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DE 1853 A 2016

Una mirada hacia el primer contrato federal destinado a imponer reglas de cumplimiento colectivo puede ayudar también a vislumbrar todo el camino que falta para que se cumplan los sueños de los dioses del Bicentenario. "Gobernar es poblar", decía Juan B. Alberdi. Rápido paseo por las referencias de la Constitución y sus reformas.  Las letras, las intenciones, los fracasos.

Por Armando Vidal

La Constitución nacional aprobada en 1853 fue la culminación transitoria de profundos desencuentros. Fue la puerta abierta a un mundo en el que la Argentina a la hora del Bicentenario estaba lejos de ingresar todavía.

 “Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha sucedido en los Estados Unidos”, escribía el pensador Juan Bautista Alberdi, en Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, el libro que fue la guía de aquella obra sancionada en Santa Fe el 1º de mayo. Una obra, completada con una modificación imprescindible (1860) y dos circunstanciales (1866, producto de la absurda guerra contra el Paraguay en la que involucró a la Argentina el presidente Bartolomé Mitre y 1898, destinada a adecuar el número de los diputados con relación a la población).

El siglo XX acercaría otros tres convocatorias para otros tantos cambios al texto original.

La primera, considerada en buena medida otra Constitución, fue la que en 1949 promovió Juan Domingo Perón en su primer mandato, que le abriría paso a un segundo de trágico final en 1955.

Se realizó en la propia Cámara de Diputados de la Nación e incluyó la reelección del jefe de Estado, tema que no estaba previsto en el proyecto original. Fue anulada el 27 de abril de 1956 por un bando del régimen de la Revolución Libertadora, que sería avalado en la segunda convocatoria a una reforma que se realizó al año siguiente en Santa Fe sin la participación de la principal fuerza política del país como demostrarían los propios comicios realizados al efecto en los que los votos en blanco fueron mayores que el resto.

La tercera reforma sería la de 1994 que respondió a la exclusiva vocación de poder de un presidente que gobernaría diez años y que tras su paso dejaría un país en llamas, con la participación en su convocatoria del líder del partido opositor, la Unión Cívica Radical, el ex presidente Raúl Alfonsín.

No fueron los extranjeros que Alberdi quiso en su momento pensando en los ingleses que mucho antes se habían ido de sus islas de carbón a tierras desconocidas que tardarían en recorrer en el norte de América.

Aquí llegaron, en cambio mucho después, millones de italianos, españoles y polacos, entre otras comunidades ávidas de paz, pan y trabajo.

No fueron ellos, los inmigrantes, la razón del desconcierto; no lo fueron los gauchos sin tierra, ni los pueblos aborígenes desquiciados, ni los obreros apaleados y muertos, ni los estudiantes con sueños, ni los miles y miles de desaparecidos en una sola generación.

El fracaso fue el fracaso de una elite del poder –civiles y militares- que gobernó a espaldas de la Nación en su conjunto, incluyendo la vanguardia de toda acción cívica que es la prensa.

El diario La Nación , fundado por Mitre a poco del final de aquella guerra sin honores, es testigo aunque no declare.

El siglo XX terminó con sangre en la Argentina, siempre dispuesta a derramarla. El siglo nuevo arrancó con pesadas sombras que dilataban el amanecer.

El Bicentenario, tras una primera década de improvisaciones y emergencias, llegaba con su propio bagaje de sueños porque podía abrir el camino como en 1810 y 1910 ambos períodos culminados seis años después.

El cometido de sumar esfuerzos hacia un mismo objetivo consensuado y compartido debía surgir de gobernantes sin riqueza moral, de un pueblo empobrecido en la calle y de una prensa interesada sólo en sus negocios.

¿Cómo asumir entonces la dimensión de esos sueños ? ¿Cómo sacudir el destino para corresponder la dimensión de tantas luchas a lo largo de estos dos siglos?

Lo único que estaba claro es que se presentaba una oportunidad generada por la misma obstinación de ser y que sólo reclamaba pensar en grande como dijo al final de su vida un ex presidente, el político más importante del siglo XX, a modo de conclusión también de sus propios errores.

¿Podría la Argentina de hoy alcanzar hasta el 2016 el equivalente a lo logrado en 1810 y 1910? Belgrano, San Martín, Azurduy, Sáenz Peña e Yrigoyen, los dioses del Bicentenario, venían en su auxilio.