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LA PELÍCULA DE CRISTINA
En medio de expectativas, temores y enojos, el papel de superministro otorgado a Sergio Massa, obra y bendición de Cristina Kirchner, da lugar a pensar en esa mujer acerca de cómo se la verá, por ejemplo, desde las cercanías del Sesquibicentenario de la Argentina. Distancia prudencial para comenzar elaborar un juicio histórico sobre ella y su obra. Seguramente menos tardará una película, también merecida. Lo que no se sabe es cómo terminará este capítulo.
Por Armando Vidal
Quizás la primera escena sea la de Cristina cuando se encuentra con Sergio –encumbrado por ella-, para decirle lo que esperaba de él como el super ministro de Alberto, el Presidente que gira en una órbita de viajes, obras y dilaciones. Escena para una película sobre ella pensada para los albores de los 250 años de la Patria. No falta tanto, un poco menos de lo que lleva la democracia. Guste o no, Cristina Fernández de Kirchner es la mujer más gravitante en la historia política argentina. Y más odiada que Perón. No es poco mérito.
Veamos al segundo actor en este pasaje: Sergio Massa, un hombre de suerte. Tocado como la síntesis superadora de la grieta. Raro enviado del destino para tantos machacados a golpes en la jaula nacional.
Once años tenía Massa cuando en 1983 arrancó una democracia sin proscriptos, la primera desde 1955. Un pibe, buen estudiante de su ciudad de San Andrés, del partido bonaerense de San Martín. Que a los quince años se puso la camiseta de la Ucedé, de Alvaro Alsogaray y María Julia, ambos diputados nacionales en la ocasión. Pobre angelito que llega cuando de ahí se estaban yendo espantados honorables liberales como Héctor Siracusano.
1987, poco menos que festejó su cumpleaños número quince con el levantamiento de los carapintadas, de Aldo Rico y compinches, primeras imágenes de una profunda tensión generada por quienes con obediencia ciega cometieron hechos atroces y aberrantes, derivación del juicio y condena en 1985 de los ex comandantes de las tres primeras juntas de la dictadura. Todavía Massa no había comenzado cuando parecía que todo se desmoronaba.
Dos años después, 1989, sumó a lo que veía: las acciones del golpe financiero contra el presidente Raúl Alfonsín –afines a las del presente- y las del triunfo electoral posterior de Carlos Menem, resultado esperado por el capitalismo depredador para hacer del caudillo riojano de las patillas un muñeco a su servicio (Consenso de Washington). También vio como su referente y guía, don Alvaro, les decía a los peronistas en la cara y en el recinto que no sabían lo que estaban haciendo (de bien, según él) al votar la reforma del Estado, la ley que abría las privatizaciones de las empresas del Estado.
Todo, a los ojos de un pibe que no se había movido del pueblo de San Andrés, partido bonaerense de San Martín, desde su nacimiento, el 28 de abril de 1972, Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo.
En abril de 1990, el peronismo menemista imponía la ley que ampliaba la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuando él, con dieciocho años, comenzaba su carrera de abogado (Universidad de Belgrano) que le demandaría trece años, muchos más que su carrera de político.
En su camino, se le cruzó una médica, Marcela Durrieu, luego diputada nacional (1991/1995), una peronista clásica, cálida y perspicaz, el puente que tendría con Tigre al que lo llevaría a conocer, incluyendo a la bella Malena -la hija de Marcela y el Pato Galmarini-, luego su esposa y madre de sus dos hijos.
Durrieu fue una doble madre política de Massa, si es que la diputada Graciela Camaño, ahora abogada y maestra de primerizos y primerizas en temas reglamentarios y de usos y costumbres en la Cámara Diputados, no se pone celosa porque lo propio hizo con Massa, quien veinticinco años después sería el presidente del cuerpo.
En su paso a paso, en 1998, gobierno de Menem, Massa fue asesor de Palito Ortega en la Secretaría de Desarrollo Social y, al año siguiente, diputado provincial bonaerense. Muchos invierten una vida y no llegan, otros tardan años y él, en cambio, lo consiguió en días contados.
En el 2001 se casó con Malena y al año siguiente, en el gobierno de los apuros de Eduardo Duhalde, lo instalaron en la Anses. Tenía veintinueve años. Entraba al futuro a todo galope. En 2007 fue elegido intendente de Tigre y al año pidió licencia para ser jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, en reemplazo de Alberto Fernández, otra sutil coincidencia. Y, al año, renunció para volver a la intendencia a completar su mandato, cuya gestión revalidó en 2011 con un amplio margen de votos.
Luego, los beneficios del odio con olor a bosta fresca de vaca, de los que fue partícipe activo, hasta que en junio de 2013, fundó el Frente Renovador con el que ganaría las elecciones del 27 de octubre en la provincia de Buenos Aires y por ende vencería al candidato oficialista Martín Insaurralde. Cristina vio esa alegría ajena mientras se reponía de una operación por un hematoma cerebral.
Dos años después, el Frente Renovador salió tercero en las PASO presidenciales con 4.639.045 de los votos, detrás de Mauricio Macri, con 6.791.278 y de Daniel Scioli, primero, con 8.720.573. Se perfilaba lo que pasaría en el ballotage, ganado por Cambiemos de forma ajustada. Votos de Massa lo hicieron posible.
Como para completar la dimensión de sus afanes, el diputado Massa puso su bloque 24 miembros al servicio del macrismo en la oprobiosa agachada con los fondos buitres al pagarle incluso más de lo reclamaban esos protegidos del funesto juez yanqui Thomas Griesa en la primera sesión de relieve de la Cámara, el 16 de marzo de 2016. 165 votos contra 86 fue el resultado. Antipatria pura.
Cristina, la perseguida por la justicia macrista –perseguida hoy, como ayer y mañana- contra todo lo sufrido, en 2019 fue igual a buscar a Alberto Fernández, el criticón independiente y ex jefe de campaña en 2017 del obcecado Florencio Randazzo, su ex ministro, que sigue enojado porque ella prefirió a Scioli y no a él como aspirante a la Rosada. Fue a buscarlo para que sea el candidato contra Macri, misión que AF aceptó, sin condiciones previas acordadas, a cuyo gobierno ahora Cristina sumó a Massa. Ya no hay tiempo para quejas y olvidos.
Pero, ojo: Massa tiene una carga extra de la que no se habla. Y se llama Milagro Sala, presa de un gobierno despótico en Jujuy que tiene como cara visible al radical Gerardo Morales, su gobernador, pero cuyo peso político recae en el peronismo jujeño alineado en el Frente Renovador. El vice gobernador es Carlos Haquim, que comparte todo lo que se le hace a Sala, que es mucho más grave de lo que le hicieron a él, diputado nacional en 1998, cuando le robaron la banca del Senado de la Nación, pese haber vencido en la interna del PJ a Alberto Máximo Tell, a quien se la confirieron.
Cristina, la muy querida, la mal querida y la Cristina odiada es la única que busca en el otro lo que ella no puede hacer, a riesgo de equivocarse. No llora, pelea y concede.
Bien merece una película.
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