredo Terzaga, Carlos Díaz y Alberto Converti (estos cuatro últimos ya venían de la Izquierda Nacional).

En los albores de los ‘60 -rebotando aún los desgraciados ecos del golpe de Estado contra el gobierno peronista-, la cultura y la revolución iban del brazo, causa por la cual los siguientes acontecimientos atrajeron la atención de amplios sectores de argentinos: los libros Los Profetas del Odio, de Arturo Jauretche, y Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, del Colorado Ramos; la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato; la exposición pública del Grupo Espartaco (orientado por el pintor Ricardo Carpani) y la música de Astor Piazzolla, con su emblemático Adiós Nonino.

Pero, ¿de dónde provenían la mayoría de aquellos delegados que le dieron vida al Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), ésos que se reunieron ante un gran mural realizado por Carpani y cuya figura central era un magnífico centauro gaucho?

Ellos constituían una muy pequeña representación de lo que, con posterioridad, se conocerá como la “nacionalización de la clase media”. Esos jóvenes militantes, que conformaban dos grupos, venían de una gran decepción, tan grande como la ilusión que los había llevado a la acción política.

El núcleo más importante provenía del “socialismo de vanguardia” -sector que era un desgajamiento de las múltiples escisiones sufridas por el esclerosado tronco del Partido Socialista-, que influenciado por la incomprensión hacia el peronismo y por la triunfante revolución cubana, terminará quedando a medio camino en el entendimiento de la cuestión nacional.

El otro grupo estaba integrado por universitarios derivados de la frustrante experiencia frondizista.

A partir de 1957,  Arturo Frondizi había concitado el apoyo de importantes estamentos de la clase media al hacer eje en una salida política nacional y en una economía al servicio del país, con democracia y sin proscripciones.

Toda la actividad política estaba a flor de piel, en un vertiginoso y confuso conglomerado de causas y efectos.

* Qué y la traición

Es por eso que, en búsqueda de orientación, muchos de nosotros empezamos a seguir los análisis y posiciones políticas que Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz explicitaban desde la revista Qué, de gran influencia en aquellos tiempos.

La labor desarrollada por dDon Arturo y Scalabrini no solo dio contenido a la batalla electoral que se avecinaba, sino que, por la continuidad de la prédica, llegaron a constituirse en los auténticos “formadores de la conciencia nacional en la Argentina contemporánea”.

Como es sabido, el proceso frondizista desembocó en la traición al acuerdo con Perón, la sumisión al imperialismo, la burla al estudiantado al implantarse la enseñanza libre, el despojo al triunfo electoral del peronismo, la entrega del petróleo y el comienzo del desguace ferroviario.

Así, en marzo de 1960, frente a las sucesivas huelgas obreras y protestas estudiantiles, se declaraba al país en “estado de conmoción interna”. Ello posibilitó la detención de cientos de activistas estudiantiles y sindicales -entre los que se encontraban Andrés Framini y José Rucci- y la intervención a varios gremios.

Como era previsible, en 1962, Frondizi terminará siendo derrocado por el mismo ejército del general Aramburu.

Volviendo a ese año y al PSIN, digamos que no había nada más, salvo lo más importante: la esperanza y la militancia para luchar por las banderas históricas del movimiento nacional en la perspectiva revolucionaria del socialismo criollo.

A la finalización de los debates de aquel encuentro se eligió la primera mesa ejecutiva nacional del nuevo partido, la que quedó integrada por Fernando Carpio, como secretario general, Abelardo Ramos, Jorge E. Spilimbergo, Luis A. Rodríguez, Osvaldo Soraires, Isidro L. Zanelli, Juan C. Medina y Augusto Despréz.

También fue elegido el comité ejecutivo, siendo su secretario general el mismo Carpio, y como vocales Carlos Díaz y Jaime Zapata (del Chaco), Oscar Aramburu y Luis A. Gargiulo (de Necochea), Rubén Bortnik (de Bahía Blanca), Ramos, Spilimbergo, Rodríguez, Soraires, Medina, Zanelli, Despréz, Ángel Perelman (obrero metalúrgico, uno de los fundadores de la U.O.M. y autor de “Como hicimos el 17 de Octubre”), y Alberto Belloni (dirigente obrero de A.T.E. y autor Del anarquismo al peronismo y de Peronismo y Socialismo Nacional).

Una segunda oleada –un poco más extensa que la anterior- se hizo presente apenas el partido comenzó a entreverarse en la política nacional: Alberto Guerberof, Rodolfo Balmaceda, Jorge Raventos, Jorge Beinstein, Juan Barat y Leopoldo Markus, en Buenos Aires; Silvio Mondazzi, Roberto Ferrero y Roberto Reyna, en Córdoba; Hipólito Bolcato, Juan A. Geobergia, Pericles Dentesano y Mario Lacava, en Santa Fe; Mario Bernich, Osvaldo Pérez y Clarisse Pasmanter, en Chaco; Bailón Gerez, Raúl Dargoltz y Carlos Zurita, en Santiago del Estero; Adolfo Marengo y Marcelo Palero, en Mendoza; Gregorio Caro Figueroa y Ana María Giacosa, en Salta, y Simón Gómez en Catamarca.

Así, de a poco y con mucho sacrificio, aquel partido fue tomando encarnadura y abarcando con su influencia política y organización a casi todo el país.

Años más tarde, en 1971, se transformará en el Frente de Izquierda Popular (FIP), y en 1987, en el Frente Patriótico de Liberación (MPL).

Vaya, entonces, en este aniversario del PSIN, nuestro recuerdo fraterno para los miles de abnegados compañeros que hicieron -y los que aún siguen haciendo- camino al andar. Y vaya también nuestro homenaje a quienes ya no están físicamente entre nosotros, pero perduran en nuestro recuerdo por la persistencia de sus esfuerzos y sus ideales.

Como escribiera Van Gogh: “Los molinos ya no están, pero el viento sigue todavía”.

LA IZQUIERDA NACIONAL YA TIENE SU PARTIDO

Trabajadores y Ciudadanos:

Delegados de todo el país, en junio de este año (NdE: 1962), han fundado el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Sus cuadros se integran con hombres provenientes del llamado "socialismo de vanguardia" (Secretaría Tieffenberg), con militantes del Partido Socialista de la Revolución Nacional (disuelto por la Revolución Libertadora) y con numerosos núcleos obreros y estudiantiles independientes embanderados en el programa de la Izquierda Nacional.

Jóvenes revolucionarios sin compromisos con el pasado, y militantes más experimentados del socialismo revolucionario, se han unido para echar las bases de un movimiento político, independiente del imperialismo, de la burguesía nacional y de la burocracia soviética.

En todo el país, los sostenedores de estas ideas eran conocidos como partidarios de la Izquierda Nacional.

Era hasta hoy un movimiento puramente ideológico; se ha transformado en partido político precisamente en el momento que los partidos clásicos de la oligarquía, de la clase media y de las "izquierdas cipayas" atraviesan su crisis más profunda. Los partidos tradicionales de izquierda y de derecha expresan en sus convulsiones la decadencia general de la vieja sociedad Argentina.

El Partido Socialista de la Izquierda Nacional aspira a poner orden en este caos y a trazar las líneas de una política proletaria independiente en la Revolución Nacional. Si la oligarquía demuestra su total impotencia para resolver los problemas argentinos, y si la burguesía ya ha hecho su prueba, el proletariado aún no ha dicho su última palabra.

* ¿Qué es la Izquierda Nacional?

Pero antes de examinar las clases y los partidos de la Argentina, corresponde decir quiénes somos y que títulos podemos exhibir ante los trabajadores para justificar nuestra existencia. Todos los obreros recordarán que antes del 17 de octubre de 1945 el país estaba dividido entre los partidarios del ingreso argentino en la guerra imperialista mundial y aquellos que se oponían a la infame matanza.

La cipayería acusaba de "nazis" a los neutralistas de la pequeña burguesía y a los marxistas revolucionarios que condenaban la guerra.

Entre estos últimos estábamos nosotros, desde 1939. Los mismos cipayos de esos años -radicales, conservadores, socialistas y comunistas- serán los que formaron luego la Unión Democrática contra el peronismo. Y cuando en 1945 las masas populares imprimieron un nuevo rumbo a los destinos del país, los socialistas revolucionarios, un puñado tan solo, estuvieron junto al pueblo y recibieron con el pueblo el mote de "nazi-peronistas".

En 1945 también nosotros éramos "nazi-peronistas", únicamente porque, sin ser peronistas, apoyábamos la lucha contra el imperialismo y las grandes realizaciones del gobierno de Perón. Las condiciones políticas de la pequeña burguesía, polarizada en el antiperonismo mas ciego, y de la clase obrera, polarizada en el peronismo como su primera etapa de lucha política, impidieron que la ideología socialista revolucionaria cristalizase en partido.

Hubo una tentativa, suprimida por los gorilas de la revolución libertadora, que fue el Partido Socialista de la Revolución Nacional.

Precisamente en ese agrupamiento, con la edición del periódico Lucha Obrera, aparecido al caer Perón, centenares de miles de trabajadores aprendieron que podía haber en el país un socialismo realmente argentino y revolucionario, aliado al peronismo, capaz de señalar el camino en las horas más difíciles y dolorosas del país.

Es en ese momento, en abril de 1955, que lanzamos la idea de la Izquierda Nacional, como contrafigura de la izquierda cipaya tradicional, y cuyo contenido no podía ser sino socialista.

En una resolución política del 14 de abril de 1955, formulamos en estos términos la consigna: "Por una nueva Izquierda Nacional y Latinoamericana! Por un poderoso partido de la clase trabajadora! Por la lucha irreconciliable contra el imperialismo y sus aliados nativos!".

La reacción oligárquica de ese momento nos excluyó de la acción política por muchos años, y desde entonces libramos la batalla en el frente ideológico para educar a la nueva generación en los principios de la política proletaria, del método marxista en la cuestión nacional y de un movimiento socialista que fuese capaz de interpretar al país tal cual es.

Precisamente cuando el Socialismo de la Revolución Nacional era disuelto por los gorilas, Alfredo Palacios era nombrado embajador libertador en el Uruguay, Américo Ghioldi aullaba que se había "acabado la leche de la clemencia", Tieffemberg condenaba a la "barbarie peronista" postulándose a los libertadores para una cátedra en la Facultad de Derecho, y Codovila asaltaba los sindicatos peronistas con la ayuda de la policía.

Estos simples hechos, conocidos por todo el mundo, permiten comprender el panorama de la izquierda cipaya en 1955, y también la posición invariable de la izquierda nacional revolucionaria. Pero la nueva generación socialista no ha podido ser confundida. La inmensa mayoría de las juventudes del "socialismo de vanguardia" ha roto sus vínculos con ese grupo bajo la enseña de la Izquierda Nacional.

Jóvenes y veteranos estamos juntos hoy para acometer una gran empresa, digna de los tiempos borrascosos que vivimos. El Partido Socialista de la Izquierda Nacional es el instrumento militante para realizarla.

Ese es nuestro pasado.

Podemos mirar hacia atrás porque estamos orgullosos del él. Sin jactancia desafiamos a las izquierdas cipayas a que hagan lo mismo, si pueden. Del yrigoyenismo al peronismo Don Hipólito Irigoyen encabezó un gran movimiento nacional en la época que el proletariado estaba en formación. Fue la primera tentativa en el siglo XX para restringir la influencia política y económica de la oligarquía agropecuaria. Las clases que lo componían, la inmadurez del país, su inconsecuencia, determinaron la frustración de su lucha.

El saldo de sus dos gobiernos puede resumirse en los lineamientos de una política nacional burguesa progresiva que no logró verificarse sino en el papel. El factor fundamental que abre nuevas perspectivas para el desarrollo de la revolución nacional es el proceso de industrialización abierto con la primera guerra mundial, con la crisis de 1929 y con la segunda hecatombe imperialista de 1939.

A partir de 1930 aparece un nuevo proletariado, que ya no procedía, como a principios de siglo, de la inmigración, sino del crecimiento vegetativo del interior y de la crisis agraria que empuja a los peones a las ciudades industriales en crecimiento. Esos cuadros de obreros criollos irrumpieron en la ciudad cosmopolita de Buenos Aires y transformaron su composición nacional y su destino político. La nueva clase obrera así formada saldrá a la calle el 17 de Octubre y hará sus primeras armas sindicales y políticas con el peronismo.

El movimiento nacional iniciado por Irigoyen trasladará su eje a partir de 1945 y el elemento predominante en el peronismo será la clase trabajadora.

El radicalismo será desde entonces un movimiento mixto, de clase media, de burguesía nacional, de agentes de la burguesía comercial, cipayos y nacionales reunidos. La aparición del peronismo es inexplicable sin la formación del frente de clases que lo constituyó. Ese Frente Nacional estaba formado nos solo por los trabajadores, sino particularmente por el Ejército, por sectores de la burguesía nacional, por la Iglesia, por sectores de la clase media urbana y rural y por la burocracia del estado.

El verdadero espíritu revolucionario de ese Frente Nacional estaba refugiado en las masas obreras. En el Ejército existía un sentido nacional muy acentuado, aunque limitado por el temor a la clase trabajadora. En cuanto la burguesía nacional, solo la presencia de Perón, como regulador y arbitro supremo del movimiento, contenía el odio de clase hacia los obreros.

Para la burguesía nacional, el movimiento peronista debía estar al servicio de su lucro, y practicar un antiimperialismo estatal sin sindicatos y sin ideología, sin porvenir y sin grandeza.

Los elementos burgueses y burocráticos de ese Frente no pudieron impedir que Perón imprimiese a su movimiento un amplio carácter popular, que es la garantía verdadera de su fuerza; pero lograron suprimir de él todo vestigio de ideología revolucionaria. Diese así la paradoja de que un movimiento nacional apoyado por las masas obreras tuviese una expresión ideológica reaccionaria, proporcionada por los elementos nacionalistas de derecha, mientras que, por el contrario, los sectores de la izquierda cipaya antiperonista, ostentasen fórmulas ideológicas democráticas y "avanzadas", para ocultar el contenido ultrareaccionario de su prédica.

A través de esta contradicción de hierro- que alejó del peronismo a grandes sectores de la juventud pequeño burguesa- transcurrieron diez años de régimen peronista. Instintivamente, las masas populares rechazaban el partido peronista, prefiriendo apoyar directamente a Perón, pues sospechaban que los elementos reaccionarios de la burocracia y de la burguesía estaban más cerca de la contrarrevolución que de la revolución.

La lucha contra el imperialismo, por otra parte, no suprime la contradicción de clases dentro del Frente Nacional; por el contrario, la acentúa y permite medir la consecuencia, la resolución y el espíritu revolucionario de cada una de ellas frente al enemigo del país. De ahí la importancia decisiva que en la revolución nacional actúe un partido obrero independiente, formado por los elementos más decididos y esclarecidos de la clase trabajadora, capaces de impulsar la revolución hacia delante y de condenar todas las vacilaciones e inconsecuencias de las otras clases del Frente Nacional.

Ahogar esta tentativa en nombre de la "unidad nacional" solo puede servir a los intereses de la burguesía, capaz de llegar a cualquier acuerdo con las potencias mundiales (Kennedy, Mac Millan o... Kruschev) antes de permitir que la clase obrera se convierta en el sector conductor y en el cerebro dirigente de la Revolución. Virajes a derecha o a izquierda de este género ya los hemos visto, y los volveremos a ver, pero a no hacerse ilusiones. Solo un partido revolucionario con raíces profundas en el país será el mejor correctivo para estas maniobras circunstanciales de la burguesía, destinadas a mantener su control sobre la clase obrera y el movimiento nacional.

Perón intentó realizar las tareas de industrialización requeridas por el país con la ayuda del ejército y la clase obrera, sus dos fuerzas fundamentales. Pero los elementos burgueses y conservadores de su movimiento impidieron esa industrialización alcanzase su necesario vuelo. Esto solo podía lograrse económica y políticamente, con la expropiación de la oligarquía terrateniente, de la burguesía comercial, de los frigoríficos y de otras inversiones extranjeras que ahogan al país. Al dejar en pie esos pilares de la reacción, Perón fue derribado en 1955.

La oligarquía, que había sido políticamente expropiada, pero a la que restaba intacta toda su base económica, reconstituyo sus fuerzas y siete años después de la caída de Perón, continua en la plenitud de su poderío. El triunfo electoral de Frondizi reflejo la debilidad fundamental del país en 1958.

Aniquilados los sectores del ejército que habían sostenido el régimen peronista, replegada la clase obrera a sus reductos sindicales, desmantelados los sistemas defensivos de la economía nacional creados por el peronismo, Frondizi subió al poder condicionado por tales limitaciones.

Representante de la pequeña burguesía democrática y de los nuevos sectores de la burguesía industrial creados bajo el régimen peronista, toda su política consistió en evitar un enfrentamiento con el imperialismo; por el contrario, y demostrando que la pequeña burguesía posee un alto respeto por la gran burguesía, intentó "persuadir" a los Estados Unidos que la industrialización argentina era un contrafuerte ante el avance del "comunismo" hemisférico.

Su buena voluntad se demostró accediendo a todas las exigencias imperialistas: sin prensa propia, sin banca nacionalizada, sin IAPI, sin control de cambios, sin capitalismo de estado, no le quedó más remedio que comprender al fin de su ciclo que el imperialismo había aprovechado esas concesiones para reintroducirse en la economía argentina sin dar nada en cambio. El frondizismo- esto es, la burguesía nacional- intentó gobernar fundado en dos clases: la oligarquía y la burguesía.

El resultado está a la vista y las contradicciones hirvientes de su gobierno respondían a la quimérica tentativa de buscar la estabilidad financiera para la oligarquía y el desarrollo para la burguesía. Con lo cual no podía satisfacer plenamente ni a la una ni a la otra. El papel desempeñado por los "planteos" militares en ese tumultuoso proceso revelaba por un lado que las fuerzas armadas habían quedado enfeudadas desde 1955 a la influencia ideológica del imperialismo y por el otro que a Frondizi y a su clase le faltó la audacia y resolución necesaria para impulsar una abierta política nacional capaz de reeducar a los cuadros de oficiales en la lucha misma.

El carácter semicolonial de la Argentina quedaría suplementariamente demostrado por estos hechos, reveladores en definitiva que solo la clase obrera a permanecido fiel a las banderas de la liberación nacional y que no ha podido ser jamás confundida en medio del caos político de los últimos años.

Esta conciencia profunda de las masas populares resulta más patética a la luz de los teóricos que el frondizismo ha producido en el curso de sus cuatro años de gobierno. Frigerio es uno de ellos y en sus lastimosas tesis puede medirse toda la impotencia de nuestra burguesía nacional. Incapaz de salvarse a sí misma del abrazo estrangulador de la oligarquía, mal podría pretender salvar al país.

Al idealizar el papel económico del imperialismo, la burguesía y Frigerio dicen bien a las claras que han renunciado a conducir la defensa de los intereses nacionales y aun de su propia existencia. Mientras que la oligarquía y sus partidos sostienen la necesidad de volver a la prosperidad del Centenario y hacer emigrar a los diez millones de argentinos que la economía agropecuaria no puede alimentar, los partidos de la pequeña burguesía como el radicalismo sostienen que la salvación radica en la Alianza para el Progreso.

Si no podemos industrializarnos desde adentro, ¡busquemos la industrialización por afuera! A esto se reduce su ideología meteca.

Los elementos de la izquierda cipaya, a su vez, proponen como suprema panacea, "negociar" con la cortina de hierro.

Cipayos de izquierda y derecha, olvidan todos a nuestra América Latina, la reserva del imperialismo y la base de nuestra verdadera unidad, independencia y grandeza.

Ninguno de estos partidos a planteado el problema de la unidad latinoamericana, de establecer íntimas relaciones con los pueblos hermanos y de crear un comercio Inter-Latinoamericano capaz de oponer al comprador y vendedor único, un monopolio latinoamericano de productos para defender ante el imperialismo una gran patria dividida.

Esto no significa que el socialismo de la Izquierda Nacional ponga en un mismo plano al bloque socialista y al imperialismo. En el campo del socialismo, sean cuales fueran sus deformaciones burocráticas y sus errores, flamea la bandera de toda la humanidad.

Pero los caminos que conducen al socialismo no han sido trazados en ninguna parte. Y menos que nadie por la burocracia soviética, especialista en estrangular revoluciones. Tan solo nosotros, y solo nosotros, determinaremos las ideas y la conducción de nuestra lucha en América Latina. Y solamente así nuestra revolución no se expondrá a ser negociada en las chancillerías por Kruschev como hizo Stalin en su tiempo con los movimientos nacionales y coloniales.

Nuestros países deben negociar con Estados Unidos, con la Unión Soviética y con todos los estados del mundo, sin ninguna clase de restricciones ni de intimidaciones.

En cuanto a los escépticos que niegan la posibilidad de un desarrollo económico sin ayudas del imperialismo y a los izquierdistas cipayos que ven solo en el comercio con la Unión Soviética en la "coexistencia pacífica" la clave de nuestro progreso, respondemos: no hay desarrollo sin revolución, y no puede haber real liberación argentina sin revolución latinoamericana.

La grandiosa revolución cubana, por el retraso del movimiento en América Latina, está confinada a una isla. Nada mejor puede pedir el imperialismo que insularizar nuestras revoluciones, que aislar a Bolivia en el altiplano o a Cuba en el Caribe.

Tampoco puede inquietar a la burocracia soviética esta dramática situación. Pero a nosotros, los latinoamericanos, el destino de Cuba o Bolivia, sus avances o desfallecimientos, aluden a nuestro propio destino. Dejemos que esas revoluciones den motivo a los cipayos de izquierda a un "cubanismo" frenético, destinado a ocultar la verdadera naturaleza de nuestra propia revolución. Dejemos que los "cubanistas" sean revolucionarios en la Habana y cipayos en su propio país. No hemos de juzgar a los heroicos cubanos por sus deplorables epígonos de Buenos Aires, sino por sus propios actos, y aun por sus errores. Tenemos autoridad suficiente para hablar de ellos sin que la cipayería adicta a todas las revoluciones triunfantes pueda conmovernos.

¡Compañeros y Trabajadores! Nos hemos lanzado a la acción política porque abrigamos la profunda convicción que la clase obrera necesita un partido de clase independiente. Estamos en el vasto escenario de la revolución nacional y pretendemos ser la autoconciencia del proletariado en esa lucha gigantesca.

Un partido realmente revolucionario es "el factor consciente del inconsciente proceso histórico" pero no puede operar maravillas. Tan solo si la clase trabajadora necesita del socialismo, se hará socialista. Pero esa exigencia está en la naturaleza misma del régimen capitalista; ese régimen, sufre una agonía mortal en el mundo entero.

Las particularidades del proceso argentino han determinado, por el contrario, cierto desarrollo capitalista moderno, producido gracias a la ruina general del sistema en escala internacional. Esa es la razón por la cual el empuje de la industrialización está detenido y las primeras manifestaciones de la crisis industrial aparecen en nuestro país. Surgidos a la vida histórica como factoría inglesa exportadora la crisis del imperialismo nos permitió industrializarnos.

La expresión política de ese intento fue el ‘45 y el peronismo. Su derrocamiento fue la señal de parálisis, lo que debe llevarnos a la conclusión que no habrá para nuestro país, ni para ninguna otra semicolonia del siglo veinte otro camino para industrializarse que no sea la revolución.

Dicho en otros términos estamos condenados al estancamiento a la degradación económica y a la miseria si no reconstruimos un país industrial.

Toda la cuestión se resume en la respuesta a esta pregunta: ¿Qué clase dirigirá el proceso? Nosotros creemos que lo hará el pueblo argentino, con su clase obrera al frente, verdadera personificación de toda su historia. Y contra ella estarán los eternos rivadavianos, mitristas y cipayos de 150 años de guerras civiles. Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el socialismo revolucionario es el nuevo movimiento para las viejas tareas irresueltas que América Latina reclama. ¡Compañeros, trabajadores!.

El socialismo de la Izquierda Nacional ofrece a la nueva generación una nueva bandera!

¡Hacia la segunda revolución de Octubre, hacia un Octubre definitivo e invencible!

¡Por la liberación nacional y social del pueblo argentino! ¡Por la unidad de América Latina!

 ¡Viva el Socialismo Revolucionario!

COMITÉ EJECUTIVO PARTIDO SOCIALISTA DE LA IZQUIERDA NACIONAL Buenos Aires, junio de 1962.-