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A TREINTA AÑOS DE LA SESIÓN

La ley MucciEl 10 de febrero de hace treinta años se estremecieron los bellos vitrales del recinto de la Cámara de Diputados con el debate que duró varias horas por la ley de reordenamiento electoral de los sindicatos, promovida por el presidente Raúl Alfonsín para democratizar las conducciones gremiales. Texto completo de la nota de ese día por quien siguió ese tema en ambas Cámaras del Congreso. Todo andaba bien para los peronistas hasta que, imprevistamente, llegó Herminio.

Por Armando Vidal

Un cabal tratado de la tolerancia constituyó ayer la conducción del debate político desatado en la Cámara de Diputados reclamado como una necesidad del peronismo para repetirse a sí mismo las razones de su existencia después del traumático resultado que recogió el 30 de octubre.

La pericia y paciencia de Juan Carlos Pugliese, presidente del cuerpo, posibilitaron que el peronismo dijera su discurso y que el radicalismo presentara su alternativa en medios de continuos actos provocativos por parte de las barras de unos y otros. El debate de la ley se transformó en una asamblea abierta que varias veces amenazó naufragar.

La importancia del tema en cuestión –que no era la ley sino la confrontación de dos proyectos políticos que expresan ambas fuerzas populares- convenció a Pugliese de no ahogar las expectativas centradas en ese alto juego de ideas, pese a las agresiones de varios energúmenos ubicados en los palcos.

El riesgo de lesionar el debate haciendo desalojar las galerías pareció persuadir a Pugliese de continuar la sesión no obstante su anómalo desarrollo. No se fue el público. Se fueron los diputados con el largo cuarto intermedio propuesto por Pugliese en el momento en que irrumpió imprevistamente en la Cámara el ex candidato a gobernador bonaerense Herminio Iglesias.

En ese instante –eran las 18.45-, el justicialista Lorenzo Pepe iniciaba una exposición que se perfilaba como la presentación del eje de la polémica.

Apareció Iglesias y desató una polvareda intolerable.

Fue el encendedor de los desbordes porque la rechifla y los vítores se constituyeron en llamas pasionales. No se podía seguir para pesar del peronismo que venía imponiéndose en la partida política.

La llegada de Saúl Ubaldini concentró un nuevo motivo de interés que opacó la otra visita. A Ubaldini lo aplaudieron muchos radicales.

La jornada de las ideas pegó entonces una vuelta de página. El recinto vacío de legisladores siguió cubierto de insultos que se intercambiaban las barras, dueñas del lugar. Ya no había circo de gladiadores de la palabra en la controversia ideológica de los legisladores.

El recinto, lamentablemente, se había transformado en una cancha de fútbol.

Los diputados peronistas se quedaron en el lugar que no parecía el ámbito apropiado para el repaso. Si hubieran hecho las cuentas hubieran reparado en el saldo favorable que hasta el momento de la interrupción arrojaba la tenida política.

Las cuentas indicaban que hasta entonces el peronista Rodolfo Ponce se había beneficiado en el primer tramo de la sesión con la apertura suave realizada por el radical Roberto Sanmartino, al fundamentar el proyecto del PEN.

También con la brillante pieza del radical Marcelo Stubrin, quien hizo una autocrítica de la dirigencia política nacional en la década del cuarenta y justificó que el peronismo se hubiera refugiado en los sindicatos como un ámbito lógico durante sus proscripciones.

Las voces radicales estaban dando cuenta de la importancia del peronismo sin acentuar otros rasgos hasta que habló Leopoldo Moreau para aludir expresamente que la irrupción radical no se agotaba el 30 de octubre sino que nacía como un camino nuevo. Moreau tuvo por misión la de sincerar la apuesta radical al explicar que el radicalismo había ganado con los votos de los obreros de Avellaneda y no con los de la FUFEPO (NdE: coalición de partidos provinciales de tendencia conservadora disuelta precisamente después de esa elección).

Y que en consecuencia encaraba la misión de otra alternativa cuyas metas, sintetizó, eran el crecimiento económico, la democracia política y la justicia social. Esto se enhebraba adecuadamente con lo sostenido por Stubrin respecto a que el proyecto reclamaba sindicatos fuertes en defensa de los legítimos intereses obreros. “No es reproducible el proceso liderado por Perón”, dijo Stubrin.

Esa línea es la que transitó Moreau al remarcar que debía asumirse lo acontecido el 30 de octubre cuando “los trabajadores argentinos, junto con otros sectores de la sociedad, encontraron una nueva síntesis histórica”.

Ahí estaba el punto en cuestión: determinar quién lideraba un proyecto popular para el cual los radicales ponen la figura de Alfonsín y los peronistas anteponen sus muertos y sus cárceles, sus luchas y sus líderes del pasado.

Adam Pedrini desgranó luego qué era el peronismo confrontando su conducta ante las reivindicaciones obreras con la actitud aplastante del fascismo sobre esos mismos sectores. Y asumió de frente que José López Rega es un baldón vergonzoso en la historia del movimiento creado por Perón.

También se atrevió a decir que el radicalismo no era tampoco el ministro que firmó fusilamientos en 1955 (NdE: error tipográfico: léase 1956) dejando implícito un severo cargo político contra (Carlos) Alconada Aramburú que los radicales no levantaron quizás para no enredarse en una discusión sobre viejas heridas.

No se recordaba pulseada más apasionada en el pasado cercano (NdE: la frase, aparentemente truncada por algún corte obligado del editor del diario, no podía dejar de hacer referencia al choque entre las mismas fuerzas políticas y en el mismo lugar por la modificación a la ley de asociaciones profesionales en 1974).

Los peronistas, cada uno a su modo y estilo, empezando por Rubén Cardozo, gremialista, pasando por Julio César Araóz y después por Torcuato Fino y Pedrini, centraban que la alternativa era “liberación o dependencia”, para lo cual reclamaban el mismo embate contra la “patria financiera”.

La estrategia parlamentaria que había elegido el peronismo era la de ir apretando a medida que se internaba la sesión en los capítulos decisivos. Los radicales aguardaban la ofensiva sin réplicas.

No hubo un ping-pong sino por momentos una embestida profunda de la oposición.

Se llegaba a la cúspide de las emociones cuando pidió la palabra Pepe. Dijo que el radicalismo había enarbolado las banderas del justicialismo “cosa que nos alegra”, calificó de “brillante” el discurso de Stubrin, sugirió sujetar las ilusiones para ver si dentro de 24 meses los obreros de Avellaneda vuelven a votar a la UCR, y cuando entraba en el fondo del asunto un batifondo lo hizo callar.

Había llegado Herminio Iglesias.

Título: Pulseada por dos proyectos

Fuente: Clarín, 11/2/84.