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CARHUÉ, DESPIERTA CARHUÉ...

Sin otra pretensión que disfrutar las vacaciones, el autor encontró en Carhué un motivo de placer e intriga por ese estupendo lugar donde gravita el dolor de Epecuén –hoy ruinas color ceniza- y una falta de decisión para transformarse en la playa argentina más saludable y tranquila. Con Kunkel y el intendente, incluídos.

Por Armando Vidal

“El futuro es hoy” dice un cartel montado sobre la visera del bello edificio de la Municipalidad de Carhué, obra del gran arquitecto Francisco Salamone. Si así fuera, la encantadora ciudad bonaerense que bañan probablemente las aguas más saludables del país no tendría futuro. Dirigida por un intendente, que vive a 60 kilómetros, Alberto Gutt, hijo de la localidad de Rivera.

Carhué parece tener miedo de su propia felicidad. Podría inferirse que ello proviene de lo que pasó con Epecuén y que quedó anudado en el alma de su gente. Y quizás por la duda profunda de si el drama no volverá, ahora directamente contra la ciudad cabecera del partido de Adolfo Alsina.

Motivos no faltan: el manejo del agua de los gobiernos en la Argentina suele tener razones que la naturaleza no entiende. Mientras tanto, las aguas siguen bajando correspondiendo, dicen los técnicos, a períodos de unas cinco décadas de sequías.

Fue por eso que hace unos cincuenta años los hoteleros de Epecuén, en primer término, pedían la remisión de agua, hasta que en los setenta las autoridades hicieron caso y unieron cuatro lagunas con un canal que derivó sobrantes hacia esa cuenca cerrada llena de sales y minerales en su lecho

Epecuén fue un popular balneario nacido en los años veinte en esa laguna a ocho kilómetros del centro de la ciudad y que un día fatal -10 de noviembre de 1985- murió con el último embate de las aguas debido a las fuertes lluvias de ese año que lo cubrieron por completo, luego de una suma de desaciertos, en especial de las autoridades bonaerenses de gobiernos de distintos signos.

La provincia expropió el lugar y pagó el 50 por ciento del valor fiscal a los damnificados. Hoy parece un cuadro fantasmagórico de Dalí.

Tenía 1.500 habitantes permanentes y una población turística que entre diciembre y marzo de cada temporada elevaba un total equivalente a veinte veces esa cifra.

La mayor parte de la mano de obra provenía de Carhué, que iba y volvía por una ruta que también desapareció.

Las lluvias que rebasaron todo cayeron en el gobierno radical de Alejandro Armendáriz, médico de Saladillo eyectado a gobernador en diciembre de 1983 y 25 meses después, desbordado por una tragedia que no tuvo muertos, terminó virtualmente huyendo de Carhué por una visita tardía y mal encarada que la población no soportó y se lo hizo sentir.

La pasó peor que Juan Abraham Kenan, el diputrucho descubierto y corrido por los periodistas parlamentarios y a quien Armendáriz, que luego de gobernador fue diputado, auscultó en el propio despacho del presidente de la Cámara.

Fue en 1992, un año coincidentes de agitaciones, enojos y cortes de ruta en Carhué ante el espanto de un asalto devastador de las aguas que ya estaban emergiendo desde las capas freáticas en los hogares.

Mudo testigo del adiós de Epecuén fue la estación del ferrocarril construida sobre los tendidos de vías por los ingleses en la zona alta y que, un lustro más tarde, también moriría pero no por las inundaciones sino por la política de liquidación de los ferrocarriles todavía vigente del gobierno de Carlos Menem.

Hoy la estación es un museo, inaugurado el 10 de noviembre último al cumplirse el cuarto de siglo del aciago momento. Incluyó una misa de campaña allí realizada en la que volvió a tañir con su sonido especial la campana de la Iglesia Santa Teresita, rescatada desde el fondo de las aguas y cuyos 300 kilos esperarán siempre la ocasión de sonar cada vez que la lleven desde donde descansa en el piso en la Iglesia de Carhué.

* Playas sin gente

Impresiona Carhué. Esas aguas, que son la sal de su vida, desde hace rato bañan sus orillas pero, en contraste, las amplias playas no están cubiertas ni por propios ni por extraños.

Lo contrario por ahora de lo que fue Epecuén, entre comienzos de la década del veinte y ese fatal día de mediados de los ochenta que terminó con esa Mar del Plata interna, pequeñita y saludable.

Impresiona Carhué por cierta pasividad de su buena gente (unos 10 mil habitantes) y la falta de decisión de su intendente que va y viene de Rivera sin animarse desde hace años a otra cosa que no sea realizar festivales gratuitos de música en la playa en los que gasta más de lo que invierte.

Quedó en eso luego de la realización del balneario La Isla que es parte de un murallón de protección.

Impresiona Carhué como un lugar sagrado para esa gente que valora el silencio, la educación, las puertas abiertas de las casas y las bicicletas sin candado, que aprecia con solo caminar sus anchas avenidas sin semáforo ni colectivos, con paseos verdes y floridos en el medio y una plaza principal insuperable con su eucalipto fundacional previo a la Campaña del Desierto, más el edificio de Salamone, la Iglesia y el gran Teatro que también espera que descorran su telón.

* Recursos desaprovechados 

Turistas, gente que invierte en salud, que concurre a la Biblioteca, que visita y compra publicaciones en su Museo, que contrata excursiones y gasta en hoteles y comercios. Gente que viene de lejos y que ve con dolor como en las esquinas de sus propios barrios grupos de jóvenes pierden algo más que la noche de alcohol y humo, mientras que allí, en la placentera Carhué, los ve departir, amable y respetuosamente, como era costumbre a comienzos de los sesenta. Jubilados que podrían llegar desde todos los rincones y que no están.

¿Por qué ese intendente no lleva adelante, no presiona al menos, para que la provincia de Buenos Aires y el gobierno de la Nación hagan realidad lo que él tiene como una maqueta en el propio hall de la Municipalidad, a la que el tiempo y el desinterés van deteriorando?

Todo un símbolo fue verla con un cartel en su frente que decía Más rock que nunca. Son los festivales de Gutt de este enero.

Esa maqueta es la propuesta de hacer un centro termal público, que es lo que no tiene Carhué, pero sí ofrecen sus grandes hoteles.

Es decir, poner a disposición de todos esas aguas que tienen 200 gramos de sal por litro y un conjunto de minerales a las que sólo hay que templarlas para su mayor aprovechamiento medicinal.

¿Qué teme el intendente Gutt, un peronista favorecido por las desventuras radicales de hace 25 años cuando la ciudad tenía un jefe comunal de la UCR? ¿Qué vuelvan las aguas de las lagunas encadenadas y se lleven a Carhué como amagaron hacerlo en 1992?

No será sólo con festivales en la playa que consiga terminar con los miedos sino con una política que haga de Carhué un centro de estudios del problema del manejo de las aguas y una fuerte presencia en los centros de decisión.

 ¿Nunca invitaron al gobernador Daniel Scioli a recorrer con su lancha el lago?

Ahora que las aguas están en su ciclo de retirada, se hace más necesaria la construcción de las piletas que las retengan como también tuvo que hacerlo en su momento Epecuén.

Nunca, por otra parte, se irán tan lejos que el turista no pueda alcanzarlas si las piletas no le complacen lo suficiente.

* Buenos Aires, ajena

Cuando aconteció lo de Epecuén, en el Congreso de la Nación no hubo reacciones. El propio responsable de estas líneas no lo recuerda al menos, lo mismo que el entonces diputado nacional Héctor Dalmau, habitual colaborador de Congreso Abierto.

 “Habíamos acordado una visita con el diputado Jesús Blanco que al final no se concretó” declaró Dalmau.

Blanco fue un diputado peronista bonaerense de 9 de Julio que formó siempre parte de los que trabajan callados y prefieren eludir los discursos a la hora del recinto.

Ahora Carhué tiene un diputado nacional con peso político propio en la escena del poder: Carlos Kunkel, más su esposa Cristina Fioramonti, activa senadora bonaerense peronista nacida en Carhué. Su simpática suegra -el yerno no se distingue por esa condición-  suele ir a comer al Hotel Avenida, de  Angel Sánchez, donde Nancy Elizondo, a cargo del restaurante, se luce en la cocina, asistida por sus hijos en la atención de los comensales.

A Kunkel, ya no se lo ve tanto por la Av. San Martín, donde está el Hotel Epecuén de su amigo Rubén Besagonill, dueño además del Hotel Carhué. Le atribuyen en el pueblo más de lo que él seguramente tiene pero lo concreto es que el escrache del que fue víctima durante el conflicto con el campo, dicen, lo sacó de las calles que antes recorría.

 “No quiere saber nada con Carhué”, apuntó alguien con buena información.

Cuesta creer que Kunkel abandone algo que seguramente quiere.

Hay que animarlo a Gutt. Habría que hacer la experiencia de sumar voluntades para concretar el balneario de aguas termales (no una pileta extra de agua dulce porque eso supone buscar la napa a grandes profundidades, lo cual además de oneroso desvirtúa el mensaje turístico) en el sector de La Isla, lindante con el Cristo, otra de las grandes piezas del arquitecto Salamone.

No hay que temerle a la vida.

No hay que temerle al viejo cementerio al que en operativo nocturno, cuando todavía estaba cubierto por las aguas, un grupo encomendado le arrancó a golpes de maza las cruces que emergían de las aguas. El pueblo no fue ajeno a la decisión porque una mitad la apoyaba, según sondeos previos oficiales de escaso rigor (consulta a través de planillas en los comercios), motivo por el cual el Concejo Deliberante no fijó posición.

A falta de ley, grupo de tareas.

La bajante de las aguas desnudó ahora esa vergüenza.

* Conciencia y futuro

Carhué es la obra de su gente de trabajo que como en cada rincón del país pretende un mañana mejor.

El campo, tan cerca, también puede aportar para darle lo que necesita que no es más que asumir su destino de plaza turística.

Despertar esa conciencia reclama despertar como lo hacen Juan con su lancha que muestra Epecuén entre sus calles de edificios abatidos como en un terremoto. O Norma, con su vehículo, que lo hace desde el corazón de las ruinas comenzando por las de la casa en la que nació y vivió hasta el asalto final de las aguas. Y también Omar que día y noche recorre hoteles para ofrecer sus exquisiteces regionales a turistas que deberían ser miles y se cuentan sólo por decenas.

Este es un año de elecciones.

Que el eje de la campaña en Carhué sea su futuro, que no es hoy, como dice el cartel, sino mañana porque el movimiento también es la sal de la vida.