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LOS POBRES SIEMPRE ESTÁN DEL OTRO LADO

La frescura de este relato de un aspirante a intendente en campaña política, en la selva misionera un verano de fuego,  cuando era fundador y director de la única escuela de Campo Ramón, es una lección sobre la pobreza en nuestro interior que Buenos Aires  cree que es sólo una estadística.

Por Héctor Dalmau (*)

Así como en los relatos del incomparable Luis Landriscina  en los pueblos del interior la gente vive de un lado o del otro de las vías del tren, en la selva, cuyas vías se hacen a machete, también. Los más pobres siempre van del otro lado, del otro lado del arroyo, que siempre va barranca abajo.

Compleja la tarea de hacer campaña electoral en la selva como lo fue en aquel caluroso febrero de 1973, tan caluroso que la gente se derretía y dejaba a flor de piel lo que dice la leyenda: que en tales circunstancias –todos pasados por agua- las mentiras se transformaran en verdades y las verdades. en mentiras.

Pensando en ello, paré el auto a la sombra de un frondoso paraíso, y  bajamos con mi compañero Juan, candidato a concejal en primer lugar de la lista en la que me postulaba a intendente municipal de Campo Ramón, provincia de Misiones.

A pocos metros observé que se abría un pique, especie de túnel verde hecho a machete,, que serpenteando se perdía monte abajo, como sediento de aguas cristalinas y frescas.

Y por allí nos mandamos pisando fuerte y hablando casi a los gritos para que nos escuchasen las serpientes y huyeran para huir para nuestra propia suerte.

Llegados a la orilla, el ritual de sacarnos toda la ropa, imitando a Adán, ponerla sobre la cabeza y cruzar tratando de no pisar las piedras lisas, de ese fondo que veíamos mientras gozábamos de las aguas, que seguramente Dios copió del Edén.

Luego de recorrer unos trescientos metros en tierra, lo de siempre: un pequeño claro, un patio recién barrido por una escoba de ramas, algunos arbustos pequeños y el ranchito con paredes de palmeras (pindó ) partidas al medio, tan separadas que se podía ver la pobreza en el interior de la vivienda, el techo de chapas desteñidas de cartón, unos  tocos de algún tronco, dos gallinas que picoteaban en el duro patio y dos perros tirados es una sombrita mirándonos indolentemente, como si pensaran... Pa' que vamos a ladrar, si doña Cata”o tiene nada que le puedan robar.

Estábamos en la casa de la comadre, doña Catalina, llamada cariñosamente Cata.

En las zonas rurales, sean pampas, montañas o selvas, es muy común que el director de la escuela sea requerido para apadrinar a cuanto bebé naciera en leguas a la redonda.

Tras llamarla por su apodo, apareció la susodicha mate y pava con agua fría en mano,  con una sonrisa, de oreja a oreja, y su larga cabellera transformada en una especie de cola de caballo, que sobrepasaba el fin de su columna vertebral, quien nos saluda, ofreciéndonos asiento en esos restos de algún árbol.

El mate, en la ocasión tereré con agua del mismo arroyo, es el primer vínculo entre quien recibe y los visitantes, en especial cuando uno -como en aquella ocasión nosotros- anda de campaña política porque no es fácil encarar una conversación con alguien a quien en años uno no visitó. Y ahora mansitos y con la cola entre las piernas, nos aparecemos a pedirle el voto.

Sobre todo para los peronistas  proscritos durante dieciocho años sin contacto con los vecinos para ese tipo de encuentros.

Sentados los tres, disputándonos inconscientemente los pedacitos de sombra, comenzó la charla sobre las elecciones, las candidaturas, Perón, Evita, la Justicia Social y la gran intendencia que íbamos a realizar con Juan y otros, discurso que transcurría ante la mirada serenamente inexpresiva de la anfitriona.

Hasta que uno comienza a flaquear ante al parecer nuestro limitado poder de convencimiento de tanto remolinear en la parte grande de ese embudo, por lo que me zambullí tratando de dar la estocada final con la pregunta estereotipada:

- ¿ Si Ud., me vota, en qué la podría ayudar siendo yo intendente?.

- En todo-, respondió terminante.

- ¿ Qué es todo?

- ¡Y todo es todo!, replicó.

Para ser más explícita, se paró y haciendo una seña para que la sigamos, con su mano sin tereré, entró a su ranchito, y nos dijo:

- ¿Ven? Esto es mi todo.

La miramos y antes de decir algo, volvió a la carga doña Cata.

 - No puedo seguir viviendo en este rancho, que seguro en una tormenta se me va a caer encima y me mata.

Mirando a Juan, que ya había sacado del bolsillo de atrás del pantalón, y trataba de enderezarlo, su cuadernito de seis hojas y tapas blandas, y con una Bic amarilla se aprestaba a anotar los pedidos,  le digo:

- Anotá Juan: una casita para la compañera Cata.

Sin dejarme pensar y mientras se sentaba sobre un aplastado colchón y bolsas de todo tipo, todo encima de un montón de tablas de todas las medidas, clavadas en tres troncos cruzados que hacían las veces de patas de esa especie de cama, me dice:

- Si me hacen la casita, no puedo seguir durmiendo en ésto.

- Anotá Juan, anotá… una cama, colchón, sábanas, y frazadas para la comadre.

Aquí recuerdo que yo no sé si me hice la idea o era real, pero en sus ojos vi, o creí ve,r que me estaba gastando, pero le seguí el juego.

¡No tenía otra, ya que esa pobre mujer era un poco la  capanga de más de veinte familiares, que votaban, diseminados en los cuatrocientos cuatro kilómetros cuadrados, de ese municipio, extensión que duplica a la ciudad de Buenos Aires. Familiares que, a su vez, podrían convencer a muchos vecinos no parientes.

Y ya que estábamos regalados, la  futura votante pidió una cocina.

 - Juan, una cocina-, repetí.

- Una mesa y cuatro sillas-, agregó.

- Anotá Juan…anotá...

 - Un farol a kerosene Pedro Más ( omo lo llamaban en la zona a los  Petromax ) y Juan siguió anotando, ya sin que se lo indique, hasta que en ell momento de despedirnos se me ocurrió preguntarle:

- ¿ Y el compadre, comadre?.

 - Se me fue don Chiquito.

- ¡¿No me diga que murió?!

- No, se me fue con una “guaynona” (1).

- Juan, anotá: un compadre para la comadre.

Ese histórico 11 de marzo de 1973, también histórico para nosotros, ganó el peronismo la presidencia de la Nación (Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima) y nosotros ganamos en Campo Ramón.

Y cumplimos las promesas hechas en campaña, que es lo que corresponde a todo candidato, si es una persona de bien.

Bueno, casi todas porque... mejor cama segura que compadre en oferta.

(*) Dalmau fue intendente de Campo Ramón, luego presidente del bloque peronista de la Cámara de Diputados de la provincia de Misiones y dos veces diputado nacional, entre otros cargos.

(1) Mujer todavía joven.