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COBOS JUEGA A GANAR

Especie de retrato del preámbulo y momento crucial en el que Julio César Cleto Cobos, radical, ex gobernador de Mendoza echado de su partido por haber sido en el 2007 parte de una alianza con Néstor Kirchner que lo llevaría a ser vicepresidente de la Nación y titular nato del Senado, vota en contra del proyecto de las retenciones móviles de Cristina Kirchner. En vivo y en directo, un espectáculo sin igual de quien juega para ganar. Eran las 4.25 del 17 de julio de 2008.

Por Armando Vidal

Julio César Cleto Cobos se cruzó con un periodista en un fugaz tránsito por el pasillo del primer piso del Senado y se escabulló de inmediato esa noche del 18 de julio de 2008, lejos todavía de la madrugada inolvidable.

¿ A dónde iba? ¿ A quién buscaba? Solo fue eso: un destello, casi un fantasma. Unas horas después de esa incursión, más cerca de la hora crucial, pasó por el mismo lugar Miguel Pichetto, jefe de la bancada oficialista; que en lugar del fugitivo de la vieja serie norteamericana, parecía el rabioso policía que lo perseguía pero sólo por el enojo

 - Esto se define ahora, salga lo que salga dijo antes, incluso, de que se le formulara la pregunta.

 - ¿ A riesgo de perder ?

- Salga lo que salga-, repitió dramático.

La indicación de obrar por el todo o nada, según trascendería después, había provenido del propio Néstor Kirchner, cuyas únicas lides parlamentarias en su vida habían sido hasta ese momento las de su mujer. Rechazaba así hasta la posibilidad de la dilatación, a la que toda fuerza oficialista puede apelar, tomando en cuenta el peso que tiene la capacidad de persuasión de un gobierno.

Pero ni Kirchner con su fundamentalismo, ni Pichetto con su vocación de obediencia ciega, ni las horas invertidas en el interminable debate de Diputados, ni tampoco el del Senado, ni las largas tenidas en comisión en una y otra Cámara, ni todo ello sumado, pudo más que el pasaje expectante y fatal para el Gobierno, representado por el papel de Judas que se reservaba Cobos, según Pichetto.

Verlo todo en detalle, desde el palco de los periodistas –que a diferencia de Diputados posibilita mirar de frente a quien conduce el debate- fue una experiencia para testigos privilegiados. Hasta que Cobos no dijera cuál iba a ser su voto nadie estaba demasiado seguro de lo que iba a hacer, ni tampoco en medio de su exposición que iría suavemente in crescendo hacia su voto no positivo.

No fue teatro la intervención previa del senador Ernesto Sánz, también mendocino y no precisamente un amigo de Cobos, cuando desde su banca reclamaba la presencia del titular de la Cámara que en ese momento se hacía rogar, entre nervios y miedos, refugiado en su despacho con todos los senadores en sus bancas.

Finalmente apareció tras correr la pesada cortina y deslizarse hacia su lugar.

El resultado estaba cantado: eran 36 votos por bando, lo cual se confirmaría con sendas votaciones presididas por Cobos, quien así, finalmente, tuvo que decidir.

Rostro, ademanes, miradas y balbuceos, estaban puestos a tono con una sensación de malestar interior por las circunstancias que lo obligaban a desempatar. La concentración de público en esa escena trascendió la sesión del Congreso.

Miles y miles de personas frente al televisor quedaron atrapadas ante el suspenso que generaba ese rostro desconocido de rasgos de no tan fácil dibujo transformado en un actor como sus comprovincianos de Pan y Teatro, el restaurante al que ya había ido más de una vez con su amigo y asesor Raúl Baglini.  especializado en comidas cuyanas y pegado a la siempre recordada vieja cancha de San Lorenzo.

Su voto elaborado y explicado más de la cuenta pero decisivo como una guillotina una vez formulado terminó con un largo silencio que ganó la calle, apagó los televisores y abrió otra historia.

 - ¿Dónde vamos?- me preguntó Alberto Dearriba, que siempre está, amigo y compañero de tantas jornadas, el periodista que había presidido la agencia Télam y a quien su sucesor, Martín Granovsky, había condenado sin explicación ni derecho de defensa. a la peor condena: no escribir. En el gobierno por el que se había jugado lo tenían maniatado y confinado en el Congreso. Alberto sufría en silencio esa acción perversa e indigna. Por eso, porque estaba solo, porque no podía escribir y porque, pese a ello, no quería perderse detalle de la obra es que estuvimos juntos.

Al rato, los dos, solos, caminando hacia el oeste por la Av. Rivadavia ya que hacia el lado contrario no había nada abierto, hallamos un bingo al que jamás hubiéramos entrado y menos cerca del amanecer si no fuera por necesidad de comer y tomar algo. Apenas un par de gaseosas, otra cosa no había, salvo seguir con la charla en una mesa grande sin compañía, mientras, más bien lejos, la poca gente que quedaba seguía atenta la monótona lectura de números.

En eso estábamos cuando una señora, terminado uno de los juegos, se levantó, caminó hacia Alberto y le susurró algo al oído.

 - ¿Qué te dijo? -, inquerí extrañado.

- Que aquí se viene a jugar, no a conversar.

Claro, dedujimos, al bingo se va a jugar con la ilusión de ganar.

Como Cobos, en el Senado.