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H20, PALABRA IGNORADA
El ex diputado nacional y ex subsecretario de Medio Ambiente, denunciante en su momento de María Julia Alsogaray, explica las razones de la profunda sequía que castiga al río Paraná -y a toda la Mesopotamia-, hace una propuesta y marca una diferencia con la proclama del Grupo 25 de mayo porque no habla del agua.
Por Héctor H. Dalmau
Gran convulsión agita al espectro político, financiero y económico por la incertidumbre que generan los intereses entrecruzados en torno del río Paraná. No es para menos: la subcuenca de este pariente del mar es la más importante de la Cuenca del Río de la Plata, la segunda cuenca hidrográfica de América del Sur y la quinta del mundo.
Y, a eso, las actividades que en ella se desarrollan por su condición de ser además el espacio continental natural autárquico más rico del Planeta.
Hay más todavía, dato obvio pero no para los porteños y, en particular, para a la generación que está en el gobierno que nació, se educó, vivió y vive de espaldas al río: el Paraná es el colector de los caudales más importantes para el Río de la Plata, al que forma junto con el río Uruguay.
Pero a la vez tiene una condición muy especial que favorece a la República Argentina que casi nadie, y muchos menos desde el poder, pone en su justo valor. Y me refiero a que el Paraná, luego de recibir y trasladar sus aguas, con sus propios colectores (afluentes y/o tributarios) , ya transformado en un manso curso de llanura, muere en territorio argentino.
Con lo que nuestro país, si sus gobernantes lo entendieran, pasaría de ser un país hidro dependiente por su condición de aguas abajo a una poderosa nación con aguas finales. Aguas que provienen del Paraná y del río Uruguay, compartido a lo largo de la República Oriental y en su desembocadura, y cuyo manejo también debe ser compartido.
(Nota del editor: para seguir la explicación de lo que dice el ex diputado Dalmau ampliemos su reflexión con lo dichoen la nota de su autoría Agua dulce para un sueño (alusión al sueño de Artigas), nota que invitamos a leer, que dice:
"Y la única manera de asegurar la sustentabilidad del Río de la Plata es construyendo una represa que una el oeste montevideano con la provincia de Buenos Aires. No sólo generaría el freno de las aguas y produciría energía, sino que, además de ser un vehículo de comunicación, al asumir la obra ambos estados quedaría afuera todo manejo foráneo.
De este modo, se transformaría un aciago futuro en una realidad inmediata de trabajo y de enormes perspectivas porque haría navegables todos los cursos fluviales desde Jujuy hasta el Río Negro, conectando a éste con el sistema Vinchina, Desaguadero y Colorado. Y cuando digo todos los cursos digo todos").
Podríamos contar con una puerta de entrada y de salida de la Cuenca del Plata, que integran Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y la Argentina, o sea 3.170.000 kilómetros cuadrados en total, con el mayor aprovechamiento por nuestro país por la extensión de su territorio hacia el confín patagónico.
Por donde suben y bajan buques y embarcaciones de todos los tipos y tamaños que alguna vez podrán entrar y salir por el Paraná Guazú y/o el Paraná de las Palmas, podrán ir y venir hacia y desde el Orinoco (colombo/venezolano) con las conexiones con Perú, Ecuador y Colombia, que les otorga el Amazonas, tal como está planificado desde el siglo XIX.
Hoy estamos en discusiones sobre peajes, balizas, arenas, canales, dragas, funcionarios, contrabando y narcotráfico sin pensar en el agua, ni siquiera cuando no hay para navegar y en muchas regiones ni para tomar.
* La sed del futuro
Nuestros ríos se forman en el centro de América del Sur, que es como un abanico achatado y que, hasta hace muy poco, estaba cubierto de árboles. Y que para salir de él por el este, oeste y norte debe trepar montañas muy altas, que no dejan entrar los vientos de los mares (Pacífico-Caribe y Atlántico). Vientos que no pueden entrar para descargar sus aguas en las costas muy lejos del nacimiento de nuestros ríos, que hasta también hace poco se las arreglaban muy bien con la exudación de las selvas para mantener el ciclo de las aguas, que formaban sus propias nubes y lluvias, que a veces duraban un mes, paraban tres días y volvían.
De allí que las selvas en esa región amazónica–platina, crecían y se autoabastecían de agua, que le sobraba para inundarnos, como en aquellas Corrientes del Niño que al parecer ya no existen puesto que desde 1998 no aparecen.
Era un fenómeno recurrente cada nueve, diez y hasta trece años, tiempo que se tomaban las corrientes cálidas del Océano Pacífico, que corren desde las costas sudamericanas hasta la Polinesia, pero que pegaban la vuelta y traían la humedad que lhabían llevadolevaban para allá y las traían para acá, con más las que encontraban en su camino de vuelta. Un montonazo de humedades pasaba por arriba de los Andes y se topaban con el sudor de nuestra selvas. Y generaban las inundaciones del Niño.
En los cincuenta, geopolíticos brasileños comenzaron a pensar en otra misión par la selva y con el tiempo llegaron las plantaciones de soja, crianzas de vacas, búsqueda de oro y explotaciones de minas a cielo abierto, lo cual reclama agua, además de energía, razón de la construcción de represas, incluso para navegar. Y mataron a los árboles y desaparecieron selvas y bosques, razones que explican, la desaparición también del Niño.
Y el agua comenzó a ser una mera materia comercial, negocio de naturaleza yanqui, que cotiza en la bolsa de Nueva York y de la cual en la Argentina no se habla.
Nadie habla del agua ni siquiera en una proclama sobre el río Paraná.