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FRANKLIN LUCERO, LEAL FRENTE A TRAIDORES

Jefe del Ejército, defensor de la Constitución y por ende del gobierno de Juan Domingo Perón, su testimonio describe la dimensión criminal de bárbaros y cobardes argentinos que atentaron contra su propio pueblo en la jornada más brutal de la historia nacional: el 16 de junio de 1955. Al final, crónica de La Nación y testimonio del golpista y comando civil Mariano Grondona.

Por Franklin Lucero

El 15 de junio, mi secretario ayudante Cnel. José Manuel Díaz y el jefe del Regimiento 2 de Infantería Motorizada, Tte.Cnel. Morteo, me despertaron pasadas las 23 con la novedad de que “estallaría un movimiento revolucionario en las primeras horas del día 16 de junio”.

¿Qué había ocurrido?

En las últimas horas de la tarde del 15, el Tte. Morteo fue visitado por el capitán Serpa Guiñazú (R.A.) e invitado “a participar con su unidad en un levantamiento militar”.

No me preocupé mayormente a pesar de lo alarmante de la noticia; estaba acostumbrado a pasar malas noches por esa clase de novedades.

De inmediato me trasladé con los jefes referidos al Ministerio de Ejército, y sin perturbar el descanso del señor Presidente ni alarmar a las fuerzas del “Consejo de Seguridad”, ordené la presentación del capitán Serpa Guiñazú y dispuse otras medidas que, para esos casos, son de rutina.

Nada fácil resultó dar con el citado capitán y recién pasadas las tres horas pude interrogarlo en presencia de los generales. Molina, Wirth, Sánchez Toranzo y Embrioni. Negó terminantemente (…) pero esgrimió coartadas durante las respuestas que pusieron en evidencia, por lo menos, su conducta dudosa.

Poco después de este interrogatorio, con los comandos mencionados, llegamos a la conclusión –con la buena fe que siempre pusimos en nuestras acciones y la gran confianza que teníamos en todos los jefes, oficiales y suboficiales de la institución- que no debíamos alarmar al gobierno y, en cambio, prevenir a los jefes de unidades de la Capital Federal, Gran Buenos Aires y Campo de Mayo y al jefe de la Policía Federal de lo ocurrido al Tte. Cnel. Morteo.

Las primeras horas de la mañana del 16 de junio transcurrieron sin novedad y todos nos dedicamos a nuestras tareas habituales, convencido de que el episodio comentado había sido una falsa alarma más.

* El juego del destino

El tiempo que siempre despeja la verdad, me ha revelado que cuanto hicimos silenciosamente en aquella noche había sido observado por el comando revolucionario instalado en el Ministerio de Marina, y seguido por el Servicio de Informaciones de Aeronáutica.

Hechos posteriores evidenciaron que dicho servicio conocía desde hacía mucho tiempo la existencia del movimiento del contraalmirante Toranzo Calderón. Pasadas las 9, en presencia del Gral. Humberto Sosa Molina y del brigadier mayor San Martín, informé al señor Presidente de cuanto se conocía, restándole total importancia. Realmente no creí en el estallido de una rebelión militar, a pesar de que el inteligente y leal Tte. Cnel. Osinde (1) informaba frecuentemente de la inusitada actividad de los reaccionarios enemigos del gobierno.

Tampoco, seguramente por razones justificadas en el secreto militar, mi colega de Aeronáutica no nos hizo conocer ningún detalle de todo lo que el conocía por su Servicio de Informaciones.

En la reunión con el Presidente me enteré que el ministro de Marina, contralmirante Olivieri, se atendía desde el día anterior de una grave afección cardíaca en el Hospital Naval.

Por ello, tan pronto terminó la amisma, invité al Gral. Sosa Molina y al brigadier mayor San Martín a efectuarle una visita. Lo encontramos en cama tapado hasta el cuello y con el rostro muy congestionado. Confieso que nos impresionó su estado y con el menor número de palabras me puse afectuosamente a disposición de su señora esposa que lo acompañaba en la emergencia.

Me retiré meditando en las sorpresas que suele darnos la vida.

Pero mayor fue mi sorpresa al oír su voz pocas horas después en el puesto de combate de los revolucionarios en el Ministerio de Marina. Comentarios posteriores a los acontecimientos, coinciden en apreciar que Olivieri ofreció en la cama del hospital aquel espectáculo por el hecho de encontrase vestido y listo para concurrir al llamado del Comando Revolucionario una vez que desapareciera Perón.

Declaro que he estimado al contraalmirante Olivieri y que lo ayudé en cuantas oportunidades lo pidió, con la mayor sinceridad (…).

* Una nueva sorpresa

Pasadas las once horas, mientras estaba firmando, el Gral. Jáuregui me citó urgentemente por teléfono a la Presidencia de la Nación y pocos minutos después nos reuníamos con el Gral. Perón.

En su presencia, el Gral. Jáuregui me enteró de que la Escuela Mecánica de la Armada (NdE: la ESMA) se había sublevado y que en el preciso instante estaba deteniendo ómnibus de pasajeros. Además, informó que en el Aeródromo de Ezeiza la situación no era clara. Prevenido por lo que había ocurrido durante la noche, interrumpí la conversación y telefónicamente ordené que se reunieron (sic) en el Ministerio los comandos principales.

Luego de cambiar opiniones con el Gral. Perón durante pocos minutos, le propuse instalar en el Ministerio de Ejército el puesto de cambote conjunto y le pedí al mismo inmediatamente por razones de seguridad.

Al despedirnos, el Presidente me dio con toda claridad la misión de la Represión Militar, exclusivamente, dejando la seguridad de la Capital Federal a cargo de las fuerzas del Consejo de Seguridad.

En el Ministerio, el leal e inteligente equipo de trabajo integrado por los generales Embrioni, Sánchez Toranzo, coroneles Borón Varela y Díaz, tenientes coroneles Tuya, Blanco, Varela, González, auditor Herrero, mayores Lavalle Varela, San Martino, Sánchez Almeyra, Goris, capitán Vitola y demás auxiliares, me esperaban en sus puestos de trabajo.

Aproximadamente a las doce horas, el conjunto de informaciones concretaba la siguiente situación: Ezeiza, ocupado por efectivos navales sublevados; las actitudes del personal de la Escuela de Mecánica de la Armada y del Arsenal de la Marina eran sospechosas; en el Ministerio de Marina funcionaba, al parecer, el puesto de combate del “Comando Revolucionario”; tropas de infantería de marina ocupaban posiciones en la plazoleta situada entre la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército.

Instantes después del mediodía, se oyeron explosiones de las primeras bombas y pocos minutos más tarde, el fuego de fusilería, fusiles ametralladoras y ametralladoras.

Llegó en esa circunstancia al Ministerio de Ejército el Gral. Perón.

Una de las tantas bombas lanzadas en el primer pasaje de aviones rebeldes, explotó muy cerca de nuestro despacho, ocasionando la onda explosiva roturas de vidrios, algunos heridos y desconcierto en todos los que nos encontrábamos reunidos.

Con todo, reaccionamos rápidamente y conducimos al señor Presidente al subsuelo del edificio. Allí convinimos, definitivamente, que él se ocuparía de la conducción integral y yo de la Represión Militar, exclusivamente.

Con ese claro entendimiento, me trasladé inmediatamente al 5º piso, donde funcionaba el puesto de comunicaciones, convertido a la vez en puesto de combate y se amplió el cuadro de situación con las siguientes informaciones: Base de Punta Indio y de Espora, sublevada; Infantería de Marina de Mar del Plata y de Martín García, con los revolucionarios.

 * Conducción y empleo de las fuerzas

En el puesto de comunicaciones del 5º piso, asumí personalmente la conducción durante las varias horas que duró el combate y ordené:

a) Al Tte. Cnel. Calmón, con el Motorizado Buenos Aires, rechazar las tropas de infantería de marina que ocupaban posiciones en la plazoleta frente a la Casa de Gobierno y apoderarse del foco rebelde del Ministerio de Marina.

b) Al Cnel. D´ Onofrio, jefe de la Casa Militar, defender la Casa de Gobierno con el Regimiento de Granaderos a caballo General San Martín.

c) Al comandante en Jefe del Ejército, Gral. Molina, con las tropas de Palermo, neutralizar la Escuela de Mecánica de la Armada, ocupar el Aeródromo de la Capital Federal, eliminar la resistencia en la zona del Puerto y del Arsenal Naval y evitar desembarcos de infantería de Marina provenientes de Martín García.

d) Al Gral., Robles, con el Regimiento Nº 3 de Infantería Motorizado, se apoderase del aeropuerto de Ezeiza que había caído en poder de los efectivos de la Marina, y con el Grupo de Artillería Antiaérea liviano motorizado, dar protección antiaérea a Plaza de Mayo, que estaba siendo intensamente atacada desde el aire. Estas misiones fueron adelantadas a las 12.30 por teléfono al jefe del R.3, Cnel. Quinteiro.

e) Al Gral. Ferrazzano, comandante de la 2ª División de Ejército, con tropas de su división, reducir el foco rebelde de Punta Indio, previo acuerdo con el contralmirante (Francisco Isaac) Rojas (2) de la base de Río Santiago y con el Regimiento Nº 5 de Infantería de Bahía Blanca, ocupar la base Comandante Espora, también previo acuerdo con el comandante de la base de Puerto Belgrano.

f) Al Gral. Salinas, comandante de la 1ª División Blindada, ocupar y defender el aeródromo de Morón, por pedido especial que me hiciera el ministro de Aeronáutica, brigadier mayor San Martín, en razón de haberse producido un motín encabezado por el comandante De la Vega y que el brigadier consiguió dominar después de tres horas.

g) Al Cnel. Pérez Villalobos, jefe de la guarnición de Mar del Plata, evitar la concurrencia de las tropas de infantería de Marina, de la base a la Capital Federal.

h) Al mayor Cialceta, tomar enlace con la Confederación General del Trabajo (CGT) y evitar la salida del pueblo a la calle. Finalmente, tomé contacto y alisté todas las guarniciones del país.

* Desarrollo de las acciones

Los rebeldes consiguieron crear el pánico y la confusión en un primer momento, sobre todo cuando los aviadores rebeldes navales arrojaron bombas y ametrallaron la Casa de Gobierno, Plaza de Mayo y objetivos adyacentes.

El fuego granado de los fusiles ametralladoras y el fuerte tableteo de las ametralladoras de infantería de marina, contestado violenta y decididamente desde la Casa de Gobierno y Ministerio de Ejército, contribuía a dar la sensación de un verdadero combate.

Ante esta realidad, las unidades del Ejército se alistaron y lanzaron al cumplimiento de sus misiones con decisión, rapidez y valentía que los honra.

a) El Regimiento Motorizado Buenos Aires, a órdenes de su jefe Tte. Cnel. Calmón y los mayores Vicente y San Miguel, avanzó resueltamente. El batallón del mayor Vicente, empeñado frontalmente, empezó a eliminar la resistencia de la plazoleta Colón y ubicó sus tanques en condiciones de responder el fuego que le hacían desde los distintos pisos del Ministerio de Marina.

Con serenidad continuó progresando sin emplear (3) los cañones de los tanques, con lo que evitó la destrucción del Ministerio de Marina y un derramamiento mayor de sangre, actitud que lo honra y que nunca le fue reconocida por sus camaradas de la Marina cuando lo detuvieron y vejaron a raíz del motín de septiembre.

Del avance del Batallón Vicente conservo un imborrable recuerdo cuando a través de los vidrios de los grandes ventanales del 5º piso, observé un tanque colmado de civiles enarbolando una bandera que, por la acción del viento, envolvía totalmente a uno de sus hombres.

Parecía decirle a los insurrectos: ¡Recapaciten, están tirando contra el pueblo, no vulneren su juramento a la Constitución!.

El Batallón San Miguel avanzó por la zona cubierta comprendida entre el edificio del Ministerio de Ejército y la zona edificada del puerto, sin dificultad alguna y con rapidez.

El Tte. Cnel. Calmón, con el resto del Motorizado Buenos Aires, avanzó hasta las proximidades del edifico del Ministerio de Agricultura, y adelantó su puesto de combate hasta las inmediaciones mismas del Ministerio de Marina.

El Cnel. D’Onofrio, jefe de la Casa Militar, con el histórico Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, comandado por el valiente Cnel. Gutiérrez, tuvo a su cargo la defensa de la Casa de Gobierno.

A las 12, aproximadamente, el 2º jefe del Regimiento, Tte. Cnel Goulú, en ausencia del jefe del Regimiento, fue enterado brevemente de la situación por el Cnel. D’Onofrio y recibió de éste la misión para la defensa del edificio y rechazo del ataque de los insurrectos.

El Tte. Cnel. Goulú ordenó al jefe del Destacamento de Guardia, capitán Virgilio Aldo di Paolo, que adoptara de inmediato con los reducidos efectivos de que disponía (4 oficiales, 5 suboficiales y 38 soldados) el dispositivo de defensa de la Casa de Gobierno.

Casi inmediatamente después que el personal citado anteriormente ocupara sus puestos, aproximadamente a las 12.15, y ante el estupor general, aviones rebeldes de la Marina descargaron sus bombas sobre la Casa de Gobierno y sus adyacencias.

Cuando aún no se había disipado el humo ni apagado el estruendo de las explosiones, soldados de infantería de marina desembarcaron próximos al monumento de Garay y abrieron fuego contra la Casa de Gobierno.

A las 12.30, tomó la conducción el jefe del Regimiento en circunstancias que se sostenía un violento combate por el fuego de fusilería, fusiles ametralladoras y ametralladoras pesadas.

A las 13, nuevos ataques aéreos estremecieron los viejos muros de la histórica Casa Rosada, provocando el derrumbe de algunas paredes.

El combate se había generalizado en torno a la Casa de Gobierno, la que se encontraba prácticamente cercada.

Densas columnas de humo envolvían la vieja casa, ardían automóviles y aparecieron ómnibus destrozados entre las tropas que combatían.

En cada caso, los granaderos comprobaron con actos de verdadero heroísmo, ser dignos herederos de las glorias de aquellos centauros invencibles que el General San Martín condujo por medio continente.

Durante el desarrollo de las acciones se produjeron muchas bajas pero también numerosos actos de heroísmo y nobleza de los comandos y personal del Regimiento y entre los que se destacaron hay que recordar al Tte. Mario Oscar Damico, sargento Díaz, sargentos ayudantes Ferreyra, Benítez y Soldano y granaderos Peregrino y Cherro.

Elocuente lealtad y sentido del deber demostraron estos dos granaderos al no querer separarse de su jefe cuando exponía arriesgadamente Peregrino su propia vida y Cherro al no abandonar el fusil ametrallador del que era apuntador, a pesar de estar herido de gravedad y arrastrarse con él bajo mortífero fuego para entregárselo a su jefe de grupo.

Pero el máximo ejemplo de heroísmo lo dieron las piezas de la sección antiaérea del Regimiento, a las ordenes del jefe de la sección, Tte. 1º Mulhall, emplazadas en la terraza de la Casa de Gobierno.

Allí cumplieron con abnegación la más arriesgada misión.

Ningún otro personal, sin lugar a dudas, fue tan violentamente castigado por la aviación.

A pesar de ello, su comportamiento fue ejemplar y su valentía digna de toda ponderación. El Tte. 1º nombrado distribuyó sus hombres y se hizo cargo personalmente de una ametralladora.

Terribles fueron los momentos que soportó ese personal, sin techo ni cubierta alguna, mientras los aviones descargaban sus ametralladoras y lanzaban sus poderosas bombas a bajísima altura.

A las 14.30 quedaban solamente dos ametralladoras.

Poco más tarde, a las 15, la ametralladora Nº 3 fue también destruida por la aviación, ordenando entonces el jefe de la sección que sus sirvientes bajaran de la terraza para protegerse.

Desde ese momento sólo el Tte. 1º Mulhall, manejando la ametralladora Nº 1, con tres sirvientes, quedaban en la terraza cumpliendo la misión impuesta.

Con esa sola arma mantuvieron el fuego con serenidad y coraje inigualables.

A las 16.30, un ataque aéreo hirió a los tres sirvientes de la ametralladora, granaderos Ghubew, Pereyra y Viccoli y no obstante que estos recibieron la orden de replegarse, se negaron a ser evacuados.

El Tte. 1º Mulhall condujo en hombros al granadero Ghubew, seguido por los granaderos Pereyra y Viccoli, cuando terminó el combate desigual que habían mantenido con los aviadores rebeldes.

* Valientes granaderos del glorioso Regimiento

Si bien el ataque terrestre terminó entre las 14.30 y 15, los bombardeos de la aviación continuaron hasta las 17.30.

El espectáculo que ofreció la Casa de Gobierno a esas horas fue realmente desolador.

Polvo y humo con olor a pólvora, paredes derrumbadas, otras por caer y techos hechos pedazos, escombros por todas partes,  muertos y heridos que apresuradamente se llevaban al puesto de socorro, cuya habitacion establa repleta, y se oían gritos y ayes de dolor que estremecían el espíritu mejor templado.

No había luz ni comunicación de ninguna clase, las bombas habían destruido todas las instalaciones.

Se produjo un principio de incendio en la caldera del subsuelo por el impacto de una bomba y por haberse roto los tanques de agua las instalaciones del Ministerio del Interior estaban inundadas.

Cuando comenzó a oscurecer, se caminaba con el agua a media pierna, se tropezaba con los escombros pues los pasillos y corredores estaban obstruidos y para completar el cuadro de ruinas, algunos muertos y heridos de la sección antiaérea, al ser transportados desde la terraza, fueron dejados en las escaleras o se arrastraban por las mismas porque los ascensores no funcionaban y se había interrumpido la corriente eléctrica.

Sin embargo, todo había terminado y el Regimiento de Granaderos a Caballo cumplió una vez más con la misión impuesta y con honra podía afirmar: Hemos sido pocos, nos defendimos como leones, atacados desde todas las direcciones, por aire y tierra con abrumadora superioridad numérica pero hemos mantenido el objetivo impuesto y ofrecido ejemplo de valor y lealtad. (...)

A las 6 del día siguiente, acompañé al Excmo. señor Presidente en una nueva visita a la gloriosa unidad y emocionado escuché el saludo del Comandante en Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la Nación, quien dijo a sus Granaderos "Que acababa de comprobar que ellos habían asimilado bien la lección magistral de lealtad al superior del Sargento Juan Bautista Cabral. Desde ahora en adelante, en la formación de la tarde del glorioso Regimiento, habrá que agregar los 9 nombres de los 9 muertos (4): Muertos en el campo del honor pero viven en nuestros corazones. ¡Viva la Patria, Granaderos!".

Llamadas:

(1) Uno de los hombres del Ejército de la Constitución más vejado, más perseguido y más torturado por los “libertadores”, únicamente porque perteneció a los hombres del deber militar y no haber ocultado las siniestras actividades de los conspiradores. Suministró después del 16 de junio de 1955, un cuadro real de la situación subversiva de los grupos políticos oligárquicos–,reaccionarios. Presentó a Coordinación de Informaciones de la Presidencia de la Nación, dirigida por el Gral. Benito Jáuregui, y por intermedio del jefe de Informaciones del Ejército, Gral Sánchez Toranzo, el informe concretando la inminencia del estallido del nuevo movimiento militar. Aportó al juez de Instrucción Gral. Baigorria, datos concretos de las actividades subversivas de los generales Aramburu y Uranga, mayores San Martín Benítez y Dalmaso Pérez y Tte. 1º Uranga. Fue luchador permanente y enérgico contra las actividades eslavo-soviéticas lesivas a la soberanía nacional. Neutralizó la penetración clandestina de personas, el espionaje, los crímenes políticos, los actos de sabotaje e incendios intencionales, etc. Dio pruebas de lealtad y nobleza superior a la Institución y a la jerarquía militar, en todos los levantamientos militares contra el gobierno constitucional. A esas virtudes respondió seguramente la brutal persecución de que ha sido sometido en las cárceles de la República por los bárbaros revanchistas.
(2) Resultó posteriormente el vicepresidente del Provisoriato que se apoderó del gobierno.
(3) ¡Compárese los procedimientos empleados por los amotinados “libertadores” con los aplicados por nosotros, los soldados de la ley!.
(4) En homenaje a su memoria, consigno sus nombres: José Aledio Baigorria (3er. Escuadrón); Ramón Cárdenas (Escuadrón Abastecimiento); Laudino Córdoba (3er. Escuadrón); Oscar Adolfo Dracich (Escuadrón Abastecimiento); Mario Benítez Díaz (3er. Escuadrón); Rafael Sotero Inchausti (Escuadrón Abastecimiento); Víctor Enrique Navarro (Escuadrón Armas Pesadas) y Pedro Leónidas Paz (3er. Escuadrón).

Fuente: Franklin Lucero, El Precio de la Lealtad, injusticias sin precedentes en la tradición argentina. Ed. Propulsión, Buenos Aires, 1959. Pags. 79/90.


Crónica del diario de Bartolomé Mitre con una descripción parcial de la trágica jornada. Relato especial de la situación en la Sala de Periodistas de la Casa Rosada, roja de sangre ese día.

Los tres aparatos de la Marina de Guerra que volaban sobre la Casa de Gobierno y el Ministerio de Guerra arrojaron mortíferas bombas sobre la sede gubernamental, sobre la plaza y el elevado edificio del Ministerio de Ejército, en la calle Azopardo.

Una de las bombas cayó de lleno sobre la Casa de Gobierno. Otra alcanzó un trolebús repleto de pasajeros que llegaba por Paseo Colón hasta Hipólito Yrigoyen. El vehículo se venció sobre el costado izquierdo, sus puertas se abrieron y una horrenda carga de muertos y heridos fue precipitada a la calle.

Una tercera bomba tocó la arista nordeste del cuboide edificio del Ministerio de Hacienda, despidiendo pesados trozos de mampostería.

Junto con el mortal estrépito de las bombas prodújose una intensa lluvia de esquirlas y menudos trozos de vidrios.

La violencia de la expansión del aire con la explosión provocó la rotura instantánea de centenares de vidrios y cristales en todos los edificios de ese sector céntrico.

Al mismo tiempo restallaron los cables rotos de los trolebuses y mientras se oía el brusco aletear de millares de palomas que alarmaban la plaza, se escuchaban los ayes y lamentos de docenas de heridos.

Fue un momento de indescriptible y violenta sorpresa.

Los cronistas que se hallaban en la Sala de Periodistas de la Casa de Gobierno vieron desplomarse el techo de la amplia oficina. Cayeron arañas sobre la mesa de trabajo y las máquinas de escribir fueron acribilladas con trozos de mampostería y vidrios.

Gateando para sortear las nuevas explosiones salieron de la Casa de Gobierno, tropezando con los soldados de la guardia de Granaderos que se precipitaban por los corredores a reforzar las guardias, y se dirigieron al edificio del Ministerio de Ejército, pasando entre coches destrozados, cadáveres yertos, heridos clamantes y ramas de árboles desgarradas.

Fuente: La Nación, 17/6/55.


Testimonio del golpista Mariano Grondona, comando civil, luego columnista de  La Nación y portavoz siempre de que el poder de resguardo del poder en la República está en las FF.AA.

Recuerda Mariano Grondona: “Teníamos un sistema celular compuesto por cinco personas y éramos en total 125 comandos (es decir, 25 células) de la Facultad de Derecho conectados a los demás de FUBA en los que estaban (Adolfo) Canitrot y Gerardo Andujar.

Curiosamente, los comandos más gorilas eran los socialistas, los conservadores suelen ser más pragmáticos (…) Cuando se acercaba la revolución de junio nos contactó (Agustín J.) Álvarez (Gran Maestre del GOFA, hijo del intelectual mendocino homónimo), un dirigente radical muy misterioso que reportaba a Raúl Lamuraglia (presidente de la UIA, emparentado con el presidente uruguayo Luis Batlle Berres, otro antiperonista acérrimo) que era unionista, me parece.

Decían que éramos 10 mil comandos. Primero nos movilizaron para la procesión de Corpus (Christi) y para defender la Catedral, ya por el lado católico. Ahí terminé preso (…). Nos soltaron el 15 de junio, justo para entrar en la otra.

Los 125 de nuestro grupo fuimos encargados de tomar las torres y antenas de Ezeiza, y ahí fuimos. Pero como por falta de plafond se demoró el ataque de la aviación, nosotros íbamos y veníamos por la General Paz de ida y vuelta.

Al final fuimos a Ezeiza y ahí debía estar un coronel que no apareció nunca. Volvimos y llegamos a Plaza de Mayo para ver el bombardeo. Nos dispersamos.

Sin embargo, había en el grupo tipos muy violentos y muy armados, y como venían camiones llenos de sindicalistas, ellos fueron a apoyar a la Marina” .

Grondona no exageró al decir que su grupo era muy violento. Él mismo contó que el 16 de septiembre “unos de mi grupo quisieron desarmar a un policía que se resistió y lo mataron”.

Fuente: Sáenz Quesada, María, La Libertadora. De Perón a Frondizi, 1955-1958. Historia pública y secreta. Sudamericana, Buenos Aires, 2007, p. 10.

Nota: Estos dos últimos materiales fueron tomados de la Investigación Histórica del Archivo Nacional de la Memoria, 2010, incluyendo las acotaciones en el texto del golpista Mariano Grondona.