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CONGRESO, EL MOLINO Y FILMS

La abandonada Confitería Del Molino y su edificio, nacidos para acompañar la vida del Palacio Legislativo y de sis pasajeros habitantes, está mostrada desde adentro por una película, que hubiera requerido una mejor investigación, mientras se aguarda la sanción del Senado para la expropiación del emblemático lugar. De paso, otras películas.

Por Armando Vidal

El cine testimonial ha producido tres películas que cuentan tres historias de desparejo significado. En el momento de escribirse estas líneas estaban en cartel en el cine Gaumont, que pertenece a Espacio INCAA. La más cercana al Congreso de la Nación es Las aspas del Molino, del novel cineasta chileno Daniel Espinosa García; La más identificada con la generación de los setenta y la actual es Seré Millones, de los argentinos Omar Neri, Mónica Simoncini y Fernando Krichmar. Y la tercera y más tangencial es Malka, del también argentino Walter Tejblum, que se inspira en la vida de una prostituta que al parecer pertenecía a la siniestra organización judía Zwi Migdal y que habría conseguido huir de ella.

La dedicada a la Confitería Del Molino surgió de la circunstancia de haber hallado allí Espinosa García alojamiento en 2007, apenas llegado de Chile para estudiar cinematografía en Buenos Aires ya que en su país no existe esa carrera.

Pasó por el lugar, vio un cartel con un número en el edificio abandonado, llamó y tomó contacto con una organización que explota el negocio de los alquileres en un lugar que frecuentemente carece de luz y agua, transformado en una villa miseria.

La cámara registra ese ambiente lúgubre, sucio y oscuro, con pantallazos de su belleza perdida. Ese es su mayor aporte: demostrar con imágines el más absurdo desprecio de una obra emblemática de Buenos Aires, debido obsesión por la nada de un propietario, inubicable como su fuera un prófugo de la Justicia

Los jóvenes que intervienen –chilenos en su mayoría- expresan un nivel de ignorancia plenamente justificado si no pretendieran brindar una explicación acerca del por qué de ese abandono.

Las entrevistas que realizan en la esquina de la confitería aportan poco y nada, con excepción de un par de vecinos de la zona.

Uno de ellos dijo algo importante que les pasó por completo inadvertido. Dijo que allí habían vivido en 1985 De la Sota y Cavallo, de quienes el entrevistador no tenía ni la menor idea. Hablaba de José Manuel De la Sota, actual gobernador de Córdoba y de Domingo Cavallo, hoy acusado de favorecer a determinados bancos en el Megacanje, que piloteó cuando era ministro de Economía del radical Fernando De la Rúa. Ambos llegaron en la misma lista a Diputados ese año, bajo rumores de que manos amigas habían comprado la banca para el que luego sería canciller y ministro creador de la convertibilidad de Carlos Menem.

La confitería y la Cámara de Diputados siempre tuvieron una conexión de hecho perdida en los noventa.

Quienes preguntaban para conocer su historia ni siquiera se cruzaron enfrente para ver qué podían decir los diputados, ni buscaron a un periodista parlamentario que los hubiera guiado en la búsqueda de información.

Tampoco hurgaron Internet. Si hubieran llegado a Congreso Abierto, por ejemplo, su editor los hubiera instado a conseguir el video que presentó el entonces diputado Jorge Coscia, también cineasta, para fundamentar su proyecto de expropiación.

Les hubiera contado de aquella estrecha relación entre la confitería y el Palacio Legislativo, en especial la Cámara joven, desde los tiempos en que se podían disfrutar masas exquisitas en el salón comedor de Diputados, con el te o café también a cargo del cuerpo. A partir de 1973, las masas fueron reemplazadas por facturas.

Otro dato que pudo haberles interesado fue la última presentación de un libro en ese lugar, El Congreso en la trampa, presentación a cargo de los periodistas Joaquín Morales Solá y Magdalena Ruiz Guiñazú -tiempos de armonía ideológica entre la mayor parte de los periodistas-, acto realizado en 1996, un año antes del cierre de la confitería.

Habrían podido apreciar la belleza del salón del primer piso, que después y por poco tiempo fue también lugar de baile de tango, o sea una milonga para decirlo en el idioma de los milongueros. La película no lo muestra porque está cerrado, si bien se no pudieron colar por una cañería de ventilación que les permitió mostrar parte de la confitería, cuyas mesas, dicha sea de paso, están diseminadas por distintos lugares. Un lugar que las tiene es un lugar de baile, también de tango, en la calle Piedras. 

Desde 1983, el destino de la Confitería Del Molino y el edificio todo –un cuadro fantasmal- fue construido día por día con las protestas sociales ante el Parlamento, que terminaron envenenando la vida social y comercial de la zona.

En los últimos tiempos -promediando la era menemista-, ya ningún legislador se exhibía en sus mesas de mármol blanco porque la gente irritada, en caso de identificarlo, entraba a la confitería para consumar un escrache impiadoso.

Al último que le pasó fue al entonces diputado de la Ucedé y aliado memenista, Francisco Durañona y Vedia, un grandote de  casi 1,90 de altura y 110 kilos de peso, que tuvo que salir de apuro ante una carga de jubilados.

A ellos, a los jubilados enardecidos, les preguntaban si conocían qué pasaba con esa confitería, si había gente viviendo en su interior.

“Yo no soy botona, como los chilenos en la guerra de Malvinas”, se enojó una veterana de pocas pulgas.

El film tiene un encanto particular: la presentación en ese sórdido lugar de un departamento esplendoroso, el de Antonia Di Caro, llegada allí hace unos veinte años. Y que vive en sus amplios y amoblados ambientes con fino gusto clásico como en una isla ajena a las turbulencias. Eso sí: no puede escapar -y lo dice- del retumbar de los bombos en la calle.

En Congreso Abierto hay varias notas sobre la Confitería Del Molino, incorporadas ahora para ayudar futuras indagaciones.

Resta decir que Diputados tiene pendiente de tratamiento un proyecto sancionado por el Senado de expropiación, después que el propio Senado sumergió en el olvido la sanción de Diputados del proyecto de Coscia, quien, por su lado, cuando fue secretario de Cultura de la Nación, también lo olvidó.

Dos párrafos sobre las otras películas.

La recomendable Seré millones trata del asalto al Banco Nacional de Desarrollo, en 1972, a cargo del ERP –se llevaron 450 millones de pesos de la época- e intervienen en el film, como actores en todo sentido, dos protagonistas del hecho,  no  precisamente intelectuales sino trabajadores del área de servicio del Banco.

Faltó decir que con ese dinero se financió la fuga de los comandos guerrilleros de la cárcel de Rawson, el 15 de agosto de ese año, episodio que a la semana quedaría inmortalizado con la Masacre de Trelew. (También hay notas en Congreso Abierto sobre este tema, entre otras razones, porque el editor estuvo entre los periodistas baleados en las inmediaciones de la cárcel de Rawson).

En cuanto a Malka, Walter Tejblum deja un testimonio que evidencia un profundo sentido de culpa de la entidad. judía de Tucumán que aceptó la millonaria herencia de Malka, una madama asesinada en 1959, a cambio de que descanse en el cementerio de la colectividad como ella había pedido. 

Tejblum que aparece en pantalla al estilo de Michael Moore no da ninguna referencia sobre el crimen, no exhibió nada de lo que seguramente existe en el archivo de La Gaceta y por supuesto no buscó las constancias judiciales de la época.

Para la próxima, muchachos, hablen con un periodista.