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DURO PARTO DEL PS DE JUSTO EN AÑOS TENSOS

Trabajo de un especialista que muestra, a fines del siglo XIX,  la conflictiva relación en el Partido Socialista de sus dirigentes políticos con los dirigentes obreros, ambos defensores de los trabajadores pero en puja por el control y la estrategia de lucha. Y un brillante médico joven al frente de todo.

Por Ricardo Martínez Mazzola (*)

En este breve artículo nos proponemos cuestionar una imagen arraigada: la que resume los primeros años de historia del Partido Socialista argentino en las posiciones de Juan B. Justo. Creemos que esa perspectiva (1) cconduce a menospreciar las tensiones que cruzaron las filas socialistas.

E impide apreciar que los conflictos internos jugaron un papel decisivo en la vida del partido influyendo en sus definiciones identitarias y aún en las posiciones teóricas sostenidas por el propio Justo.

Es por ello que nuestro análisis no se abre con el congreso de junio de 1896, fecha que convencionalmente ha sido definida como de fundación del Partido Socialista, sino que, luego de una breve síntesis de los primeros pasos del socialismo en la Argentina, reconstruye el complejo proceso de discusiones doctrinarias y tensiones organizacionales que dio como resultado dicha fundación.

Pero si ese congreso no era un punto de partida absoluto en la historia del socialismo argentino, tampoco era un punto de llegada a partir del cual encontraríamos un partido unificado en torno de las estrategias políticas y posturas doctrinarias de Justo.

Prueba de ello es, como señalaremos en el trabajo, que varias de sus propuestas fueron rechazadas y sólo dos años después, y luego de una larga disputa, el maestro lograría imponer sus posiciones, favorables a las alianzas y contrarias a la vía insurreccional.

Sin embargo tampoco después de 1898 el Partido Socialista era la fuerza estrictamente asociada a las posiciones de Justo que muchos autores presentan.

Para demostrarlo señalaremos cómo los conflictos ligados a la nacionalización de los inmigrantes y al modo de organización partidaria condujeron a la primera de las escisiones socialistas, la que en 1899 dio origen a la Federación Socialista Obrera Argentina. Un año más tarde los disidentes regresarían a las filas de un PS que, para incorporarlos, había aceptado sus planteos a favor de una dirección colegiada, lo que a su vez generaría nuevos conflictos.

Finalmente nos detendremos en la primera gran sangría que cruza las filas socialistas, la que en 1906 genera la partida de los sindicalistas. Concluimos nuestro recorrido en este punto ya que, aunque la partida de los sindicalistas no acabó con las tensiones en las filas socialistas, a partir de este momento el principal foco de la acción partidaria quedó firmemente colocado en los terrenos electoral y parlamentario.

* Los primeros pasos

Desde antes de la caída de Rosas los intelectuales exiliados, identificados luego con el rótulo de Generación del 37’, esbozaron proyectos de transformación de la sociedad argentina. En su diagnóstico los principales problemas eran la falta de población y las costumbres negativas de la población criolla; la solución a ambos pasaba por el desarrollo de la inmigración europea; asociada con la inserción en el mercado mundial capitalista.

Esta inserción, que en realidad databa de antes de Caseros, se acentuaría a mediados de la década del 50 provocando una expansión del consumo interno y de las industrias subsidiarias en torno a las cuales comenzó a constituirse una capa de trabajadores urbanos, buena parte de los cuales era de origen europeo.

Fue entre estos trabajadores, muchos de ellos artesanos, que surgieron las primeras formas de organización autónomas de los trabajadores: asociaciones mutuales constituidas en base a oficios con fines de auxilio recíproco.

Las primeras organizaciones explícitamente socialistas surgirían a comienzos de la década de 1870, con la llegada a Buenos Aires de un numeroso grupo de exiliados de la Comuna de París.

En poco tiempo éstos crearían la sección francesa de la Asociación Internacional de los Trabajadores –la célebre Primera Internacional- que sería pronto seguida de las secciones italiana y española. Pero ese rápido crecimiento inicial -que se explicaba por el reagrupamiento de quienes ya eran militantes en sus países de origen-, pronto se detuvo, y comenzaron a percibirse los desfasajes entre las propuestas de organización política y social de los internacionalistas y la tradición mutualista local.

La crisis económica que comenzó en 1873 generó un aumento de la desocupación, situación en la que las posiciones más radicalizadas de los internacionalistas aumentaron su influencia, pero el fin de la crisis en 1876 volvió a calmar las aguas.

Desde fines de los años 70’ las exportaciones argentinas, fundamentalmente las de cereales y carnes, crecieron con rapidez. El aumento de la importancia de estos rubros conducía a – y era posible por – la aceleración en el desarrollo de la red ferroviaria y portuaria y la transformación en los establecimientos industriales, que iban abandonando la escala artesanal.

Los contingentes inmigratorios aumentaron durante la década del 80’, al tiempo que disminuían las oportunidades de acceso a la tierra, concentrándose la población en las ciudades.

Las condiciones de trabajo más duras y la pérdida de valor real de los salarios darían origen a formas de organización obreras más confrontativas, y entre 1888 y 1890 las huelgas se sucederían.

Sería en este clima de movilización que algunos militantes socialistas, en contacto con una organización socialista internacional también nueva –la Segunda Internacional-, tomarían la iniciativa para formar la primera central obrera de la historia argentina.

La primera Federación Obrera nació como consecuencia del llamado que el Congreso Socialista, reunido en Paris en julio de 1889, hizo a los socialistas de diversos países convocando a realizar actos el 1° de mayo en reclamo de la jornada de 8 horas.

Siguiendo esta propuesta el Vorwärts, club que reunía a inmigrantes alemanes, llamó a una reunión en la que, además de organizar la manifestación, se decidió constituir una Federación Obrera, publicar un periódico y enviar una petición al congreso.

Una vez realizado el acto, del que participaron socialistas y algunos anarquistas, las entidades convocantes –asociaciones de extranjeros, entre ellas el Vorwärts, y tres sociedades de resistencias- mantuvieron sus contactos y fundaron la Federación Obrera, entidad que, en la línea de la socialdemocracia alemana, adoptaría un Programa Máximo, basado en definiciones marxistas, y un Programa Inmediato, que proponía medidas orientadas a la democratización y a mejorar la condición obrera.

A fines de 1890 comenzaría a publicarse El Obrero, dirigido por el ingeniero alemán Germán Avé Lallemant, periódico que era a la vez órgano de la Federación e instrumento político de los socialistas. Por otra parte en sus páginas se llevaría adelante el primer esfuerzo por dar cuenta de la realidad argentina desde posiciones marxistas.

Particularmente interesante era la caracterización que desde él se hacía de la revolución del 90’ y del naciente radicalismo al que se consideraba una expresión de la pequeña burguesía opuesta a los intereses de los terratenientes organizados en el Partido Autonomista Nacional (PAN).

Pero los primeros pasos de la organización obrera estarían plagados de dificultades.

En el contexto recesivo que siguió a la crisis del 90’, con su secuela de aumento de la desocupación, los esfuerzos por hacer avanzar la organización gremial se mostraban infructuosos. Por ello, y por el ejemplo que daba la socialdemocracia alemana que parecía encontrar en la arena electoral el terreno para un avance ilimitado, algunos de los miembros de la Federación Obrera comenzarían a proclamar la necesidad de colocar los principales esfuerzos en el terreno político a través de la Fundación de un Partido Socialista.

La polémica con quienes insistían en la necesidad de mantenerse en el terreno de la acción gremial llevaría a la disolución de la Federación Obrera a fines de 1892. Poco tiempo después El Obrero dejaría de publicarse, y aunque algunos de sus miembros intentaron reeditarlo en 1893, otros fundaron un nuevo periódico denominado El Socialista. Los dividía la decisión de éstos últimos, que desde diciembre de 1892 habían formado la Agrupación Socialista, de orientarse decididamente a la constitución de un Partido Socialista.

Pero algunos de los redactores de El Obrero y El Socialista, limarían sus asperezas y en abril de 1894 comenzarían a editar el periódico La Vanguardia. El editor del periódico no era uno de esos viejos militantes, sino un joven cirujano que estaba haciendo sus primeras armas en las filas socialistas. Su nombre era Juan B. Justo.

* Hacia el partido

Cuando, el 7 de abril de 1894 se publicó, bajo la dirección de Justo el primer número de La Vanguardia, no existía un Partido Socialista sino una serie de clubes que mantenían lábiles relaciones entre sí, y justamente fue La Vanguardia el instrumento que operó como cara visible y virtual conducción del movimiento socialista en el país.

Estos lazos fueron, sólo en parte, consolidados en un encuentro, convocado por Justo en nombre de la Agrupación Socialista, al que se sumarían el club de los socialistas italianos Fascio dei lavoratori y el de los franceses Les Egaux. El resultado fue la creación del Partido Socialista Obrero Internacional (PSOI) y la formulación de un programa socialista redactado por Esteban Jiménez. [2]

La adopción del programa era prácticamente el único nexo en común ya que cada uno de los grupos conservaba total autonomía.

La Vanguardia, y a través de ella la Agrupación Socialista a la que el periódico respondía, se convirtió en el principal impulsor del establecimiento de una organización más unificada que la simple confederación de grupos. Este impulso se vio reforzado cuando la Agrupación inauguró un nuevo local, compartido con la redacción del periódico y el Club Vorwärts –que sin embargo aún se no se había incorporado al PSOI- y cambió su nombre por el de  Centro Socialista Obrero (CSO).

Dos meses después una asamblea del CSO aprobó una Carta Orgánica en la que adoptaba como programa “el del Partido Socialista Obrero de todos los países” y se comprometía a “ transformarse en Partido Socialista Obrero de la República Argentina” promoviendo la organización de secciones locales y relacionándose con los grupos obreros que hasta el momento no se habían incorporado.

La prédica de La Vanguardia fue acercando al naciente partido a nuevos núcleos de socialistas: en el mes de diciembre de 1894 un grupo de estudiantes de la Universidad de Buenos Aires creó el Centro Socialista Universitario -a cuyo frente se encontraba un jovencísimo José Ingenieros- que prontamente pidió su incorporación al PSOI; a comienzos de 1895 también se acercaron a la nueva fuerza los alemanes del club Vorwärts.

De este modo fueron cinco los centros socialistas que en abril de 1895 se reunieron para darse un programa mínimo y establecer una instancia de coordinación: un Comité Central, compuesto por tres delegados de cada uno de los Centros.

De todas maneras el lazo entre las agrupaciones seguía siendo débil, las decisiones del Comité Central no tenían capacidad vinculante sobre los grupos y el partido era una organización casi virtual que se plasmaba en la voz de La Vanguardia. Era el periódico quien le daba algo de visibilidad, dando difusión a las resoluciones que iban construyendo cierta institucionalidad: en los meses siguientes publicaría, junto a la Carta Orgánica del Comité Central, el primer Manifiesto del PSOI, y también el primer Programa Mínimo.

Sin embargo La Vanguardia conservaba su carácter de órgano de una agrupación y no del Partido recién nacido, lo que se haría manifiesto en octubre de 1895 cuando desde sus páginas se afirmara que “por estar formado por trabajadores, y sobre todo por ser del idioma del país, el Centro Socialista Obrero, está destinado a ser el núcleo del Partido Socialista en la República Argentina” (La Vanguardia; 5/10/1895). Ese papel principal del CSO sería ratificado días después.

El 13 de octubre el PSOI realizó una convención, presidida por Justo -y en la que participaban además de los antes citados los Centros Socialistas de Barracas al Norte y Balvanera-, donde se reemplazó el Comité Central por un Comité Ejecutivo[3] y, a iniciativa del CSO, se aprobó un Programa mínimo permanente, el que adoptaba un tono más inmediato y reformista que el Programa Mínimo adoptado meses antes.

La convención, en la que por primera vez predominaron los militantes de habla castellana, reemplazó el calificativo de Internacional por el de Argentino en el nombre del partido, que así pasó a denominarse Partido Socialista Obrero Argentino (PSOA).

Aún más importante, y en línea con ese relativo abandono del cosmopolitismo, adoptó la condición – propuesta por el CSO, que la había adoptado días antes para sí, y resistida por el Fascio dei Lavoratori– de que para ser miembro del Comité Ejecutivo hubiera que ser ciudadano argentino.

Aunque la convención, no definió un estatuto ni se avanzó en lo organizativo, implicó un importante avance en la consolidación de una fuerza política socialista en la Argentina.

Entre las decisiones relevantes se contó la de la participar en las elecciones de diputados nacionales por la Capital Federal que tendrían lugar en marzo de 1896, y la de hacerlo sin establecer alianzas con otras fuerzas políticas.

Los resultados serían decepcionantes: sólo 138 votos, contra los 6965 del acuerdo entre el PAN y la Unión Cívica y los 5258 de la Unión Cívica Radical.

La necesidad de establecer una organización más firme que la demostrada en la contienda electoral sería uno de los tópicos principales en las intervenciones de quienes, apenas terminada la elección, plantearon la necesidad de dar origen, ahora sí, a un verdadero Partido Socialista.

El Congreso Fundacional

El 11 de abril de 1896 La Vanguardia publicó una carta firmada por Juan B. Justo, quien – en nombre del Comité Ejecutivo- invitaba a las sociedades obreras al congreso que, a fines de junio, se ocuparía “de la organización del Partido y de cuestiones económicas cuya discusión sea de interés general e inmediato para la clase trabajadora”.

En las semanas que siguieron el periódico se encargó de hacer más visible la iniciativa publicando, in extenso, los proyectos de estatutos, de Declaración de Principios y de Programa Mínimo que el Comité Ejecutivo presentaría al congreso los que, nuevamente, llevaban la firma de Justo.

Días después publicó un manifiesto en el que el Comité Ejecutivo daba cuenta de las tareas realizadas y, reconociendo el carácter casi local y deficiente de la organización partidaria, explicaba que debía ser tarea del congreso del partido “establecer claramente sus principios, darle un programa inmediato que consulte las necesidades de la clase trabajadora del país, y regularizar su marcha fijando sus estatutos” (La Vanguardia, 9/5/1896).

El congreso constituyente tuvo lugar en la sede del Club Vorwärts los días 28 y 29 de junio de 1896. Este punto tradicionalmente se ha adoptado como fecha inicial en la historia del socialismo argentino, por nuestra parte creemos que más bien debe ser visto como el punto de llegada de un proceso –motorizado primero por la Agrupación Socialista, y luego por su heredero el Centro Socialista Obrero y su periódico La Vanguardia - de fusión de esfuerzos e iniciativas que confluyeron en la constitución de una institución unificada.

Al Congreso concurrieron 85 delegados en representación de 19 centros socialistas, 15 sociedades gremiales y una cooperativa de consumo (Oddone, 1983: 59/60). Esta pluralidad de organizaciones y de herencias se manifestaría en el curso de los debates en donde las posiciones de Justo, expresadas en los proyectos presentados por el Comité Ejecutivo serían cuestionadas y, en tres puntos de importancia, aún derrotadas por una oposición que encontró su portavoz en el joven Ingenieros.

En primer lugar, y contra la interpretación de Justo, los estatutos incorporaron un artículo que planteaba que los diputados electos por el partido tendrían mandato imperativo y que su fidelidad a las directivas partidarias sería asegurada por la presentación anticipada de su renuncia en blanco ante el Comité Ejecutivo.

En segundo lugar se negó la posibilidad de alianzas con otros partidos, posibilidad que Justo, opuesto a la intransigencia estricta, defendía considerando que lo importante era mostrarse independiente “de todo interés capitalista o burgués; sin creer por eso que en todas las cuestiones sean opuestos a los nuestros”.

La moción de Justo fue derrotada prohibiéndose bajo pena de expulsión la alianza con otras fuerzas.

En tercer lugar, y con respecto a la vía de acceso al poder, Justo pensaba que debía fundarse “en la aptitud del pueblo para la acción política y la asociación libre”. Su moción fue derrotada y la formulación triunfante planteó una reivindicación solamente táctica de la democracia, la que permitiría “acumular fuerzas para practicar con resultado otro método de acción cuando las circunstancias lo hicieran conveniente”. [4]

Al adoptar estas definiciones, el Congreso delineó un Partido Socialista bastante distinto de lo propuesto por Justo, un partido que separaba socialismo y democracia y que confiaba en la sola, y aislada, fuerza de la clase obrera.

Justo, criticado duramente en las sesiones del congreso, no aceptó cargos ocupar ningún cargo en el nuevo Comité Ejecutivo ni en la redacción de La Vanguardia. De todos modos la línea del periódico siguió siendo cercana a las posiciones de su viejo director, al punto de polemizar con las posiciones adoptadas por el partido en sus resoluciones.

En los días que siguieron al congreso La Vanguardia publicó una intervención cuestionando la línea adoptada con respecto a la política de alianzas, en la que se sostenía que “Sería curioso que por el necio orgullo de aparecer intransigentes, despreciáramos la ocasión de unir nuestras fuerzas a las de otros para, por ejemplo, anular las esclavizadoras leyes de conchabo (…) Con razón se podría tacharnos de ideólogos y de soñadores inútiles e inofensivos.” (La Vanguardia, 18/7/1896)

Semanas más tarde La Vanguardia reproducía las principales líneas de una conferencia dictada en el Centro Socialista Obrero, en la que Justo, partiendo de una interpretación fuertemente evolucionista de la revolución, criticaba a quienes veían a la política sólo como un medio de propaganda cuando, explicaba, lo era de mejoramiento y avance,  cuestionando implícitamente la declaración de Principios adoptada por el partido a inspiración de Ingenieros y Lugones.

En los meses siguientes, el aristocratismo del poeta (Lugones) sería objeto de duras críticas en las hojas del periódico partidario, en tanto el joven estudiante debería hacer frente a un pedido para que el Comité Ejecutivo, del que formaba parte, decidiera su expulsión de las filas partidarias [5]

* Segundo Congreso y triunfo

El triunfo de la hipótesis de Justo: el Segundo Congreso. En marzo de 1898, y anticipándose al Segundo Congreso, Justo publicó en La Vanguardia una serie de propuestas que buscaban revisar las definiciones que, contra su opinión, había adoptado el congreso fundacional.

En las semanas siguientes los diferentes Centros Socialistas también plantearon numerosas modificaciones a la Declaración de Principios, los estatutos y el Programa Mínimo aprobados en 1896.

Algunas de las propuestas de reformas al estatuto versaban sobre las condiciones que debían cumplir los Centros para estar representados, otras proponían la constitución de un Comité Local, cuestiones ambas vinculadas a la disputa por el control del partido.

El Segundo Congreso del PSOA tuvo lugar los días 12 y 13 de junio en la sede del Centro Socialista Obrero y sólo estuvieron representadas nueve agrupaciones.

Esta importante disminución con respecto al Congreso fundacional de 1896 se explica tanto por la ausencia de delegaciones de sociedades gremiales como por los mayores requisitos colocados por el Comité Ejecutivo para otorgar la representación a los Centros.

El control férreo de las acreditaciones evidenciaba el esfuerzo del grupo dirigente por dejar atrás cuestionamientos internos –como los del disidente Centro Socialista de Barracas al Norte que había enviado una fuerte nota de censura al CEN- y evitar las sorpresas del 96.

De hecho la consecuencia más importante del Congreso estaría dada por el triunfo de las posiciones de Justo quien, en gran parte gracias a la prédica de dos años de La Vanguardia, lograría revertir su anterior derrota en tres puntos fundamentales: en primer lugar se modificó el punto 36°, eliminando la obligación de los diputados electos de presentar su renuncia en blanco al CE; en segundo lugar se modificó el artículo 8°, admitiendo la posibilidad de que votos generales o locales autorizaran las alianzas con otras fuerzas políticas; finalmente, se eliminó el último punto de la Declaración de Principios, acentuando la importancia de la participación electoral.

Al aprobar estas decisiones, el Segundo Congreso marcó un importante jalón en el proceso de consolidación del predominio del núcleo y las definiciones justistas en el partido. Pero la adhesión del PS a “la hipótesis de Justo”[6] estaba lejos de ser total y en los siguientes años se producirían conflictos [7] y escisiones.

* La primera escisión

Varias de las tensiones que habían caracterizado al movimiento socialista argentino desde sus orígenes –la cuestión de la nacionalización o no de los inmigrantes, los cuestionamientos a la centralización de la estructura partidaria, la relación entre movimiento político y gremial- se cruzarían para producir la primera escisión en la historia del Partido Socialista, la que daría origen a la Federación Socialista Obrera Argentina.

A mediados de 1899 los centros Carlos Marx, Las Heras y el de Curtidores -que cuestionaban el modo de conducción del Comité Ejecutivo, y que habían pedido la convocatoria de una asamblea general y luego de un congreso extraordinario-, habían decidido retirarse de las filas del Partido Socialista para unirse al Centro Socialista Revolucionario de Barracas al norte, que había abandonado al partido un año antes, para formar la Federación Obrera Socialista Argentina.

Pronto se sumarían otros tres centros y en el mes de noviembre de 1899 la Federación, –a la que otros autores como Oddone (1983: 161) denominan Federación Socialista Obrera Colectivista, quizás para acentuar el carácter radicalizado de su prédica- llevaría adelante, un congreso que, más allá de hacer votos por una futura reunificación, se caracterizaría por realizar importantes críticas al funcionamiento del Partido Socialista.

Se cuestionaba la conducción autoritaria del Comité Ejecutivo; la nacionalización del partido -puesta de manifiesto en las limitaciones a la participación de los afiliados extranjeros-, y el énfasis en la acción política, en desmedro de la organización gremial.

Como dijimos, en la hipótesis de Justo nacionalización y primacía de la lucha política –que no sólo colocaba en un segundo lugar la acción gremial sino que diluía el componente obrero- estaban ligadas ya que la primera era la condición para el ejercicio de los derechos políticos que, se esperaba, permitiría obtener resultados electorales que permitieran conseguir reformas que irían transformando el Estado y la sociedad argentina; simétricamente las corrientes de izquierda rechazarían ambas posiciones y enfatizarían el internacionalismo y el obrerismo.

Pero ésta primera escisión sería transitoria.

Los disidentes serían reincorporados por el Partido Socialista en su Tercer Congreso, que tuvo lugar en Buenos Aires los días 28 y 29 de junio de 1900. En esa reunión no se modificaron las posiciones partidarias en lo referido a la nacionalización, pero se insistió en la importancia de la acción gremial [8] –declaración que fue más que contrabalanceada por el abandono del término Obrero en la denominación del partido, que así pasó a ser Partido Socialista Argentino- y, lo más importante, se adoptó una estructura más horizontal de decisión.

El Tercer Congreso colocó, por sobre el Comité Ejecutivo al Consejo Nacional, un órgano permanente surgido de los Centros. Cada agrupación, más allá del número de sus miembros, tenía un representante en el Consejo Nacional, que se reunía cada dos meses. El Consejo Nacional daba directivas al Comité Ejecutivo, nombrado por el congreso partidario y podía nombrar a quienes ocuparían los cargos vacantes en él y en la dirección de La Vanguardia.

La solución adoptada creaba dos órganos directivos permanentes basados en principios de legitimidad diferenciados: el mandato de los Centros y la elección de los congresos. Los conflictos entre ambos órganos se harían endémicos por lo que el Quinto Congreso, realizado en 1903, decidiría la supresión del Comité Ejecutivo y su reemplazo por una Junta Ejecutiva, de atribuciones limitadas y cuyos miembros eran nombrados por el mismo Consejo Nacional (La Vanguardia, 18/7/1903).

Esta decisión fue tomada con la oposición de Justo y el apoyo tanto de la izquierda del partido como de reformistas como Palacios y (Alfredo) Torcelli; unos y otros defendían una organización más horizontal y menos centralizada que la propuesta por el líder socialista.

Justo y sus partidarios seguirían sosteniendo, desde las páginas de La Vanguardia, la necesidad de una organización más centralizada; posición para la que obtendrían un importante triunfo en julio de 1904, cuando el Sexto Congreso discutió la supresión del Concejo Nacional y el restablecimiento del Comité Ejecutivo y- luego de que la moción de Justo obtuvo 815 votos a favor y 814 en contra- decidió llamar a un voto general en el que la opción por el Comité Ejecutivo obtuvo amplia mayoría.

Pero el triunfo de Justo no sería definitivo.

A comienzos de 1905 surgiría una corriente de oposición, la sindicalista, que, lejos de cuestionar la organización centralizada del PS, plasmada en la supremacía del Comité Ejecutivo, [9] estaría a punto de hacerse con el control de esa organización para alejarla del terreno electoral y parlamentario.

* La ruptura sindicalista

El viejo tema de la relación entre lucha política y lucha económica reapareció con más fuerza en las filas socialistas a partir de 1904, momento en que las opiniones de quienes impulsaban una mayor valoración de la importancia de los organismos gremiales se vieron teóricamente sustentadas por la difusión de las ideas del sindicalismo revolucionario en Francia e Italia [10].

En la Argentina estas ideas –que fueron introducidas por Walter Mocchi dirigente sindicalista italiano que visitó el país en 1903, y por importantes líderes locales como Gabriela Laperrière de Coni y Julio Arraga- encontraron buena recepción entre los dirigentes gremiales resentidos por el carácter de intelectuales de clase media de los dirigentes del PS, por el carácter reformista de la línea del partido, y por el privilegio que éste le asignaba a la acción política sobre la sindical.

Estos rasgos -que habían sido reforzadas por el entusiasmo que había generado el triunfo electoral de Palacios y por las expectativas que generaba su acceso a una banca parlamentaria-, colocaban a los militantes socialistas que desarrollaban su actividad en el terreno gremial en una posición vulnerable frente a la prédica anarquista.

Desde el comienzo de 1904 se dieron importantes debates acerca de la posición del partido frente a las huelgas, sin embargo en ellas todavía no se percibía la presencia de bandos unificados y de claros límites, los que tampoco se manifestaron en las principales discusiones del Sexto Congreso: la que refería al Código de Trabajo-en la que la voz cantante de la crítica provino del dirigente obrero, pero no sindicalista, Juan Schaefer- y la que trataba acerca del reemplazo del Consejo Nacional por el Comité Ejecutivo.

Sin embargo la convivencia entre diferentes posiciones, que el voto general había extendido al Comité Ejecutivo –al nombrar a Aquiles Lorenzo y Gabriela Laperrière de Coni junto a Nicolás Repetto o Alejandro Mantecón-, se haría imposible a partir de la tensión que generaría en las filas socialistas la discusión acerca de la conducta a adoptar ante la fuerte represión que siguió a la declaración del estado de sitio luego de la fallida revolución radical del 4 de febrero de 1905.

La represión, que no se dirigió sólo a los radicales sino también, y tal vez más duramente, a los militantes obreros ya fueran anarquistas o socialistas, hizo que los anarquistas comenzaran a plantear la necesidad de convocar a una huelga general.

La UGT, en tanto, y con el apoyo de la minoría sindicalista del Comité Ejecutivo del PS, comenzó a exigir que el partido adoptara una declaración de repudio y llamara a resistir, a lo que la mayoría respondió aprobando una resolución que instaba a los obreros a conservar la calma para preservar las organizaciones obreras.

A comienzos de marzo la decisión del gobierno de extender por 60 días más el estado de sitio –lo que le permitía continuar con la represión de la dirigencia obrera y asegurar la cosecha y el embarque de la producción agrícola- hizo recrudecer las disputas entre los socialistas.

Ante la escalada represiva las posiciones de la FORA y la UGT se acercaban, y las diferencias en el seno del Partido Socialista se hacían más visibles.

El 11 de marzo La Vanguardia, dirigida por Luis Bernard, alineado entre los sindicalistas, publicó un editorial en el que afirmaba que la prórroga del estado de sitio constituía una “bofetada feroz en el rostro del proletariado” la que debía ser resistida por la organización obrera.

Bernard denunciaba toda política de política de inacción, a la que juzgaba “un acto de cobardía imperdonable e indigno de una clase revolucionaria”, y, cuestionando la línea oficial del PS, afirmaba que la misión del socialismo no era “sufriente, sumisa a una legislación” sino combativa y audaz orientada “a la demolición de un régimen social oprobioso y tiránico”. (La Vanguardia, 11/3/1905)

Mientras los dirigentes enrolados en la corriente sindicalista se proponían frustrar la acción del gobierno, orientada a “salvaguardar la economía nacional”, a través de una huelga general que amenazara la producción agropecuaria; aquellos alineados con la línea tradicional del PS consideraban que no estaban dadas las condiciones para tal medida, juzgando que sólo llevaría a los trabajadores a la derrota.

Estos últimos obtendrían una victoria en la sesión del CE del 21 de marzo que resolvió reemplazar a Bernard en la dirección de LV, lo que a su vez derivó en la renuncia de Aquiles Lorenzo y Gabriela Laperrière Coni al Comité Ejecutivo. (La Vanguardia, 18/3/1905)

Al levantarse el estado de sitio las páginas de La Vanguardia saludaron lo que consideraban un triunfo de la resistencia paciente del proletariado que había sabido resguardar sus organizaciones a pesar de las exhortaciones audaces de los exaltados.

Sin embargo la disputa por el control del partido estaba lejos de concluir: el peso de los disidentes en la conducción aumentaría cuando el voto general, convocado para reemplazar a los renunciantes, no sólo restauró a Lorenzo y Laperrière de Coni en sus lugares sino que colocó a otros dos simpatizantes sindicalistas, Arraga y Troise, como suplentes.

Considerando la votación como un rechazo a sus posiciones, la mayoría del Comité Ejeutivo –formada por (Nicolás) Repetto, (Alejandro) Mantecón, (Juan) Schaefer, Domingo de Armas y Basilio Vidal- presentó su renuncia. Sin embargo tampoco la mayoría de los recién electos –titulares o suplentes- se incorporó al Comité, sino que sólo lo hizo Enrique Dickmann, quien tomó el cargo de ¨secretario general y, provisoriamente, fungió como autoridad unipersonal del Partido Socialista.

Podemos suponer que las renuncias obedecían a a una solución negociada ya que aunque la mayoría de ellas correspondía a los sectores sindicalistas que, por contar con varios de los suplentes por incorporar, hubieran tenido mayoría en éste nuevo Comité, otras, provenían de figuras – como Juan B. Justo o Esteban Dagnino, quienes estaban al frente de La Vanguardia– encolumnadas en la línea tradicional del partido.

Por el momento, el conflicto pareció acallarse. En ese mes de septiembre se realizó una nueva elección que mostró que, al menos temporalmente, las pasiones se habían enfriado: el nuevo Comité Ejecutivo para el que habían sido reelectos Laperrière de Coni y Lorenzo -junto a Repetto, Mantecón, De Armas, Antonio Zaccagnini y Francisco Cúneo- comenzó a organizar el futuro congreso del partido, que debería zanjar la cuestión sindicalista.

Pero antes del congreso el partido debía atravesar una campaña electoral, para elegir diputados por la Capital Federal, que terminaría de demostrar que la convivencia era imposible.

Entre los candidatos aparecían dirigentes como Aquiles Lorenzo, que habían cuestionado la importancia de las instituciones parlamentarias y otros, como Julio Arraga y Luis Bernard, que consideraban como de valor secundario la lucha política.

Aún más lejos iría el joven militante sindicalista Emilio Troise al señalar el carácter contraproducente de la lucha electoral, a pesar de lo cual había llamado a votar por los candidatos socialistas.

La convivencia se mostraba imposible entre aquellos que consideraban que el Partido Socialista era una fuerza política que debía obtener triunfos electorales que permitieran reformas en dirección a la sociedad socialista, y aquellos que lo veían como una fuerza auxiliar –encargada de obstaculizar a las fuerzas burguesas- de una lucha revolucionaria llevada adelante por los sindicatos..

El 7º congreso tuvo lugar en Junín en abril de 1906 y estuvo dominado por la disputa entre quienes sostenían la prioridad de la acción política y quienes consideraban que la auténtica acción revolucionaria se daba en el terreno económico.

El debate, que fue sorprendentemente calmo- lo que tal vez se debiera a que ambos bandos consideraban que la división era un hecho- fue saldado, expeditivamente, por una moción de Nicolás Repetto que invitaba “al grupo de afiliados titulados sindicalistas” a constituirse “en partido autónomo, a fin de realizar la comprobación experimental de su doctrina y su táctica” (La Vanguardia, 17/4/1906).

La moción fue aprobada por 882 votos contra 222.

Más allá de la posible ironía de la invitación, la declaración expresaba la mirada de Justo que enfatizaba la distinción entre tareas políticas, a las que asignaba prioridad, y gremiales.

Por otra parte, podemos aventurar que consideraciones de disciplina hacían que Justo y sus partidarios aceptaran el debilitamiento de un brazo del partido, el gremial, que generaba resistencias a la táctica electoral del partido.

Con la partida de los sindicalistas el Partido Socialista sufría una fuerte sangría que se manifestaría no sólo en la perdida de la conducción de la UGT [11] – organización en la que de todos modos los socialistas permanecerían-, sino en la desafiliación de muchos militantes e incluso de varios Centros Socialistas.

La contraparte era la adopción de un perfil más homogéneo: el de un partido en el que predominaban quienes interpretaban a la lucha política como una lucha electoral que conllevaría a un crecimiento institucional, fundamentalmente parlamentario, que permitiría impulsar reformas políticas y sociales.

(*) Licenciado en Sociología, Magíster en Ciencias Sociales y Doctor en Historia de la Universidad de Buenos Aires. Es Investigador Asistente de CONICET, coordinador académico del Centro de Estudios del Discurso y las Identidades Sociopolíticas (CEDIS) de la Universidad Nacional de General San Martín y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. 

Fuentes citadas

La Vanguardia (1894/1906)

Referencias Bibliográficas

- Aricó, José (1999): La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.

- Falcón, Ricardo (1984): Los orígenes del movimiento obrero (1857/1899). Buenos Aires, CEAL.

-  Marotta, Sebastián (1975): El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo. Tomo 1: 1857/1914. Buenos Aires, Ediciones Lacio.

-  Oddone, Jacinto (1983): Historia del socialismo argentino. Buenos Aires, CEAL.  

 [1]  NdE: se aclara que en el párrafo inicial, luego del término "perspectiva" continuaba (entre guiones) la siguiente frase: -sostenida tanto desde el discurso laudatorio de quienes se proclaman “herederos” como del condenatorio de quienes achacaban las limitaciones del socialismo a la mirada del viejo líder-, que el editor se vio obligado a cortar en ese encabezado para que entrase el párrafo dentro del diagrama rígido de la página. Agradecemos la comprensión del autor y de los lectores. 

[2] El programa estaba dividido en una parte política –que pedía, entre otros puntos la eliminación de la presidencia de la Nación y el Senado, la representación de las minorías, la naturalización de los extranjeros, la supresión del ejército permanente y la separación de la Iglesia y el Estado-, y una económica- que reclamaba la jornada de ocho horas, la ampliación de la educación y la limitación del trabajo de los jóvenes, el descanso dominical y la abolición de todos los impuestos indirectos-.

[3] Este era más reducido, tenía siete miembros y no el número indeterminado que surgía de los tres delegados por centro. Por otro lado era un órgano centralizador ya que sus miembros eran electos por la convención de todo el partido y no por cada uno de los grupos. Con el correr de los años el Comité Ejecutivo se convertiría en el núcleo principal de poder dentro del partido, lo que, como veremos, suscitaría resistencias que se plasmarían en el reclamo de una estructura más horizontal.

[4] En el proyecto propuesto por Justo la última frase, que refería la posibilidad de apelar a otros medios -distintos de la acción política y la asociación libre- concluía en condicional y refiriendo a una imposición externa y no a una simple conveniencia: la clase obrera apelaría a otro método “si las circunstancias se lo imponen.” (La Vanguardia,  1/5/1896)

[5] Finalmente la expulsión no se produjo y tanto Ingenieros como Lugones permanecieron un tiempo más en las filas socialistas. En abril de 1897 comenzarían a publicar el periódico La Montaña desde el que defenderían una concepción fuertemente voluntarista de la lucha socialista.

[6] La expresión da título a un trabajo de Aricó (1999) y con ella se busca destacar el esfuerzo de Justo por pensar al socialismo argentino como una fuerza capaz de unificar a los trabajadores argentinos hasta el momento divididos por la oposición nativos-inmigrantes. Esta contraposición, pensaba el líder socialista, sólo desaparecería con la nacionalización de estos últimos y la incorporación de unos y otros a una vida política renovada por los mismos efectos de su integración. Para ello debía constituirse un movimiento que, por su capacidad política, apareciera para el conjunto de los sectores populares como alternativa al sistema.

[7] En julio de 1898 el Fascio dei Laboratori mostraría su fastidio, ante el rechazo a sus propuestas por parte del congreso, a través de la decisión de abstenerse en el voto general que debía nombrar un nuevo Comité Ejecutivo Nacional y una nueva redacción de La Vanguardia. (La Vanguardia, 2/7/1898) Semanas después el CE comunicaría la disolución del Fascio dei Laboratori y la del Centro Socialista de Balvanera (La Vanguardia, 10/9/1898).

[8] En esos días los socialistas participaban de las reuniones que preparaban el congreso que en 1901 daría origen a la Federación Obrera Argentina (FOA, luego FORA). Aunque en dicho congreso los socialistas no tendrían el predominio, que había pasado a los anarquistas, las resoluciones adoptadas mostraban un tono transaccional que hizo posible la convivencia. Esta no duraría demasiado: en el Segundo Congreso, realizado en abril de 1902, una dura disputa por las acreditaciones daría lugar a la partida de los socialistas, que fundarían su propia federación gremial: la Unión General de los Trabajadores (UGT).

[9] Debe subrayarse que en el Sexto Congreso del PS, Aquiles Lorenzo, uno de los futuros líderes de la corriente sindicalista, abogó desde las páginas de La Internacional por el reemplazo del Consejo Nacional por el Comité Ejecutivo.

[10] Esta corriente se diferenciaba del socialismo tradicional en su concepto de acción revolucionaria, orientada a inutilizar los órganos de dominación burguesa a través de la creación de órganos propios. Estos órganos eran los sindicatos obreros, a los que veía no como un simple medio para el conflicto con los capitalistas, a la manera de los anarquistas, sino como el pilar de la organización social posrevolucionaria. Por otra parte la principal estrategia de lucha no era a través de las instituciones políticas sino de la huelga general revolucionaria.

[11] En el 4º Congreso de la UGT, que tuvo lugar en diciembre de 1906, los sindicalistas impusieron sus tesis acerca de la huelga general y la acción electoral, e impulsaron la fusión con la FORA (Marotta, 316-320).

Título: No sólo el partido de Juan B. Justo. Tensiones y rupturas en el partido Socialista (1896/1904).

Fuente:  Formación Política http://www.psocialista.org/ 18/4/2017.