A+ A A-

RESISTENCIA, TRIUNFO Y RENOVACIÓN

Este testimonio con intimidades es del ex senador que con derecho podría arrogarse el papel fundamental en el rechazo de la ley con la que hace treinta años el gobierno de Raúl Alfonsín quiso romper la hegemonía peronista en la conducción de los sindicatos. Dos veces senador, ex diputado, constituyente en 1994, gremialista ferroviario en San Luis en su juventud, el firmante fue luego el líder inicial de la renovación peronista. Clave relación con don Elías y Saúl.

Por Oraldo Britos

Al cumplirse treinta años del rechazo del proyecto de Ley de Reordenamiento Sindical, he sentido la necesidad de transmitir, en especial a los jóvenes, lo que motivó la histórica actitud afrontada junto a  compañeros gremialistas y políticos cuando estaba en peligro la autonomía de los trabajadores en la sustentación doctrinaria de sus organizaciones. Fue nuestro deber.

A nadie escapa que cuando el entonces coronel Juan D. Perón hizo conocer el decreto ley 23.852 de Asociaciones Profesionales -2 de octubre de 1945-, se produjo la reacción inmediata del capitalismo explotador que logró, primero, hacerlo renunciar de la Secretaría de Trabajo y Previsión y, posteriormente, su encarcelamiento en Martín García, sin imaginarse, por cierto, que el resultado de esas acciones produciría el 17 de octubre de 1945. Es decir, el nacimiento del peronismo.

Desde que asumió el cargo en dicha dependencia, en noviembre de 1943, Perón buscó en forma permanente reivindicar a la clase trabajadora, no con la simple solidaridad de sus palabras sino dándole en todo momento sentido jurídico. Y lo hizo, en principio, mediante decretos que luego se convirtieron en leyes. No conforme con ello dejó establecido Los Derechos del Trabajador en la reforma de la Constitución Nacional en 1949.

* Los sindicatos

La existencia de los sindicatos y su reconocimiento provienen de la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII. No sólo los trabajadores tuvieron la posibilidad de evolucionar en un mundo caracterizado por la explotación, si no que, a poco del inicio de la Primera Guerra Mundial (1914/1918), se produjo la reunión de Versalles en 1915.

Uno de los más importantes motivos que generaban los conflictos era la explotación inhumana del trabajo. Así fue que se determinó la necesidad de que los estados junto a los empresarios y trabajadores representados por sus organizaciones pudieran discutir las condiciones laborales para que la sociedad fuera más justa.

Para ello nació la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en la ciudad de Washington, en 1919, donde se iniciaron las primeras deliberaciones sobre la representación de las organizaciones empresarias y las sindicales. Gobernaba nuestro país Hipólito Yrigoyen quien, de acuerdo a los compromisos internacionales, envió la representación correspondiente, tomando la misma actitud en 1920 cuando la OIT se reunió en Génova.

Pero lamentablemente no pudo cumplir con lo determinado en este alto organismo internacional por encontrarse con un Congreso que se negó a legislar en favor de los trabajadores por cuanto la mayoría de sus bancas representaban los intereses de la oligarquía, a pesar de los esfuerzos de Yrigoyen (NdE: el alvearismo controlaba el Senado).

Estas reivindicaciones después de las duras experiencias sufridas, y que los gobiernos de turno le negaban a los trabajadores  por culpa de la oligarquía, son las que Perón, mediante aquel decreto 23852/45, nos reconoció.

Desde ese momento, los trabajadores y sus sindicatos han sido también objeto de permanente persecución en cada golpe de Estado que sufrió el país, derogándose siempre, en primer lugar, la Ley de Asociaciones Profesionales y, a continuación, otras normas jurídicas que los amparaban.

El dictador Pedro E. Aramburu en 1956 derogó el decreto ley 23.852/45; el dictador Juan Carlos Onganía en 1966 derogó la ley 14.455/58, y el dictador Jorge Rafael Videla –tres generales antiperonistas- en 1976 hizo lo mismo con la ley 20.615/73.

Finalmente la UCR, montada en la mal llamada ley 22.105/82 originada en esa última dictadura, pretendió en 1984 controlar las organizaciones gremiales y sus obras sociales.

* Antecedentes

No me extrañaba esta actitud porque recordaba antecedentes de algunas figuras del radicalismo. Primero, la de Antonio Mucci, quien en representación del gremio gráfico en 1957 avalaba como interventor de la CGT al capitán de navío Alberto Patrón Laplacette y era miembro de los 32 gremios democráticos, poniéndose en contra de las 62 Organizaciones Peronistas.

Y en segundo lugar, porque en 1973, en un reportaje de la revista Extra, el Dr. Ricardo Balbín se expresó en contra de la Ley de Asociaciones Profesionales porque “propiciaba la política en los sindicatos”.

Pero no es mi deseo retrotraerme en ese análisis síno contar qué nos ocurrió y cómo pudimos sobrevivir después que Alfonsín asumiera la presidencia de la Nación en 1983.

En esas circunstancias, fui electo senador nacional por San Luis y llegaba al Congreso con alguna experiencia porque lo había sido entre 1973 y 1976.

Una vez que juramos designamos las autoridades de nuestro bloque que, de acuerdo al número con que contábamos, pasó a ser la primera minoría del cuerpo (1).

Como presidente del bloque Justicialista resultó elegido el compañero por Catamarca, Dr. Vicente Saadi, quien por ello participó junto con los representantes de otros partidos en la conformación y distribución de autoridades en las comisiones de la Cámara.

* Primeras pulseadas

El hecho de ser la primera minoría nos daba alguna ventaja, motivo por el cual no estuve de acuerdo con que la comisión de Trabajo quedara en manos de la UCR, por lo que realicé el planteo correspondiente. Luego de algunas discusiones, se cumplió mi propósito de lograr la presidencia y así cuidar mejor los intereses de los trabajadores desde tan importante trinchera.

Ya en la Multipartidaria habíamos acordado con los radicales y otros partidos políticos, que cualquiera fuera el resultado de la elecciones de octubre de 1983 debíamos derogar todas las mal llamadas leyes del proceso militar.

Más allá de las crueles consecuencias de la dictadura militar, todavía nos sentíamos doloridos por imputaciones que Alfonsín en su campaña electoral había hecho acerca de un presunto pacto con los militares en el poder por parte de Lorenzo Miguel, quien hasta hacía unos pocos meses atrás había pasado varios años en la cárcel.

A Lorenzo Miguel, los trabajadores siempre lo teníamos en cuenta, más al designarse como ministro de Trabajo a Antonio Mucci, el mismo que, como dijimos, en 1957 integraba los 32 gremios democráticos que acompañaron a Aramburu y Isaac Francisco Rojas en las intervenciones de la CGT y sus organizaciones gremiales.

El 21 de diciembre de 1983, Alfonsín y su ministro Mucci invitaron a la Casa Rosada al secretario general de la CGT – Calle Brasil, porque estaba dividida -, Saúl Ubaldini, a quien le hicieron conocer el anteproyecto de ley de reordenamiento sindical, armado en base de la ley 22.105 de la dictadura militar.

Esto implicaba un excesivo intervencionismo estatal y un total desconocimiento de las organizaciones gremiales, lesionando la autonomía sindical y, a la vez, impidiendo la participación decisoria de los afiliados. Todo ello, violando los convenios 83 y 98 de la OIT y el artículo 14 bis de la Constitución Nacional.

Tenía además un alto grado de ignorancia respecto del papel de las organizaciones intermedias de la sociedad dentro de la democracia moderna.

Digamos que el peronismo siempre estuvo dispuesto a acordar algunas modificaciones, eso ya lo habíamos debatido con los dirigentes gremiales, pero no podíamos aceptar la exclusión de la justicia laboral, también creada por nuestro movimiento, como tampoco se podía entender la imposición de las minorías en las conducciones sin que esto lo decidieran orgánicamente los sindicatos.

Naturalmente todo eso fue rechazado por Ubaldini que conocía de antemano la participación de Mucci y de Germán López –secretario general de la Presidencia-, manifestándoles que todo lo expuesto era más de lo mismo, retirándose e informando posteriormente a los dirigentes gremiales de lo conversado.

* Envío del proyecto

El Gobierno de inmediato procedió a enviar el proyecto a Diputados con las firmas de Alfonsín, de Antonio Tróccoli, ministro del Interior y Mucci, Cámara en la que el radicalismo contaba con la mayoría (2), resolviéndose su tratamiento para el día 10 de febrero de 1984 (NdE: ver nota A treinta años del debate inolvidable).

Esta actitud dio lugar a que nosotros emprendiéramos una serie de reuniones con la participación de ambas CGT –la otra estaba conducida por Jorge Triaca-, produciéndose la unidad de ellas que finalmente acordaron una movilización al Congreso de la Nación para la misma fecha de su tratamiento, resultando un éxito.

Lamentablemente, el proyecto fue aprobado por amplia mayoría en dicha Cámara. Debemos recordar, que en 1983, el movimiento obrero contaba en  Diputados con una representación de unos treinta compañeros de extracción gremial, y que el presidente del bloque Justicialista era Diego Ibáñez (Sindicato Unidos de Petroleros del Estado), muchos de los cuales hicieron uso de la palabra contra la propuesta radical.

Se destacaron, entre otros, los discursos de Rodolfo Ponce (Unión Recibidores de Granos), Lorenzo Pepe (Unión Ferroviaria) y Rubén Cardozo (SMATA).

* Ingresa el tema

En la sesión del Senado del 15 de febrero de 1984, tuvo entrada la media sanción de Diputados del proyecto. El presidente del bloque radical Antonio Nápoli mocionó para fuera tratado por tres comisiones (Asuntos Constitucionales, Legislación y Trabajo), a lo que me opuse. Planteé que su estudio y tratamiento sólo correspondía a la comisión de Trabajo, logrando el apoyo correspondiente.

Junto a Ubaldini y una gran cantidad de dirigentes gremiales, acompañados por el Dr. Enrique Rodríguez -mi asesor principal- y varios profesionales, iniciamos el estudio que no estuvo exento de discusiones que a veces se extendieron también al bloque, donde discretamente se observaba que la importancia de los partidos provinciales era decisiva.

No hay que olvidar que en nuestra mochila cargábamos con la derrota del peronismo en las urnas de octubre de 1983.

* Desplante de Mucci

Mientras cambiábamos impresiones, fui invitado por el ministro Mucci al ministerio de Trabajo para conversar sobre la cuestión, pues se habían producido algunos acercamientos en temas menores por lo que concurrí con la idea de que, tal vez, hubiera cambiado la opinión del PEN.

Sin embargo, no era así: en la sala de espera la amansadora superó la hora, por lo que nos levantamos y nos retiramos, manifestándole a la prensa la falta de responsabilidad y seriedad del funcionario.

Yo contaba desde 1973 con la amistad de un hombre muy ducho en la política, que no estaba en nuestro bloque pero que tenía una gran afinidad con las propuestas sociales del peronismo, como era don Elías Sapag, uno de los dos senadores del Movimiento Popular Neuquino (MPN).

A veces, en nuestras conversaciones, observaba su interés en el tema que tratábamos y su admiración por Ubaldini.

Primero me sorprendió con unos borradores que expresaban su preocupación sobre el asunto, y me sugierió que todo esto sería bueno conversarlo también con Saúl, con la precaución de que la reunión debía manejarse con mucha responsabilidad para que la prensa no hiciera mal uso de ella. Y eso se debía, explicó, al hecho de que en su provincia –que gobernaba su hermano Felipe Sapag- el gobierno de Alfonsín iba a llevar a cabo una gran inversión gasífera en Loma de la Lata.

Por supuesto, le di la garantía de mi palabra, y dos días después, a las 7 de la mañana, cuando el Senado de la Nación era un desierto, entrábamos en su despacho del cuarto piso con Ubaldini.

Media hora después nos retiramos con Saúl, juramentándonos no hacer ningún tipo de comentario.

Sentíamos una enorme alegría, por cuanto todo esto me había dado la fuerza suficiente para no ceder a las presiones de Saadi y otros compañeros que sostenían que los partidos provinciales iban a acompañar al radicalismo.

Recuerdo que los debates eran cada vez más fuertes, y muchos de nuestros compañeros se sentían perdedores.

En ese momento, se produce detrás de la Cortina de Hierro un hecho político internacionalmente trascendente por la muerte del presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS, Yuri Andropov, por lo que en representación del PEN viajó para participar en la ceremonia de sus exequias el vicepresidente de la Nación y titular del Senado, Dr. Víctor Martínez.

Ambas Cámaras acordaron que yo lo hiciera en representación del Congreso de la Nación.

Todo esto dio lugar a que la prensa comentara la posibilidad de algún acuerdo con el Gobierno, cosa que desmentí, como bien sabían mis compañeros gremialistas y políticos con quienes había hablado previamente.

Con Martínez en Moscú –donde se desarrolló la ceremonia en un ambiente de rigurosa seguridad-, retornamos, con escala en París, sin hablar en ningún momento del próximo tratamiento del proyecto de ley en el Senado. Sólo asistí a una pequeña conferencia de prensa que ofreció el Dr. Martínez al llegar a Ezeiza.

* Saadi quería arreglar

Al reiniciar mis tareas parlamentarias, me costaba convencer a mis pares del bloque, en tanto me resistía a cualquier tipo de arreglo con la UCR, por lo que Saadi buscaba convencerme de que en la política no se debía ser tan apasionado, ya que, me decía, en ciertas circunstancias debía saber dar un paso atrás.

Por ello, en varias oportunidades, le solicité a Saúl que me acompañara en estas reuniones. Además, contaba con la asistencia técnica de Enrique Rodríguez y la confianza que me brindaba el senador Humberto Martiarena (3).

En la reunión de jefes de bloque acordamos que el  14 de marzo, a las 18, se realizaría la sesión de tratamiento del proyecto de Ley de Reordenamiento Sindical.

 Mientras esa mañana del 14  nos preparábamos para el debate con nuestros miembros de comisión y los asesores, recibo un llamado telefónico de Vicente Saadi, invitándome a un almuerzo que, a las 13, se llevaría a cabo en un conocido hotel de la zona de Congreso.

Iban a estar presentes los gobernadores de los partidos provinciales de Corrientes, San Juan y Neuquén, juntamente con las autoridades del bloque Justicialista y del bloque de la UCR.

En principio, esta actitud me provocó un fuerte rechazo, pero preferí seguirle la corriente y acepté. Tomé toda la documentación del tema y la dejé bajo llave. Sólo guardé en mis bolsillos algunos borradores y solicité al resto de los compañeros presentes que a las 17.30 volviéramos a encontrarnos en la comisión.

* ¿Dónde se metió Oraldo?

A las 11.30 llegué a mi departamento –entonces vivía en la calle Perón, cerca de la Av. Callao- le solicité a mi esposa que negara mi presencia a cualquier llamado telefónico y continué pasando vista por las interpretaciones técnicas y políticas del tema, además de mantener una larga conversación con Saúl, que se encontraba en la CGT reunido con numerosos compañeros.

Desde la 13.30 a las 15, las llamadas fueron continuas.

Después de las 17 dejé mi departamento para volver al Senado y fundirme en un abrazo con Saúl y los dirigentes gremiales que esperaban en la comisión. Posteriormente, ellos se trasladaron a la parte superior del recinto de la Cámara donde se había prohibido el ingreso de militantes.

A las 17.45 llegué a mi banca. La asistencia era perfecta. Los 46 senadores ya estaban ocupando sus butacas: 21 justicialistas y un desarrollista aliado (Manuel Vidal, de Formosa), 18 radicales, dos neuquinos, dos correntinos y dos sanjuaninos.

Antes de que se iniciara la sesión con un solo tema a tratar, que era el de la Ley de Reordenamiento Sindical, se me acercó el senador Saadi, disgustado por mi irresponsabilidad al no haber estado presente en el almuerzo.

Procuré tranquilizarlo diciéndole que no iba a aceptar ninguna modificación a nuestro despacho de mayoría de la comisión y que confiara en mí. Me contestó que en política no se podía ser tan testarudo y apasionado por cuanto el resultado estaba cantado, que los seis provinciales iban a acompañar a los 18 radicales. Yo traté de insistir pero se retiró disgustado, diciendo algunas palabras inentendibles.

* Gestos de don Elías

Lo expresado por Saadi, más los comentarios de la prensa que eran muy fuertes refiriéndose a nuestra futura derrota en el debate, me causaron un poco de pánico, pero cuando levanté la vista pude ver a Sapag que me observaba con total tranquilidad.

Mientras tanto, se iniciaba la sesión con la ceremonia de izamiento de la bandera.

Al darse entrada los asuntos del día, llega el ordenanza frente a mi banca para ofrecerme café, y me entrega un pequeño papel que decía: “No cambio principios por caños de gas”.

Levanté mi vista, y le sonreí, mientras que desde la segunda galería Ubaldini y los compañeros de la CGT me alentaban con sus brazos en el inicio de mi exposición.

Enrique Rodríguez me había preparado técnicamente algunos apuntes muy importantes, pero en ese momento se había adueñado de mi persona el militante y el dirigente gremial peronista de barricada que les decía a los integrantes del bloque radical lo inoportuno que era el proyecto.

* Planteos de Britos 

En síntesis les decía que habíamos llegado a este debate no con un peronismo vergonzante, por cuanto ellos no nos habían ganado la elección para querer castigar tan duro a los sindicatos, sino que nosotros simplemente habíamos perdido por encontrarnos todavía sintiendo la ausencia de Perón y por no haber sabido seguir sus consejos.

Pero que eso no les daba derecho a sostener una mal llamada ley como la 22.105 originada en dictadura militar, por cuanto en la Multipartidaria habíamos acordado derogarla.

Que continuaban intolerantes con los sindicatos y que sólo pretendían manejar lo que ellos denominaban las “cajas” de las obras sociales, en tanto que muchas de ellas aún se encontraban intervenidas por funcionarios radicales.

Que los trabajadores sufrimos más que nadie la dictadura militar, que más del 70 por ciento de los desaparecidos eran gremialistas.

Que habíamos sufrido persecuciones, cesantías, torturas y encarcelamientos.

Y que por todas esas razones rechazamos el sentido intervencionista de este proyecto que tendía a la atomización del movimiento obrero.

Muchas palabras más salieron de mí con tremenda fuerza, todos mis sentimientos que buscaban expresarse en un recinto donde el silencio respetuoso de mis pares dio lugar al atronador aplauso al término de mis expresiones, así como también ese fuerte apretón de manos de mis compañeros de bloque, que entendían de mi nerviosa alegría cuando decíamos que nosotros respaldábamos al gobierno surgido de la democracia, pero que no nos pidieran que renunciáramos a los valores de nuestra doctrina.

A continuación, en nombre del despacho de la minoría, habló el senador Dr. Luis Brasesco (UCR), que en un largo discurso quería justificar los motivos del proyecto, dando en todo momento como elemento de base a la Ley 22.105 del régimen militar.

* Habla Sapag

El orador siguiente fue el senador Elías Sapag quien, entre otros conceptos, dijo:

- Es un incuestionable intervencionismo que solapadamente supone para el manejo de los sindicatos, con la pretensión de desplazar a los actuales cuadros dirigentes u obligarlos a compartir tales funciones conductivas, no se puede pretender sin más a toda la dirigencia que ha venido conduciendo a las asociaciones y que ha debido adecuarse a las difíciles circunstancias vividas en nuestro país.

Posteriormente, adelantó el voto de su bloque en favor al despacho de la mayoría.

El recinto estalló de aplausos y cánticos, los compañeros que estaban junto a Ubaldini desbordaban de alegría. Los senadores de nuestro bloque se trasladaban a saludar a Sapag, y cuando pude hacerlo, sólo recuerdo sus fuertes brazos que me ahogaban junto a la emoción que me superaba.

Todos los discursos posteriores habían perdido su sentido, pero respetuosamente los escuchábamos, y nadie abandonaba las bancas.

Finalmente, la presidencia ordenó la votación. Resultado: 24 votos positivos y 22 votos negativos. Ergo: ley rechazada.

El reloj marcaba las 5 de la mañana del 15 de marzo de 1984.

(1) 21 miembros justicialistas y un aliado: Manuel Vidal, Formosa (MID). La bancada radical estaba compuesta por 18 miembros y había tres bloques de partidos provinciales con dos integrantes cada uno. Eran los del Movimviento Popular Neuquino, los del Pacto Autonomista-Liberal de Corrientes y los bloquistass de San Juan.
 (2) El bloque que conducía César Jaroslavsky tenía 129 componentes, en tanto que los justicialistas eran 111. 
 (3) Senador jujeño, serio y estudioso, cuya elección por la Legislatura provincial fue tardía motivo por el cual llegó a la Cámara alta después que el catamarqueño Vicente L. Saadi fuera elegido presidente del bloque del PJ.