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SÁBAT ELIGIÓ A EICHELBAUM

El editor, que no pudo escribir nada sobre la muerte del fenomenal Sábat, lo hace aquí para reparar un olvido de Clarín y  de Horacio Verbitsky:  recordar el libro de dibujos de cuarenta años de Menchi "La casa sigue en orden". Fue su arte pero para la letra eligió a Carlos Eichelbaum para que la escribiera.

 Por Armando Vidal

De toda la redacción, de todas las redacciones, Hermenegildo Menchi Sabat eligió un periodista para que escribiera la historia que habían inspirado sus dibujos en un camino sin palabras de cuarenta años, en distintos medios y, obvio, en Clarín. Ese periodista es Carlos Eichelbaum.

Nadie en el mundo periodístico ignora quién es Carlos Eichelbaum, el hijo de Eduardo Mondy Eichelbaum, periodista y poeta; el nieto de Samuel Eichelbaum, periodista y escritor . Tipo duro este Eichelbaum, tipo solidario y tierno este Eichelbaum.

Callado como un tigre al acecho, Carlos Eichelbaum es hombre de pocas pulgas. Poco aguante para las prepoteadas, tuvo –tiene- célebres entreveros y, por lo general, con paisanos de la misma vereda porque para los del frente, nada, ni justicia, sería un honor para el que se atreva.

Peleas en los pasillos en el Parlamento que preanunciaron el relumbrar de los cuchillos. Un guapo de los 70  Hay que tener en cuenta - y que las mujeres no se enojen-, que el Congreso es un lugar que sigue siendo de hombres, relación cara a cara, y que hay que bancarse lo que se venga porque el que escribe - minga de torre de marfil - está allí, al alcance del despellejado.

A modo de contundente ilustración de lo que es no poder contener la indignación, tratándose de un periodista, preparado para hacerlo, vaya este ejemplo.

Pasó en medio de la explosión del 2001 cuando el entonces jefe de la Policía Federal, Rubén Santos, creyó que podía asistir sin sobresaltos luciendo su uniforme de gala a la asamblea legislativa en la que juraba Adolfo Rodriguez Saá, tras la brutal represión del 20 y 21 de diciembre (siete muertos en Plaza de Mayo e inmediaciones y casi cuarenta en todo el país).

Santos supo de entrada que se equivocaba cuando traspuso la puerta camino al palco inferior y alguien desde el palco inmediato de arriba, el de los periodistas, alguien quien al verlo saltó desde su silla como un resorte y clavándole los ojos le gritó: “!Fuera asesino, fuera asesino”, de lo que terminaría haciéndose eco todo el recinto. Una voz, un coro.

Con buen tino, el policía giró sus talones y se fue. Huelga decir quién fue el que inspiró la dura despedida. En contraste, a su lado, otro periodista tomaba nota porque no sabía qué hacer. No cualquiera es Carlitos. 

Y en la redacción guay de que algún jefe  lo encarara mal a Carlos porque por las buenas daba todo. Eso sí: todo lo que él quería dar, que siempre fue mucho. De eso, por supuesto, se trataba: de dar lo que uno sabía, incluyendo el contexto y la interpretación de los hechos. Así fue siempre para él y periodistas de épocas no tan lejanas.

Ahora es distinto: el periodista escribe lo que quiere leer el dueño de los multimedios hegemónicos y, de paso, se gana un lugar en la televisión.

Carlos Eichelbaum fue ese gran periodista que trabajó muchos años en Clarín al que un día Sábat le contó su idea que él, tratándose de Sábat, aceptó. Un libro un poco al estilo de Crónica del humor político en Argentina, de Jorge Palacio (Faruk), el hijo de Lino Palacios, editado por Sudamericana, en 1993, con la contribución de grandes conocedores como Antonio Carrizo, Carlos Floria, Hugo Gambini, Miguel Ángel Scenna y del político e historiador Víctor García Costa, además del propio Sábat, uno de cuyos dibujos ilustra la tapa.

Hermenegildo Menchi Sábat, un genio feliz de cara seria, fue una gran persona. Siempre supo dónde estaba y con quiénes estaba, de allí la elección de Carlos Eichelbaum para el cometido.

Así nació La casa sigue en orden, un libro portentoso editado en 1999 por Aguilar, de casi quinientas páginas, con 474 dibujos (en muy pocos casos, un mismo dibujo emplea las dos páginas, al estilo de las falsas dobles en los diarios), distribuidos por décadas desde los años sesenta al final del siglo pasado.

Todos ellos tienen como sostén los títulos y textos de Carlos.

Sábat es el dibujo mudo que habla sólo por sus trazos. Por ejemplo Fidel Castro, todo verde, saludando a Gardel en celeste y blanco, que lo mira serio, es el dibujo de tapa; Lanusse, cara a cara con una gallina; Frondizi y Perón, cuyos pies caminan en dirección contraria; Alfonsín, dispuesto a comer un sapo al plato,y un Menem pequeño sentado en un enorme sillón presidencial, son apenas una parte del gran muestrario.

Abajo, como tramo de un relato ordenado y a tono con el dibujo, el texto continuado de Carlos, con su título.

Veamos dos muestras, la primera y última del libro, con sus respectivos dibujos de Sábat y textos de Eichelbaum.

Arriba, primer dibujo de la serie (Pag.12): Fidel Castro, con uniforme en un discurso con la boca abierta y las manos con los pulgares hacia arriba.

Abajo, título: Castro, la señal de los ’60

Texto:

Con el liderazgo de Fidel Castro, con su inicial sego juvenil y romántico, por entonces sin grandes precisiones ideológicas, y con la figura de Ernesto “Che” Guevara, la fuerza guerrillera que el 1| de enero de 1959 había derrocado al régimen de Fulgencio Batgista en Cuba fue un símbolo premonitorio de las profundas transformaciones culturales y políticas que se producirían en el mundo durante la década del ’60. Ya en el primer año de la década, la Revolució0n cubana asumió su carácter socialista y se convirtió en un modelo de insurgencia latinoamericana, cuestionadora del poder asumido por los Estados Unidos en el orden de la posguerra. Ese mismo año, el 19 de octubre, los Estados Unidos decretaron un embargo comercial contra la isla. La revolución, el liderazgo de Fidel y el embargo todavía persisten.

Último dibujo del libro (Pags. 486/7): Duhalde, con lentes oscuros y bastón blanco, acompañado por Menem, que mira hacia arriba, con el esqueleto a cuesta de la silla de la reelección.

Abajo, título: Una interna eterna

Texto:

El más inmediato de los efectos del triunfo de De la Sota en Córdoba fue el salto hacia adelante en la feroz interna desatada en el PJ entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Como hasta julio de 1998, el Presidente pareció poner al gobernador y a su proyecto presidencial, que incluye el liderazgo excluyente del peronismo, contra las cuerdas. Con el aval de la mayor parte de los caciques territoriales partidarios, Menem dio incluso la sensación de que otra vez conseguía tomar la iniciativa hasta el punto de forzar los pasos políticos de su rival interno. Lo que el Presidente no logró modificar es la persistente demostración de la falta de consenso de su figura y de sus políticas, una y otra vez graficada por las encuestas, Es lo que le permitió a Duhalde, al borde del abismo, responder con un contragolpe la acusación pública de que Menem y sus hombres juegan a la derrota del peronismo en las elecciones presidenciales. La suerte política del ’99 será, en gran medida, la de la guerra entre Menem y Duhalde.

El libro se terminó de imprimir en abril de 1999. Las elecciones fueron el 24 de octubre y ganó el candidato de la Alianza, el radical Fernando de la Rúa.

El libro incluye un prólogo de Félix Luna, el historiador fundador de Todo es Historia, autor de numerosos libros, periodista muchos años de Clarín y conductor del recordado suplemento Cultura y Nación (título claramente frigerista).

Uno de sus párrafos de Luna fue mencionado en estos días pero desprendido del libro. Es el que señala: “Dan ganas de decir: “Tiren todos los libros y limítense a mirar y entender los dibujos de Sábat. Allí está todo…”.

Sí, todo para Félix Luna pero no para Sábat, motivo por el cual llamó a Carlos Eichelbaum.

A Sábat, seguramente, le hubiera gustado que esta obra, La casa sigue en orden, hubiera sido mencionada en las notas que le rindieron homenaje, incluyendo un merecido suplemento, todo publicado en Clarín ante la irreparable pérdida del generoso Menchi. Primer gran olvido.

Uno de los más agradecidos es quien escribe estas líneas porque además de otras muestras de cariño, Sábat fue durante muchos años el maestro de su hijo, transformado así en un gran dibujante y, pese a ello y retratos que le debe, el ahora editor de esta página olvidó la existencia del libro hasta que un día tropezó con su lomo en una de sus desordenadas bibliotecas, disfrutó de nuevo de las cálidas dedicatorias de Carlos y de Sábat a Mariano Vidal. Y supo, por fin, qué escribir acerca de tan colosal personaje.

Tampoco lo mencionó Horacio Verbitsky en su estupenda nota  en El Cohete a la Luna y elegida por este editor para reproducirla como lo mejor que leyó sobre Sábat, reproducida en la tapa anterior de Congreso Abierto.

Oividos, injustos olvidos que Menchi, seguramente, comprende, ríe y perdona.