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GÓMEZ APUNTO AL SUELO: MANSILLA, AL CORAZÓN

Pantaleón Gómez, valiente militar, escribano, inteligente y solidario en el ejercicio de la función pública, murió de un tiro al corazón en un duelo con Lucio V. Mansilla, también militar y de fama más conocida. Gómez había disparado al piso; Mansilla, no. Fue en 1880. Conmoción y dolor de Sarmiento.

Por Carlos A. Rezzónico (*)

La Comisión Directiva del Colegio Nacional de Escribanos, elegida para el período 1879/1880, quedó integrada de la siguiente manera: presidente, Pantaleón Gómez; vicepresidente, Pedro Medina; secretario, Nicanor Repetto; tesorero, José Martínez; vocales, Juan B. Cruz, José Fernández, Eulogio Almanza y Eduardo Munilla; vocales suplentes, Manuel J. Sanabria, Ramón Peralta, Natalio A. Ponce y Ramón E. Wright.

¿Quién era don Pantaleón Gómez?

Había nacido en 1833 en Buenos Aires, donde cursó sus estudios primarios y secundarios y obtuvo el título de escribano. Con motivo de la revolución del 11 de setiembre de 1852, que tuvo como consecuencia la separación de la provincia de Buenos Aires del resto de la Confederación, Gómez se incorporó al ejército como sargento primero y defendió a su ciudad natal del sitio que le puso el general Lagos (NdCA: Lagos respondía a órdenes de Justo José de Urquiza, vencedor de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros del 3 de febrero de ese año).  

Por su posterior intervención en las batallas de Cepeda y Pavón fue ascendido a capitán. Cuando la guerra contra el Paraguay, participó en las acciones de Yatay, Uruguayana, Curupaytí y en la sorpresa de Tuyutí del 3 de noviembre de 1867.

Terminadas las hostilidades y con el grado de mayor, Gómez volvió al ejercicio de la profesión.

Más tarde se batiría con bravura contra (Ricardo) López Jordán en Entre Ríos, en el combate de Santa Rosa. A su regreso fue ascendido a teniente coronel.

El 27 de diciembre de 1876, el presidente (Nicolás) Avellaneda lo nombró gobernador de los territorios nacionales del Chaco (1), cuando esa gobernación abarcaba también la actual provincia de Formosa y parte del territorio paraguayo, entre el brazo principal del Pilcomayo y el río Verde, y el asiento de las autoridades estaba en Villa Occidental, que después del fallo arbitral dictado por el presidente norteamericano en 1878 se llamó Villa Hayes.

A pesar de haber desempeñado el cargo menos de dos años, dejó huellas imborrables de su espíriritu progresista: creó escuelas primarias, organizó las fuerzas de gendarmería, intervino como mediador entre los partidos políticos en pugna en la provincia de Corrientes y realizó “otros actos de gobierno en los que ha dejado sentado sus relevantes condiciones morales de militar probo y patriota, inspirado en el progreso de la Nación ” (2) .

En setiembre de 1878, después de haber fracasado en su intento conciliador por la intensidad de las pasiones y odios de los políticos correntinos, emprende su regreso a Buenos Aires, quizás con el ánimo de renunciar. En el trayecto, por accidente, cae al agua y hubiera perecido ahogado de no mediar la valiente actitud de otro pasajero, Nicolás Minutti, que arrojándose al río lo salvó.

El 20 de octubre de 1878 se designó como su sucesor al coronel Lucio V. Mansilla.

Ya en su ciudad natal, ingresó como jefe de redacción al diario El Nacional , fundado por Vélez Sársfield poco después de Caseros, siendo a la sazón su director don Samuel Alberú.

* Tiempos de intolerancia

Eran tiempos de enardecidas, violentas luchas políticas. La exacerbación lleva algunas veces a los contrincantes a adoptar actitudes pueriles, impensables en ciertos personajes, como cuando Carlos Pellegrini y Ezequiel Paz se embisten en un corredor del teatro Colón, antes que cederse el paso (3).

En otras ocasiones, la discrepancia va subiendo de tono a través de artículos periodísticos y otros medios y se llega a veces a un final dramático, tal lo acontecido entre Pantaleón Gómez y Lucio V. Mansilla.

Las notas que el primero destina al segundo en El Nacional, respondiendo a una serie de artículos que éste había escrito en La Tribuna, son unas veces irónicas, otras veces acusadoras y, finalmente, provocativas.

Así, el 2 de enero de 1880, escribe:

Lucio, el extravagante Lucio de La Tribuna, parece que ha perdido la memoria y hasta las fechas del almanaque. En su artículo de ayer asegura que D. Juan Carlos (Gómez) escribía su artículo ‘Prado y Roca’ en día de inocentes, víspera de Noche Buena. Ramón, el honorable portero de esta imprenta, se reía de la cita de Lucio: ‘Vea usted señor, qué barbaridad dice esta gaceta ’, me dijo, ‘poner el día de los inocentes, que es el 28 de diciembre, en vísperas de la Noche Buena, que es el 24. Y fíese usted de periódicos’. Y es que Lucio está trastornado con los estímulos del Presidente por un lado […] De otro lado se encuentra con ciertas indirectas de la prensa, capaces de conmover a un filósofo; y así se explica que el pobre Lucio ande como bola sin manija, ni acierte con las fechas del almanaque. Su artículo de hoy es un bodrio que deja muy atrás la famosa olla española.

Pero el 5 de febrero, desde la primera plana de El Nacional, Gómez se despacha sin ambages:

A Lucio V. Mansilla. Es V. un desgraciado a quien no le queda ‘ni el miserable derecho de poder insultar’ a la gente decente. Ni sus iguales le abonan. Pero he visto con vergüenza que ayer reclama V. un poco de consideración para su título de gobernador del Chaco, es esa prodigalidad oficial –entiéndalo V. bien– la que me hace levantar la intención de sus dicterios de conventillo hasta la categoría de una injuria. Guarde silencio, sino por decoro propio, por observar los usos de la gente de honor en estos casos. Pantaleón Gómez.

* En el campo del honor

No sabemos si a raíz de esta publicación o de alguna de las otras que casi a diario le precedieron, el general Mansilla lo retó a duelo. A pesar de que el retador había sido su amigo y compañero de armas, Gómez aceptó el desafío.

A las primeras horas de la mañana del día sábado 7 de febrero de 1880, en la quinta del escribano Tulio Méndez, tuvo lugar el encuentro. Fueron padrinos de Mansilla los coroneles Uriburu y Godoy, y los de Gómez, los coroneles Meyer y Lagos.

Diez pasos fue la distancia convenida, tres veces descargaron sus armas los duelistas, tres veces Gómez disparó la suya en dirección al suelo, pero el tercer tiro del retador lo alcanzó en pleno pecho.

Dicen que ya en el suelo, antes de expirar, pudo ver que Mansilla, llorando, lo besaba en la frente, después de que Gómez exclamara: “Yo no mato a un hombre de talento”.

Sus restos fueron velados en Suipacha 481 (n.a.) y conducidos al Cementerio de La Recoleta; ciento cincuenta carruajes acompañaron el féretro.

Formaron parte del cortejo, diputados, jueces, escribanos, políticos, periodistas, comerciantes, hacendados, militares de alta graduación.

Allí estuvieron Domingo Faustino Sarmiento, Bernardo de Irigoyen, Juan Carlos Lagos, Emilio Civit, Domingo Urien, Adolfo Decoud, Hortensio Miguens, Luis V. Varela, Evaristo Noguera y muchos otros.

Sarmiento hizo uso de la palabra y, entre otras cosas, dijo:

¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven… ¡muerto! Lo ha muerto ese exceso de vida que rebulle en la juventud y brota por los poros, en palabras, en pasiones, en ideas, en sentimientos, en patriotismo prodigado sin mesura. Era Gómez el comienzo de una obra que tenía mucho de noble, de bueno y de generoso […] ¡Imitadlo, jóvenes!… Escasea la verdad en nuestro mercado político. ¡Ay! Hemos perdido un buen amigo y el país un atleta joven que ensayaba sus fuerzas […] Esta sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: No derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados, los sentimientos de honor, el patriotismo, la inteligencia. Tan nobles dotes os eran dadas, no para florecer al primer rayo del sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados. Los restos de Pantaleón Gómez quedan ahí, en nuestros corazones la memoria de su hidalguía y bellas prendas, pero en la superficie de la tierra, en esta Patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada, a causa de darse prisa sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir, aun fuera del campo de batalla, como bueno.

Efectivamente, la personalidad del fallecido, las circunstancias que rodearon el hecho y la situación económica precaria en que quedaba su numerosa familia, hicieron que su muerte fuera muy lamentada. Su esposa, doña María Molina, lo sobrevivió medio siglo; falleció a los 98 años, el 9 de mayo de 1930.

Siete días después del duelo, el 14 de febrero de 1880, el secretario de la Corte Suprema pidió al jefe de Policía se sirviera informar lo investigado, por configurar un hecho punible … pero ya en el diario La República del domingo 8, se había dado la siguiente noticia:

 “El coronel Mansilla se ha embarcado para el exterior. No sabemos a punto fijo a qué paraje se dirige. Es de suponerse que su ausencia dure algún tiempo".

El gobierno, por su parte, le encomendó la adquisición de armamentos en Europa, la misión de estudiar las posibilidades inmigratorias y la asistencia a la Conferencia Internacional del pasaje de Venus y al Congreso de electricistas, celebrado en París (4).

Regresó en 1882.

 (*) Trabajo elaborado para el Instituto de Investigaciones Históricas del Notariado.

Título: El escribano Pantaleón Gómez

Llamadas:

(1) Cutolo, Vicente Osvaldo, Nuevo diccionario biográfico argentino, tomo tercero, Editorial Elche, Buenos Aires, 1971, pág. 347.

(2) Meza, Manuel, Un gobernador olvidado de los territorios nacionales del Chaco. Boletín del Instituto de Historia Argentina Doctor Emilio Ravignani, Buenos Aires, 1969, números 20-21, pág. 180.

(3) Mayer, Jorge M., Alberdi y su tiempo, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1963, pág. 902.

(4) Cutolo, Vicente Osvaldo, Nuevo diccionario biográfico argentino, tomo cuarto, Editorial Elche, Buenos Aires, 1975, pág. 375.
 

Fuente: http://www.museonotarial.org.ar/