A+ A A-

...¡Y SE CAZÓ A UN FANTASMA!

Aquí se cuenta el descubrimiento del intruso y también su confesión ante el periodista que presintió desde el principio que, por primera vez en la historia parlamentaria, iba a cazar un fantasma de carne y hueso. Dato clave de un joven e inquieto colega, Diego Mandelman,  razón de la carrera para atraparlo. 

Por Armando Vidal

Alberto Pierri puso rápidamente a votación la sanción venida del Senado, que se resolvió a favor con el alzamiento de manos (entonces no había votaciones nominales obligatorias). En ese momento, el bloque radical estaba reunido para determinar qué actitud asumir ya que la sesión venia de un cuarto intermedio del día anterior por un alboroto generado por el virtual cierre del debate impuesto por el menemismo. Eso pasó la noche del miércoles pero el clima caliente se acrecentaría a la tarde siguiente. 

Al extremo de terminar todo en una explosión política. 

Algo se avecinaba, quizás semejante a la sesión de ampliación de miembros de la Corte Suprema, votada en la madrugada del 5 de abril de 1990, antecedente inmediato, según tenía en mente el periodista parlamentario más veterano después de Marcos Diskin.

Por eso estaba allí, en ese momento, para ver la votación una vez reunido el quórum sin la colaboración de la bancada radical cuando pasadas las 16 y 30, llegó al palco de Clarín un joven colega, Diego Mandelman, quien miró el recinto y le dijo:

- ¿Vos lo conoces a ese?

- ¿Al de la punta? - No, no lo conozco.

- Ese no es diputado.

- ¿Estás seguro?

- Si es el que yo conozco, no es diputado, seguro.

Son periodistas, Están ubicados en el primer palco. Uno trabaja en ese momento en una radio de Córdoba, es joven y presume de informado. El otro lleva en el diario mucho más de lo que su compañero tiene en este mundo y si de algo presume es de valorar la historia (…).

- ¿Ése? ¿El que está en la punta?

- Sí, sí, ése mismo, yo lo veo siempre por el despacho de Samid.

Desde el palco, los gestos premeditados de ambos llamaron la atención. Un hombre intento cubrir al señor calvo, de traje color beige, sentado como una estatua y con los ojos clavados hacia adelante. Estaba parado cerca de la banca y retrocedió un par de pasos, como para oficiar de cortina, mientras parecía decirle algo por la comisura de los labios, según evidenciaba la cabeza ligeramente inclinada hacia la banca.

El viejo comenzó a levantarse de la butaca y el más veterano de los cronistas salió corriendo, al punto de dejar al joven colega hablando solo: Cruzó pasillos, bajó escaleras, atravesó el Salón de los Pasos Perdidos e ingresó en el hemiciclo que rodea al recinto. A un paso de distancia venían Diego, Ernesto y Anahí, todos corriendo literalmente la noticia.

 - No registro su fisonomía como diputado-, le dijo el veterano periodista con toda la claridad que pudo por el sofocón de la carrera.

 - No, no soy diputado-, respondió.

 - ¿Y entonces por qué estaba sentado en una banca? - Estoy descompuesto y me dijeron que me sentase allí.

Luego de levantarse de la banca, caminar cuatro pasos caminar, cruzar el umbral, bajar tres escalones y sentarse en un sillón frente a la puerta del recinto de la cual acababa de salir, el hombre pareció impulsado por un resorte de la forma en que se puso de pie frente a la embestida de los periodistas.

Brillaba su frente y cabeza calva y, Tenía los ojos bien abiertos y arguía una excusa producto de la sorpresa, del miedo y de la falta de alternativas de esa operación improvisada de asalto al recinto.

Dos empleadas del bloque justicialista procuraron darle cierta clase de asistencia con apelaciones al estado de salud del intruso que, por su lado, no reflejaba síntoma de descompostura alguna.

Con el extraño contra la pared, los periodistas frente a él y las asistentes queriendo intermediar, apareció Julio Manuel Samid, a quien pocos conocían pese a era diputado desde 1989.

- Venga, don Juan, vamos a don Juan, desabróchese la corbata don Juan- . Samid lo exhortaba y llevaba al viejo en vilo hacia la otra punta del pasillo semicircular para salir al corredor que desemboca en la oficina de Pierri, presidente de la Cámara, donde lo dejó como un presente griego. Y se fue.

Los periodistas no se quedaron atrás.

La historia según la sentía el mayor de ellos y la noticia tanto para Diego Mandelman (LV3 Córdoba), Ernesto Muro (Página 12) y Anahí Abeledo (agencia DyN) se fundieron en un hecho que los comprometió a todos como actores y testigos.

No fueron los únicos: Alberto Dearriba (Página 12) y Néstor Macchiavelli (La Nueva Provincia) dejaron registro de aquello que, en ese momento, cobro para ambos un primer plano, al margen de Kenan: la existencia de otros usurpadores de bancas.

En este papel, es el de partícipes circunstanciales del hecho, estuvieron esos periodistas y Aarón Kalniker, un fotógrafo free lance que registró la escena de un anciano abatido en la silla de ruedas sacado del despacho de Pierri, en la cual aparece abrazado a su saco.

Pero en la cobertura del episodio y sus derivaciones no estuvo ausente ningún cronista parlamentario, así como no lo hizo ningún medio importante con o sin acreditados en el Parlamento. Todo salió a la superficie al promediar la tarde del 26 de marzo de 1992.

En realidad, todo no: apenas una parte.

Fuente: El Congreso en la trampa, Armando Vidal (Ed. Planeta, 1995, Pags. 120/2)