A+ A A-

MÉDICO, DOS CARAS Y LA PENA DE MILSTEIN

Prestigioso médico recuerda con cariño al profesor Tiburcio Padilla -nieto de un gobernador de Tucumán en el siglo XIX (1)-, y un periodista y científico se pregunta quién es ese Tiburcio Padilla que, como ministro de Guido (1962), echó del Malbrán a Cesar Milstein, después Premio Nobel.

Por Eduardo Cichero (*)

Estas líneas nacieron a raíz de evocaciones revividas mientras compartía un café con un amigo; un café, ese catalizador de cuitas y amistades que, además de ratificar una nada despreciable calidad del porteñismo, junto con el buen tango, ayuda a atenuar el frío que estamos soportando.

Un frío en nuestra querida Buenos Aires, aún mayor si la despojamos del espanto borgeano.

La conversación recayó en los años cursados en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, haciendo hincapié en la calidad docente de esos tiempos, en la que fui alumno (1954/1960), quizás el último período de excelencia de la UBA.

El tiempo transcurrido y la no siempre adquirida madurez, le confieren al pasado otra dimensión. En el momento en que discurre lo que después será anécdota, la vemos desarrollarse sobre un plano, que luego el correr del tiempo le adjudica profundidad, donde los años le otorgan la hondura imprescindible para conjeturar comparaciones y juicios más maduros, por medio de la experiencia; teniendo por ésta más el cómo que el cuánto.

La conversación versaba sobre la calidad de la atención hospitalaria, en lo atinente a la internación y en la función docente del médico.

En ese año (1956) entraba por primera vez a un hospital como alumno, en mi caso al Hospital de Clínicas de la UBA,en su vetusto edificio ya demolido, que ocupaba lo que es hoy la plaza Bernardo Houssay.

Recuerdo, como después ví en otros hospitales, las enormes salas de internación, donde el paciente carecía de toda intimidad para resguardar su pudor y tenía que ser espectador del dolor, sufrimiento y hasta de la muerte de sus azarosos compañeros de esa patológica ruta.

Como referí, ese primer contacto con el hombre enfermo, fue para muchos de nosotros, la antesala de nuestro futuro.

El docente titular, el Prof. Dr. Tiburcio Padilla, singular figura de la medicina argentina, dictaba Semiología, es decir,enseñaba a interpretar y analizar los signos y síntomas de las diversas patologías.

En tal tarea lo secundaban figuras descollantes de nuestro quehacer médico, como fueron los profesores Osvaldo Fustinoni, Pedro Rospide, Enrique Fongi, Angel Miatelo y E. Burucúa.

No era para el experimentado profesor, nada excepcional, dar por iniciado un curso de tales características; lo fue para nosotros, sus alumnos , oir sus palabras iniciales.

Se dirigió a los estudiantes, resaltando el agradecimiento y respeto que le debíamos al paciente internado en el hospital; ese paciente , que por sus condiciones de necesidad, pobreza o indigencia no tenía otra posibilidad de confort y no digo de categoría porque la calidad académica era insuperable.

Ese ser humano enfermo nos ofrecía su cuerpo para que pudiéramos atenuar nuestra avidez de conocimientos y mitigar la ignorancia.

Es importante aclarar que los alumnos estábamos distribuidos en grupos de ocho o diez discípulos denominados "comisiones" a cargo de excelentes docentes ayudantes, que nos guiaban toda la mañana, luego de la clase de las 8, dictada por el Prof. titular o alguno de sus eminentes adjuntos.

También es  imprescindible decir que si la comisión de alumnos estaba formada por tantos estudiantes, como antes referí, el paciente era examinado era por cada uno, vale decir, su abdomen era revisado ocho o diez veces, así como sus pulmones, corazón, sistema nervioso etc. etc.

Durante ese año (1956) sufrimos en nuestro país una severa epidemia de poliomielitis, que entre las víctimas que cobró arrasó con la vida de uno de los hijos del Dr. Padilla. Estaba internado en el Hospital Muñiz, tal como corresponde, y el Prof. Padilla, miembro titular de la Academia de Medicina de Buenos Aires (máxima autoridad médica) con una no fingida humildad, solicitaba permiso para visitar a su querido hijo.

Luego cuando dictaba clase y tenía que mencionar por alguna circunstancia a la poliomielitis, que le había robado al hijo, la denominaba "esa perra enfermedad " y al mismo tiempo, al decir de Donizetti, una furtiva lágrima le nublaba la vista.

El tiempo, esa invisible trituradora, hace que hoy forme parte de esa población que prestaba el cuerpo para el estudio de los jóvenes aprendices de Asclepios (NdE: Dios de la Medicina en la mitología griega), cosa que sería una leal manera de devolver lo recibido en la época de las honestas y juveniles ambiciones.

En ese lejano día de marzo de 1956 habré comentado a mis padres el contenido de esa primera clase de Semiología, hoy el cúmulo de hojas arrancadas a innumerables almanaques, me hace reencontrar como fue tantas veces con su enorme contenido ético, humano y terapéutico.

Fui su alumno, pretendí ser su émulo y hacer mío también ese caudal de humildad, respeto, honestidad ya que no de sabiduría; dejo para el final el recuerdo de su salutífera sonrisa con que recibía al paciente con calidez, comprensión y la seguridad de lo que sabe y puede brindar.

(*)  Pediatra ya retirado que atendió chicos que fueron padres, como luego lo hizo con los hijos, con medio siglo de ejercicio en el Hospital Argerich, toda su vida en La Boca, poeta y escritor, el autor recuerda a su maestro Tiburcio Padilla, de habitual mención en sus amenas charlas. 


 

CÉSAR MILSTEIN Y TIBURCIO PADILLA

Por Leonardo Moledo (**)

Tiburcio Padilla. Recordemos este nombre de importancia en la historia de la ciencia argentina, de incidencia en la marcha de la medicina en general y el conocimiento de la naturaleza y el hombre. Tiburcio Padilla. Tiburcio Padilla. Tiburcio Padilla.

En el año 1963 (sic), en medio del fragor militar que derrocó a Arturo Frondizi (NdE: error, el Presidente fue derrocado a fines de marzo de 1962 por no querer anular las elecciones bonaerenses a gobernador que había ganado el peronismo con Andrés Framini como candidato),   José María Guido, presidente provisional del Senado, asumió de apuro la presidencia de la República.

La jura de los nuevos ministros se produjo de inmediato, y un tal Tiburcio Padilla se hizo cargo del Ministerio de Salud Pública.

Una de sus primeras decisiones fue intervenir el Instituto Malbrán, relevando del cargo a su director, Ignacio Pirosky, y nombrando en su lugar a un señor apellidado De la Barrera, que asumió en calidad de interventor interino y se tomó muy en serio las implicancias de su apellido.

A saber: de un plumazo borró a cuatro integrantes de la División de Biología Molecular del Malbrán, sin consultar a su jefe. Y resulta que el jefe de la División de Biología Molecular del Malbrán se llamaba César Milstein.

En el momento de las cesantías se estaba en la etapa crucial de un programa de estudios genéticos de enzimas y proteínas, todos muy avanzados para el contexto de entonces, incluso a nivel mundial, en una época en que la genética no tenía ni el volumen ni la importancia que tiene hoy: era 1963, y hacía escasamente diez años que Watson y Crick habían desentrañado la estructura de la doble hélice de ADN.

La medida del interventor constituyó una ofensa para Milstein, que esgrimió la autoridad ganada durante sus estudios en Cambridge. Pero De la Barrera tenía plenos poderes para lo que mejor le pareciera, y ni siquiera por simple cortesía dio explicaciones a nadie. De la Barrera. También es bueno recordar ese nombre.

El ánimo personal y profesional de todo el staff, como puede suponerse, no era el mejor.

La Asociación de Médicos Profesionales (AMP), que por entonces se formó al solo efecto de combatir tales decisiones, comenzó a hacer pública una posición dura frente a los despidos.

También mantuvo reuniones con científicos reconocidos, como Leloir (que no había obtenido aún su Premio Nobel), y se entrevistó con el propio ministro, Su Excelencia Tiburcio Padilla, intentando torcer las decisiones, y al no obtener respuestas decidió enviar cartas a los diarios dando cuenta de la situación que se estaba viviendo en el Malbrán.

Según contó más tarde Celia, la esposa de Milstein: “Alguien se la tenía jurada al director de nuestro instituto. La situación se hizo insostenible. Recuerdo que formamos una especie de sindicato para defender al director y eso molestó al gobierno. Pedimos el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y nos dijeron: ‘Ustedes quédense tranquilos, contra ustedes no tenemos nada, es sólo contra el director’. Pero era mentira. Despidieron al presidente y al secretario de esa especie de sindicato que habíamos formado”.

La atmósfera que reinaba en el Malbrán se completaba con la sensación generalizada de que allí se estaba desarrollando una campaña aviesa de persecución antisemita.

Por esos tiempos también se llegó a escuchar en los propios despachos oficiales que la biología molecular y la genética de microorganismos eran cosas extrañas emparentadas con el esoterismo, posición visionaria si las hay. El asunto es que los cesanteados fueron once, a los que hubo que sumar otros trece profesionales que presentaron sus renuncias en forma solidaria, entre ellos César Milstein y su esposa Celia Prilleintensky.

Veinte años más tarde, Pirosky recordaba que en una reunión celebrada en el Instituto se había pedido que los no cesanteados permanecieran en sus cargos.

Pero Milstein estaba harto de las gestiones, las estratagemas, la espera de respuestas que nunca llegaban, de las reuniones, de las cartas a los diarios... escribió su renuncia, y listo.

Aunque con matices diferentes, muchos otros científicos argentinos habían ya tenido sus Tiburcios Padillas y sus De la Barreras.

Luis Federico Leloir debió emigrar del país en 1943, luego de la disolución del Instituto de Fisiología dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Algo parecido le pasó a Bernardo Houssay, que después del golpe del ’43 estampó su firma en una carta colectiva mediante la cual se solicitaba el respeto irrestricto al espíritu de la Constitución Nacional de 1853 y enseguida fue alejado de los claustros universitarios.

Poco antes de haber redactado su renuncia, Milstein había enviado una carta a su colega y ex padrino en Cambridge, Frederick Sanger, en la que le decía que “estaba disponible”.

Cambridge reaccionó enseguida, y César y Celia hicieron las valijas, partieron hacia Gran Bretaña y en 1964 Milstein estaba nuevamente en el Medical Research Council de Cambridge, consiguiendo los primeros resultados en el camino de los anticuerpos monoclonales.

Dos décadas después, el 15 de octubre de 1984, la Academia Sueca anunciaba que había sido laureado con el Premio Nobel de Medicina.

Cuando Tiburcio Padilla murió, en sus exequias dijo de él Osvaldo Fustinoni, decano de la Facultad de Medicina: “Larga sería la enumeración de los actos de esta vida consagrada al bien público, a la pasión de enseñar, a la elevación moral de sus conciudadanos y al servicio de la Patria. Fue un sabio, fue un hombre bueno, fue un gran hombre”.

Mucho más se dijo de Milstein, cuando murió en 2002.

Del mismo modo que en la Ilíada los dioses griegos luchaban sobre las cabezas de los guerreros, sobre las nuestras, César Milstein y Tiburcio Padilla libran su batalla interminable. ¿Quién ganará, al final?

(**) Científico y periodista especializado en ese campo, Leonardo Moledo falleció el 9 de agosto de 2014. Tenia 67 años y estaba considerado el primero, en todo sentido, como divulgador de temas de interés público vinculados con la ciencia.

Volanta y título: A 20 años del Nobel/ César Milstein y Tiburcio Padilla

Fuente: Página /12, 15/10/04

______________________________________________________________________________________________________________________

(1) TIBURCIO PADILLA, EL HIJO DEL GOBERNADOR, EL PADRE DEL MINISTRO

Semblanza del padre del cual había heredado también su nombre, igual al de su abuelo que había sido gobernador de Tucumán y diputado nacional entre 1874 y 1878. Su padre murió a los 29 años cuando él, nacido en 1893, tenía cuatro. Murió en 1963 cuando era ministro de Salud Pública del gobierno de José María Guido. Entre 1934 y 1938 había sido diputado nacional por el partido Conservador de Tucumán.   

Por Carlos Páez de la Torre H

Una figura destacada fue el doctor Tiburcio Padilla, hijo del gobernador de ese nombre y de doña Clemencia Frías, nacido en Tucumán en 1868. Graduado de médico como su padre, se casó con doña Cándida Victorica, y se radicó en Buenos Aires. Allí, además de cumplir una importante carrera profesional en el consultorio y en los hospitales, editó Lecciones de Medicina Legal y La Guía Médica, y fundó La Semana Médica, que llegó a ser la más destacada publicación de su tipo en el continente. También fundó, con el doctor Marco Avellaneda, el periódico Las Provincias Ilustradas, que logró una gran masa de lectores en aquella época.

Padilla murió prematuramente, el 21 de noviembre de 1897. Una carta inédita de Joaquín V. González al citado doctor Avellaneda, deploraba la partida de este “compañero y amigo entrañable”. González lo sentía “por lo bueno, por lo humilde, por lo animoso, y porque amaba a la patria con un amor ardiente, extraño ya al final del siglo”. En “Crónicas y estampas del pasado”, su comprovinciano y colega Gregorio Aráoz Alfaro le dedicó largos párrafos. Expresa que Padilla estaba dotado de “inteligencia clarísima y actividad incesante”. Tenía, dice, “el santo fuego del entusiasmo, que es fuente de actividades, de energía y de carácter. Apasionado por las causas que defendiera y por los ideales que abrigaba en su seno generoso, chocó más de una vez con la indiferencia de los unos y con las opiniones adversas de los otros”.

Su hijo, también llamado Tiburcio (1893/1963), fue un eminente cardiólogo y catedrático. Falleció mientras se desempeñaba como ministro de Salud Pública de la Nación.

Cintillo, título y bajada: Apenas ayer/ Un médico y periodista/  Breve y fructífera vida de Tiburcio Padilla

Fuente: www.lagaceta.com.ar, 8/12/14