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NATALE, POPULISTA PERO SÓLO EN EL FÚTBOL

Como los diarios porteños no fueron muy generosos en la evaluación de la obra de Alberto Natale, lúcido exponente de un pensamiento contrario del ahora más bien reivindicado ejercicio populista del poder, quien lo conoció y trató durante sus veinte años de gestión como diputado nacional, ensaya aquí un retrato de quien, además, fue un colaborador de estas páginas.

Por Armando Vidal

Liberal alberdiano, economicista y al mismo tiempo constitucionalista, lo que en él era una especie de simbiosis y no una contradicción, Alberto Natale fue un honesto político más afín en su perfil y estilo con quienes lo precedieron en la banca en la crisis de 1890 que con la que fue protagonista y testigo un siglo después. Falleció en Rosario, su ciudad natal, a los 73 años.

Demócrata progresista desde su amanecer en la política, se llevó con su anticipada despedida la imagen de un país que no se correspondía con sus ideas, las que nunca aceptó fueran calificadas de derecha.

Derecha eran para él los populismos en sus clásicas versiones, incluido, según su óptica, el peronismo. Dejó pendiente un artículo de respuesta a Ernesto Laclau, basado en lo que había anticipado al autor de estas líneas:

- Es fácil ser populista viviendo en Londres.

Un auténtico Natale.

Amante del tango y del fútbol, colaborador habitual de La Nación y de Ámbito Financiero pero no de Clarín, donde nunca tuvo la puerta franqueada a pesar de contar en altas funciones en el diario con otro distinguido hincha de Ñuls como él, a quien, siempre decía, no quería molestar. Aludía a Eduardo van der Kooy, el elegante columnista del diario de Noble.

Dandy de pinta pero no de hábito porque fue un infatigable trabajador en el Congreso, donde estuvo veinte años (1985/2005) y en su estudio de abogado hasta sus últimos días, Natale no dejó nadie a la vista, al menos hasta el momento, que pueda emular su palpable capacidad expuesta, por ejemplo, en tenidas en pleno recinto con un ministro altisonante de Economía, como Domingo Cavallo.

O en todos los debates que nunca eludió como los sostenidos en la convención constituyente de Santa Fe, en 1994, donde, naturalmente, fue un frontal opositor al Pacto de Olivos. Parangonó la reforma como un conjunto de intenciones que contra lo que se decía iba a acentuar el presidencialismo.

Excluyendo a las contadas figuras de los partidos mayoritarios, después del socialista Guillermo Estevez Boero, ningún otro comprovinciano tuvo tan alto protagonismo como Natale, cuya dedicación a sus funciones legislativas tuvieron en buena medida por modelo –él se ocupaba de subrayarlo- a quien estaba en las antípodas de su matriz ideológica: el peronista Germán Abdala.

Y lo decía porque Abdala primero peleaba contra una ley que no quería y una vez aprobada en general seguía peleando artículo por artículo para atenuar los males que, desde su óptica, significaba su sanción.

Había sido concejal por su partido en 1963 y autor en esa condición de un proyecto para erradicar las villas que comenzaban a proliferar en el contorno de su bella ciudad, proyecto que se ocupó de remitir a Congreso Abierto –página que lo tuvo como un exigente lector y colaborador especial- como muestra de una frustrante aspiración no consumada. Si hubiera sido gobernador de Santa Fe, como cinco veces lo intentó, quizás hubiera podido hacer algo a tono con aquellas intenciones.

A comienzos de los ochenta, con la apertura hacia políticos afines en tiempos de Roberto Viola, Natale aceptó ser intendente de facto de Rosario, lo cual le valió varias discusiones planteadas por el alfonsinismo apenas él llegó a la Cámara, pese a que mucho más de un centenar de radicales habían hecho lo propio. Superó sin dificultad esas tenidas que a poco andar cayeron en el olvido de todos.

Cuando Carlos Menen comenzó su propia historia en la Casa Rosada, a la que había llegado con votos naturalmente peronistas, la impensada furiosa política de las privatizaciones que inició siguiendo el diseño de un hoy todavía vigente Roberto Dromi, Natale tuvo una mirada crítica en la instrumentación pero no en su filosofía.

No quería ser confundido con ningún mero exponente de la derecha pero además de pensar como los Alsogaray, padre e hija, miembros también de la Cámara de Diputados, acompañó al marino golpista en una fórmula presidencial de 1989, cuando la Ucedé logró algo más que el tercer puesto detrás de Menem y los radicales encabezados por Eduardo César Angeloz. Logró llevarle la bendición de La Recoleta al luego besador de Issac Francisco Rojas..

Tan enemigo de los recurrentes déficit fiscales como de los arrebatos en el campo de los negociados que acompañaron las privatizaciones, un día Natale concibió la idea de separar la paja del trigo y anunció en el salón de conferencias de la Cámara de Diputados, acompañado por las máximas autoridades de la editorial Planeta, el acuerdo en torno de un libro de su autoría que, en principio, se iba a llamar las Joyas de la abuela y, finalmente, siguiendo el consejo del publicita Gabriel Dreyfus, se llamó Privatizaciones en privado, de ineludible lectura para conocer las desarreglos –modo suave de decirlo- de ese proceso que enajenó riquezas del Estado como el remate de YPF.

Imborrable fue la escena para los testigos en la que su asesor y gran amigo, el ingeniero Victorio Torrecilla, lo tomaba del brazo para que no ingresara a dar quórum en la sesión de Diputados que en 1994 votaría la privatización del sistema jubilatorio y la creación de las AFJP, régimen que se derogaría catorce años después por propuesta de Amado Boudeu, entonces titular de la ANsES, rápidamente aceptada por la presidente Cristina Kirchner y Néstor

Destacada fue su actuación en la investigación de la llamada Mafia del Correo, en una comisión especial creada tras el escándalo para investigar hechos de corrupción como el que desató el crimen del fotógrafo José Luis Cabezas y cuyo epicentro fue el intento de privatizar el correo en base a un proyecto del senador menemista Juan Carlos Romero, tras el cual se hallaba el oscuro empresario Alfredo Yabrán, que finalmente se suicidaría en un acto más bien propio de otro país.

Natale tuvo siempre destacados colaboradores, comenzando por Torrecilla, profundo estudioso y tenaz recopilador de documentos sobre cada una de las privatizaciones, así como el hoy legislador porteño Oscar Moscariello y máxima autoridad de ese cuerpo y el asesor de prensa Carlos Mena. Le gustaba cultivar la amistad y por eso seguramente todos ellos hubieran estado con él si el radical desconcertado Fernando de la Rúa lo hubiera convocado a formar parte de su gabinete como en algún momento se especuló en el Congreso antes del inicio formal de su gestión, en 1999.

Con Natale con acceso a la Rosada y con el traicionado (por Alberto Flamarique. ministro de Trabajo) Chacho Alvarez, en el Senado, no hubiera habido ley espuria posible como fue la de los sobornos en la Cámara donde siempre tuvo peso el peronismo.

Si bien la Cámara de Diputados, tras seis años de ausencia, comenzaba a ser un lejano recuerdo para Natale, quienes lo conocieron y trataron durante esos veinte años de continuado ejercicio, nunca podrán olvidar al fino analista y acertado pronosticador de catástrofes financieras internacionales. Tampoco su conducta de hombre de bien.

“Una figura con los principios republicanos y de vital importancia en el período de la recuperación de la democracia”, dijo La Nación en su edición del 11 de septiembre.

“La política santafesina está de luto” se limitó a señalar en la  evaluación de su figura que hizo Clarín.

Lástima grande que Abel Osvaldo Lema, periodista y poeta que lo acompañó en los primeros años de la recuperación de la democracia, se haya ido antes que él, porque hubiera encontrado algo mejor para decir sobre su amigo al estilo de esta estrofa  pensada para Lisandro de la Torre en su libro El rescate de la esperanza: “Huraño, solitario, inquebrantable/ Sabedor del deber y su aspereza/ Tejió los hilos de una insobornable/ Pasión por su verdad y la franqueza.

Las páginas de Congreso Abierto sentirán para siempre la irreparable pérdida de ese gran santafesino que pensaba distinto.