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TAQUÍGRAFOS

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  • Categoría de nivel principal o raíz: La vida en el Palacio
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RETRATO EN LOS SETENTA

Lectura para pasear con  la autora, taquígrafa entonces,  por el Senado de la Nación, en un tramo de la historia que envuelve hoy el interés de jóvenes periodistas y que está identificado como los setenta, contado aquí desde los días de sol, antes de las siniestras sombras que se cernían. Todo, con detalles que acrecientan el interés de este viaje hacia aquellos días, que cargan con su propia historia que aquí también está presente.

Por Silvia Bravo (*)

En 1973 hubo cambios en la República Argentina. Con sol radiante, el 11 de marzo se hicieron las elecciones generales después de los casi siete años de Onganía, Levingston y Lanusse. Por primera vez pudieron votar varones y mujeres que cumplían veinticinco años. En el Congreso de la Nación volvió la actividad, con las sesiones, las reuniones de comisión y las mil tareas parlamentarias y administrativas imprescindibles para el pleno funcionamiento institucional. En el sector del Palacio correspondiente al Senado fue necesario rediseñar espacios destinados a despachos y también bancas en el recinto, todo ello para albergar a mayor número de legisladores -tres por distrito: dos por la mayoría y uno por la minoría.

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TAL VEZ FUE ASÍ

No por taquígrafa la firmante de esta pintura describe una jornada de trabajo de 1973, un tiempo quizás lejano, sino por su sensibilidad, casi tanta como su memoria. Juntos y separados, igual que en el presente, los taquígrafos corren todas las veces para los documentos y los periodistas, algunas, para sus títulos. Aquí, en el Senado, atraviesa la escena Marcos Diskin que corre por las suyas hacia algún lado. El bello título de esta evocación también le pertenece a la autora.

Por Silvia Bravo

Sólo luz artificial en la oficina de taquígrafos del Senado de la Nación y en la sala contigua, la de periodistas; la boiserie y el olor siempre agradable de la madera, y el timbre, que por suerte dejó de sonar después de martirizar tímpanos durante horas. Sólo los taquígrafos, que ven a los periodistas siempre de espaldas, por la ubicación de las máquinas de escribir de éstos, o de perfil cuando hablan con el colega de al lado; las taquígrafas, todas nuevitas y todas con largo de falda debajo de la rodilla –nada de pantalones o minifalda, por lo menos para las sesiones, por indicación de la secretaria administrativa de la Cámara- y las previsibles bromas de los periodistas: “chicas, ¿de qué colegio de monjas son?”.

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EL OFICIO DE LO SIGNOS RAROS

Los taquígrafos hablan en esta nota con sus propias voces y no con los signos extraños de sus veloces lápices Faber ni con la maquinitas que los imitan y que ellos manejan con velocidad de un rayo. Comparan tiempos y aseguran que, ahora, los textos son más fieles a las vulgaridades que suelen emplearse en los debates. "Hay una decadencia generalizada", asegura uno de ellos. Los primeros llegaron a ambas Cámaras en 1878, gobierno de Nicolás Avellaneda.

Por Clarín

Las manos se mueven rápido y sostienen con firmeza el lápiz, trazando sobre el papel garabatos que para otros carecen de significado. Suelen pasar inadvertidos en la vorágine de los debates parlamentarios, pero siempre están allí, atentos a cada palabra. Lejos de ser una especie en extinción, los taquígrafos constituyen una pieza clave de la actividad legislativa. "Somos bichos raros", reconoce Alberto Barcia (66), director del área en la Legislatura porteña (ex Concejo Deliberante), donde trabaja desde 1958. Los taquígrafos registran todas las sesiones y aquellas reuniones de comisión que lo solicitan. Trabajan generalmente en parejas. Cumplen turnos de sólo cinco minutos, son reemplazados y salen a "traducir" lo que anotaron.

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